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Tema: Jesuitas: marxismo, desintegración y aniquilación tras el Vaticano II y el P. Arrupe

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    Jesuitas: marxismo, desintegración y aniquilación tras el Vaticano II y el P. Arrupe

    El texto está tomado de Ricardo de la Cierva (mediados de los años 80), que detalla más intensamente en su célebre obra: “Jesuitas, Iglesia y marxismo” (1986)


    LA COMPAÑÍA DE JESÚS, ENTRE LA DESORIENTACIÓN Y LA DESINTEGRACIÓN

    La crisis contemporánea de la Compañía de Jesús, sobre todo en España, es uno de los fenómenos más graves y sorprendentes de nuestro tiempo. Durante quince años no entró una sola vocación para cubrir las bajas, cada vez más nutridas; la Compañía parecía en trance de extinción plazo fijo entre nosotros. Un jesuita de primer orden, gran formador de vocaciones, retiene a muchas de ellas en otros centros para impedir que se hundan al ingresar. Hay una clara división entre los jesuitas que quieren seguir fieles al carisma ignaciano (y siguen haciéndolo heroicamente) y quienes incurren, por su cuenta, en toda clase de originalidades. (…)

    EL FENÓMENO DEL ATEÍSMO

    Desde mi infancia venero profundamente a la Compañía de Jesús, a la que debo muchísimo. Pero precisamente por lealtad a lo que ella me enseñó, he aquí mi análisis histórico:

    Al iniciar su pontificado, el Papa Pablo VI pidió a la Compañía de Jesús como misión especial en estos tiempos, y en pleno Concilio, que estudiase a fondo el fenómeno del ateísmo, para luchar contra él. “Pedimos a la Compañía de Jesús, baluarte de la fe, que se oponga al ateísmo bajo la bandera de San Miguel, príncipe de la milicia celestial, cuyo nombre es de victoria, o la anuncia segura.” Después de más de veinte años hay que decir que un sector importante de la Compañía de Jesús no solamente ha incumplido el mandato del Papa, sino que lo ha tergiversado abiertamente, con enorme escándalo del pueblo cristiano. Porque la más dura forma del ateísmo es el marxismo; porque el marxismo es vital y necesariamente ateo, al fundarse expresamente en la demolición del cristianismo; y en la negación absoluta de Dios. Y porque acabamos de mostrar la existencia y la influencia de jesuitas marxistas.

    Un inteligente jesuita vasco, el padre, Pedro Arrupe ejemplar misionero en el Japón, donde le cayó materialmente encima la bomba atómica de Hiroshima, fue elegido general de los jesuitas en la XXXI Congregación General, cuya primera sesión fue entre el 7 de mayo y el 15 de julio de 1965. En ella no se planteó aun la problemática de la liberación; pero comenzó la crisis de la Compañía en cuanto al sentido de la obediencia ignaciana (que el sector progresista prácticamente niega) y en cuanto a la acción apostólica en el mundo. El 16 de noviembre de 1966, en su preocupado discurso de clausura, el Papa Pablo VI preguntó a los jesuitas: “Hijos de San Ignacio, ¿queréis ser siempre lo que habéis sido?” Y les confesó: “Llegan a nuestros oídos rumores y voces referentes a vuestra Compañía y a otras familias religiosas y no podemos ocultar nuestro estupor y dolor.”

    EL PADRE ARRUPE RECHAZA EL ANÁLISIS MARXISTA

    Tras esta Congregación, un sector de los jesuitas, lejos de obedecer el mandato del Papa sobre el ateísmo, se dedicaron a estudiar y difundir las diferentes modas teológicas de la época, desde la teología de la muerte de Dios a la teología política; y aceptaron con escasa crítica el principio de la secularización que les llevó, en instituciones como Fe y Secularidad, que aun funcionaba en Madrid, al diálogo con el marxismo. Los profesores José Gómez Caffarena y Alfonso Álvarez Bolado, inteligentes y de gran preparación, han sido figuras claves en este proceso de desviación ideológica, mientras otro jesuita, José María Martín Patino, llegó a ser vicario político del cardenal Tarancón, a quién guió primero en el proceso de despegue de la Iglesia española desde el régimen anterior a la democracia; y luego en una segunda transición de la democracia centrista al socialismo donde el cardenal, ya jubilado, tiene quizá menos éxito en la opinión pública, pero conserva su influencia como símbolo para su guardia clerical, que muchas veces manipula su figura histórica venerable.

    En la Congregación General XXXII de los jesuitas, celebrada en Roma del 2 de diciembre de 1974 al 4 de marzo de 1975, estalló la crisis interna, y la Compañía se enfrentó casi abiertamente con el Papa. Los jesuitas alemanes y españoles habían inspirado y promovido el nacimiento simultáneo de la teología de la liberación, y del movimiento marxista-comunista cristianos por el socialismo. El decreto IV de la Congregación, dedicado al servicio de la fe y la promoción de la justicia, fue redactado por el padre Calvez, marxólogo francés, que fue maestro de marxismo para muchos jóvenes españoles durante el franquismo; y el padre Alfonso Álvarez Bolado, un inteligente y profundo jesuita de gran familia vallisoletana, con cuya amistad se honra el autor de esta investigación informativa, pero no hasta el punto de ocultar la verdad histórica.

    En el decreto IV se proponía la opción por los pobres y el compromiso social de la Compañía, que en la práctica equivalía al compromiso político. En su punto 40 el decreto IV pedía cambiar “las estructuras sociales en busca de la liberación espiritual y material del hombre”. En el punto 41 el cambio de estructuras se consideraba como “la anticipación del Reino que está por venir”. Esta Congregación General se convierte, para los jesuitas del ala progresista, en un nuevo Evangelio. El padre Ignacio Iglesias, hoy provincial de España, fue uno de los promotores más destacados de la nueva doctrina.

    NEO CLERICALISMO

    En carta del 2 de mayo de 1975, el cardenal Villot, en nombre del Papa, critica duramente los resultados de esta Congregación General. “En los decretos —se refiere al IV sobre todo— hay observaciones que producen cierta perplejidad.” Exige fidelidad al carisma ignaciano e impone unas notas interpretativas “con espíritu de obediencia”. Y advierte con claridad sobre el neo clericalismo que subyace en el decreto IV. Desde este momento el ala progresista de la Compañía de Jesús se vuelva en apoyo a la teología de la liberación, asume el análisis marxista y provoca la lenta agonía del padre Arrupe, quien tuvo que abandonar el generalato, no sin dirigir a los provinciales de América Latina, el 8 de diciembre de 1980, una admirable aunque tardía carta sobre el análisis marxista. (…)
    No le hicieron el menor caso. Y el padre Arrupe, hundido por su propio sentido de la responsabilidad, enfermo y roto, hubo de abandonar el generalato, donde le ha sucedido, para una misión imposible, el insigne orientalista profesor Kolvenbach, tras un humillante periodo en que la Santa Sede gobernó directamente a la Compañía por un delegado.

    El movimiento liberador se desarrolla según una estrategia que tiene el marxismo como aglutinante común, en tres frentes: la Teología de la Liberación, el movimiento seglar-clerical Cristianos por el Socialismo y el movimiento religioso político Comunidades de Base. Los tres frentes surgen prácticamente a la vez, al comenzar los años setenta; se constituyen formalmente en España, con simultánea conexión iberoamericana, y tienen a la España de la transición, desde entonces, como base logística, centro de relaciones de Europa (incluida la Europa soviética) con América y como centro nervioso mundial para los impulsos y la infraestructura de todo el conjunto. Vamos a probarlo.

    Con los antecedentes indicados, todo empezó en el encuentro de El Escorial, celebrado en 1972 y publicado por el citado Instituto Fe y Secularidad en 1973, con el título Fe cristiana y cambio social en América Latina. Allí intervinieron Juan Luis Segundo y Alfonso Álvarez Bolado, enlace entre la Teología progresista alemana y la naciente Teología de la liberación que hace la presentación en España de un oscuro sacerdote peruano, Gustavo Gutiérrez, la estrella de El Escorial. “El encuentro de El Escorial —dice el cardenal López Trujillo— fue el inicio de esta corriente de la liberación como cuerpo, como organización y movimiento. Fue también la señal largada a nivel mundial y la experiencia para Congresos de índole semejante, como los teólogos del Tercer Mundo, en donde se dan cita, en ambiente ecuménico, los liberacionistas en estrecha cooperación con Cristianos por el Socialismo, Iglesia Popular y exponentes auspiciados por el Consejo Mundial de las Iglesias.”

    El libro de Gustavo Gutiérrez Teología de la liberación, editado oscuramente en Bogotá en 1971, fue publicado después del encuentro de El Escorial por la Editorial de los Operarios Diocesanos de Salamanca (Sígueme), y adquirió una difusión enorme; ya va por la edición décima. El clero español suministra desde entonces la infraestructura editorial a la Teología de la liberación desde donde se difunden sus obras a todo el mundo: las editoriales más importantes son la citada Sígueme, la de los jesuitas Sal Terrae (Santander) y Mensajero (Bilbao), editora esta última de una detonante historia marxista universal del profesor socialista Santos Juliá, principal asesor del ministro marxista Maravall; y otras menores, como Cristiandad, editora del libro clave de Rahner-Moltman-Metz y Álvarez Bolado: Dios y la ciudad (1975), epítome de la Teología progresista. Revistas como “Vida Nueva”, portavoz radical y obsesivo del progresismo, y hasta “Razón y Fe”, el antaño venerable bastión de la ortodoxia vaticana en manos de los jesuitas, militan ya en la causa libertadora, mientras “Pastoral Misionera”, apoya al movimiento paralelo de las Comunidades marxistas de base y el diario de la Conferencia Episcopal Española acoge con frecuencia a los partidarios de la T. de la L., como el jesuita Martín de Nicolás, aunque el diario que actúa en España como portavoz de los liberadores (Iniesta, Boff, Martín Patino, Gustavo Gutiérrez) es el conocido periódico religioso y teológico “El País”, cuyas vinculaciones a la estrategia soviética en el Atlántico y en Iberoamérica son, como saben nuestros lectores, simple coincidencia. El centro Fe y Secularidad es, pese a todo, la clave de toda esta red logística para la Teología de la Liberación y sus movimientos afines, en conexión con la Asociación de Teólogos Juan XXIII y otros enclaves. La revista claretiana “Misión Abierta” es otro portavoz del liberacionismo marxista especialmente incisivo.

    Uno de los participantes del encuentro de El Escorial en enero de 1972 fue el jesuita español Gonzalo Arroyo, que ya era coordinador del Grupo de los 80, conjunto marxista de sacerdotes chilenos en apoyo del régimen de Allende, que dio origen y sostén al grupo Cristianos por el Socialismo, cuyo nacimiento formal nació en Santiago de Chile tres meses después del Encuentro de El Escorial, en abril de 1972. (Ver artículo de Reyes Mate, miembro de CPS y del PSOE, jefe del gabinete de Maravall, en “El País”, 18-11-1981). El Grupo de los 80 se había formado durante el viaje de Fidel Castro a Chile, allí conferenciaron Castro y Allende: “que trataron —dice el imprudente ex dominico maravaliano— de poner al servicio del cambio chileno las potencialidades de la religiosidad latinoamericana”. Giulio Girardi y Hugo Asmann dominaron ideológicamente la constitución del CPS, según López Trujillo, que señala las vinculaciones del movimiento con los regímenes marxistas de Castro y Allende, claves de la estrategia soviética en América durante los años setenta. El jesuita español Arroyo era el enlace con el movimiento liberador.

    DOCUMENTO DE ÁVILA
    El Episcopado chileno condenó al movimiento Cristianos por el Socialismo en el mismo año 1972, lamentablemente pocos días antes del derrocamiento de Allende por los militares y la opinión pública. Pero Cristianos por el Socialismo renacía poco después en España, en el encuentro de Calafell, donde se redactó, en marzo de 1973, el llamado Documento de Ávila, carta fundacional de CPS con claro signo marxista, predominio comunista y apoyo de la infraestructura liberadora de los jesuitas españoles progresistas.

    Allí, en Calafell, estaban los tres José María del nuevo constantinismo izquierdista español; el comunista y antiguo fascista padre José María Llanos, SJ; el filomarxista, y pronto exclaustrado y expulsado de la Compañía de Jesús José María Díez-Alegría, y el canónigo socialista y diletante José María González Ruiz. Allí estaba el cristiano comunista Alfonso Carlos Comín, líder de “Bandera Roja”, adaptador de Mounier en España, que pronto se pasaría con armas y bagajes al PCE. Allí, representantes de la ORT, de la USO, del PCE y socialistas no adscritos. Aunque los promotores del encuentro serían los comunistas catalanes cristianos del jesuita, residente en Barcelona, Juan García Nieto, cuyo fichaje más importante sería su hermano de religión González Faus.

    El documento de Ávila, donde todo es falso —desde la fecha y el lugar—, decía en su vital punto 26: “Nuestra fe no tiene sentido si no se vive en la historia de un pueblo en marcha y dentro de una realidad de lucha de clases, que necesariamente comporta una llamada apremiante a la militancia política.” Punto 29: “El marxismo nos ha ayudado a comprender con profundidad científica la tarea histórica de la liberación.” Punto 35: “La lucha de clases pasa por la misma Iglesia.” Y en el punto 54 se definen como “cristianos que estamos comprometidos en una lucha marxista- revolucionaria”.

    COMUNIDADES DE BASE, EL TERCER FRENTE

    La jerarquía episcopal española advirtió inmediatamente el peligro de este movimiento. El cardenal Tarancón, que entonces se dejaba manipular menos, fue advertido y asesorado seriamente por dos notables teólogos españoles: los profesores Olegario González de Cardenal y Fernando Sebastián Aguilar, teólogo de excelente formación y clara doctrina, que desde entonces hasta hoy ha mantenido, en tan delicado problema, una posición de admirable coherencia intelectual y pastoral. En unos encuentros organizados por el cardenal Tarancón en Madrid durante el año 1976, a los que fue invitado el historiador que firma esta investigación junto con otros periodistas católicos como Luis Apostua, se nos daba ya puntual noticia de los inicios de Teología de la Liberación y Cristianos por el Socialismo; se subraya la evidente conexión entre los dos y con el movimiento Comunidades de Base; se nos hacía (por parte del profesor Sebastián) una profunda y certera crítica de los tres; se nos calificaba a monseñores Palenzuela y Setién como teólogos de la izquierda; se nos revelaba que en ese año —1976— los líderes del movimiento CPS en España eran unos cincuenta sacerdotes, de ellos veinte en Madrid, unos ocho en Valladolid, con la idea de llegar a tres coordinadores por diócesis. Y se nos explicaba la transformación de algunos movimientos político-sindicales de raíz cristiana —la ORT, la JOC, la Fuerza Sindical— en apoyos activos al movimiento Cristianos por el Socialismo. (…)

    La vinculación del movimiento marxista Comunidades de Base con la Teología de la Liberación está clarísima en la obra clave del teólogo liberador Leonardo Boff "Iglesia, carisma y poder" (Sal Terrae, 1984, con el capítulo VIII suprimido) y en la colección de la revista española “Pastoral Misionera”. La conexión del movimiento Comunidades de Base en España con el movimiento Cristianos por el Socialismo se comprueba en el documento CPS de marzo de 1975, Informe sobre el Estado español; en estos documentos CPS exaltaba al PCE como la fuerza dominante de la izquierda española con menosprecio absoluto al PSOE; luego, al ver su error, han cultivado al PSOE. (...)
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  2. #2
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    Re: Jesuitas: marxismo, desintegración y aniquilación tras el Vaticano II y el P. Arr

    La crisis de la Compañia de Jesús no es algo que proviene de estos ultimos tiempos.
    Sugiero la detenida lectura del célebre Breve "Dominus ac Redemptor" del Papa Clemente XIV, de 1773, en el que abolió la Compañia.

  3. #3
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    Re: Jesuitas: marxismo, desintegración y aniquilación tras el Vaticano II y el P. Arr

    LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN DESENMASCARADA

    RICARDO DE LA CIERVA

    (ABC-4 y 5/4/1985)

    Los antecedentes inmediatos: la Conferencia de Medellín

    La efervescencia de la Iglesia en Iberoamérica, ansiosa de encontrar caminos nuevos de compromiso y evangelización, se espejó en la II Conferencia General del Episcopado Iberoamericano, celebrada en la ciudad colombiana de Medellín en agosto de 1968. En Medellín se proclamó valientemente la lucha por la justicia, de acuerdo con el Concilio y con la Encíclica Populorum progressio; pero ni se propuso como remedio la violencia, ni la estimularon ―en expresión de uno de los grandes orientadores de la Conferencia, el futuro cardenal Alfonso López-Trujillo― “los conflictos de clases en el sentido marxista, ni se exasperó la dialéctica de los conflictos”. Medellín vetó el liderazgo y la militancia política de los sacerdotes; pero una tenaz propaganda impuso luego una interpretación reduccionista de la Conferencia como si se hubiese consagrado allí la apología de la praxis revolucionaria. “Esta interpretación reductiva de la Conferencia de Medellín ―dice el citado cardenal― sirvió de catalizador para la amalgama de influencias y para una primera formulación en un folleto de Gustavo Gutiérrez.” En la estela falseada de Medellín-1968 nació, pues, la teología de la liberación.

    ¿Cuáles eran esas influencias? Dos oleadas de teología europea, con algunas resonancias autóctonas en Iberoamérica. La primera oleada de influencia europea sobre el caldo de cultivo americano fue italo-francesa: Giraldi y Blanquart. Giulio Girardi era entonces (luego abandonó) un salesiano que pasó de la crítica a la confesión marxista, fue privado de su cátedra en el Ateneo romano de su orden y luego dictó en la Universidad de Deusto, dirigida por los jesuitas vascos, una famosa conferencia que sembró la T. de la L. en España: Cristianismo y lucha de clases. Paul Blanquart, dominico, enseñaba en el Institut Catholique de París y aceptó plenamente la metodología marxista y la cooperación de cristianos y marxistas.

    La segunda oleada de fecundación europea —pese a que los teólogos de la liberación claman siempre contra la incomprensión europea de sus situaciones, tomaron el impulso teológico de Europa (…) Varios “padres” iberoamericanos y españoles de la T. de la L. estudiaron en algunos centros teológicos alemanes que lanzaban nuevas y extrañas modas de compromiso teológico. El marxista Ernst Bloch con su Principio esperanza, el protestante Jürgen Moltmann y el jesuita J. B. Metz, profesor en Munster y creador de la teología política (que significa precisamente eso) son los inspiradores germánicos, que también influyeron en un grupo de teólogos españoles —sobre todo jesuitas— formados en Alemania y destinados a integrar, en España e Iberoamérica, la “segunda generación” de los libertadores. Luego hablaremos de ello. Baste decir que los discípulos iberoamericanos radicalizaron tanto el mensaje europeo que el propio Moltmann les acusó —en la Carta abierta a José Miguez Bonino— de la “originalidad latinoamericana de la T. de la L. estaba en las tesis de Marx y Engels”. Así la llamada teología progresista desembocó groseramente en teología marxista, según uno sus los principales inspiradores.

    La teología de la liberación es marxista: las pruebas

    Los teólogos de la liberación han imitado del marxismo la creación de un nuevo lenguaje en el que se atrincheran para evitar el diálogo coherente. Tienen la luz clara y se refugian en torpes distingos y recovecos, entre los cuales el más frecuente es que no hay una sino varias teologías de la liberación; y la que el interlocutor critica nunca es la suya. Pues bien, no hay más que dos teologías de la liberación. La ortodoxa, que nace del mensaje liberador del Evangelio interpretado por el magisterio de la Iglesia, y la marxista, que agrupa genéricamente a todas esas corrientes personalistas que pretender ser teologías individuales y no son más que variaciones a cargo de los diversos intérpretes o vedettes del movimiento. La piedra de toque para distinguirlas es el acuerdo con el magisterio de la Iglesia; el acuerdo real, no el falso, porque los teólogos de la liberación, como demostraré, caen muchas veces en la falsía y el juego sucio más flagrante.

    No podemos analizar, en los límites de este trabajo, la obra de todos los teólogos de la liberación. Nos centraremos en el contexto —es decir, en las claves, no en citas caprichosas— de algunos solamente.

    Gustavo Gutiérrez es el padre de la Teología de la Liberación, con su libro de 1972 que se llama precisamente así. (Cito por la décima edición, Salamanca, Sígueme, 1984). Es un sacerdote indio peruano, nacido en 1928, formado en Europa y directivo de la revista “Concilium”, órgano de la Teología progresista. Su célebre libro —que es un tratado de antropología política marxista— se abre (p. 21) con una cita del ideólogo marxista-leninista Antonio Gramsci; su primera tesis es que “el marxismo, como marco formal de todo pensamiento filosófico de hoy, no es superable”, tesis de Sartre con la que se identifica Gustavo Gutiérrez (p. 32). Presenta al teólogo como intelectual orgánico en sentido gramsciano (p. 37), es decir, como infiltrador del marxismo en la sociedad; reconoce que la interpretación del Evangelio ha de ser política (p. 38). Propone como objetivo final la sociedad socialista: “Únicamente una quiebra radical del presente estado de cosas, una transformación profunda del sistema de propiedad, el acceso al poder de la clase explotada, una revolución social que rompa con esa dependencia puede permitir el paso a una sociedad distinta, a una sociedad socialista. En esta perspectiva, hablar de un proceso de liberación comienza a parecer más adecuado y más rico en contenido humano. Liberación expresa, en efecto, el ineludible momento de ruptura que es ajeno al uso corriente del término desarrollo” (p. 52). Cita elogiosamente al marxista Marcuse en la p. 53, y profesión abierta al marxismo en las pp. 57/58: “Marx irá construyendo un conocimiento científico de la realidad histórica. Marx forja categorías que permiten la elaboración de una ciencia de la historia. Tarea abierta, esa ciencia contribuye a que el hombre dé un paso más en la senda del conocimiento crítico al hacerlo más consciente de los condicionamientos socioeconómicos de sus creaciones ideológicas y, por tanto, más libre y lúcido frente a ellas. Pero, al mismo tiempo, le permite —si se deja atrás toda interpretación dogmática y mecanicista de la historia— un mayor dominio y racionalidad su iniciativa histórica. Iniciativa que debe asegurar el paso del modo de producción capitalista al modo de producción socialista, es decir, que… establecido el socialismo, el hombre pueda comenzar a vivir libre y humanamente.”

    Nueva conciencia social

    Se apunta Gutiérrez en la p. 122, a las tesis de Rosa Luxemburgo, Lenin y Bujarin sobre el imperialismo y el colonialismo (aunque nada dice en contra del imperialismo soviético, nacido de esas teorías) y afirma en la p. 125 que el desarrollo autónomo latinoamericano es inviable dentro del sistema occidental; clama por la liberación de la opresión ejercida por los Estados Unidos de América (p. 126), reconoce que la bandera de la liberación latinoamericana tiene signo socialista (p. 129), exalta “la figura señera de José Carlos Mariategui”, el marxista peruano (p. 129), cita como apoyo de sus tesis a Fidel Castro (p. 131); insta al “compromiso con los grupos políticos revolucionarios” (p. 139); distingue entre la violencia injusta de los opresores y la violencia justa de los oprimidos; declara de nuevo que es necesario “optar por la propiedad social de los medios de producción” (p. 157); politiza la figura de Jesús y admite la posibilidad de un error esencial por parte de Jesús (p. 306) y da la clave del libro y de toda la T. de la L. en la p. 318: “El proyecto histórico, la utopía de la liberación como creación de una nueva conciencia social, como apropiación social no sólo de los medios de producción, sino también de la gestión política y en definitiva de la libertad, es el lugar propio de la revolución cultural, es decir, de la creación permanente de un hombre nuevo en una sociedad distinta y solidaria. Por esta razón, esa creación es el lugar de encuentro entre la liberación política y la comunión de todos los hombres con Dios.”

    En todo un epígrafe, desde la p. 352, exalta Gutiérrez la lucha de clases como motor de la Historia. Se apunta a la tesis de Girardi. Reprueba, con el marxista Alhusser (recientemente suicidado en una bañera), la unidad de la Iglesia como un mito (p. 359), Y llega al colmo cuando interpreta la lucha para eliminar a los enemigos de clase como prueba superior de amor: “Hoy, en el contexto de la lucha de clases, amar a los enemigos supone reconocer y aceptar que se tienen enemigos de clase y que hay que combatirlos. No se trata de no tener enemigos, sino de no excluirlos de nuestro amor. Pero el amor no suprime la calidad de enemigos que tienen los opresores ni la radicalidad del combate contra ellos. El amor a los enemigos, lejos de suavizar las tensiones, se convierte en una fórmula subversiva.” Es decir, que los teólogos de la liberación nos aman tanto que están deseando eliminarnos; es la filosofía de ETA, por ejemplo, y el momento en que el libro de Gutiérrez se convierte en una brutal tomadura de pelo.

    No analizaremos in extenso más obras; basta con esta detallada presentación del padre de la T. de la L., para calificar como marxista el movimiento. Pero añadamos otros rasgos casi telegráficos.

    Dos generaciones de “liberadores”

    Hugo Asmann, brasileño, próximo a la Compañía de Jesús, colaborador político de Salvador Allende, en su libro clave Teología desde la praxis de la liberación, se confiesa abiertamente marxista, justifica plenamente la violencia, politiza hasta el último acto de la vida privada humana, y “sólo llamará cristiano a aquellos que profesen un ateísmo que simultáneamente confiese que sólo el hombre es Dios para el hombre” (Mateo Seco). Acabó protestante.

    Enrique Düssel, sacerdote argentino, es el historiador marxista del grupo. Publicó en España (Ed. Nova Terra) y en 1972 su Historia de la Iglesia en América Latina, desde una perspectiva marxista radical donde, sin embargo, se reconoce el enorme esfuerzo evangelizador de España en América. Pero junto a sus manías marxistas posee auténticas dotes de historiador.

    Estos tres nombres me parecen el trio clave para la primera generación de la T. de la L.

    La segunda generación está formada por otro grupo en que destacan los jesuitas, y especialmente los jesuitas españoles.

    Leonardo Boff, franciscano brasileño, formado en Múnich, célebre por el aprovechamiento publicitario de sus recientes interrogatorios en Roma, donde preparó con la complicidad de la Prensa anti vaticana varias trampas a la Curia. Hay edición española de su libro más importante, Iglesia: carisma y poder (Sal Terrae, 1982).

    Ignacio Ellacurría, jesuita vasco formado en Alemania, rector de la Universidad Católica de San Salvador y ciudadano salvadoreño. Es el estratega del grupo, aunque contribuye a veces con escritos en el diario “El País” y en sentido radical, como en sus acusaciones como la violencia USA en Centroamérica (sin decir una palabra de la violencia cubana y soviética) el 16-04-1984.

    Juan Luis Segundo, jesuita uruguayo formado en Europa, que en El hombre de hoy ante Jesús de Nazaret presenta a Jesús como agitador político fracasado, que percibe su cruz no como entrega, sino como fracaso; y con un trasfondo de lucha de clases, los discípulos interpretan su figura y su misión después de la Crucifixión privándola de la clave política para hacerla universal.

    Jon Sobrino, jesuita vasco recriado en Barcelona, ingeniero formado en Alemania, profesor en San Salvador y ciudadano salvadoreño; en una reciente estancia española se negó a calificar la violencia de ETA (“Ya”, 12-02-1985). Especialista en cristología —donde presenta a Jesús como un precursor de los liberadores—, trata de servir de puente entre la teología progresista europea y la Teología de la Liberación en América, según las perspectivas de ésta. Para él, “el capitalismo y la seguridad nacional se presentan como ídolos, dioses de la muerte” (Resurrección de la verdadera Iglesia, 1984, p. 183), y el verdadero Dios es el que fomenta la liberación.

    J. L. González Faus, jesuita español, promotor marxista de los Cristianos por el Socialismo, famoso en el mundo editorial español por otra trampa semejante, y más grave, a la del capítulo VIII de Boff. Otro jesuita mucho más formado, E. Menéndez Ureña, doctor en Teología, Filosofía y Economía, publicó en Unión Editorial, Madrid, 1981, un excelente libro, El mito del cristianismo socialista, al que González Faus, sin aceptar el diálogo, replicó con un panfleto, El engaño de un capitalismo aceptable, en la editorial de la Compañía de Jesús Sal Terrae. Quiso entonces Ureña acudir a la misma editorial para replicar, y Sal Terrae, muy democráticamente, le negó el derecho de réplica. Entonces Ureña pulverizó al marxista Faus en Unión Editorial con El neo clericalismo de izquierda. Así de limpio juegan los teólogos de la liberación.

    Esta siembra ideológico-marxista, de origen netamente europeo, caía, pues, en el caldo americano de cultivo preparado, desde después del Concilio, por misteriosas agrupaciones de sacerdotes, como el grupo Golconda en Colombia, que enarboló la bandera del cura guerrillero y —en sus últimos tiempos— marxista Camilo Torres, de la aristocracia colombiana; o la sociedad peruana ONIS, que acogió el mensaje primordial de Gutiérrez. Estos grupos difundían también la obra pedagógica del escritor marxista brasileño Pablo Freire, muy divulgada también por el sistema comunista de comunicación en España; este autor se quitó al fin la careta de pedagogo para revelar que su interés consistía en la difusión política del marxismo. Pero en la relación de nombres y contactos que acabamos de enumerar figuran varios jesuitas españoles. Es necesario relacionar el desarrollo de la T. de la L. con la crisis de la Compañía de Jesús, sobre todo en España. (…)

    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  4. #4
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    Re: Jesuitas: marxismo, desintegración y aniquilación tras el Vaticano II y el P. Arr

    LA COMPAÑÍA DE JESÚS: ¡JESÚS, QUÉ COMPAÑÍA!

    Pablo Molina


    19/3/2009

    Con el Concilio Vaticano II, muchas de las tesis que habían sido condenadas repetidamente por los pontífices anteriores no sólo fueron admitidas, sino que, en un claro abuso en la interpretación de las constituciones conciliares se incorporaron al magisterio oficial de la Iglesia Católica.

    El sector progresista de la jerarquía había abandonado la filosofía y la teología perennes, que siempre habían constituido la esencia de la exégesis católica, para adoptar como propias las ideas relativistas y la teología protestante. En otras palabras, muchos sacerdotes, algunos obispos y cardenales y casi todos los teólogos dejaron de ser tomistas para convertirse en kantiano-hegelianos. La Revelación como fuente de verdad teológica fue negada, y la filosofía del ser (la realidad existe y puede ser reconocida por el hombre con ayuda de la razón) fue sustituida por una teología ignorantista en la que todo se hacía depender de la conciencia individual, única fuente de la verdad y aun de la divinidad.

    Ilustres cardenales y los teólogos más influyentes negaron directamente la historicidad de los Evangelios y aun la divinidad de Cristo para adaptar la teología católica al lenguaje hegeliano, que hace evolucionar todas las cosas desde un todo primigenio, uniendo los contrarios para superarlos a través de la dialéctica. La conclusión necesaria es la imposición del nuevo ecumenismo, según el cual todas las religiones son fuente de salvación, en tanto que todas participan del impulso divino original. La labor de la Iglesia Católica, por tanto, no sería ya defender el depósito de la fe revelada por Cristo, sino abrazar al resto de confesiones para superar dialécticamente las discrepancias y alcanzar la unidad espiritual del género humano.

    Los defensores de esta tesis, que tras el Concilio Vaticano II pasa a ser la oficial de la Iglesia (ahí están las aberraciones de los encuentros de Asís, con sacerdotes católicos, budistas y practicantes del vudú rezando "al mismo Dios"), nada dicen de la tradición martirial de tantos y tantos santos y santas que entregaron su vida por la fe de Cristo. Si todas las religiones son válidas e iguales en esencia, ¿para qué se derramó tanta sangre intentando convertir a los demás?

    Congar, De Lubac y Rahner fueron los padres de esta revolución en la Iglesia Católica y los auténticos protagonistas del Concilio Vaticano II. Condenados los tres en los años cincuenta por sus tesis anticatólicas, tras el Concilio serían elevados al cardenalato por su "eminente teología" (sic).

    Una teología sin ser y una Revelación sin Cristo desembocan necesariamente en una religión sin Dios. Lo siguiente es la conversión al marxismo, como ocurrió con los jesuitas. Fue una empresa realmente fácil, dada la capacidad de los estrategas marxistas para ocupar todo tipo de organizaciones. Si tenemos en cuenta además que el principal objetivo del marxismo en los años sesenta y setenta fue infiltrarse en la Iglesia Católica a través de sus sectores más progresistas, no puede sorprender que el orden jesuita, tradicionalmente el Instituto más relevante en materia científica, haya sido en los últimos años el principal agente propagador de las ideas comunistas por todo el mundo.

    El libro de Ricardo de la Cierva que hoy comentamos es, precisamente, la obra capital para comprender cómo fue llevada a cabo esta labor de infiltración y hasta qué punto los jesuitas abandonaron a su fundador para convertirse en vulgares esbirros de la Internacional Socialista. La crisis brutal que padece el orden jesuita (el número ridículo de vocaciones convierte en ineluctable la desaparición a medio plazo de la Compañía) es el pago que han recibido los ignacianos, a cuyos superiores jerárquicos cabe atribuir una visión de las cosas francamente mejorable: mientras que han sido absolutamente incapaces de convertir un solo marxista al catolicismo, miles de jesuitas abandonaron los hábitos para participar en la lucha de clases, algunos con el kalashnikov al hombro, para que no se diga.

    La infiltración, esencial para comprender esta evolución asombrosa de los jesuitas, aporta, como es costumbre en las obras de De la Cierva, una documentación que la convierte en inapelable. Incluso afirmaciones que pueden parecer arriesgadas al profano aparecen a los ojos del lector de estas páginas como realidades incontestables. Es lo que ocurre con la llamada "Teología de la Liberación", impulsada por los jesuitas –especialmente en Hispanoamérica–, cuyo origen De la Cierva sitúa en la Congregación General del Instituto celebrada en El Escorial en 1972, en la que prevalecieron las tesis del marxista (y sedicentemente jesuita) Gustavo Gutiérrez. Desde los años cincuenta, la expansión del movimiento PAX había contribuido al adoctrinamiento de los grupos católicos en la escatología marxista, pero tras el acontecimiento trascendental de El Escorial los jesuitas deciden pasar a la praxis gramsciana y organizar todo tipo de movimientos subversivos en defensa del socialismo.

    Pero no bastaba con iniciar a los católicos en el marxismo-leninismo. Hacía falta una doctrina específica que aglutinara en esta ideología a las comunidades de base y a los movimientos clericales contestatarios, para así crear una nueva Iglesia, dedicada a la defensa de las clases oprimidas, y acabar con una jerarquía institucional "caduca y entregada al capitalismo". La Teología de la Liberación cumplió ese papel a la perfección.

    Ignacio Ellacuría.

    Ricardo de la Cierva señala con nombres y apellidos a los responsables de esta transformación revolucionaria de un sector de la Iglesia por obra y gracia de la Compañía de Jesús. La más brava infantería del Papa, luz de Trento y defensora tan implacable como brillante del catolicismo frente a las herejías, se convirtió en el tonto útil del marxismo, la aberración más sangrienta que jamás ha surgido del espíritu humano.

    Quizás el capítulo más impactante, por su dramatismo, de La infiltración es el dedicado al padre Ignacio Ellacuría, asesinado en la sede de la Universidad Centroamericana de El Salvador junto a varios compañeros de la orden. Sin dejar de lado la piedad y comprensión que en cualquier espíritu noble provocan estos hechos salvajes, De la Cierva sitúa en su verdadero contexto la trayectoria y actividades de los jesuitas comandados (nunca mejor dicho) por el padre Ellacuría y las labores directas de subversión llevadas a cabo por su grupo, que hicieron de la UCA un centro logístico de apoyo a los comandos marxistas de la zona.

    Ellacuría, admirador del Che Guevara hasta el fanatismo, se convirtió voluntariamente en el protagonista principal de la estrategia de expansión marxista en Hispanoamérica patrocinada por Fidel Castro (es decir, por el PCUS soviético), a cuyo éxito supeditó su condición de sacerdote de Cristo.

    El asesinato de los jesuitas de la UCA fue injustificable. Pero Ellacuría nunca fue el apóstol de la modernidad y la paz dibujado en los homenajes posteriores, sino el de la represión y la violencia marxistas, como queda acreditado en las páginas conmovedoras que De la Cierva dedica a este suceso.

    En esta obra, que se suma a otros trabajos anteriores del autor dedicados a desenmascarar la estrategia marxista de aniquilación de la Iglesia tradicional, el lector dispone de abundantes documentos que demuestran más allá de lo discutible la existencia real de esa campaña global diseñada por los comunistas, así como de los datos de las personas que ejercieron gustosamente de agentes infiltrados, fascinados por una propaganda absolutamente falsa sobre las bondades del socialismo.

    Las aportaciones esenciales de Ricardo de la Cierva a la historiografía española se completan con este nuevo libro, cuyos límites rebasan lo nacional español por la propia condición universal de la Iglesia Católica, a cuya defensa consagra estas páginas de forma brillante. Quien quiera conocer de primera mano cómo ha podido descarrilar la venerable institución católica de forma tan grotesca, tiene que leer La infiltración: es un libro espléndido, y como tal debe ser recomendado.

    RICARDO DE LA CIERVA: “LA INFILTRACIÓN”. Fénix (Madrid), 2008, 574 páginas).


    https://www.libertaddigital.com/opinion/libros/la-compania-de-jesus-jesus-que-compania-1276236394.html
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    Re: Jesuitas: marxismo, desintegración y aniquilación tras el Vaticano II y el P. Arr

    Visión reciente de la Compañía de Jesús española: su persecución por la II República, restablecida por Franco y degeneración posconciliar.

    Se hace hincapié en la escandalosa apostasía del jesuita y comunista confeso P. Llanos, antiguo admirador fanático de Franco, de la España nacional y de la Falange.


    Revista FUERZA NUEVA, nº 549, 16-Jul-1977

    En el XLI aniversario del Alzamiento nacional

    El 18 de julio de 1936, el Ejército, Requeté, la Falange y los españoles patriotas se levantaban frente a la tiranía republicano-marxista. Lo que ha representado el Alzamiento, la victoria y el Estado nacional está presente para todos. Pero queremos en este aniversario hacer hincapié en un aspecto particular, que tiene su miga. Gracias al Alzamiento nacional, la Compañía de Jesús fue restaurada en España. Quien ha saludado la Historia sabe de sus grandes persecuciones, la extinción de la misma por Clemente XIV, la expulsión de España por Carlos III y, finalmente, por no alargar las referencias, la canibalesca disolución de la Compañía de Jesús por la segunda República, en 1932.

    El decreto republicano era de una crueldad refinada. Se aplicaba el artículo 26 de la Constitución, y se alegaba como motivo para su extinción el voto de “obediencia a autoridad distinta de la legítima del Estado”, o sea, al Santo Padre. Y eso lo legislaban los marionetas de la masonería y del comunismo.

    Para entender cuál era la gravedad de esta disolución, reproducimos algunos de los extremos del decreto:
    Artículo 1.º Queda disuelta en el territorio español la Compañía de Jesús. El Estado no reconoce personalidad jurídica al mencionado instituto religioso ni a sus provincias canónicas, casas, residencias, colegios o cualesquiera otros organismos directa o indirectamente dependientes de la Compañía. Artículo 2º Los religiosos y novicios de la Compañía de Jesús cesarán en la vida común dentro del territorio nacional en el término de diez días a contar desde la publicación del presente decreto. Transcurrido dicho termino, los gobernadores civiles darán cuenta al Gobierno del cumplimiento de esta disposición. Los miembros de la disuelta Compañía de Jesús no podrán en lo sucesivo convivir en un mismo domicilio en forma manifiesta ni encubierta, ni reunirse o asociarse para continuar la extinguida personalidad de aquélla… Art. 5.º Los bienes de la Compañía pasan a ser propiedad del Estado, el cual los destinará a fines benéficos y docentes”.
    Los modos democráticos brillan con todo su esplendor, ¿verdad?

    El éxodo y dispersión de la Compañía fue cosa de días. En las Cortes constituyentes, José María Lamamié de Clairac, diputado tradicionalista, y otros, hicieron grandes y enérgicas defensas de la Compañía de Jesús, “guillotinadas” por el gobierno republicano. ¡Tiene antecedentes, lo de la guillotina! “El Debate”, de 26 de marzo de 1932, lo calificaba así:
    Estamos frente a un acto de política sectaria. Los jesuitas no son disueltos por el cuarto voto, sino por los votos que ligan otros personajes con ocultas potencias. ¡Si fuera éste el primer desarrollo del plan de la masonería!”

    Pío XI publicó la encíclica “Dilectissima nobis” dirigida a España, y denunciando ante el mundo entero la persecución permanente y brutal de la República contra la Iglesia y contra el propio Papa, ofendido personalmente con la eliminación de la Compañía de Jesús.

    Los jesuitas que permanecieron en España, al llegar el 18 de julio de 1936, muchos de ellos conocieron el martirio. Se debían divulgar las obras “Nuestra ofrenda”, de José María de Llanos S. I. -entonces con el “de” nobiliario-, en un volumen realmente hermoso por su prosa, emoción y contenido. El padre Llanos, jesuita de San Ignacio de Loyola, reproduce y explica los heroísmos de tantos y tantos jesuitas de la provincia de Toledo, en la zona roja, en el frente, en la retaguardia. Incluso inserta versos tan comprometidos como éste:

    Cuando esté ya aplastado el enemigo,
    cuando esté ya la patria rescatada,
    entonces regirá nuestro destino
    un Caudillo, un Imperio y una Espada.
    Arriba España,
    gloria al Caudillo;
    de nuevo asombre el orbe entero nuestra historia,
    fe en la victoria
    que ya ilumina
    la ansiada aurora del Imperio español.
    Combate el Dios del cielo en nuestra guerra,
    la fe de nuestros padres defendemos;
    si vencemos, vencemos en la tierra,
    si morimos, triunfaremos en el cielo.

    Igualmente es testimonial el libro “Los jesuitas en el Levante rojo”, que aunque es de autor anónimo, el padre Juan Guim, tan amigo de mis padres, nos lo regaló en una visita que nos hizo en nuestra casa solariega de Mataró, y en el curso de la comida me dijo había colaborado grandemente en su redacción el padre Miguel Batllori -el ferviente admirador de Pío XII-, y en donde toda la tragedia jesuítica de Cataluña y Valencia queda narrada en forma magistral. Ciertamente, la Compañía de Jesús bajo la República y la Generalidad estaba acabada para siempre en España. Solamente un hecho fuera de serie, el impulso providencial de un pueblo que no se resignó a ser esclavo, podía devolverle su libertad, su existencia y las posibilidades de actuar en bien de la Iglesia y de España.

    Me acuerdo perfectamente de que el general Mola, en Pamplona, durante la Cruzada, me contó personalmente que le había visitado un provincial de la Compañía de Jesús, y le había ofrecido la incorporación de doscientos novicios en edad de quintas y estudiantes jesuitas que estaba en Italia, Francia y Bélgica. Mola, tan aparentemente duro, contestó:

    No, que estudien, que se formen. Doscientos soldados más o menos no influirán en el curso de la guerra. En cambio, doscientos jesuitas el día de mañana serán necesarios para el bien espiritual de España”.

    Así eran nuestros generales.

    Gracias al Alzamiento Nacional, la Compañía de Jesús resurgió en España. Y la gloria de su resurrección tiene un nombre: Francisco Franco. En el “Boletín Oficial”, del 7 de mayo de 1938, se publicaba el siguiente decreto:

    Las fuerzas secretas de la Revolución, en su incesante trabajar por la destrucción de España, una vez más hicieron certero blanco de sus odios a la egregia y españolísima Compañía de Jesús, decretando su disolución en 23 de enero de 1932, en disposición promulgada (según decía su preámbulo) para ejecución del artículo 26 de la Constitución, que, lejos de recoger los anhelos nacionales, sintetizaba, en forma de preceptos legales, los dictados de las Logias enemigas irreconciliables de la Gran Patria Española.
    De este despertar glorioso de la Tradición española forma parte principal el restablecimiento de la Compañía de Jesús en España, en la plenitud de su personalidad, y esto por varias razones:
    En primer término, para reparar debidamente la injusticia contra ella perpetrada.
    En segundo lugar, porque el Estado Español reconoce y afirma la existencia de la Iglesia Católica como sociedad perfecta en la plenitud de sus derechos y, por consiguiente, ha de reconocer también la personalidad jurídica de las Órdenes religiosas canónicamente aprobadas, como lo está la Compañía de Jesús desde Paulo III a Pio VII y sus sucesores.
    En tercer término, por ser una Orden eminentemente española y de gran sentido universal, que hace acto de presencia en el cenit del Imperio Español, participando intensamente en todas sus vicisitudes, por lo que, con feliz coincidencia, caminan siempre juntos en la Historia las persecuciones contra ella y los procesos del desarrollo de la Antiespaña.
    Y, finalmente, por su enorme aportación cultural, que tanto ha contribuido al engrandecimiento de nuestra Patria y a aumentar el tesoro científico de la humanidad, por lo que Menéndez Pelayo calificó su persecución de "golpe mortífero para la cultura española y atentado brutal contra el saber y las letras humanas”.
    Por todas estas razones, y a propuesta del ministro de Justicia, y previa deliberación del Consejo de Ministros, DISPONGO:
    Quedan totalmente derogados el Decreto de 23 de enero de 1932, sobre disolución de la Compañía de Jesús en España e incautación de sus bienes, y todas las disposiciones dictadas como complemento o para ejecución de dicho Decreto…
    Así lo dispongo por el presente Decreto.
    Dado en Burgos a 3 de mayo de 1938.
    Francisco Franco. El ministro de Justicia, Tomás Domínguez Arévalo”.

    Con este acto señero de gobierno, Franco se incorporaba a la Historia como uno de los más grandes bienhechores de la civilización cristiana. Y esto afirmado por la propia Compañía de Jesús.

    Una carta del padre W. Ledochowski

    La Iglesia reconoció el Alzamiento Nacional como única medida legítima de defensa de un pueblo oprimido por un despotismo incurable, agotados todos los recursos pacíficos y de negociación, fracasados totalmente el cardenal Vidal y Barraquer, el nuncio Tedeschini y José María Gil Robles en sus tozudos y reiterados intentos de bautizar lo que no era sujeto de sacramento: una República visceral e intrínsecamente masónica y volcada impepinablemente a cumplir el designio leninista de trocarse en la segunda nación soviética del mundo. Los documentos pontificios sobre la total licitud y moralidad del Alzamiento ni han palidecido ni se pueden olvidar; particularmente la Carta Colectiva del Episcopado español, del 1 de julio de 1937, con las adhesiones de obispos del mundo entero.

    Lo que no resulta tan conocido es lo que escribió el entonces general de la Compañía de Jesús, padre W. Ledochowski, encargando a todos los jesuitas la difusión de la Carta Colectiva. El texto dice así:

    Rvdo. Padre en Cristo:
    Acaba de publicarse la Carta Colectiva que el Episcopado español ha dirigido a los obispos del mundo, con ocasión de la guerra y de la profunda conmoción que sacude a España. En este documento, del que se remitirá a V. R. un ejemplar, se recogen con diligencia y se exponen con fidelidad los hechos principales, y se enfocan con luz meridiana por testigos mayores de toda excepción.
    En la guerra de España se ventila principalmente la salvación o la ruina total de la fe cristiana y los fundamentos de todo orden social. Sobre ella se han propalado por los enemigos de la Iglesia y desgraciadamente por algunos católicos de ciertos países malamente engañados, infundios no sólo ajenos a la verdad, sino en gran manera dañadores a los intereses católicos.
    Por ello, me ha parecido sería servicio de Dios encargar a V. R. se entere de esa Carta Colectiva y procure difundir su conocimiento lo más ampliamente que le sea posible. Porque merced a ella, ya por la seguridad que da tan excelente, ya por el peso de la autoridad que lleva a los hombres de buena voluntad, tendrán medio seguro de conocer la verdad y de formarse opinión recta en negocio de tanta monta.
    Me encomiendo en sus oraciones.
    De V. R. siervo en Cristo. W. Ledochowski, S. I.”

    Es un documento histórico que no hay que olvidar. Por esto conviene saber que la Compañía de Jesús ha guardado, a lo menos oficialmente, agradecimiento imperecedero a Franco. Y al llegar la hora de la muerte del Caudillo, el actual provincial de España de la Compañía de Jesús, padre Pedro Ferrer Pi, recordó a todos los jesuitas la obligación que tenían de celebrar tres misas en sufragio de Francisco Franco. Y nos parece muy lógico que así lo hicieran.

    Franco, entre Pablo VI y el P. Arrupe

    Cuando Franco restituyó la Compañía de Jesús, se reavivó su presencia total en la vida española, se llenaron los noviciados, se multiplicaron las vocaciones, y los jesuitas, con la jerarquía, el clero y todas las órdenes religiosas, hicieron un bien inmenso la nación.

    Después, ya en 1965, se produce una auténtica crisis no superada de la Compañía de Jesús. Las alocuciones de Pablo VI en diversas ocasiones, las cartas del cardenal Villot, los escándalos Díez-Alegría, Leita, Llanos, Gonzalo Arroyo, y toda una escalada de errores máximos, vienen a demostrar que aquella Compañía de Jesús, en el pontificado de Pablo VI y, sobre todo, bajo el generalato desastroso del padre Arrupe, alcanza límites devastadores, realmente inauditos. Se pone en boca de uno de los provinciales de la Compañía de Jesús, acerca del padre Arrupe, esta frase: “Es el hombre elegido por la Providencia para desmontar uno a uno los ladrillos de la Provincia”.

    Y así, un grupo de jesuitas españoles transmitió a Pablo VI esta carta desoladora, pidiéndole su intervención ejecutiva, y no solamente verbal, para salvar la Compañía:

    Santísimo Padre: con el corazón deprimido después de haber esperado infructuosamente durante años, acudimos de nuevo a la bondad, rectitud y justicia de vuestra santidad, único remedio que nos queda. Nuestros superiores mayores no nos escuchan, nos marginan sistemáticamente y somos víctimas de una persecución injusta, contra todo derecho y todo respeto a la dignidad de nuestras personas, sólo porque deseamos vivir lo que hemos profesado a Dios ante la Iglesia y porque nos oponemos a la marcha suicida que lleva la Compañía de Jesús, mientras avanza cada día la secularización de nuestra vida (aunque falsamente se afirme lo contrario). Desde la cúspide se trabaja por construir una nueva Compañía que no es la de San Ignacio, y por eso no podemos aceptar. El término de ese proceso se ve ya en la anunciada Congregación General, que se prepara y seguramente se celebrará en esa tendencia inadmisible, sin que tengamos manera de impedirlo… Se nos hace una grave injusticia al empujarnos hacia una exclaustración que nos señalaría con marca infamante y dejaría sin resolver un problema no individual, sino comunitario. Estamos persuadidos, y el tiempo nos está dando la razón, de que es inútil esperar nada ni de la aprobación ni siquiera de la tolerancia del gobierno superior de la Compañía, abiertamente orientado en sentido contrario. Seguimos siendo oprimidos y la opresión crecerá sin remedio; se invoca un diálogo que no es ni será nunca diálogo, sino opresión e imposición desde arriba de algo que en conciencia no podemos admitir”.

    Quizá en España el drama de la Compañía de Jesús todavía es más doloroso, dada la persecución sufrida y la gloriosa restauración de la misma. (…)

    Lo que va de ayer a hoy

    Lo que escribió el padre Llanos estaba en la línea de la doctrina católica, de los Papas y de la auténtica Compañía de Jesús. Ya sabemos que actualmente (1977) el padre Llanos es el carnet 14.774 de las Comisiones Obreras, y el jesuita del puño cerrado en los mítines comunistas. Pensamos que todo esto debería hacer reflexionar a Pablo VI y al Episcopado español sobre el alcance de la corrupción sufrida dentro de la Iglesia, a cargo de la descarada infiltración marxista. Hombres de tan limpia pureza de pensamiento como el padre Llanos han caído en lo más hondo, y todavía permanecen dentro de la sedicente Compañía de Jesús. Los eclesiásticos, en parte, están muy dañados. También el Estado español, después de su apostasía de las Leyes Fundamentales y Principios del Movimiento Nacional, que desconocemos quién habrá dispensado la validez de unos juramentos solemnísimos y que únicamente Dios podrá demandar sus tremendas responsabilidades. (…)

    Jaime TARRAGÓ

    Última edición por ALACRAN; 09/05/2023 a las 13:35
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    Re: Jesuitas: marxismo, desintegración y aniquilación tras el Vaticano II y el P. Arr

    Un comentario denunciando los inicios de la subversión jesuitica en ESpaña


    Revista FUERZA NUEVA, nº 80, 20-Jul-1968

    MEDITACIÓN PARA JESUITAS

    En estos días (1968) han aparecido diversas informaciones referentes a la Compañía de Jesús. Aunque de diverso carácter, es fácil observar que encajan perfectamente en lo que parece ser una “nueva línea” de claras implicaciones políticas, puesta en marcha por algunos componentes de la Orden. Esas implicaciones políticas son las que justifican que aparezca el tema en nuestras páginas. Y si hemos escogido la forma de “meditación” es porque, sinceramente, creemos que es más interesante que sean estas cuestiones meditadas por los interesados que entrar en ellas de una forma polémica, a la que sin duda se prestan. Comencemos:

    PUNTO PRIMERO

    Ha sido anunciada la IV Semana de Teología de la Universidad de Deusto (Vizcaya) y publicada la lista de oradores. Son Jaime Echarri, José Manzana, José Luis Aranguren, José Gómez Caffarena, Luis Armendáriz, José Setién, José Rof Carballo, Enrique Freijo, Alfonso Comín, Rafael Belda, José María González Ruiz, Ignacio Ellacuría, Pedro Laín Entralgo, Antonio Marzal y Miguel Benzo.

    Nosotros no conocemos a todos los conferenciantes. Es posible que los que nos sigan en esta meditación conozcan a más o los conozcan mejor. Pero algo hay indudable: la presencia mayoritaria de hombres pertenecientes al sector progresista, tanto entre los laicos como entre los religiosos (cuya condición, ignoramos por qué, no se hace pública por medio del “S. J.” o el tratamiento religioso que corresponda), y la ausencia de figuras destacadas, laicas o religiosas, del sector tradicional de la Iglesia. Parece, pues, que se trata de “teología” de una sola banda, que determinadas excepciones no pueden alterar. Esto se ve tanto por las presencias como por las ausencias. Acabamos de ver la clara y extensa profesión de fe hecha por Pablo VI. ¿El cuadro de oradores elegido por la Universidad de Deusto es el que mejor representa en España el Credo solemnemente proclamado por el Papa?


    PUNTO SEGUNDO

    Entre los oradores figuran Aranguren, separado de su cátedra por el Gobierno español; Comín, condenado por el Tribunal de Orden Público; y el padre González Ruiz, procesado por el mismo tribunal y autor de ataques en España y fuera de España contra el Régimen español. ¿Qué razón justifica que la Universidad de Deusto sirva de tribuna a hombres cuya hostilidad al Régimen surgido del 18 de Julio es notoria? ¿Acaso es que no hay otros laicos o religiosos que puedan hablar en la Universidad de Deusto de la “salvación cristiana” sin que su presencia politice lo que debe ser una semana de puro carácter teologal? ¿Se ha olvidado que a este Régimen deben los jesuitas el haber vuelto a España, el haber recobrado sus bienes, e incluso el que la propia Universidad de Deusto obtenga unos derechos académicos que nadie le había concedido antes? ¿Se olvida que, por el contrario, fueron los enemigos del Régimen los que expulsaron a los jesuitas, incendiaron sus casas, expropiaron sus bienes y asesinaron a más de 150 miembros de la Orden? ¿Habrá que concluir que la ingratitud y el masoquismo empiezan a tener validez en la orden que fundara San Ignacio?


    PUNTO TERCERO

    Con motivo de los actos de terrorismo cometidos en el País Vasco, varias veces han salido a relucir jesuitas. Una vez, porque un componente de la Orden amparaba terroristas fugitivos y servía de enlace para facilitarles la huida al extranjero; otra, porque en un edificio de la Orden se dio acogida a otro terrorista; otras, por último, con motivo de la exaltación del asesino de un Guardia Civil hecha con la excusa de sufragios religiosos. La situación ha sido tan violenta que incluso los padres de los alumnos de un colegio de los jesuitas de San Sebastián se han visto obligados a protestar por los peligros que, para la formación moral de sus hijos, suponía esa confusión entre los criminales y las víctimas. Por otra parte, ya varias veces han aparecido jesuitas implicados en manifestaciones callejeras y en escritos contra la autoridad política o la Jerarquía religiosa. ¿Es compatible con la moral cristiana y con la obediencia esta colaboración con el terrorismo y la indisciplina de algunos miembros de la Orden? ¿Qué medidas o qué condenas públicas se han tomado para corregir el escándalo producido entre los fieles y velar por el buen nombre de la Orden? ¿Se va a aceptar en la Orden la “teología de la metralleta” y sustituirse el Evangelio de Cristo por el del “Che” Guevara, cuyo retrato estaba en la habitación de un componente de la Orden cuando fue registrada en Bilbao por la Policía?


    PUNTO CUARTO

    Una crónica publicada por el corresponsal de “Pueblo” en Roma, nos dice que el padre Arrupe envió un mensaje a El Pardo solicitando clemencia para el terrorista condenado a muerte por el asesinato de un guardia civil. La noticia no hemos podido confirmarla, y “Ya” la desmiente de forma rotunda, asegurando que es “falsa o equivocada”. Otras fuentes apuntan que no se ha tratado de un mensaje, pero sí de ciertas gestiones de miembros de la Orden en Roma, que han podido dar lugar a la confusión de que se implique en las mismas al padre general. En cualquier caso, en el momento en que realizamos esta meditación, falta la rectificación clara y actualizada que el escándalo producido requiere. Porque, como decía la cronista, la generosidad para un condenado a muerte puede quedar empañada cuando entraña un claro significado político. Y extraña que una posible petición de clemencia no haya sido precedida de un mensaje de consuelo a la familia de la víctima y de una condena a la exaltación del asesino que se ha realizado en el País Vasco con la participación, totalmente cierta y probada, de algunos jesuitas. ¿Quién, dentro de la Orden, tiene interés en que se adopten posturas que dan lugar a estas graves confusiones, en las que se implica a la comunidad en acciones favorables a un grupo de asesinos? ¿No se da nadie cuenta del grave peligro que entrañan para el prestigio de los jesuitas, tan grande aún en España, errores de esta naturaleza?


    Hemos concluido. Como verá el lector, hemos procurado en la exposición de los diferentes puntos guardar el máximo comedimiento, sin perjuicio de la claridad que el tema exige. Ahora, cada cual, en lo íntimo de su conciencia, a solas delante de Dios, que medite sobre ellos y saque las consecuencias que la conciencia le dicte.



    Última edición por ALACRAN; 08/08/2023 a las 14:39
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
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    Re: Jesuitas: marxismo, desintegración y aniquilación tras el Vaticano II y el P. Arr

    Inicios de la subversión jesuitica; un panfleto contra la Iglesia y España


    Revista FUERZA NUEVA, nº 82, 3-Ago-1968

    PANFLETO CONTRA LA IGLESIA Y ESPAÑA

    Está escrito por jesuitas, sacerdotes y seglares “comprometidos”

    (…) La editorial “Nova Terra”, de Barcelona, ha publicado el volumen “La carta del padre Arrupe: réquiem por el constantinismo”. Es un modelo de penetración progresista, cosa no extraña en la citada editorial. Se manejan documentos de varia significación, que introducen el confusionismo en las personas no formadas. Así, junto a la reproducción de la Declaración de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española, aparecen textos exaltatorios de Marx y el marxismo, con un revelador dossier sobre Camilo Torres, el sacerdote colombiano que en contacto con los comunistas se enfrentó al obispo de Medellín (Colombia), para luego colgar los hábitos y capitaneando comunistas, con las armas en la mano murió en 1965, entre los guerrilleros en pleno combate. Este “dossier” aflora una apología de la revolución marxista y del renegado sacerdote, a quien se pinta como un moderno libertador. En esta obra, fría y disgregadora colaboran los ultraconocidos Alfonso Carlos Comín y José María González Ruiz, junto a otros escritores progresistas, especialmente jesuitas. (…)

    (…) Decimos firmemente que este libro, con su temática y líneas ideológicas, recuerda las teorías de Lenin para descristianizar individuos y pueblos. “Nuestro programa -decía Lenin- descansa enteramente sobre una filosofía materialista. Nuestra propaganda comprende necesariamente la del ateísmo y la publicación, a tal fin, de una literatura científica. Pero en modo alguno debemos caer en las abstracciones idealistas de quienes plantean el problema religioso desde el punto de vista de la razón pura y fuera de la lucha de clases, como a menudo hacen los demócratas burgueses”.

    Este es el fondo del paisaje de la literatura que estamos comentando. Por esto, además de las virulencias dialécticas exaltando a Marx y el marxismo, de la apología brutal de Camilo Torres, hay un intolerable insulto a la España del 18 de Julio, a los mártires de la Iglesia y al Estado español. Fíjese bien el lector lo que se tolera que impunemente circule en un libro publicado por tres jesuitas, dos sacerdotes y dos militantes “comprometidos”:

    “Reparar visiblemente los pecados históricos es particularmente actual para la situación de nuestra Iglesia. Teniendo en cuenta que -como hemos escrito en otra ocasión, la Iglesia española fue beligerante en una contienda fratricida conexa con los conflictos sociales del país- nuestro pueblo espera todavía, al cabo de varias décadas, ese gesto de sinceridad, de mea culpa colectivo, como punto de partida de una nueva toma de posición ante el conflicto social español. Aquella beligerancia es un duro lastre que exige esta reparación”. ¡Sin comentarios! ¡San Pedro pidiendo disculpas a Nerón!

    Unas preguntas

    (…) Recordamos que el prelado de Barcelona doctor Marcelo González Martín, entonces obispo de Astorga, afirmaba en el número 4 de la revista “Cuadernos para el Diálogo”: “El hecho es que la Iglesia -durante estos veinticinco años-, durante este tiempo, favorecida ciertamente por las disposiciones legales de un Estado católico, cuyos méritos son infinitamente superiores a sus defectos en este orden de cosas, ha ido apuntando hacia direcciones nuevas sin olvidar los viejos caminos de siempre transitados, que permiten alcanzar una fecundidad gloriosa”.

    Nosotros sentimos plenamente con las afirmaciones que registramos del eminente prelado de Barcelona. Pero nos preguntamos: ¿cómo es posible que el libro “La carta del padre Arrupe; réquiem por el constantinismo”, publicado por una editorial llamada católica y sobre un tema de específica jurisdicción eclesiástica, se publique sin la canónica censura y con negación absoluta de cuánto dice el prelado?



    ¿Cómo la Compañía de Jesús, que obliga a sus miembros a la previa censura antes de dar a la publicidad los escritos de los padres jesuitas, ha tolerado la intoxicación marxista y los graves extravíos doctrinales que suponen tales colaboraciones, atribuyendo al padre Arrupe objetivos que ningún católico puede suscribir?

    ¿Cómo el señor obispo de Vich permite que en la página 4 de la “Hoja Diocesana” de su obispado se inserte un anuncio ponderativo de tal libro?

    ¿Cómo las autoridades eclesiástica y civil de Barcelona dejan pasar que en la última página de la “Hoja Dominical” del 18 de febrero, de la parroquia de San Sadurní de Noya se reproduzca el párrafo de la página 48 contra la Iglesia y contra el Estado, con el agravante de que el reverendo don Luis Vidal y Bosch, arcipreste de dicha parroquia, pertenece a la Comisión Asesora de Pastoral del Arzobispado de Barcelona? (…)

    ¿Qué explicación normal, legal y lógica existe para que con la actual Ley Orgánica, Ley de Principios Fundamentales del Movimiento Nacional y Ley de Prensa e Imprenta, cuando fallan tan evidentemente las normas de la disciplina eclesiástica no se apliquen los mecanismos civiles preceptivos que deben impedir que el marxismo vuelva a reinar en España con todas las facilidades?

    No hay explicaciones. Pero los hechos están ahí. ¿A quién hay que acudir para cortar esta situación? ¿No habrá un Cisneros en esta hora de España? Si Pablo VI hablaba a unos obispos españoles de una granizada sobre la fe de España, hoy ya padecemos una inundación desoladora. Pero ¿la autoridad no tiene resortes para yugular este reto?

    Jaime TARRAGÓ

    Última edición por ALACRAN; 14/08/2023 a las 12:58
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    Re: Jesuitas: marxismo, desintegración y aniquilación tras el Vaticano II y el P. Arr

    El desastre jesuita, provocado y agravado desde la jefatura del P. Arrupe


    Revista FUERZA NUEVA, nº 571, 17-Dic-1977

    ¿”A mayor gloria” de quién?

    Marcelino Camacho, del Comité Central del Partido Comunista, diputado en las Cortes por el mismo partido y cabeza visible de Comisiones Obreras,ha sido invitado de honor de la Universidad Pontificia de Comillas. Que ha batido con ello uno de sus récords de descrédito. Al mismo tiempo que supera día a día las cifras de ruina económica y disminuye de año en año el número de seminaristas que acuden a sus aulas.Lo que no deja de ser una bendición de Dios, pues para la formación que reciben mejor sería que no acudiese ninguno.

    Los males que hoy padecemos tienen siempre un responsable directo que a veces se difumina, bien porque sus colaboradores aparecen como últimos sujetos de responsabilidad o bien porque un falso respeto humano hace que lamentemos el mal menor pero que callemos a su principal autor.Es un error. Y no caeremos en él. El responsable directo y principal de que se brinde la Universidad Pontificia de Comillas-Madrid para que uno de los más conspicuos comunistas de España pronuncie en ella una conferencia no es su rector, ni Álvarez-Bolado, ni el provincial de la Compañía, ni el Nuncio Apostólico, como patrono que es de Comillas.Todos estos señores, de funesta memoria para España y su Iglesia, no pasan de cómplices o encubridores. La figura negra sobre cuya conciencia hay que cargar este y tantos otros desmanes que hoy escandalizan al pueblo de Dios, está en Roma. Se llama Pedro Arrupe. Y es, para desgracia de ella y de la Iglesia, prepósito general de la Compañía de Jesús.

    ***
    Quede para otro artículo la narración documentada de sus desobediencias a Pablo VI con motivo de la última Congregación General de la Compañía. Y de las severísimas advertencias que recibió del mismo Santo Padre o de sus inmediatos colaboradores Villot o Benelli. Todas echadas en saco roto abusando de la ancianidad y de la falta de arrestos del Pontífice reinante.Hoy sólo nos detendremos a señalar algunos de los escándalos públicos que están acabando con el enorme prestigio que tenía ese formidable ejército eclesial que fundara para el mejor servicio de la Iglesia un vasco españolísimo y que otro vasco está a punto de arruinar.

    Bajo el generalato de Arrupe, la Compañía de Jesús ha visto disminuir sus efectivos en 10.000 hombres. Hace veinte años (1957) los jesuitas eran más de 36.000. Al comienzo de 1975 sus estadísticas contabilizaban 28.856. Y a una disminución de mil por año, que es lo que se está dejando Arrupe en la cuneta de su desgobierno, el año 1978 lo comenzará con 25.000 jesuitas. Una merma de efectivos de tal calibre sería dato suficiente para que cualquier gerente de empresa presentara inmediatamente su dimisión por incapacidad manifiesta. O para que fuera destituido por quien tuviera poder para ello, si se quiere salvar lo que quede después de tan desastroso mandato. Pero el padre Arrupe es un visionario al que no le preocupan estás bagatelas. Es más, está convencido de que si le dejaran hacer todo lo que sueña, la Compañía volvería a florecer. Y no hay quien le convenza de que lo que resultase, de ignaciano no tendría nada. ¡Si ya cuesta trabajo reconocer la huella del santo de Loyola en la Compañía de hoy!

    Para que los lectores no tomen estas afirmaciones como impresiones subjetivas de este articulista, citaremos sólo algunos casos recientes del desmadre colectivo al que ha llegado la Compañía. Su característica esencial, así lo quiso San Ignacio, había sido siempre su absoluta fidelidad a la Iglesia y al Santo Padre. Bastaba la más leve insinuación para que la Compañía formara como un solo hombre detrás del Romano Pontífice y se preparara a arrostrar las más difíciles empresas. Hoy, en cambio, ¿qué vemos?

    ***
    Un jesuita americano, John McNeill, se declara homosexual y publica un libro defendiendo tesis católicamente insostenibles sobre ese tema. La Congregación de la Fe, hoy tan inoperante, considera que tal libro es intolerable y ordena sea retirado. Y la opinión pública se encuentra con que lo que Roma juzga inadmisible había sido aprobado por el provincial norteamericano y por el mismo padre Arrupe (“ABC” 3-9-77).

    Roma publica un documento rechazando el sacerdocio femenino. Jesuitas norteamericanos firman un escrito rechazando el documento romano (“Vida Nueva”, 30-4-77).

    El Vaticano publica una dura nota contra dos libros litúrgicos. Sus autores son jesuitas (“ABC”, 10-9-75).

    El Instituto “Fe y Secularidad”, obra jesuítica que dirige Álvarez-Bolado, organiza un ciclo de conferencias en el que participan comunistas (“Ya”, 22-2-76).

    Cuando Arrupe se ve precisado de pedir a Diez-Alegría que solicite su exclaustración de la Compañía, numerosos jesuitas españoles se solidarizan con el expulsado (“El Ciervo”, primera quincena de abril, 1975). Antes había ocurrido exactamente lo mismo con el también exclaustrado Juan Leita.

    Es bien reciente el escándalo protagonizado en España por el jesuita Díaz Moreno, al sostener en Televisión tesis abiertamente divorcistas.

    La concepción “in vitro” y el aborto encontraron asimismo defensores en otros dos padres de la Compañía.

    El jesuita José Alfredo Sousa Monteiro es diputados socialista en Portugal.

    Etcétera.

    ***
    Ante esta situación, los jesuitas verdaderamente ignacianos no han dejado de expresar sus protestas. Pero la configuración misma de la Compañía, que da al general un poder absoluto, permitiéndole nombrar a todos los superiores entre simpatizantes con su línea de actuación, hace muy difícil que la corrección del caos actual pueda producirse desde dentro. La lista de venerables jesuitas condenados al ostracismo sería interminable. Y mientras tanto, se cubren con incondicionales de Arrupe todas las escalas de mando que continúan empecinándose en una conducta que conduce directamente a la extinción.

    Una compañía envejecida (los noviciados en España están prácticamente cerrados desde hace muchos años y los abandonos afectan sobre todo a jesuitas jóvenes que aspiran a encontrar la felicidad fuera de una orden desespiritualizada que ya no puede darles lo que buscan) parece asistir, impotente, a su propio autodestrucción. Buenos jesuitas han intentado, hasta el momento sin éxito, que el Papa procediera a dividir la Orden para que quienes quisieran seguir viviendo en fidelidad a los votos que un día profesaron pudieran hacerlo libres del actual propósito general. Tengo la impresión de que pocas esperanzas abrigan en que Pablo VI se decida a tomar una medida de este tipo. Recientemente (1977), algunos intentan, con base a las Constituciones de San Ignacio, deponer al general en base a su mal gobierno y a las doctrinas perversas que profesa o que, al menos, consiente en el Instituto. Vía ardua por cuanto esa deposición tendría que hacerla la Congregación General, que en estos momentos se encuentra totalmente controlada por la persona a quien se quiere deponer.

    Pero, ocurra lo que ocurra, esta situación insostenible no puede prolongarse. La Iglesia no está en situación de mantener a uno de sus órganos más activos y con enorme influencia en otras órdenes, masculinas y femeninas, y aun, si bien ya muy mermada, en el pueblo fiel, en el estado de descomposición actual. Los progresistas no aceptan de Arrupe los mínimos reparos que opone a los excesos más flagrantes que son ya pura herejía o auténtica relajación moral. Y los jesuitas fieles a San Ignacio no aceptan un mandato que para ellos es auténtica demolición de la Compañía.

    ***
    El remedio ha de venir. Del Papa, de los jesuitas fieles o de la Divina Providencia impetrada ciertamente desde el cielo por Ignacio de Loyola, por Borja, Javier, Estanislao de Kostka, Luis Gonzaga, Juan Berchmans, Pedro Canisio, Pignatelli, Alonso Rodríguez… Son demasiado santos y demasiada gloria de la Iglesia lo que pesa en la balanza del Señor para que permanezca sordo a la agonía de la que, hasta la llegada de Arrupe (1965), solo existía para la mayor gloria de Dios.

    Francisco José Fernández de la Cigoña




    Última edición por ALACRAN; 08/03/2024 a las 16:01
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    Re: Jesuitas: marxismo, desintegración y aniquilación tras el Vaticano II y el P. Arr

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    “Células comunistas dentro de la Compañía de Jesús” (1978)


    Revista
    FUERZA NUEVA, nº 576, 21-Ene-1978

    CÉLULAS COMUNISTAS DENTRO DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS

    Julián Gil de Sagredo

    La Compañía de Jesús, lo mismo que la Iglesia, está dividida. Hay una compañía “arrupiana”, de tipo neo-modernista, progresista, de tendencia filomarxista, que ocupa los altos cargos y la dirección de la Orden, y hay otra Compañía “ignaciana”, la auténtica, perseguida, acosada, hostilizada y relegada. -Cada Compañía produce sus propios frutos: la primera el escándalo, la segunda la santidad.- Hoy nos vamos a ocupar de la Compañía “arrupiana” y de sus células comunistas.

    En una especie de acta que ha desfilado por diversos centros religiosos y seculares -prescindiendo de otras varias actas menos conocidas- consta que el día 12 de diciembre de 1976, en el Colegio Mayor Loyola, de 5 a 7 de la tarde, se celebró la reunión del “Foro L-20”, célula comunista que opera dentro de la Compañía. Integraban aquella reunión diez jesuitas cuyos nombres prefiero silenciar, si bien conviene resaltar que entre ellos figuraba el consultor, hoy (1978) ex consultor, del reverendo padre provincial.

    Entre las decisiones adoptadas en la reunión aparece una singular: “Aprovechar a través de la prensa interna y externa las situaciones coyunturales, para sacar documentos que nos comprometan”.

    Parece, pues, que a estos jesuitas comunistas les interesa que la prensa difunda sus actividades y sus planes a fin de quedar comprometidos por este procedimiento. Complaciendo, pues, sus deseos, aunque con propósitos distintos, voy a reseñar el contenido del acta de la junta que celebraron en el Colegio Mayor Loyola.

    “En aquella reunión”: a) analizaron la labor desarrollada durante el curso 75-76 y comprobaron con satisfacción que habían aglutinado a nuevos jesuitas y habían ramificado las células entre bastantes miembros de la Provincia;

    b) examinaron los cambios operados; entre otros, “la buena disposición del reverendo padre provincial” para implantar “una nueva planificación de la Provincia”, pasando de “una estructura impositiva a una estructura más participativa”;

    c) destacaron que “hay un liberado que puede ayudar a coordinar la labor de L-20”;

    d) estudiaron el funcionamiento de “la Empresa” -léase Compañía- a la luz de la Congregación General XXXII y del Evangelio, y observaron que la Provincia asimila los documentos, entre otros el “Decreto IV”. Para que esa asimilación se traduzca en algo práctico hay que formar “grupos de presión” que presenten “alternativas” al conjunto de la Provincia, a fin de provocar por este procedimiento la “ruptura” y lograr después pactos y transacciones;

    e) determinaron que a efectos de organización hubiese dos niveles: 1) Un “comité” integrado por siete “camaradas”, hoy “compañeros”, quiero decir, por siete reverendos padres, cuyos nombres prefiero omitir. Estos jesuitas comunistas, de plena entrega y con misión directiva, se reunirían semanalmente para recopilar, organizar y distribuir el trabajo de “L-20”. 2) “Simpatizantes”, que asistirían a reuniones generales y recibirían documentos. Son los peones y cuñas de infiltración entre los demás jesuitas; y

    f) finalmente, nombraron con carácter oficial coordinador de “L-20” al que entonces era consultor del provincial de la Orden.

    ***
    Tal es el resumen del acta de la reunión celebrada el día 12 de diciembre de 1976 en el Colegio Mayor Loyola, sobre cuyo contenido cabe hacer las siguientes consideraciones:

    Primera: Organización de la célula comunista. Está constituida por un “jefe”, un “comité”, que opera bajo sus órdenes y una “base” de simpatizantes. El jefe o coordinador de “L-20” designado oficialmente era el entonces consultor del reverendo padre provincial, inmune por su cargo de confianza a toda sospecha. Bajo su mando actúa el comité, integrado por seis jesuitas. Y en la base trabaja la masa de simpatizantes, que van extendiendo y difundiendo por toda la Provincia las redes de captación de los nuevos jesuitas prosélitos.

    Segunda: Labor de la célula comunista. Se desarrolla en “dos fases”: primera, difusión de propaganda de documentos, entre otros el célebre “Decreto IV”. Esta fase tiene por objeto promover la discusión, suscitar críticas, levantar conflictos, sembrar dudas, envenenar ideas, y a través de todo ese engranaje ir socavando las bases doctrinales de la fe católica. Cuando la inteligencia está corrompida por la doctrina marxista, se pasa a la segunda fase, caracterizada por la acción y el dinamismo: entonces empiezan a actuar los “grupos de presión” con una finalidad concreta: provocar la “ruptura” empleando como táctica la formulación de “alternativas”, que por fuerza obliguen al compromiso o a la oposición. De esta manera obtienen el fin apetecido, la división, la desmembración, las tensiones y el desorden, armas típicas del comunismo antes de dar el asalto. Lograda la situación de caos y confusión, se produce la ruptura, que obliga a una recomposición mediante pactos, transacciones y componendas, con lo cual, mediante un aparente paso atrás, han dado dos adelante, imponiendo su influencia y su directrices.

    Tercera: Complicidad de los superiores. El reverendo padre provincial de la Provincia de Toledo, que abarca las demarcaciones territoriales del centro de España, es cómplice “consciente o inconscientemente” de los planes que proyecta la célula comunista jesuítica con meras a la recreación y nueva planificación -léase revolución- de la Provincia. Hay dos pruebas: 1ª) Los mismos jesuitas comunistas, en la citada reunión de 12 de diciembre de 1976, hablan de la buena disposición del provincial para la nueva planificación, expresando que va pasando “de una estructura impositiva a una estructura participativa”. ) El hecho de que el padre provincial designase como su consultor, cargo de la mayor confianza y responsabilidad, al reverendo padre …, jefe de la célula comunista, hace pensar con fundamento en cierta complicidad, consciente, si lo sabía, inconsciente, si lo ignoraba. Presumir, no obstante, ignorancia en cuestiones de tanta trascendencia no es fácilmente admisible.

    Cuarta: Proliferación de las células comunistas. Consta en el acta que la célula comunista se ha ramificado por toda la Provincia, consiguiendo bastantes adeptos y simpatizantes, los cuales a su vez constituirán nuevos subgrupos de aglutinamiento.

    Quinta: Terminología de la célula comunista. Hay un “liberado” como en ETA, hay “unidad de ánimo”, es decir, de jerarquía y mando, hay “denuncia”, “decretos”, “rupturas”, “pactos”, “alternativas”, “coordinadores”, etc., toda la jerga propia de la dialéctica marxista, disfrazada con términos y vocablos desorientadores para los inexpertos. La Compañía es “la Empresa”: no podían concebirla de otra manera unos cerebros masificados por la diosa economía.

    Conclusión

    El comunismo ha penetrado de la Compañía de Jesús de manera oficial y organizada y ha proliferado abundantemente por diversas Provincias. La acción de las células no es aislada sino que se rige jerárquicamente por órdenes que emanan desde fuera de la Compañía, por jefes del Partido Comunista. Se trata de una organización oficial dentro de la Orden Religiosa, de una fuerza paralela que actúa desde dentro socavando sus cimientos, lo mismo que ocurre en la Iglesia Católica. Y lo que es peor, algunos superiores de alta responsabilidad se encuentran implicados en las maniobras de las células comunistas. “La Compañía arrupiana ha dado sus frutos”.

    Julián Gil de Sagredo



    Última edición por ALACRAN; 27/05/2024 a las 12:58
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