El texto está tomado de Ricardo de la Cierva (mediados de los años 80), que detalla más intensamente en su célebre obra: “Jesuitas, Iglesia y marxismo” (1986)


LA COMPAÑÍA DE JESÚS, ENTRE LA DESORIENTACIÓN Y LA DESINTEGRACIÓN

La crisis contemporánea de la Compañía de Jesús, sobre todo en España, es uno de los fenómenos más graves y sorprendentes de nuestro tiempo. Durante quince años no entró una sola vocación para cubrir las bajas, cada vez más nutridas; la Compañía parecía en trance de extinción plazo fijo entre nosotros. Un jesuita de primer orden, gran formador de vocaciones, retiene a muchas de ellas en otros centros para impedir que se hundan al ingresar. Hay una clara división entre los jesuitas que quieren seguir fieles al carisma ignaciano (y siguen haciéndolo heroicamente) y quienes incurren, por su cuenta, en toda clase de originalidades. (…)

EL FENÓMENO DEL ATEÍSMO

Desde mi infancia venero profundamente a la Compañía de Jesús, a la que debo muchísimo. Pero precisamente por lealtad a lo que ella me enseñó, he aquí mi análisis histórico:

Al iniciar su pontificado, el Papa Pablo VI pidió a la Compañía de Jesús como misión especial en estos tiempos, y en pleno Concilio, que estudiase a fondo el fenómeno del ateísmo, para luchar contra él. “Pedimos a la Compañía de Jesús, baluarte de la fe, que se oponga al ateísmo bajo la bandera de San Miguel, príncipe de la milicia celestial, cuyo nombre es de victoria, o la anuncia segura.” Después de más de veinte años hay que decir que un sector importante de la Compañía de Jesús no solamente ha incumplido el mandato del Papa, sino que lo ha tergiversado abiertamente, con enorme escándalo del pueblo cristiano. Porque la más dura forma del ateísmo es el marxismo; porque el marxismo es vital y necesariamente ateo, al fundarse expresamente en la demolición del cristianismo; y en la negación absoluta de Dios. Y porque acabamos de mostrar la existencia y la influencia de jesuitas marxistas.

Un inteligente jesuita vasco, el padre, Pedro Arrupe ejemplar misionero en el Japón, donde le cayó materialmente encima la bomba atómica de Hiroshima, fue elegido general de los jesuitas en la XXXI Congregación General, cuya primera sesión fue entre el 7 de mayo y el 15 de julio de 1965. En ella no se planteó aun la problemática de la liberación; pero comenzó la crisis de la Compañía en cuanto al sentido de la obediencia ignaciana (que el sector progresista prácticamente niega) y en cuanto a la acción apostólica en el mundo. El 16 de noviembre de 1966, en su preocupado discurso de clausura, el Papa Pablo VI preguntó a los jesuitas: “Hijos de San Ignacio, ¿queréis ser siempre lo que habéis sido?” Y les confesó: “Llegan a nuestros oídos rumores y voces referentes a vuestra Compañía y a otras familias religiosas y no podemos ocultar nuestro estupor y dolor.”

EL PADRE ARRUPE RECHAZA EL ANÁLISIS MARXISTA

Tras esta Congregación, un sector de los jesuitas, lejos de obedecer el mandato del Papa sobre el ateísmo, se dedicaron a estudiar y difundir las diferentes modas teológicas de la época, desde la teología de la muerte de Dios a la teología política; y aceptaron con escasa crítica el principio de la secularización que les llevó, en instituciones como Fe y Secularidad, que aun funcionaba en Madrid, al diálogo con el marxismo. Los profesores José Gómez Caffarena y Alfonso Álvarez Bolado, inteligentes y de gran preparación, han sido figuras claves en este proceso de desviación ideológica, mientras otro jesuita, José María Martín Patino, llegó a ser vicario político del cardenal Tarancón, a quién guió primero en el proceso de despegue de la Iglesia española desde el régimen anterior a la democracia; y luego en una segunda transición de la democracia centrista al socialismo donde el cardenal, ya jubilado, tiene quizá menos éxito en la opinión pública, pero conserva su influencia como símbolo para su guardia clerical, que muchas veces manipula su figura histórica venerable.

En la Congregación General XXXII de los jesuitas, celebrada en Roma del 2 de diciembre de 1974 al 4 de marzo de 1975, estalló la crisis interna, y la Compañía se enfrentó casi abiertamente con el Papa. Los jesuitas alemanes y españoles habían inspirado y promovido el nacimiento simultáneo de la teología de la liberación, y del movimiento marxista-comunista cristianos por el socialismo. El decreto IV de la Congregación, dedicado al servicio de la fe y la promoción de la justicia, fue redactado por el padre Calvez, marxólogo francés, que fue maestro de marxismo para muchos jóvenes españoles durante el franquismo; y el padre Alfonso Álvarez Bolado, un inteligente y profundo jesuita de gran familia vallisoletana, con cuya amistad se honra el autor de esta investigación informativa, pero no hasta el punto de ocultar la verdad histórica.

En el decreto IV se proponía la opción por los pobres y el compromiso social de la Compañía, que en la práctica equivalía al compromiso político. En su punto 40 el decreto IV pedía cambiar “las estructuras sociales en busca de la liberación espiritual y material del hombre”. En el punto 41 el cambio de estructuras se consideraba como “la anticipación del Reino que está por venir”. Esta Congregación General se convierte, para los jesuitas del ala progresista, en un nuevo Evangelio. El padre Ignacio Iglesias, hoy provincial de España, fue uno de los promotores más destacados de la nueva doctrina.

NEO CLERICALISMO

En carta del 2 de mayo de 1975, el cardenal Villot, en nombre del Papa, critica duramente los resultados de esta Congregación General. “En los decretos —se refiere al IV sobre todo— hay observaciones que producen cierta perplejidad.” Exige fidelidad al carisma ignaciano e impone unas notas interpretativas “con espíritu de obediencia”. Y advierte con claridad sobre el neo clericalismo que subyace en el decreto IV. Desde este momento el ala progresista de la Compañía de Jesús se vuelva en apoyo a la teología de la liberación, asume el análisis marxista y provoca la lenta agonía del padre Arrupe, quien tuvo que abandonar el generalato, no sin dirigir a los provinciales de América Latina, el 8 de diciembre de 1980, una admirable aunque tardía carta sobre el análisis marxista. (…)
No le hicieron el menor caso. Y el padre Arrupe, hundido por su propio sentido de la responsabilidad, enfermo y roto, hubo de abandonar el generalato, donde le ha sucedido, para una misión imposible, el insigne orientalista profesor Kolvenbach, tras un humillante periodo en que la Santa Sede gobernó directamente a la Compañía por un delegado.

El movimiento liberador se desarrolla según una estrategia que tiene el marxismo como aglutinante común, en tres frentes: la Teología de la Liberación, el movimiento seglar-clerical Cristianos por el Socialismo y el movimiento religioso político Comunidades de Base. Los tres frentes surgen prácticamente a la vez, al comenzar los años setenta; se constituyen formalmente en España, con simultánea conexión iberoamericana, y tienen a la España de la transición, desde entonces, como base logística, centro de relaciones de Europa (incluida la Europa soviética) con América y como centro nervioso mundial para los impulsos y la infraestructura de todo el conjunto. Vamos a probarlo.

Con los antecedentes indicados, todo empezó en el encuentro de El Escorial, celebrado en 1972 y publicado por el citado Instituto Fe y Secularidad en 1973, con el título Fe cristiana y cambio social en América Latina. Allí intervinieron Juan Luis Segundo y Alfonso Álvarez Bolado, enlace entre la Teología progresista alemana y la naciente Teología de la liberación que hace la presentación en España de un oscuro sacerdote peruano, Gustavo Gutiérrez, la estrella de El Escorial. “El encuentro de El Escorial —dice el cardenal López Trujillo— fue el inicio de esta corriente de la liberación como cuerpo, como organización y movimiento. Fue también la señal largada a nivel mundial y la experiencia para Congresos de índole semejante, como los teólogos del Tercer Mundo, en donde se dan cita, en ambiente ecuménico, los liberacionistas en estrecha cooperación con Cristianos por el Socialismo, Iglesia Popular y exponentes auspiciados por el Consejo Mundial de las Iglesias.”

El libro de Gustavo Gutiérrez Teología de la liberación, editado oscuramente en Bogotá en 1971, fue publicado después del encuentro de El Escorial por la Editorial de los Operarios Diocesanos de Salamanca (Sígueme), y adquirió una difusión enorme; ya va por la edición décima. El clero español suministra desde entonces la infraestructura editorial a la Teología de la liberación desde donde se difunden sus obras a todo el mundo: las editoriales más importantes son la citada Sígueme, la de los jesuitas Sal Terrae (Santander) y Mensajero (Bilbao), editora esta última de una detonante historia marxista universal del profesor socialista Santos Juliá, principal asesor del ministro marxista Maravall; y otras menores, como Cristiandad, editora del libro clave de Rahner-Moltman-Metz y Álvarez Bolado: Dios y la ciudad (1975), epítome de la Teología progresista. Revistas como “Vida Nueva”, portavoz radical y obsesivo del progresismo, y hasta “Razón y Fe”, el antaño venerable bastión de la ortodoxia vaticana en manos de los jesuitas, militan ya en la causa libertadora, mientras “Pastoral Misionera”, apoya al movimiento paralelo de las Comunidades marxistas de base y el diario de la Conferencia Episcopal Española acoge con frecuencia a los partidarios de la T. de la L., como el jesuita Martín de Nicolás, aunque el diario que actúa en España como portavoz de los liberadores (Iniesta, Boff, Martín Patino, Gustavo Gutiérrez) es el conocido periódico religioso y teológico “El País”, cuyas vinculaciones a la estrategia soviética en el Atlántico y en Iberoamérica son, como saben nuestros lectores, simple coincidencia. El centro Fe y Secularidad es, pese a todo, la clave de toda esta red logística para la Teología de la Liberación y sus movimientos afines, en conexión con la Asociación de Teólogos Juan XXIII y otros enclaves. La revista claretiana “Misión Abierta” es otro portavoz del liberacionismo marxista especialmente incisivo.

Uno de los participantes del encuentro de El Escorial en enero de 1972 fue el jesuita español Gonzalo Arroyo, que ya era coordinador del Grupo de los 80, conjunto marxista de sacerdotes chilenos en apoyo del régimen de Allende, que dio origen y sostén al grupo Cristianos por el Socialismo, cuyo nacimiento formal nació en Santiago de Chile tres meses después del Encuentro de El Escorial, en abril de 1972. (Ver artículo de Reyes Mate, miembro de CPS y del PSOE, jefe del gabinete de Maravall, en “El País”, 18-11-1981). El Grupo de los 80 se había formado durante el viaje de Fidel Castro a Chile, allí conferenciaron Castro y Allende: “que trataron —dice el imprudente ex dominico maravaliano— de poner al servicio del cambio chileno las potencialidades de la religiosidad latinoamericana”. Giulio Girardi y Hugo Asmann dominaron ideológicamente la constitución del CPS, según López Trujillo, que señala las vinculaciones del movimiento con los regímenes marxistas de Castro y Allende, claves de la estrategia soviética en América durante los años setenta. El jesuita español Arroyo era el enlace con el movimiento liberador.

DOCUMENTO DE ÁVILA
El Episcopado chileno condenó al movimiento Cristianos por el Socialismo en el mismo año 1972, lamentablemente pocos días antes del derrocamiento de Allende por los militares y la opinión pública. Pero Cristianos por el Socialismo renacía poco después en España, en el encuentro de Calafell, donde se redactó, en marzo de 1973, el llamado Documento de Ávila, carta fundacional de CPS con claro signo marxista, predominio comunista y apoyo de la infraestructura liberadora de los jesuitas españoles progresistas.

Allí, en Calafell, estaban los tres José María del nuevo constantinismo izquierdista español; el comunista y antiguo fascista padre José María Llanos, SJ; el filomarxista, y pronto exclaustrado y expulsado de la Compañía de Jesús José María Díez-Alegría, y el canónigo socialista y diletante José María González Ruiz. Allí estaba el cristiano comunista Alfonso Carlos Comín, líder de “Bandera Roja”, adaptador de Mounier en España, que pronto se pasaría con armas y bagajes al PCE. Allí, representantes de la ORT, de la USO, del PCE y socialistas no adscritos. Aunque los promotores del encuentro serían los comunistas catalanes cristianos del jesuita, residente en Barcelona, Juan García Nieto, cuyo fichaje más importante sería su hermano de religión González Faus.

El documento de Ávila, donde todo es falso —desde la fecha y el lugar—, decía en su vital punto 26: “Nuestra fe no tiene sentido si no se vive en la historia de un pueblo en marcha y dentro de una realidad de lucha de clases, que necesariamente comporta una llamada apremiante a la militancia política.” Punto 29: “El marxismo nos ha ayudado a comprender con profundidad científica la tarea histórica de la liberación.” Punto 35: “La lucha de clases pasa por la misma Iglesia.” Y en el punto 54 se definen como “cristianos que estamos comprometidos en una lucha marxista- revolucionaria”.

COMUNIDADES DE BASE, EL TERCER FRENTE

La jerarquía episcopal española advirtió inmediatamente el peligro de este movimiento. El cardenal Tarancón, que entonces se dejaba manipular menos, fue advertido y asesorado seriamente por dos notables teólogos españoles: los profesores Olegario González de Cardenal y Fernando Sebastián Aguilar, teólogo de excelente formación y clara doctrina, que desde entonces hasta hoy ha mantenido, en tan delicado problema, una posición de admirable coherencia intelectual y pastoral. En unos encuentros organizados por el cardenal Tarancón en Madrid durante el año 1976, a los que fue invitado el historiador que firma esta investigación junto con otros periodistas católicos como Luis Apostua, se nos daba ya puntual noticia de los inicios de Teología de la Liberación y Cristianos por el Socialismo; se subraya la evidente conexión entre los dos y con el movimiento Comunidades de Base; se nos hacía (por parte del profesor Sebastián) una profunda y certera crítica de los tres; se nos calificaba a monseñores Palenzuela y Setién como teólogos de la izquierda; se nos revelaba que en ese año —1976— los líderes del movimiento CPS en España eran unos cincuenta sacerdotes, de ellos veinte en Madrid, unos ocho en Valladolid, con la idea de llegar a tres coordinadores por diócesis. Y se nos explicaba la transformación de algunos movimientos político-sindicales de raíz cristiana —la ORT, la JOC, la Fuerza Sindical— en apoyos activos al movimiento Cristianos por el Socialismo. (…)

La vinculación del movimiento marxista Comunidades de Base con la Teología de la Liberación está clarísima en la obra clave del teólogo liberador Leonardo Boff "Iglesia, carisma y poder" (Sal Terrae, 1984, con el capítulo VIII suprimido) y en la colección de la revista española “Pastoral Misionera”. La conexión del movimiento Comunidades de Base en España con el movimiento Cristianos por el Socialismo se comprueba en el documento CPS de marzo de 1975, Informe sobre el Estado español; en estos documentos CPS exaltaba al PCE como la fuerza dominante de la izquierda española con menosprecio absoluto al PSOE; luego, al ver su error, han cultivado al PSOE. (...)