La Jornada Mundial de la Juventud: cinco reflexiones críticas


LA JMJ HA SIDO UN HITO QUE MANIFIESTA LA REALIDAD DE LA «ECLESIOLOGÍA» CONCILIAR: HUMANISTA, NATURALISTA, FIDEÍSTA, EFECTIVISTA, (POS)MODERNISTA; MUNDANA, EN DEFINITIVA


agosto 9, 2023




Concierto desarrollado en la JMJ (2023, Lisboa)/Twitter



El desarrollo de la Jornada Mundial de la Juventud (Lisboa) ha sido comentado por todos los medios. Más allá de las alabanzas oficialistas, he observado que los enfoques críticos se han desenvuelto entre comentarios que no gozan de un enfoque general, resintiéndose la interpretación de lo acaecido de un interés notable.

He decidido, pues, trasladar algunas reflexiones que me han ocupado estos días, tratando de aportar un enfoque sereno de las fundadas críticas que merecen los hechos. El análisis me ha llevado a errores presentes no sólo en el evento, sino en la nueva «eclesiología» imperante desde el II Concilio del Vaticano. Analizaré, sucintamente, la cuestión en torno a los cinco puntos nodales que hacen de matriz de los usos y abusos dignos de réplica:

1. El primer error que anima la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) es el humanismo. La nueva «teología», justificadora de la nueva «eclesiología», trató de bautizar el viejo enemigo humanista para ganarse las bendiciones del mundo. Las tretas como la «dignidad del hombre», fundadas en el personalismo, favorecieron la aparición de una Iglesia reducida a la promoción de la persona, a su desarrollo integral, colocando de rodillas no sólo a los bienes superiores al mero bien individual, sino a la propia divinidad, condenada a bendecir al hombre por sí mismo, confundiendo ontología y moral. El humanismo del bien congénito, que diría Palacios, ha llevado al pensamiento católico al callejón sin salida de una Iglesia desacralizada, preocupada prioritariamente de asuntos materiales y sometidas a los tradicionales intérpretes del humanismo, camino seguro al liberalismo radical. La JMJ se ha desenvuelto en el desarrollo del hombre por sí mismo, con los jóvenes como pieza nodal del desarrollo del humanismo integral, ideología clerical que tiraniza a la verdadera religión al servicio de los asuntos mundanos –«humanos o personales» según la jerga humanista–.

2. El segundo error que puede observarse con facilidad en la JMJ es el naturalismo. Dicha ideología, alumbrada por la secularización de la gnosis protestante, entiende la naturaleza humana como inmaculada y perfecta, siendo la culminación en bondad del mundo. La religión carece de sobrenaturalidad porque ésta no existe propiamente hablando. La religión no es más que una proyección inmanente de los deseos de trascendencia del hombre, por lo que no trasciende en ningún momento de la creatura. Todo lo que responda a dicho deseo de reflexión de sí es confundido con lo religioso; la Iglesia debe, pues, asumir como propias todas las realidades nacidas de la conciencia del hombre. Más aún de los jóvenes, todavía ajenos a la corrupción de la sociedad, como afirmaría el naturalista Rousseau. El naturalismo somete a la Iglesia a la subjetividad de la «conciencia»; subjetividad, libertad y persona son la misma realidad. La Iglesia, de esta forma, no llama a la conversión, sino a la autenticidad; no a la santidad, sino a la realización de la biografía personal.

3. En aparente oposición al naturalismo encontramos el error del fideísmo. Éste afirma la superioridad absoluta de la fe sobre toda realidad ajena, pero sus hipotecas modernas –nominalistas primero y protestantes después– le llevan a considerar la fe de manera absolutizada y desvinculada del orden sobrenatural –y su apoyatura natural–. La fe, confundida con la «experiencia religiosa», adquiere un componente salvífico en sí, y toda reflexión racional es una contaminación. Fuera la teología, fuera la filosofía, fuera la moral, fuera la política; sola fide. La fe salva, ¿qué importa demoler la liturgia?, ¿y qué si repensamos la teología? Tenemos fe, eso es lo que cuenta, así lo quiere Dios. Los andamios racionales de la fe, su expresión teológica en la ciencia sagrada o en la liturgia son entendidos como ropajes accesorios, cambiantes según la «experiencia religiosa» del creyente.

4. Hemos de considerar, además de los errores mencionados, el efectivismo. Hegel, considerado agudamente por Danilo Castellano como el Santo Tomás del protestantismo, es un pilar del pensamiento moderno; la apostasía de los clérigos no ha sido, pues, ajena a tal autor, aunque, como denunciaba Elías de Tejada, sigan los errores del alemán sin tener la inteligencia de leerlo. El II Concilio del Vaticano es un monumento al efectivismo, a la confusión de la efectividad con la realidad; podría decirse, yendo más allá, que el Concilio supuso el bautismo del efectivismo hegeliano. Por dos vías: la «profana» y la «sagrada». El efectivismo profano es el sociologismo, la obsesión por confundir sociología con filosofía y asumir la experiencia sin reflexión racional. Los juicios del Concilio, hipotecados con los años sesenta y setenta, evidencian consideraciones –confusas– de un mundo que hace tiempo que mutó. En un contexto de conciertos de rock y pop, la Iglesia pensó asumir dicho método para sí, organizar una concentración de jóvenes efusivos; la JMJ, así, ha ido evolucionando al compás de los conciertos mundanos y las concentraciones festivas –pasando de la papolatría «beata» a la papolatría «en salida»–. El efectivismo «sagrado» consiste en atribuir toda realidad fáctica al Espíritu Santo; el famoso: «solo Dios puede concentrar tantas personas». Este juicio es un absurdo mayúsculo, fruto de una simpleza –no sencillez– interior. La masificación, el éxito numérico, es independiente de lo bueno y lo malo. Hay Estados que concentran más hombres para conquistar un territorio, o eventos deportivos que mueven más masas. La Iglesia ha demostrado que las crisis son superadas con la perseverancia de unos pocos, que sostienen a muchos, no con embriagadores triunfalismos que pretenden esconder el hediondo olor a putrefacción.

5. Por último, basta observar los conciertos mundanos, los ridículos clérigos bailando por redes sociales, los pusilánimes obispos bendiciendo un cadáver al que imposibilitan revivir, el trato vejatorio al Santísimo Sacramento, la presencia de clérigos prohomosexualistas «formando» a los asistentes, etc., para reflexionar sobre una realidad que estimo pertinente meditar. El modernismo asumió los falsos principios modernos y pretendió bautizarlos, hipotecando la Iglesia al mundo. La modernidad se disuelve en la posmodernidad con aceleración creciente, diluyendo los falsos principios que la Iglesia asumió hace años. Este fenómeno está favoreciendo, a mi juicio, un tránsito del modernismo religioso al posmodernismo religioso, una asunción de la posmodernidad, acelerando el proceso de disolución. Esta «eclesiología» líquida es innegable en cada JMJ, siendo cada año peor que el anterior. Suerte a los surcoreanos.Estas reflexiones sobre los errores que he observado se encuentran lógicamente relacionadas. Se hacen, a mi juicio, necesarias, habida cuenta de los relatos oficiales que engañan a tantos. La JMJ ha sido un hito que manifiesta la realidad de la «eclesiología» conciliar: humanista, naturalista, fideísta, efectivista, (pos)modernista; mundana, en definitiva, destinada a ser pisada por el mundo por su falta de sal, a saciarse con las algarrobas de los puercos a los que pretendió conquistar. A ser, finalmente, ejecutada por el Rey de reyes, en castigo por gritar: «¡No queremos que éste reine sobre nosotros!»

Miguel Quesada/Círculo Hispalense


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