(I)La idea de infiltrarse en la Iglesia para desviar su doctrina y controlar a su jerarquía, por extraña que pueda parecer, no ha dejado de obsesionar a las sectas ocultas. Las tentativas más conocidas son las de los “Iluminados” de Baviera, en el siglo XVIII, y la de la Alta Venta en el siglo XIX.
En 1906, aparecía en París la traducción francesa del libro “Il Santo” (El Santo) del escritor italiano Antonio Fogazzaro. Su mediocre intriga novelesca no hubiera llamado la atención si no hubiese servido para difundir las consignas de la secta modernista.
Estas eran bastante sorprendentes: se trataba de constituir una sociedad secreta en el seno de la Iglesia, con vistas a adueñarse de los principales puestos de la Jerarquía y lograr así una evolución de la Iglesia, favorable a las ideas del siglo.
“Giovanni Selva”, el protagonista de la obra de Fogazzaro, exponía estas extrañas ideas:
“Somos un cierto número de católicos en Italia y fuera de Italia, eclesiásticos y laicos que deseamos una reforma de la Iglesia… Para ello necesitamos crear una opinión que lleve a la autoridad legítima a actuar según nuestras miras, aunque fuese dentro de 20, 30 o 50 años… He creído que para la propagación de nuestras ideas sería útil que pudiésemos conocernos.”
“Giovanni Selva” pide entonces que se comprometan bajo secreto y, uno de los oyentes sacó la conclusión de que se trataba de fundar una sociedad que emplease los métodos de la francmasonería: secreto e infiltración.
La idea fundamental de los conjurados es la de no abandonar la Iglesia por ningún motivo. Separados de ella, no serían más que una secta visiblemente herética. Su objetivo es más ambicioso: conquistar la Iglesia desde dentro.
“Trabajemos para hacer sentir universalmente la necesidad de renovar todo lo que en nuestra religión es ropaje y no cuerpo de la verdad… hagámoslo permaneciendo en el terreno del puro catolicismo, esperando de las caducas autoridades las nuevas leyes, demostrando sin embargo que, si no cambia esas vestimentas llevadas desde hace tanto tiempo, ninguna persona cultivada consentirá ya en ser católico. Y quiera Dios, que muchos de entre nosotros no se las quiten por no poder soportar más la repugnancia que les causan”.
Pero tal trabajo oculto en el seno de la Iglesia, ¿no corre el riesgo de ser descubierto? Es el temor que expresa uno de los conjurados:
“Creéis que os será posible navegar bajo el agua como peces prudentes y ya no pensáis que el ojo penetrante del Soberano pescador o Vice-Pescador puede descubriros. Yo no aconsejaré jamás a los peces más finos, más sabrosos, más buscados, que se junten. Comprendéis lo que sucedería si cogieran a uno de ellos y lo sacasen del agua. Y no ignoráis que el Gran Pescador de Galilea ponía los peces en vivero, pero el Gran Pescador de Roma los pone en la sartén”.
La respuesta que se le dio es muy reveladora:
“Aisladamente, cualquiera puede ser alcanzado: hoy, el profesor Dana, por ejemplo, mañana Dom Faré, pasado mañana Dom Clément. Pero el día en el que, el imaginario arpón… pescase unidos por un hilo, laicos de marca, sacerdotes, monjes, obispos, tal vez cardenales, ¿quién será, decidme, el pescador pequeño o grande que del susto, no deje caer al agua el arpón y todo lo demás?”.
El plan está claro: contaminar los espíritus en tan gran número que Roma (el Papa designado veladamente como “Gran Pescador”) dude en condenar. Ese día la Iglesia será conquistada desde dentro, ahogada por la opinión; pues los modernistas saben que se puede “fabricar la opinión” y van a dedicarse a ello.
La novela continúa: la conjura se ha extendido, y Fogazzaro cuenta la reunión secreta que tuvo lugar en Roma y el discurso que pronunció el profeta del movimiento: Benedetto, “el Santo”:
“Hemos sido educados en la fe católica y hemos aceptado sus más arduos misterios; hemos trabajado por ella, pero ahora otro misterio se levanta en nuestro camino y nuestra fe vacila ante él. la Iglesia católica, que se proclama fuente de verdad, obstaculiza hoy la búsqueda de la verdad cuando esta búsqueda se lleva a cabo en sus propios fundamentos, en sus libros sagrados, en las fórmulas de sus dogmas, en su pretendida infalibilidad… para nosotros, esto significa que está destinada a la muerte, a una muerte lejana pero ineluctable… ¿Qué debemos hacer?.
Entonces, parodiando el Evangelio, el tal Benedetto cuenta esta parábola:
“Unos peregrinos sedientos se acercaron a una famosa fuente. Encuentran un pilón lleno de agua estancada de sabor desagradable. La fuente viva está en el fondo del pilón, pero no la encuentran. Decepcionados, se dirigen a un cantero que trabaja cerca de allí en una galería subterránea. El cantero les ofrece agua pura, ellos le preguntan el nombre del manantial. ‘Es la misma que la del pilón, les responde, en el subsuelo toda esta agua forma una corriente’. El que cava encuentra”.
Y "Benedetto" explica la "párabola":
“Los peregrinos sedientos sois vosotros; el oscuro cantero soy yo; la corriente escondida en el subsuelo es la verdad católica. En cuanto al pilón, no es la Iglesia, la Iglesia es todo el campo por el que corren las aguas vivas. Si vosotros os habéis dirigido a mí, es porque sabíais de una manera inconsciente que la Iglesia no es la jerarquía únicamente. Que es el universal conjunto de fieles, Gens Sancta, y que del fondo de este corazón cristiano puede brotar el agua viva del manantial mismo, de la Verdad misma”.
El tal “reformador”, hábilmente, no niega la Jerarquía. Si los conjurados deben infiltrarse en ella, es importante dejarle bastante fuerza para ayudarlos en su conquista oculta, pero la van a aprisionar en la “opinión”, la “opinión” que ellos van a hacer: “Yo no juzgo a la Jerarquía… digo nada más que la Iglesia no es solamente la Jerarquía”.
Pero si la Verdad no nos llega por la enseñanza de la Jerarquía, ¿por qué canal llegará entonces?
Hay, responde el “reformador”, una región del alma “la del subconsciente, donde las facultades ocultas realizan un trabajo oculto”. “Este otro mundo del pensamiento está en relación directa e incesante con la Verdad… tiende a rectificar las ideas dominantes, cuando la enseñanza tradicional de estas ideas no es adecuada a lo verdadero”. Esta es la “fuente de una autoridad legítima”, “la Iglesia es la jerarquía con sus conceptos tradicionales y es también la sociedad laica perpetuamente en contacto con la realidad, actuando perpetuamente sobre la Tradición”.
Es decir; he ahí la impugnación permanente como ya instalada en la Iglesia.
La “logia modernista” imaginada por Fogazzaro había pasado a casa de uno de los afiliados que había ofrecido su apartamento.
“El objeto de esas reuniones era hacer conocer a personas atraídas por Cristo, pero a las que repugnaba el catolicismo, lo que el catolicismo es verdaderamente”, pues se les enseñaba que las formas de la religión son “modificables” por las reacciones de la “conciencia pública”.
Fogazzaro no vacilaba en enviar a su héroe ante el Papa para ordenarle que reuniese con frecuencia a los obispos en “concilios nacionales” y que hiciese “participar al pueblo en la elección de los obispos”.
Esto era introducir la democracia en la Iglesia; pero una democracia que no podía ser sino “progresista” porque, explicaba Fogazzaro, “los católicos, eclesiásticos y laicos dominados por el espíritu de inmovilidad creen agradar a Dios, como los judíos celosos que hicieron crucificar a Jesús. Todos los clérigos, el Santo Padre, y también todos los hombres religiosos que hoy se oponen al catolicismo progresista, habrían hecho crucificar a Jesús de buena fe en nombre de Moisés. Son idólatras del pasado, desearían que en la Iglesia todo fuese inmutable…”.
Los conjurados habían comprendido perfectamente que la inmutabilidad de la Iglesia, la formidable construcción dogmática asentada sobre la Tradición constituía una barrera infranqueable para los “innovadores”. La primera tarea a realizar, era hacer penetrar en la “opinión” que la Iglesia debía cambiar, evolucionar.
¿A dónde la llevarán? Eso sería la segunda etapa: lo primero hacer admitir la idea del cambio.
En su lecho de muerte, “Il Santo” deja esta consigna a los conjurados:
“¿Os digo que toméis públicamente el lugar de los Pastores? No. Que cada uno trabaje en su propia familia, entre sus amigos personales, los que puedan, por medio de escritos. Así, vosotros prepararéis el terreno en el que se formarán los futuros pastores...
(tomado de “La Iglesia ocupada”, de J. Ploncard d’Assac, 1974)
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