El artículo se encuadra dentro del proceso que el entonces Príncipe de Asturias Carlos Hugo (q. D. h. p.) intentó imprimir a la Comunión orientándola hacia el socialismo, durante el periodo de confusión de finales de los ´60 y principios de los ´70. Las palabras y frases destacadas en negrita son del artículo original.
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Fuente: “Esfuerzo Común”. Número 168. 15 de Mayo de 1973. Páginas 3 a 5
Exageración inadmisible
Para todos aquellos que —aun sin ser viejos, ni mucho menos— hemos militado siempre en el Carlismo, sin cambios ni chaqueteos, y especialmente a los que en él hemos ocupado cargos, procurando actuar lo mejor que supimos, no podemos menos que calificar —benévolamente, desde luego— de exageración la tónica y actitud general que se viene observando, de algunos años hace, en el Carlismo, mejor dicho, en la generalidad de sus mandos, tónica y actitud que se reflejan con bastante claridad, precisamente en varios artículos de «Esfuerzo Común». Los afanes de renovación, de puesta al día, la evolución del Carlismo, etc., son cosas perfectamente lógicas y totalmente necesarias; no creo que nadie, seriamente, se oponga a ellas, en nombre de un integrismo absurdo o en nombre de lo que sea. No olviden los excesivamente timoratos (por otra parte cargados de buena fe), que ni Carlos VII se libró de la acusación de liberal por parte de los que consideraron demasiado avanzado el «aggiornamento» del Carlismo bajo su mando. Por tanto, no se alarmen, ni se tomen las cosas demasiado en serio; estamos en época de crisis y confusionismo —como la Iglesia, como tantas otras instituciones— y es de esperar que, al final, las aguas volverán a su cauce y debidamente depuradas, tanto de impurezas viejas como de detritus nuevos, quedará en aquéllas todo lo bueno pretérito y presente. Nada, por tanto, de alarmismos.
Ahora bien: sobre la base de aceptar y desear la evolución y el «aggiornamento» actuales, considero que hay ciertas actitudes sedicentes carlistas, que no pueden ser justificadas bajo concepto alguno. Expondremos unas cuantas de dichas actitudes, entresacadas de artículos de «Esfuerzo Común». Cuando escribo este artículo acabo de leer los números 162 y 163.
1.° Una orientación y clara simpatía socialista. Parece se pretende convertir el carlismo en un partido socialista... uno más, de los que pululan por Occidente, ujieres —sabiéndolo o sin saberlo— del Comunismo. ¡Para ese viaje no se necesitan esas alforjas, señores! Ahora resulta que hay socialismo cristiano. Bien, es posible. Pero, ¿en qué consiste, exactamente, éste? ¿No podríamos concretar algo? ¿Cómo es, cómo sería la propiedad privada, bajo ese socialismo? Porque, no nos engañemos ni intentemos dorar la píldora: hoy por hoy, socialismo es o deriva del mismo marxismo. Así lo considera la opinión —adversa o favorable— popular; no intentemos, después de tanto tiempo de decir todo lo contrario, que Cristianismo y Socialismo son compatibles. Habría que hacer muchos distingos, que la gente no hace. ¿Por qué —para designar nuestro sistema social y económico, dentro del Carlismo— no usamos el melliano término Socíedalismo? Así por lo menos, seríamos inconfundibles, ¿o resulta que Mella es un «reaccionario»? ¡Vaya, por Dios!
Por demás, parece que muchos de esos carlo-socialistas, no se molestan mucho en distinguir su socialismo del socialismo marxista (¿hay otro, realmente?), como parece verse por ciertas aparentes simpatías: p. ej., en el número 162, página 20, la apostilla «Cristianos por el Socialismo» (?), irrespetuoso a más no poder con el santo papa León XIII, por cierto motejado en su tiempo (¡mira por dónde!) de socialista cuando su Rerum Novarum. Es claro que el gran Papa, al repudiar el socialismo se refería al marxista; ¿por qué, pues, el articulista le reprocha haberse atrevido a condenarlo?; ¿a qué viene hacer cargos a un pontífice que precisamente en su magna Encíclica marcó el camino a seguir por los católicos?; ¿es esa una actitud cristiana? Bien está y es postura cristiana, condenar la injusticia y la explotación del hombre (v. «La voz de algunos obispos sudamericanos», página 21), pero ya no está tan bien acudir al Socialismo como panacea, sobre todo al decir del obispo Méndez Arceo, quien, además, alude a su viaje a Cuba.
Por cierto (no hay que hacer caso de una sola de las partes), en lo referente a esas manifestaciones y viaje a Cuba, a Mons. Méndez Arceo le ha replicado Mons. Boza Masvidal —tan prelado como el otro— obispo cubano, hoy exiliado. Mons. Boza Masvidal, le habla a Méndez Arceo de cárceles con decenas de millares de presos políticos... campos de trabajos forzados... colas para obtener algún alimento... fusilamientos... «En Cuba —le dice a Méndez— hay muchas cosas que Vd. no vio y muchas personas con las que no habló.» Y además, dice que no hubo nunca contubernio Iglesia-Batista, que, en cambio se da ahora Iglesia-Castro. En todo caso, es preciso verlo todo.
Es preciso ir con mucho cuidado con esas claras simpatías hacia el Socialismo, sin distinguir y hasta dando la impresión de simpatías hacia regímenes comunistas. No es este nuestro camino propio. Además, si no se concreta, se acabará por confundirnos con un partido socialista más y lo que es peor, acabaremos por ser, realmente, un socialismo incluso marxista o casi. Y esto, el Carlismo no lo es ni nada parecido. Ninguna necesidad tenemos de acudir al Socialismo, ni siquiera de referirnos a él. Queremos, sencillamente, la Justicia Social, hacemos nuestras todas las Encíclicas referentes a tal materia y eso basta. Y es de todo punto necesario que al referirnos a la Propiedad y sus abusos, no generalicemos, por ser cosa peligrosa por injusta; si aquí no distinguimos, hacemos pura demagogia, porque como no toda propiedad es dañina —¡ni muchísimo menos!— y al hablar de la abusiva, sólo hay que condenar la propiedad enorme, la de las grandes empresas, trusts, monopolios y anónimas, los latifundios baldíos por desidia, y sobre todo la Banca... Esas son las únicas formas de propiedad que merecen ser atacadas. Con que el Carlismo diera solución y «ajuste de cuentas» a esas enormes propiedades y consiguiera que dejasen de pertenecer a una minoría tan escasa la inmensa mayor parte de la renta nacional, en España no habría problema social. Aquí —ignoro si con exageración o no— se habla de las «200 Familias»; aunque sean 500, es realmente escaso el número. Así, realmente se puede decir que el peor enemigo de la Propiedad es el Alticapitalismo. Pero, esto sí, dígase alticapitalismo —¡concrétese!— si no se quiere ser injusto.
2.° Simpatía por una Iglesia «izquierdista». Está visto que ser «de derechas» está en baja, no «viste», aunque, a decir verdad, ya uno no sabe dónde está el izquierdismo ni dónde el derechismo. También convendría concretar y clarificar. He oído contar que los diputados carlistas, en el Congreso, se sentaban en una de las puntas del hemiciclo y solían decir que no estaban ni con la derecha ni con la izquierda: estaban enfrente. Anécdotas aparte, yo creo —en contra de Gerardo Lutte (núm. 163, pág. 23)— que la Iglesia ni es de los ricos ni de los pobres; que Dios es imparcial; que la riqueza no es, en sí, rechazo de Dios; que se exagera mucho, y por tanto, se miente, la alianza Iglesia-Riqueza; que entre los protagonistas de una renovación hay pobres y también ricos; que no hay tanto despotismo en la estructura de la Iglesia... No seamos exagerados. Y ese artículo de Lutte (¿sacerdote?), rezuma por todos sus párrafos una exageración, un resentimiento, un odio tales, que hacen dudar del carácter clerical de su autor... por ese camino, no se llegará a la Justicia, pues si ésta exige dar a cada uno lo suyo, no exige dar igual a todos. Y pedir a la Iglesia que no posea bienes terrenos, aparte de despojarla de medios materiales necesarios, supone una regresión a los tiempos de las Catacumbas (¿desearán también las persecuciones?), regresión ya propugnada en el siglo XII por los herejes Valdenses y en el XIII por Arnoldistas y Cataros... la cosa es ya vieja. ¡Ni siquiera originalidad, vaya!
¿Y en qué consistía —en lo económico— el error de esos herejes? Pues, en lo mismo que incurre Lutte: en una interpretación demasiado ad pedem litterae de ciertos versículos del Evangelio. Si así los interpretáramos, ¡no quedaría títere con cabeza! Y esos demagogos mismos —aun sin pretenderlo— no saldrían muy bien parados de esa «revolución evangélica». Sí, señores: hay ricos buenos y malos, como hay pobres malos y buenos; y hay que distinguir —Cristo lo hizo— a los pobres de espíritu. No son sutilezas de teólogos. Cristo —que es Dios, ¡no un revolucionario de izquierdas!— no fustigó a la riqueza en sí, sino su mal uso, su sobrevaloración, la excesiva importancia que se la da, y sólo fustigó el excesivo apego a ella... y en tal sentido evangélico, no quepa duda a nadie de que incluso un pobre, si se «agarra» en exceso a lo poco que posee, puede ser un «rico» evangélicamente hablando. No exageremos. Si Cristo hubiese tenido de la riqueza en sí, un concepto pésimo como el de Lutte, no se hubiera relacionado con tantos ricos, so pena de inconsecuencia. No atribuyamos a Cristo y a su Evangelio conceptos que nunca quisieron expresar.
Resumiendo, que estoy alargando demasiado: no seamos extremistas ni nos pasemos de raya. El Carlismo no es un Socialismo ni tiene para qué serlo. Distingámonos hablando de nuestro Sociedalismo. No olvidemos que el Comunismo, el Socialismo (sobre todo sin distinguirlo), están condenados por la Iglesia y no sólo por su aspecto antirreligioso sino también por sus errores sociales. Y el Capitalismo liberal, el Alticapitalismo explotador —no el sosegado derecho de Propiedad— también está condenado.
Ambos sistemas, prescinden de Dios, consideran al hombre como mera materia, ambos son injustos y explotadores. Ambos, condenados por anticristianos y antihumanos.
No ataquemos la Propiedad indiscriminadamente. La propiedad es justa, cuando ha sido bien adquirida y rectamente administrada. Y para determinar si, p. ej., en su cuantía, es o no perjudicial a la Comunidad, hay que ir —lo ha dicho D. Carlos— caso por caso, que no hay delitos, hay delincuentes. Pero el propietario, ha de poder vivir y prosperar, en vez de arruinarse ante un fisco insaciable y, especialmente los de la tierra, con unos precios de productos agrícolas no rentables en modo alguno... Es frecuente, por desgracia, que en países donde se consienten minorías de poquísimas familias que detentan la mayor parte de las propiedades y medios de producción, se acose, en cambio, a la propiedad pequeña, media e incluso algo grande (pero no tanto que pueda ser injusta ni caciquil), con impuestos excesivos —por el concepto que sea— lo que, sobre todo en la rústica, unido a precios poco remuneradores, va relegando dicha propiedad a la esfera de los derechos puramente honoríficos...
Cuidado, pues, en hacer demagogia fácil, atacando la Propiedad. Y es utópico pensar en una sociedad igualitaria o desaparición de clases. Siempre habrá clases y diferencias, pobres y ricos, etc., y Dios lo dispone así, según la Rerum Novarum. Todo está en que las diferencias no sean tan hondas e irritantes como hoy; el Liberalismo, en su aspecto económico el Capitalismo, redujo a los hombres a dos únicas clases: pobres y ricos. No reconoció más diferencias que las derivadas de la riqueza; antes, se apreciaban otras diferencias, nacidas de otros méritos, que no eran el dinero: el saber, la virtud, el valor, el arte, el servicio, el honor y (¿por qué no, bien enfocada?) la nobleza. Pero todo esto, molestaba a los burgueses mercachifles, que no tenían más «merecimiento» que sus repletas arcas... y sigue molestándoles. De ahí esa entronización del «tanto tienes, tanto vales». Reacciónese contra ese endiosamiento del Dinero. Pero sin atacar, sin más, la Propiedad, hoy ya muy sobrecargada de gabelas. El remedio no está, precisamente, en el Socialismo, puente del Comunismo; no seamos cándidos.
Finalmente, me parece poco correcta esa actitud expresada en el artículo «Agoreros, pesimistas, tullidos y demás» (núm. 163, pág. 29), atacando a los que no están de acuerdo con ciertas directrices, líneas políticas u orientaciones determinadas del Carlismo. Cada cual con su manera de pensar, señores. ¡El tiempo, los hechos, dirán quién o quiénes se equivocan! Tal vez está equivocado el que se muestra disconforme con ciertas orientaciones actuales del Carlismo, pero tal vez el equivocado es el partidario de tales orientaciones. No juzguemos y dialoguemos. Pero mal método el insulto para dialogar. Y poco elegante es tratar de fracasados, incapaces, faltos de voluntad de entendimiento, de flexibilidad, agoreros, tullidos, domingueros de Montejurra, etc. El colmo de la incorrección. ¿Eso es lo «moderno», lo «democrático», lo «actual», etc? Así, vamos a un totalitarismo. Porque uno puede admitir que tal vez se equivoque; pero no puede tolerar que porque piensa de modo distinto de los «progresistas», haya de ser tratado de retrasado, de carca, de integrista... eso no. No se olvide que los insultos son las «razones» de los que no tienen la razón. Y entre esos dos extremos, en el Carlismo —digamos «integristas» y «progresistas» para entendernos— lo más probable es que la razón esté en un término medio. Lo peor que podría suceder sería un respectivo «encastillamiento» de posiciones, del cual quien, en definitiva, saldría perjudicado, sería el Carlismo. Por esta razón, el presente artículo no pretende, en el fondo, ser otra cosa, que una llamada a la sensatez, a ambos extremos del Carlismo, ya que los dos tienen parte de la Verdad.
Dr. Confesti Sastre
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