Perseverar en el error

Juan Manuel de Prada

No existe libro alguno que nos proporcione una filosofía de la Historia tan acertada como el Apocalipsis. En la narración de las 'siete copas', por ejemplo, descubrimos que, después de que se derrame sobre el mundo cada una de las plagas, los hombres, en lugar de renegar de su soberbia y arrepentirse de sus actos... ¡perseveran en su error! Así está ocurriendo, en nuestros días, con la plaga que hemos dado en denominar 'crisis económica', cuya causa (en sus aspectos puramente materiales) se halla en la 'financierización' de la economía, que (como denunciara Juan Pablo II el 11 de septiembre de 1999, en un discurso profético acallado en su día por los mass media del sistema) genera un problema nuevo y de muy ardua solución, que es la «ruptura de la relación entre riqueza producida y trabajo, por el hecho de que hoy es posible crear rápidamente grandes riquezas sin ninguna conexión con una cantidad definida de trabajo realizado», de tal modo que la economía deja de estar «ordenada a servir al bien común».
En los últimos meses nos repiten mucho que la plaga de la 'crisis económica' ha concluido; y, como ocurre en el Apocalipsis, los 'reyes de la tierra', en lugar de renegar de lo que antaño hicieron, repiten minuciosamente los errores que nos condujeron al descalabro. En lugar de preocuparse por aminorar el problema de 'financierización' de la economía, siguen financiando con deuda el crecimiento económico (que, inevitablemente, será un crecimiento tan consistente como un suflé) y reavivando el consumo mediante el crédito que ya condujo a la quiebra a los bancos, a la vez que acicatean con falsos estímulos los mercados bursátiles y vuelven a inflar la burbuja inmobiliaria. Y, mientras se engorda esta 'niebla de las finanzas', se precariza el trabajo y se crean empleos a media jornada e indignamente remunerados que, a la vez que maquillan las cifras del paro, adelgazan hasta la consunción a las clases medias. Así, el trabajador se convierte en un instrumento del que se puede prescindir fácilmente para ser sustituido por otro que esté dispuesto a trabajar a modo de pieza de recambio a cambio de un salario más miserable. Lo que se nos presenta como remedio de la llamada 'crisis económica' es, exactamente, lo que la causó.
En un artículo titulado La posibilidad de recuperación, Chesterton censura a los gobernantes de su época, que como los de la nuestra tenían «la plena seguridad de que sus leyes económicas eran infalibles, su teoría política acertada, su comercio beneficioso, sus parlamentos populares, su prensa ilustrada y su ciencia humana». Y que, desde esa posición de confianza, se habían dedicado a someter al pueblo a los experimentos más atroces, «haciendo de su nación una eterna deudora de unos pocos hombres ricos; a apilar la propiedad privada en montones que fueron confiados a los financieros; a permitir que los ricos se hicieran cada vez más ricos y menos numerosos, y los pobres más pobres y más numerosos; a dejar que el mundo entero se partiera en dos, hasta que no hubo independencia sin lujo ni trabajo sin opresión; a dejar a millones de hombres sujetos a una disciplina distante e indirecta y dependientes de un sustento indirecto y distante, matándose a trabajar sin saber por quién y tomando los medios de vida sin saber de dónde».
Y, después de denunciar estos experimentos atroces, Chesterton advierte del peligro de rebelión del pueblo y lanza a los gobernantes un apóstrofe que es también una maldición, para que no perseveren en sus errores: «Por Dios, por nosotros y, sobre todo, por vosotros mismos, no os precipitéis ciegamente a decirles que no hay otra salida de la trampa a la cual los condujo vuestra necedad; que no hay otro camino más que aquel por el cual vosotros los habéis llevado a la ruina; que no hay progreso fuera del progreso que nos ha conducido hasta aquí. No estéis tan impacientes por demostrar a vuestras desventuradas víctimas que lo que carece de ventura carece también de esperanza [...]. Y un tiempo después, cuando los destinos se hayan vuelto más oscuros y los fines más claros, la masa de los hombres tal vez conozca de pronto el callejón sin salida donde los ha conducido vuestro progreso. Entonces tal vez se vuelva contra vosotros en la trampa. Y si bien han aguantado todo lo demás, quizás no aguanten la ofensa final de que no podáis hacer nada ya por evitarlo».
Las palabras de Chesterton, como las del Apocalipsis, mantienen íntegros su vigencia y su estremecimiento. Y es que no hay nada tan repetido y estremecedor como la manía de los hombres de perseverar en el error.

Perseverar en el error