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Tema: Crisis, pobreza y un país por descubrir (Michael Watson)

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    Crisis, pobreza y un país por descubrir (Michael Watson)

    Crisis, pobreza y un país por descubrir






    Por Michael Watson



    El propósito del presente ensayo es dar una explicación de la crisis económica que aflige a Australia y a gran parte del mundo. Por crisis económica me refiero a la creciente brecha entre los ricos y los pobres, el siempre en aumento coste de la vida, la disminución de sueldos y el aplastante poder de los monopolios bancarios privados que controlan y restringen el uso del dinero empobreciendo de esta forma a las masas. Este rapaz y corrupto sistema financiero ha diseñado y organizado la economía mundial llevándola hacia un estado de escasez artificial para ignorancia de las masas en general. Y es esta culpable ignorancia la que mantiene esta oligarquía financiera internacional que incluye a los bancos, a las corporaciones multinacionales y a los políticos que los apoyan. Para comenzar este artículo, explicaré la naturaleza y propósito de la economía y lo que la Iglesia Católica ha enseñado sabiamente sobre este asunto. A continuación, trazaré resumidamente una solución para esta crisis basándome en principios cristianos; solución que creo es la más práctica y justa para nuestra moderna era de tecnología e industria.

    Hay una opinión comúnmente sostenida hoy día de que el propósito de la Iglesia es enteramente espiritual y, por tanto, no debería hablar acerca de materias sociales y económicas. Esta idea es falsa. La Iglesia Católica enseña acerca de materias pertenecientes a la fe y a la moral, y puesto que la economía implica moralidad, por consiguiente, ella debe hablar sobre ésta. El Papa Pío XI lo explica en su encíclica social de 1931 Quadragesimo Anno:


    “que Nos tenemos el derecho y el deber de juzgar con autoridad suprema sobre estas materias sociales y económicas. Cierto que no se le impuso a la Iglesia la obligación de dirigir a los hombres a la felicidad exclusivamente caduca y temporal, sino a la eterna; más aún, “la Iglesia considera impropio inmiscuirse sin razón en estos asuntos terrenos”. Pero no puede en modo alguno renunciar al cometido, a ella confiado por Dios, de interponer su autoridad, no ciertamente en materias técnicas, para las cuales no cuenta con los medios adecuados ni es su cometido, sino en todas aquellas que se refieren a la moral.”


    Como declaraba León XIII, el mandato divino de la Iglesia Católica de predicar el Evangelio al mundo para la salvación de las almas es central para la misión de la Iglesia, pero también implica, como parte de esa misión, un deseo por mejorar las condiciones económicas y aliviar la pobreza física. La razón para ese deseo es que la gente debería tener a su disposición todo lo necesario para una existencia saludable tal como comida, agua, ropa, cobijo, seguridad y tiempo de ocio, a fin de poder desarrollar apropiadamente sus vidas espirituales y crecer en santidad. Estar en un estado agudo de necesidad impide que uno pueda tomar el tiempo necesario para contemplar la existencia de Dios y, de esta forma, crecer en la fe, porque se le mantiene demasiado ocupado tratando de resolver cómo va a conseguir su próxima comida o dónde dormirá la próxima noche. A su vez, tener acceso a todas las cosas que uno necesita es esencial para poder mantener la dignidad de uno mismo como ser humano. Tal dignidad nos fue dotada por Dios.

    Desde la caída de la humanidad del orden de la gracia en el Jardín del Edén, las estructuras económicas habidas entre las sociedades humanas han funcionado más o menos sobre la base de que todos los hombres corporalmente capacitados de la población trabajaran para producir bienes y servicios necesarios para esa población para sobrevivir y florecer. Esos bienes y servicios son, a continuación, intercambiados entre los individuos por otros bienes y servicios que necesiten, tales como comida y agua. Esto se hacía con oro, plata, y después con billetes y monedas, en donde los bienes de uno eran intercambiados por una cantidad de moneda igual a su valor objetivo y físico. Sin embargo, con el comienzo de la revolución industrial, las antiguas economías de trabajadores y propietarios agrarios fueron reemplazadas por fábricas y líneas de producción de masas en ciudades atestadas, en donde la riqueza y la propiedad quedaron concentradas en manos de unos pocos, y los trabajadores individuales fueron reducidos a esclavos asalariados con poca libertad y dignidad. La riqueza y la propiedad quedaron concentradas entre unos pocos mercaderes y banqueros, quienes efectivamente controlan el flujo del dinero mismo. El Papa León XIII, respondiendo a esa crisis social y económica de finales del siglo XIX con su histórica encíclica de 1891 Rerum Novarum, declaraba:


    “Sea de ello, sin embargo, lo que quiera, vemos claramente, cosa en que todos convienen, que es urgente proveer de la manera oportuna al bien de las gentes de condición humilde, pues es mayoría la que se debate indecorosamente en una situación miserable y calamitosa, ya que, disueltos en el pasado siglo los antiguos gremios de artesanos, sin ningún apoyo que viniera a llenar su vacío, desentendiéndose las instituciones públicas y las leyes de la religión de nuestros antepasados, el tiempo fue insensiblemente entregando a los obreros, aislados e indefensos, a la inhumanidad de los empresarios y a la desenfrenada codicia de los competidores. Hizo aumentar el mal la voraz usura, que, reiteradamente condenada por la autoridad de la Iglesia, es practicada, no obstante, por hombres codiciosos y avaros bajo una apariencia distinta. Añádase a esto que no sólo la contratación del trabajo, sino también las relaciones comerciales de toda índole, se hallan sometidas al poder de unos pocos, hasta el punto de que un número sumamente reducido de opulentos y adinerados ha impuesto poco menos que el yugo de la esclavitud a una muchedumbre infinita de proletarios.”


    Y de nuevo, más de medio siglo después, el Papa Pío XII se hizo eco de similares preocupaciones en un discurso que dio a las asociaciones de mujeres católicas en 1945, declarando:


    “Por otra parte, ¿puede acaso la mujer esperar su verdadero bienestar de un régimen de predominante capitalismo? Innecesario es que os describamos ahora las consecuencias económicas y sociales que de éste se derivan. Vosotras conocéis sus señales características y vosotras mismas sufrís su agobio: excesiva aglomeración de los habitantes en las ciudades, progresivo y arrollador crecimiento de las grandes empresas, difícil y precaria situación de las otras industrias, singularmente del artesanado y aún más de la agricultura, inquietante extensión del paro.”


    En respuesta a la crecientemente extendida pobreza e injusticia económica, resultante del desenfrenado capitalismo que dominó el siglo XIX, se buscaron varios remedios con los que abordar esos abusos. Una de las propuestas más radicales fue la del Manifiesto Comunista de Karl Marx. Si bien el marxismo tenía razón en su reconocimiento de los abusos del desenfrenado capitalismo, buscaba en su lugar abolir toda propiedad privada y producción privada, de tal forma que nadie pudiera poseer nada en propiedad. Toda propiedad y todos los medios de producción debían ser poseídos y administrados por el Estado, en un sistema de propiedad común pero que, en realidad, era una forma de capitalismo de Estado en donde, por el contrario, la riqueza se concentraba en manos de un partido político. Tal sistema ha causado grandes sufrimientos y pobreza a aquellas mismas gentes a las que se pretendía liberar. El marxismo es también, por naturaleza, ateo y secularista, y ha cometido brutales persecuciones del Cristianismo, especialmente bajo el comunismo soviético.

    Existen pruebas sólidas que apoyan el hecho de que la destructiva revolución comunista de Rusia fue secretamente respaldada por los banqueros y oligarcas financieros de Wall Street, como medio para manipular y controlar a las masas empobrecidas bajo la guisa del socialismo marxista. Pero contra ambos extremos, los Papas León XIII y Pío XI en sus históricas encíclicas sociales Rerum Novarum y Quadragesimo Anno, condenaron tanto el desenfrenado capitalismo como el socialismo marxista, y abogaron por una más justa distribución de la riqueza y la propiedad privada, justas condiciones de trabajo, y apoyo para los pobres y desfavorecidos; y fue gracias a esos esfuerzos que los estándares de vida mejoraron enormemente por todo el mundo occidental, especialmente en el caso de Australia en la última parte del siglo XX. Pero desde la década de los ´80, estas condiciones económicas justas han estado declinando de nuevo, con la reavivación de implacables políticas económicas de libre mercado que han conducido a la erosión de las condiciones de trabajo y a la concentración de la riqueza de manera creciente en manos de unos pocos rapaces oligarcas financieros, haciendo que los ricos se hagan más ricos y los pobres se hagan más pobres.

    Sin embargo, existen causas más profundas de esta crisis social y económica que han estado siempre presentes desde el advenimiento de la revolución industrial, pero que ahora se están acelerando, y éstas son la automatización tecnológica de la industria y el monopolio del dinero, al cual Pío XI se refería en su encíclica de 1931 Quadragesimo Anno como “funesto y execrable internacionalismo o imperialismo internacional del dinero”. Se nos conduce a creer hoy día, por aquéllos que tienen el control de la industria y la finanza, que el coste de la vida resulta ser muy alto porque hay una escasez de bienes y servicios disponibles. Esta creencia es absolutamente falsa: esa escasez es de naturaleza artificial. Hay más que suficiente para todo el mundo, y ésta va siendo cada vez más la situación con el avance de la tecnología y la automatización de la industria, que han incrementado el ritmo de producción de bienes y servicios enormemente. El problema está en que hay una escasez de dinero o poder adquisitivo distribuyéndose a los consumidores individuales. La cantidad de dinero que hay en circulación se supone que ha de reflejar la cantidad de bienes físicos disponibles, pero una gran porción de ese dinero está siendo restringido o limitado por los bancos privados, que poseen un monopolio sobre la creación y flujo del dinero y del crédito; los cuales, entonces, lo emiten junto con préstamos que han esclavizado a poblaciones enteras con deudas que han de ser devueltas con interés. Esto es a lo que históricamente se ha denominado usura. Esta forzada escasez de dinero se está exacerbando con motivo de la automatización de la producción, que está reemplazando a los humanos en los puestos de trabajo. Mientras que el ritmo de la producción se ha incrementado necesitando menos y menos trabajo humano, las máquinas y ordenadores están reemplazando a los humanos en los procesos de producción. Como resultado, los puestos de trabajo estables a jornada completa están declinando, y se está haciendo cada vez más imposible mantener a toda la población corporalmente capacitada plenamente empleada. Esto no es un buen augurio para la sociedad porque el empleo en trabajos serviles todavía se sigue viendo como el único medio legítimo de adquirir dinero, el cual es esencial para poder adquirir bienes y servicios necesarios para la supervivencia. A medida que menos y menos poder adquisitivo se va distribuyendo a los individuos por medio de sueldos, salarios y dividendos, la pobreza y el estrés van aumentando pues se fuerza a la gente a competir brutalmente los unos con los otros por cada vez menos y menos puestos de trabajo disponibles. Se estima que hasta un 40% de todos los actuales puestos de trabajo en Australia podrían ser reemplazados por robots para el año 2030. Es en esta nueva situación en donde la humanidad (al menos en el mundo desarrollado) se encuentra ahora en una encrucijada crucial. Ahora bien, una situación como ésa puede ser o bien una bendición o bien una maldición, dependiendo de la dirección en la que elijamos colocarnos.

    Existe, sin embargo, una solución a este dilema: podríamos establecer un ingreso universal permanente, de tal forma que aquéllos que no puedan ya más encontrar pleno empleo, puedan adquirir todos los bienes y servicios esenciales que necesitan, sin que necesariamente tengan que ser empleados a jornada completa en la fuerza laboral. Esta idea es controvertida, pero puede que sea la única solución justa en una era de desempleo tecnológico. Si bien es cierto que se crearán nuevos puestos de trabajo a raíz de las nuevas tecnologías, éstos no serán suficientes para reemplazar todos los puestos de trabajo perdidos, y estos nuevos puestos de trabajo requerirán de ciertos talentos o conjunto de habilidades que no todo el mundo posee. De otra forma, si continuamos adhiriéndonos a la cada vez más insostenible política de que el empleo y el trabajo servil son los únicos medios para adquirir las cosas que uno necesita, los pobres y desfavorecidos inevitablemente se verán forzados a la pobreza y la indigencia. Esta dirección tendrá consecuencias catastróficas y desembocará en caos político, inestabilidad social, guerras, revoluciones violentas y el eventual colapso de la civilización. Uno podría sugerir que simplemente prohibamos y destruyamos todas las máquinas, ordenadores y otros mecanismos ahorradores de trabajo, y que volvamos a las condiciones de la era pre-industrial. De esta forma se garantizaría a todo el mundo el pleno empleo, aunque al enorme precio de sacrificar sus vidas artísticas y culturales, que requieren de tiempo de ocio para su florecimiento. Sin embargo, esa dirección sería muy difícil de conseguir e incluso mucho más difícil de mantener a perpetuidad. A excepción de que haya un holocausto nuclear o un catastrófico desastre global, yo creo que no hay vuelta atrás con respecto a la revolución tecnológica e industrial; por tanto, deberíamos, por el contrario, aprovecharnos de ella, y cultivarnos con el abundante tiempo de ocio que nos puede proporcionar.

    La solución a la que me estaba refiriendo se denomina “Crédito Social”. La teoría del Crédito Social fue originariamente propuesta por un ingeniero británico llamado Clifford Hugh Douglas, a principios del siglo XX. Douglas explica de esta forma cuál es la filosofía que está detrás de ella: “Los sistemas fueron hechos para los hombres, y no los hombres para los sistemas, y el interés del hombre, que consiste en su propio desarrollo, está por encima de todos los sistemas”. El movimiento del Crédito Social reunió gran interés en Canadá y Australia a principios del siglo XX, y fue adoptado por una organización de católicos en Quebec, Canadá, llamada los “Peregrinos de San Miguel”, que lleva a cabo un activismo social y político, y distribuye revistas para promocionar el movimiento del Crédito Social como el método más adecuado para implementar en la sociedad las enseñanzas sociales y económicas de la Iglesia Católica. El Crédito Social propone la regulación y control del sistema monetario y financiero por el público, y que se establezca una Oficina Nacional de Crédito. Su naturaleza es similar a la de una institución bancaria, excepto en que está controlada públicamente y no tiene ánimo de lucro. El propósito de esta autoridad crediticia es la de crear y emitir dinero libre de deuda e interés en forma de un Dividendo Nacional a los individuos, y viene a ser una forma de justicia distributiva que es llevada a cabo por el poder público, tal y como aparece prescrito por Santo Tomás de Aquino en su obra la Summa Theologica (Ethica, Volumen 5, Lección 4). Este sistema de crédito social rompería el poder de los bancos privados y nos liberaría de su opresivo monopolio financiero, transfiriendo el poder de creación y control del dinero de vuelta al público, a través de la oficina nacional de crédito aprobada por el gobierno.

    El dividendo nacional es una suma de dinero emitida a todo ciudadano, con independencia de cuál sea su estado de empleo, de tal forma que a cada uno se le pueda proporcionar una independencia económica básica y poder adquisitivo para adquirir las necesidades de uno tales como comida, agua y cobijo. El dividendo se recibiría además del sueldo o salario que tuviera uno en caso de estar empleado, por lo que todavía habría un incentivo para trabajar. La cantidad de dinero emitido se calcula exactamente en relación al ritmo al que todo el país está produciendo riqueza material, y el dividendo subiría o bajaría dependiendo de la tasa de la producción nacional. Esto se basa en la filosofía de que todos los ciudadanos son beneficiarios y accionistas de su producción nacional de bienes y servicios. El Papa Pío XII se hace eco de esta filosofía en su discurso de Pentecostés de 1941: “Todo hombre, por ser viviente dotado de razón, tiene efectivamente el derecho natural y fundamental de usar de los bienes materiales de la tierra, quedando, eso sí, a la voluntad humana y a las formas jurídicas de los pueblos el regular más particularmente la actuación práctica. Este derecho individual no puede suprimirse en modo alguno.” Tal dividendo que aparece vinculado a la tasa de la producción total del país no causará hiperinflación porque ha reemplazado efectivamente la función que realiza el dinero-deuda compensatorio que ha de tomarse prestado de los bancos privados tal y como ocurre actualmente. La diferencia está en que el dividendo es libre de deuda e interés. Además, para ayudar a prevenir cualquier inflación resultante de un incremento de poder adquisitivo, la autoridad crediticia también emitiría lo que se denomina un descuento nacional para los productores y negocios, que viene a ser un reembolso destinado a compensar sus gastos de capital, reduciéndose de esta forma sus precios minoristas a un nivel más justo.

    El poder adquisitivo incrementado, proporcionado por el dividendo nacional, estimularía las pequeñas empresas de negocios, y llevaría a cabo una más justa distribución de la riqueza y propiedad privada entre la población, y de esta forma cerraría la brecha entre ricos y pobres. El Estado de bienestar fundamentado en los impuestos, que estaba pensado para proporcionar una red de seguridad social para los pobres y desfavorecidos, se ha convertido en algo complejo, ineficiente, impersonal y caro, por lo que debería ser reemplazado por el dividendo nacional, el cual no necesitaría de ningún tipo de comprobación de medios, burocracia, o supervisión y vigilancia, que requieren los modernos sistemas de bienestar.

    Una de las mayores bendiciones que proporciona el dividendo es la abundancia de tiempo de ocio, y con esto no se quiere dar a entender que todos nos convertiremos en modelos de inactividad o vagancia. Si mucha gente ganduleara, entonces el dividendo disminuiría, forzándoles de esta forma a volver a trabajar. Lo que se quiere dar a entender es que estaríamos liberados para perseguir actividades y profesiones que amamos y sentiríamos una verdadera pasión por incluir actividades artísticas y culturales. El filósofo chino Confucio dice: “Elige un trabajo que ames, y nunca tendrás que trabajar un solo día en tu vida.” Los humanos tienen inclinación a querer hacer algo, y se aburrirían si no lo hicieran. Pero, al no tener que estar constantemente luchando por la supervivencia como consecuencia de una escasez forzada, podríamos hacer pleno uso de nuestros impulsos creativos y desarrollarnos espiritual y culturalmente en beneficio de Dios y de la civilización. Un abundante tiempo de ocio fomentaría además los matrimonios y la vida familiar. Los niños podrían ser criados por sus madres y padres en casa, en lugar de a través de guarderías comerciales. Los matrimonios y las familias rotas se deben a menudo sobre todo a causas de inseguridad y pobreza, especialmente entre los pobres, por lo que el dividendo proporcionaría a todos los matrimonios y familias la estabilidad financiera que les es esencial para formar, crecer y prosperar con independencia de cuál sea su estatus socio-económico. La importancia del ocio para el desarrollo y promoción de la civilización nunca podrá ser exagerada. Ejemplos pasados de sociedades con ocio son aquéllas de los antiguos griegos, que produjeron los grandes escritos filosóficos de Platón y Aristóteles; o las de las clases reales y aristocráticas europeas, que fomentaron la música clásica de Bach, Beethoven y Mozart.

    Sin embargo, son muchos los que pondrían reparos al dividendo preguntando por qué uno debería recibir algo por no hacer nada, diciendo que “no hay tal cosa como una comida gratis”, o incluso citarían la frase bíblica de 2 Tesalonicenses 3:10 en la que se dice que “el que no quiera trabajar, que no coma”. Al contrario de estas críticas, este dividendo gratuito no contradice esa enseñanza de las Escrituras y está totalmente en sintonía con él, porque el dividendo está íntimamente vinculado al trabajo y a la productividad de los ciudadanos, y si bastantes ciudadanos corporalmente capacitados dejaran de trabajar, entonces la producción nacional declinaría y, con ella, el dividendo, disminuyéndolo eventualmente en su conjunto y, de esta forma, obligando a esos mismos ciudadanos a volver a incorporarse a la fuerza laboral. También recordaré las palabras de nuestro Señor en el libro del Génesis: “Al principio Dios creó el cielo y la tierra. La tierra era algo informe y vacío, las tinieblas cubrían el abismo, y el soplo de Dios se cernía sobre las aguas. Entonces Dios dijo: Que exista la luz. Y la luz existió… Entonces dijo: Que la tierra produzca vegetales, hierbas que den semilla y árboles frutales, que den sobre la tierra frutos de su misma especie con su semilla adentro. Y así sucedió. La tierra hizo brotar vegetales, hierba que da semilla según su especie y árboles que dan fruto de su misma especie con su semilla adentro. Y Dios vio que esto era bueno…” Estas primeras palabras de la Biblia nos dicen que la Tierra y todo lo que se contenía en ella fue dado como un don gratuito de Dios a la humanidad, Su principal creación, sin exigir nada a cambio excepto sus oraciones y acción de gracias a través de la ofrenda de sacrificios de animales en el Antiguo Testamento y, posteriormente, a través de la ofrenda del sacrificio incruento de la Misa a través de Su Hijo Jesucristo en el Nuevo Testamento. El libre acceso que toda la humanidad tiene a las abundantes riquezas de la Tierra es algo que nos fue concedido por nuestro Señor como una gracia inmerecida, y esto mismo se aplica igualmente a la esfera de actividad económica de los seres humanos. Pero como resultado del pecado original, la humanidad fue condenada a fatigarse en el trabajo servil, y privada de tiempo de ocio que es necesario para el cultivo de nuestro intelecto, creatividad y vida espiritual. Pero Dios, a través de la venida de Su Hijo Jesucristo, buscó salvarnos de los efectos del pecado original. En Su nuevo pacto o testamento, la Iglesia Católica enseña que la finalidad primaria de la vida económica es la producción y distribución de los bienes y servicios que la gente necesita para poder sobrevivir y florecer, con la menor cantidad posible de molestias para todo el mundo; y que ha de estar al servicio de la humanidad y no al revés como ocurre ahora. Pío XI lo explica en su encíclica social de 1931 Quadragesimo Anno:


    “Ya que la economía social logrará un verdadero equilibrio y alcanzará sus fines sólo cuando a todos y a cada uno les fueren dados todos los bienes que las riquezas y los medios naturales, la técnica y la organización pueden aportar a la economía social; bienes que deben bastar no sólo para cubrir las necesidades y un honesto bienestar, sino también para llevar a los hombres a una feliz condición de vida, que, con tal de que se lleven prudentemente las cosas, no sólo no se opone a la virtud, sino que la favorece notablemente.”


    El trabajo servil constituye un medio para un fin, y no es un fin en sí mismo. Como se dijo anteriormente, a medida que la tecnología y la automatización continúen reemplazando al trabajo humano, no podrá emplearse a todas las personas corporalmente capacitadas, por lo que la necesidad de un ingreso universal irá convirtiéndose en un imperativo moral. La aversión y oposición popular a un dividendo gratuito tiene sus raíces históricas en el protestantismo calvinista y el puritanismo que dominan al mundo occidental anglosajón. La doctrina herética calvinista de la depravación total sostiene que los humanos son intrínsecamente malos, que están en un estado permanente de pecado, y que son incapaces de elegir el bien, por lo que se nos debe mantener constantemente ocupados con trabajos serviles para que así no tengamos tiempo de pararnos a contemplar y, supuestamente, meternos en problemas. Tal doctrina es falsa y en la práctica viene a ser como querer cortar la cabeza para así salvar el cuerpo. Pero existe una razón aún más siniestra y deliberada para la oposición a la libre o gratuita distribución de dinero, y ésta es la de los oligarcas bancarios y financieros multinacionales de Wall Street y de todo el mundo, que están manipulando y controlando arbitrariamente la economía mundial restringiendo artificialmente la distribución de dinero y de bienes, obligando de esta manera a todo el mundo a entrar en un estado de inseguridad financiera, que trae consigo una constante lucha y competencia por la supervivencia, de forma tal que no nos molestemos en cuestionar su dominio. Douglas declaró que: “si uno puede controlar la economía, puede hacer que el cometido de ganarse la vida permanezca siempre como el factor dominante de la existencia, y de esta forma mantener uno el control de la política; ni más ni menos.” Tales condiciones fomentan los vicios de la envidia y la codicia por el poder, los bienes mundanos y los placeres pecaminosos, destruyendo así la tranquilidad espiritual, la civilidad y la vida familiar. Gran parte de este materialismo mundano de hoy día está impulsado por la escasez, porque estamos tan centrados en luchar por lo que necesitamos que nos hemos vuelto egoístas, decadentes y codiciosos, como resultado. Los oligarcas financieros mantienen sutilmente su dominio a través de varias instituciones y movimientos populares. Por ejemplo, el engaño de la democracia liberal, el desenfrenado capitalismo, y las falsas promesas del marxismo y el feminismo, todo ello trabaja en dirección a enriquecer el poder de estas maliciosas oligarquías, forzando tanto a hombres como mujeres a trabajar y a competir salvajemente los unos con los otros como esclavos, y se les deja perecer si no encuentran o no pueden encontrar puestos de trabajo disponibles que les sirva, engañando todo el rato a las masas con el mantra de que viven en una sociedad “libre” e “igualitaria”. Esta estructura de pecado ha creado la aversión popular hacia un dividendo gratuito, y puede explicarse sucintamente a través de un viejo proverbio irlandés que dice: “El bien alimentado no entiende al hambriento.” La mentalidad de resentimiento y de baja envidia, especialmente tocante a aquéllos que son desfavorecidos o desafortunados, se basa en una darwinista visión despiadada del mundo, que constituye claramente lo opuesto a lo que pretende ser una sociedad civilizada cristiana. Es la política de Mammón, el padre de la mentira y príncipe de este mundo, es decir, el Diablo.

    Pero nuestro Señor Jesucristo tiene un plan diferente y éste es que los vastos recursos y bienes de la Tierra son dones gratuitos y una gracia inmerecida; y es con el crédito social con el que estos principios cristianos se aplican a la vida económica. Cristo proclama esto hermosamente en Juan 10:10: “El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia.” Y Cristo demostró esto cuando Él multiplicó milagrosamente los panes y los peces y los distribuyó a las multitudes hambrientas en Mateo 14:19. Por tanto, la natural afinidad entre el crédito social y las enseñanzas sociales y económicas de la Iglesia es clara, y quedó patentemente demostrada en 1950 cuando un grupo de hombres de negocios en Quebec pidió al Obispo Albertus Martin de la diócesis de Nicolet, en Canadá, que fuera a Roma y pidiera al Papa Pío XII que condenara formalmente el modelo económico del crédito social. El Obispo hizo exactamente lo que le pidieron y regresó para notificarles a esos hombres de negocios que: “Si ustedes quieren una condena del crédito social, no es a Roma a donde deben ir ustedes. Pío XII me dijo (al obispo): “el crédito social crearía, en el mundo, un clima que permitiría el florecimiento de la familia y el Cristianismo”.” Por tanto, es con el crédito social –como medio práctico para implantar y extender el reinado social de Cristo Rey en la economía y la sociedad– con lo que los católicos estamos llamados a hacer lo que podamos, incluso contra tales abrumadoras probabilidades. Si bien esto puede parecer imposible en nuestro tiempo, también es cierto, sin embargo, que la fuerza no da la razón ni esta situación actual invalida la llamada de Cristo. Aunque no se puede negar que la transición de una sociedad centrada en el trabajo servil hacia una con ocio de masas será difícil para algunos, es un viaje necesario y que merece la pena realizar a pesar de los contratiempos que puedan ocurrir a lo largo del camino. Es una terra incognita, que significa “tierra desconocida”, y un país por descubrir que espera ser explorado y desarrollado. La aversión puritana a recibir algo gratis y los engañosos oligarcas financieros que rigen y mandan forzando artificialmente la escasez material, han de ser vencidos. Uno debe siempre buscar la verdad en todas las cosas porque como dice Juan 8:32: “Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”. Adjutorium nostrum in nomine Domini. Qui fecit Caelum et Terram.



    Fuente: CLIFFORD HUGH DOUGLAS INSTITUTE
    Trifón dio el Víctor.

  2. #2
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    Re: Crisis, pobreza y un país por descubrir (Michael Watson)

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    Muy interesante de nuevo. Gracias por traerlo, Martin Ant.

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