Fuente: Tradición, Número 27, 1 de Febrero de 1934, páginas 52 – 54.
Notas de un obrero
Un rato a… sociología
El extranjerismo de nuestros sociólogos. Los gremios españoles
La mayor desgracia que aflige a España es el afán de copiar todas las modas y teorías extranjeras. Aquí todo se hace a la moda. Desde el liberalismo económico al comunismo ruso, o al fascismo italiano, que son las últimas importadas, podemos decir que en España no se ha hecho nada, desde hace más de un siglo, que no sea copia, y mala, de doctrinas y teorías extranjeras. A mi entender, ésta es nuestra inmensa desgracia.
Todos, o casi todos, nuestros pensadores, sociólogos, hombres de letras…, tienen el único afán de buscar leyes, teorías y libros de otros países, pero, sobre todo, los llamados sociólogos se saben de memoria párrafos enteros de lo que dijeron y pensaron multitud de señores, para mí muy respetables, pero cuyas teorías no me interesan, ya que creo no sirven para España, que es un pueblo distinto a los demás, que, por su clima, espíritu impulsivo y vehemente, y sangre cálida como su clima, hace imposible la aplicación de las quimeras que para otros países pensaron esos señores, muy respetables repito, pero cuyas teorías idearan los más para exportación. O sea, que en los países donde las pensaron, tuvieron mucho cuidado de no poner en práctica muchas de ellas, y nos las envían para que actuemos de conejos de Indias.
España, que tiene en sus gremios antiguos la esencia de su legislación de trabajo, no necesita nada de nadie, pues con leyes propias pudo estar a la cabeza del mundo. Sólo necesita que sus pensadores y sociólogos, en vez de averiguar las chaladuras de ciertos melenudos extranjeros, se dediquen (demostrando algo más [de] patriotismo) a buscar la legislación propia, remozarla acoplándola al momento actual, y servir a la Patria, como ella se merece, poniendo a contribución toda su inteligencia para lograr el éxito.
Me duelen los oídos de oír hablar de las conquistas modernas, de las internacionales obreras, de las democracias y de otros cuentos tártaros. A éstos debemos contestarles diciendo que, en Alemania y otros países, tal vez sean conquistas modernas y democráticas, pero que en España eso es «guayaba» pura. Aquí no hemos ganado; por el contrario, hemos perdido. El obrero español tiene menos derechos que en el siglo XV. Esto es lo que me propongo demostrar en una serie de artículos, copiando documentos auténticos de esa época.
Como anticipo, allá van algunos datos.
La jornada de ocho horas la tenían a principios del siglo XV algunos gremios. El Monasterio de El Escorial se hizo con esa jornada, y, por último, en 1593, dictó Felipe II una Cédula Real, implantándola en las Indias, o sea, en casi toda la América del Sur y parte de la del Norte.
En los gremios españoles no existía el burgués actual, pues el tener asalariados era un derecho que sólo se concedía a los maestros de los gremios, y, para serlo, habían de pasar de 4 a 6 años de aprendizaje (legislado), pasando después a examen, donde se les hacía oficiales (con título). Cuando corrían los años y adquirían más conocimientos, se presentaban a examen de maestro, y ya podían poner negocio y tener obreros a su servicio. Únicamente, por excepción, se concedía derecho a tener tienda a las viudas de los fallecidos en el oficio. Es decir, que un obrero podía a sus hijos legarles el derecho a vivir de lo que él fue. Hay que advertir que el tribunal lo elegían los agremiados entre sí.
De libertad profesional sólo diré que las reformas en los códigos del gremio sólo podían hacerse a propuesta de los interesados en asambleas.
Los dirigentes del gremio eran elegidos también en asambleas, donde no podían asistir más que los agremiados, y tenía que ser uno de ellos. Desde el momento que juraban el cargo, tenían más autoridad que los jueces hoy, pues podían decretar multas y castigos, hasta de varios meses de cárcel; podían confiscar y quemar mercancías mal fabricadas; y, caso de que alguien se resistiese, les bastaba con requerir a la fuerza pública para ejecutar por sí estos derechos.
Cada gremio tenía su hospital propio, para los agremiados y sus familias; tenían almacenes colectivos para proveerse de materiales, de donde los sacaban los agremiados, en más o menos cantidad, según fueran casados, con más o menos hijos, o solteros.
El interés público estaba asegurado, pues no se podía vender género sin estar reconocido y tasado el precio por el gremio.
Estaba prohibido el intermediario, y las ventas habían de hacerse directamente del que lo producía al que lo consumía con el precio previamente tasado.
En varios gremios, los maestros tenían fianza para responder de los géneros u obras que hicieran mal.
Estaba legislado en muchos el descanso los domingos y todos los festivos, mas la víspera cesaban los trabajos al toque de la Salve, y, como el trabajo se cobraba por mensualidades o años, era evidente que tenían semana inglesa y sueldo los días de descanso.
Para despedir a un obrero, o éste marcharse de con el maestro, se precisaba el aviso previo y mutuo con 15 días.
De todas estas cosas y muchas más hablaremos, con documentos, en artículos sucesivos, a ver si convencemos a los españoles de que basta la tradición española, con su historia y doctrina, para resolver todos los problemas de España.
GINÉS MARTÍNEZ
Marcadores