Fuente: Tradición, Número 25, 1 de Enero de 1934, páginas 7 – 9.
Notas de un obrero
Posición del tradicionalismo en el momento social
Con verdadero orgullo inicia hoy TRADICIÓN la valiosa colaboración de Ginés Martínez, el dinámico y elocuente ferroviario andaluz y diputado a Cortes por Sevilla, cuyo modesto traje de mahón y cuyas manos encallecidas por el duro trabajo diario son una nota discordante en el Congreso, entre los ternos aseñoritados de tantos ex-obreros que han olvidado sus oficios mientras vivían a costa del sudor de los trabajadores.
Difícil, por demás, es el momento actual, en el aspecto social, para todos los partidos políticos; pero más aún para la Comunión Tradicionalista, que, si bien está incluida como partido, propiamente hablando no lo es, sino un ideario completo, ajeno a todo partidismo, y contrario, por esencia, a la política y al liberalismo económico, creadores de la actual lucha de clases y, por consecuencia, del trastorno y crisis de la economía mundial.
Desde hace un siglo el tradicionalismo español está frente al liberalismo económico y, posteriormente, desde su iniciación, frente a la lucha de clases, porque entendía que estas teorías traerían las luchas que actualmente presenciamos, y otras mayores, que vendrán lógicamente si no se pone el remedio, pues ha acentuarse forzosamente la distancia entre las distintas clases sociales, y, dado el semillero de odios y pasiones que están germinando en la humanidad, se llevarán a extremos inconcebibles las predicciones que allá, en el año 1890, anunciaba Vázquez de Mella respecto a las consecuencias de la lucha de clases.
Está en moda el antimarxismo en todo el mundo; lucha que creo no bien definida, pues el marxismo tiene dos aspectos: el aspecto de organización económica, para la defensa de los intereses de la clase trabajadora; y el de partido político, monopolizador de las organizaciones obreras, que utiliza esta enorme fuerza para dar vida a un ideario político basado en quimeras y, las más de las veces, en contraposición con los intereses y sentimientos de la clase trabajadora.
En el primer aspecto, creo no hay razón alguna para combatirlo, pues si la clase trabajadora se vio anulada, recluida a la condición de bestia o mercancía explotable por traficantes sin conciencia, sumados por egoísmo a idearios, como el liberalismo, que les concedían el derecho a explotar a sus semejantes –sin las obligaciones inherentes a la propiedad cristiana– con la ley de la oferta y la demanda, y con una clase elevada, dueña de la economía y perfectamente organizada, dirigiendo y manejando los Estados, que ponían la fuerza pública a su lado para la defensa de sus intereses, muchos de ellos abusivos, es lógico que se les conceda a los obreros el derecho a defender los suyos en igualdad de condiciones, y, si en la actualidad abusan de su fuerza, son merecedores de que se les disculpe, en atención a su falta de cultura y al abuso que antes hicieron de ellos. Buena prueba de esto es el hecho, jamás conocido en el mundo, de que, a la sombra de estas teorías económicas, pudieron algunos hombres, en el transcurso de una vida, almacenar miles de millones, a costa de la miseria de los pueblos, hecho que no puede amparar ninguna moral, y menos la ley moral cristiana.
En el segundo aspecto, pueden combatir si quieren al marxismo, pero tengan en cuenta que si la clase obrera se libra de los partidos políticos y su influencia, si se ve en algún momento libre de los profesionales del obrerismo –esa gama de chupacuotas, obreros de nombre que jamás, o sólo en su tierna infancia, trabajaran, y viven de llamarse trabajadores–, si se ve libre de estas influencias y con medios lógicos de marchar todos unidos, sería natural que su fuerza fuera mayor y, por tanto, la lucha más fuerte, la distancia entre el capital y el trabajo más grande.
Por lo tanto, la solución de la lucha de clases no está en acabar con el marxismo, sino en matar el germen que le da vida: el liberalismo económico. Es preciso encontrar la fórmula que haga imposible la lucha de clases. Para ello, es preciso acabar con el político, como intermediario entre el Estado y el Pueblo, y llegar al régimen donde el capital y el trabajo estén en igualdad de derechos ante la ley; donde los asuntos que afectan a la economía y vida de las profesiones sean discutidos en el seno de las profesiones, sin intervención de los elementos ajenos a ellos, con la debida participación en los beneficios de todos los factores de producción, en relación con lo que cada uno aporte; o sea, el régimen gremial.
En suma, la Comunión Tradicionalista, teniendo en su seno patronos y obreros, no puede impedir que unos y otros defiendan sus intereses económicos en entidades de clase, y, dado el ambiente actual, ya que fue el único ideario sin manchar en esta lucha, pues no hay duda que mancha, no puede ni debe mezclarse en ella, y su actuación debe ser frente a las dos tendencias, que son antihumanas y salvajes, ya que una y otra tienden a anular la inteligencia de la clase trabajadora, matando el espíritu de clase e iniciativas, olvidando que el obrero tiene una inteligencia y una voluntad que deben representar un valor en la producción y que conviene estimular para bien de la sociedad, en vez de someterlas a un criterio igualitario, sólo aceptable en las bestias, cuyo valor se estipula por el esfuerzo que pueden realizar.
El tradicionalismo, en estos momentos, debe demostrar, con ensayos gremiales, cómo se resuelve la lucha de clases en su ideario, y tender a que en sus filas patronos y obreros lleguen al régimen gremial, en cuanto sea posible, o sea, procurando desenvolver los negocios de común acuerdo y con participación en los beneficios, en cuanto sea factible, y fuera de su seno dejar que los demás elementos continúen la lucha actual con el desgaste mutuo, hasta que llegue el momento en que sea posible la implantación de nuestro ideario, para lo cual se necesita la colaboración y buena fe de todas las clases sociales, colaboración que nunca nos prestarán si en estos momentos nos pusiéramos al lado de una de las partes en lucha.
GINÉS MARTÍNEZ
Madrid, diciembre de 1934.
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