Juan Manuel de Prada, en un programa de Espejo Público en que se debatía este asunto, llegó a citar a Chesterton en un momento del debate, lo que provocó la sonrisa de uno de los que participaban en la disputa en favor de las nuevas "plataformas tecnológicas" (que constituyen otra vuelta de tuerca más de ese fenómeno socio-económico propio de nuestra época contemporánea llamado capitalismo).
Pienso que este artículo ayudará a entender el sentido con el que el Sr. De Prada citaba a Chesterton en aquella ocasión.
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Fuente: Magnificat, Número 184, Marzo 2019, páginas 10 – 15.
Los límites de la cordura *
Juan Manuel de Prada
UN AUTOR MANIPULADO Y DISTORSIONADO
En alguna ocasión anterior hemos advertido de las manipulaciones que desde diversos ámbitos se han perpetrado con la obra de Gilbert Keith Chesterton (1874-1936), cuya recepción en España siempre ha sido un tanto fragmentaria o interesada.
Si desde ámbitos impíos se pretende desvirtuar a nuestro autor, presentándolo como un príncipe de la paradoja y un virtuoso de los primores literarios (escamoteando el trasfondo teológico o apologético de toda su obra), también desde ciertos ámbitos católicos –sobre todo desde lo que Miguel Ayuso denominaba «neoconformismo conservardor» en un artículo en el que denunciaba estas malversaciones– se ha pretendido eunuquizar a Chesterton, escamoteando las partes más escabrosas de su obra. Casi todos los intentos de manipulación de este neoconformismo conservador se han centrado en enturbiar su pensamiento económico, a veces mediante la pura y simple elusión, a veces mediante la mistificación más descarada.
Como es bien sabido, Chesterton promovió el distributismo, que el neoconformismo conservador presenta condescendientemente como una «doctrina económica» tan novedosa como insatisfactoria, superadora tanto del capitalismo como del comunismo. Pero lo cierto es que Chesterton nunca pretendió formular una doctrina económica novedosa ni superadora; sino que, simplemente, designó de esta manera al modo de organización económica, basado en el reparto de la propiedad privada, que siempre había preconizado el pensamiento católico, a la luz de la razón y de las enseñanzas de la Iglesia.
Chesterton no se adentra en formulaciones técnicas, ni pretende elaborar un sistema al modo –pongamos por caso– de Friedman o Keynes; sino que se esfuerza por devolver a sus lectores el sentido de la cordura cristiana, que exige repudiar formas de organización económica que atentan contra los designios divinos y contra la propia naturaleza humana. Y señala, además, algo que desgraciadamente el neoconformismo conservador católico se niega a aceptar: que el capitalismo «crea una atmósfera y forma una mentalidad»; es decir, que el capitalismo no se limita a organizar la economía, sino que altera las condiciones humanas, que contiene una agenda antropológica arrasadora.
PENSAMIENTO ECONÓMICO ANTICAPITALISTA
A veces, para distorsionar las intenciones del pensamiento económico de Chesterton, se pretende que sus propuestas distributistas batallan por igual contra el capitalismo y el comunismo. Pero esto no es completamente cierto. La batalla de Chesterton es contra el capitalismo, del mismo modo que –pongamos por caso– la batalla de los teólogos contrarreformistas era contra Lutero y sus secuaces. Sin duda, en la obra de tales teólogos encontraremos constantes execraciones de Mahoma y sus secuaces; pero si afirmamos que escribieron sus obras contra unos y otros estaremos, como mínimo, embarullando la verdad.
El pensamiento económico de Chesterton es fundamental y radicalmente anticapitalista; y aunque, en efecto, contiene muchas execraciones del comunismo, nunca nos deja de advertir que con frecuencia quienes más claman contra el comunismo son los mismos que aplauden las calamidades que nos ha traído el capitalismo. Como muy certeramente señala en El manantial y la ciénaga, quien entre nosotros ha destruido la familia, alentado divorcios, azuzado la competencia entre los sexos y pervertido a jóvenes y ancianos con publicidades chillonas no ha sido el comunismo, sino el capitalismo.
En Los límites de la cordura (1927), una de sus obras más explícitamente dedicadas a la exposición de su pensamiento económico, Chesterton abunda en la misma idea:
«Mientras ese viejo caballero ha estado gritando contra ladrones imaginarios a quienes llama socialistas, ha sido atrapado y arrebatado realmente por verdaderos ladrones que no podía siquiera imaginar. Mientras ha estado entretejiendo palabras en el aire acerca de ideales que ni vienen al caso, ha caído en una red tejida con las palabras y conceptos exactamente opuestos: impersonales, irresponsables, irreligiosos. (…) Al viejo caballero se lo hace hablar como si el Trust, con mayúscula, fuera algo que le ha otorgado la Providencia. Se lo obliga a abandonar todo lo que originariamente quería decir con su forma curiosa de individualismo cristiano, y a reconciliarse rápidamente con algo que se asemeja más a una especie de colectivismo plutocrático».
Chesterton es consciente del error histórico que están cometiendo muchos católicos al defender el capitalismo, que está dispuesto –exactamente igual que el comunismo– a crear «una civilización centralizada, impersonal y monótona», capaz de destruir las más numantinas resistencias humanas. No se cansa de proclamar que «el capitalismo ha hecho todo lo que amenazaba con hacer el socialismo». Y afirma sin recato: «El empleado de oficina tiene exactamente la misma clase de funciones pasivas y placeres permisivos que tendría en la organización socialista más monstruosa». Incluso se atreve a precisar que los «placeres permisivos» que ofrece el capitalismo son mucho más corruptores que los que ofrece el socialismo. El tiempo no ha hecho sino darle la razón: sin duda, el comunismo ha matado más cuerpos que el capitalismo; pero ni de lejos ha matado tantas almas.
LA ORGANIZACIÓN ECONÓMICA CRISTIANA
Sólo hay una forma de organización económica cristiana: aquella que reparte la propiedad y asegura su posesión pacífica. El capitalismo –nos recuerda Chesterton– pretende exactamente lo contrario: concentrar la propiedad en unas pocas manos y asegurar la rapiña de la propiedad ajena. No tiene rebozo en comparar los panegíricos que el capitalismo hace de la empresa privada con la actividad del carterista:
«Es evidente que el carterista es un gran defensor de la empresa privada. Pero quizá sería exagerado decir que el carterista es un defensor de la propiedad privada. Lo característico del capitalismo, según su desarrollo reciente, es que en realidad predica la extensión de los negocios más que la preservación de las propiedades. En el mejor de los casos han tratado de adornar al carterista con algunas de las virtudes del pirata. Lo característico del comunismo es que reforma al carterista prohibiendo los bolsillos».
Aunque más adelante parece arrepentirse de este símil y nos deja claro que los carteristas son veniales ladronzuelos, en comparación con la maquinaria del capitalismo: «La propiedad privada debería estar protegida contra cosas mucho mayores que ladrones y carteristas. Necesita protección contra las conspiraciones de toda una plutocracia».
En Los límites de la cordura, Chesterton menciona los dos instrumentos principales de los que se sirve el capitalismo para favorecer sus intereses y destruir las comunidades humanas: la emigración y el control de natalidad. Mediante ambos instrumentos subsana sus errores de cálculo, alternándolos monstruosamente según le conviene, incluso auspiciándolos a la vez, para provocar mayores tensiones y postración social.
En otro pasaje memorable nos advierte que el alma del capitalismo es la «innatural separación» de las retribuciones y cargas de la propiedad: el capitalista (frente al propietario de la economía cristiana) quiere disfrutar al instante de las rentas que le proporciona la propiedad, a la vez que quiere evitarse los sacrificios y sinsabores que acarrea su cuidado. De ahí que recurra a la limitación de responsabilidad y al abuso de la persona jurídica. Y compara esta separación monstruosa con la separación de sexo y fertilidad que también el capitalismo fomenta.
HACIA EL FLORECIMIENTO DE UNA SOCIEDAD CRISTIANA
El libro está lleno de iluminaciones proféticas. Chesterton defiende con ardor la economía de cercanías como única forma de economía sostenible y batalla con entusiasmo a favor de las pequeñas tiendas. Y nos confía que en sólo dos ocasiones el director de una publicación se negó a publicarle un artículo; y en ambas ocasiones fue por arremeter contra los grandes almacenes:
«Puede resultar interesante señalar que ésta es una de las cosas que ahora le está prohibido decir a un escritor; quizás la única cosa que le está prohibido decir. Si se hubiera tratado de un ataque al Gobierno, la revista me lo habría tolerado. Si hubiese sido un ataque a Dios, habría sido respetuosa e incluso me habría aplaudido. Si se hubiera tratado de injuriar el matrimonio, o el patriotismo, o la honestidad pública, me habrían anunciado en los titulares y se me habría permitido extenderme en los suplementos del domingo. Pero no es posible que un gran periódico ataque a la gran tienda, puesto que él mismo es (a su modo) una gran tienda y cada vez más un monumento al monopolio».
No se puede ser más lúcido y penetrante, más descaradamente veraz. También lo es cuando afirma que «el bolchevique es la consecuencia» de los abusos del capitalismo. Por supuesto, Chesterton no es tan iluso como para pensar que esta «tendencia moderna a la concentración de capital» pueda desaparecer de la noche a la mañana; pero no se recata de afirmar que sólo cuando haya sido derrocada podrá florecer una sociedad cristiana. Y entonces, sobre los escombros de esa tiranía plutocrática, podrá levantarse sobre la tierra otra vez repartida entre muchos «la santidad de una cosa ya antigua y plena de misticismo. Y esa cosa es un altar. La presencia real de una religión sacramental».
Pero ya se sabe que al neoconformismo conservador le va muy bien levantando altares, mientras se lucra con la concentración de capital. ¡Y encima quiere apropiarse de Chesterton, después de eunuquizarlo!
* GILBERT KEITH CHESTERTON, Los límites de la cordura. El distributismo y la cuestión social (El Buey Mudo, Madrid, 2010, 240 págs).
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