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Tema: Distributismo.

  1. #1
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    Distributismo.

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    Manual de Distributismo: Una economía paralela
    Por Peter Chojnowski [[1]]

    Al considerar las implicancias prácticas de las doctrinas económicas del Distributismo, es importante recordar que sus teóricos, Hilaire Belloc, G.K. Chesterton, Arthur Penty y el P. Vincent McNabb, no tenían intención de proveer un mero modelo macroeconómico nacional. Tal modelo macroeconómico es útil para las decisiones prudenciales del estadista. Ellos, más que eso, esperaban que tal modelo fuese aprovechado por los estadistas de su tiempo. Es providencia, por lo tanto, que también hayan mencionado las implicancias microeconómicas de su “tercera vía”. Son estas implicancias microeconómicas, aplicadas específicamente a la situación actual de la familia tradicional católica promedio, las que serán el tópico de este artículo.

    Es importante comprender que nos enfocamos en los aspectos microeconómicos de la tercera vía y preguntarnos, cómo podemos aplicar estos principios e ideas a nuestras propias vidas, nuestras propias situaciones familiares y las situaciones de nuestras crecientes comunidades católicas tradicionales. La razón de que es posible es porque “economía” del griego oeconomia, significa “administración del hogar”, la forma en que ordenamos, sostenemos y estabilizamos nuestras familias y nuestras comunidades. Un verdadero teórico de la economía debería, por lo tanto, tener como fin primario el establecimiento de un sistema que provea las necesidades básicas de las familias y que provea a los hombres con el trabajo que es intrínsecamente satisfaciente, capaz de proveer sostenimiento y en total acuerdo con el fin último de la vida humana, el tomar parte de la mismísima Vida Divina.

    ¿Qué permitirá a nuestras familias lograr estos fines del trabajo y el hogar? Primero, debemos comprometernos a la meta adelantada en las enseñanzas del papa León XIII (Rerum Novarum), el papa Pío XI (Quadragesimo Anno) y los teóricos distributistas: la posesión de propiedad familiar real. Solo es mediante la tenencia de propiedad real (esto es, no hipotecada al usurero moderno) que podemos establecer “reinos” fijos, baluartes de Cristiandad capaces de sostener por un período indefinido de tiempo familias dedicadas al Reinado Social de Nuestro Señor Jesucristo.

    Segundo, debemos organizar el trabajo. Obviamente, para organizar el trabajo debe existir una “fuerza laboral” lo suficientemente grande para ser organizada. Si queremos verdaderamente poner los fundamentos de un sistema microeconómico, debemos satisfacer el objetivo de todo sistema económico, la satisfacción de las necesidades básicas de las familias. Esto sólo puede hacerse si existe un grupo lo suficientemente diverso de hombres y mujeres cuyo talento laboral les permita participar en este ensayo de satisfacer las necesidades básicas y primarias de una comunidad. A este respecto, enfaticemos que nuestra “economía paralela” (esto es, una economía que satisfaga las mismas necesidades que la economía capitalista dominante, pero que satisfagas estas necesidades de una manera diferente), debe enfocarse en lograr proveer lo que el P. Vincent McNabb llama “bienes primarios” (por ejemplo, vivienda, comida, vestimenta, y agrego servicios médicos), a diferencias de los “bienes secundarios”. Los bienes secundario son aquéllos que son pensados para satisfacer algún deseo o capricho del hombre, pero que no son esenciales de la forma en que lo son los bienes primarios. Al satisfacer las necesidades básicas, o al menos tantas como sea posible, nuestra comunidad avanzará hacia el objetivo de la autosuficiencia que es el signo de toda sociedad verdadera.

    Tercero, necesitamos tener, como parte de una comunidad coherentemente organizada sobre la base de la Fe verdadera, un compromiso a apoyar, de cualquier manera posible, la organización económica de la comunidad sobre la base de las enseñanzas de la Iglesia. Sin este tipo de compromiso de intenciones, tal proyecto fracasará. Lo que se necesita es tanto un compromiso ocupacional de parte de algunos miembros de la comunidad o comunidades y un compromiso económico de parte de todos los miembros de la comunidad.

    ¿Qué tipo de compromiso ocupacional es necesario? Significa que un trabajador o profesional renunciará a su conciencia capitalista que le dicta usar sus habilidades, talentos y trabajos para satisfacer sus deseos y caprichos, suyos y de su familia, para usar de ellos tanto para satisfacer las necesidades de su familia como para contribuir a la satisfacción de las necesidades de todas las familias de la comunidad.

    ¿Qué tipo de acuerdo económico es necesario? Sólo la resolución, por parte de todos los miembros de la comunidad, de canalizar sus recursos financieros de tal manera que las propias necesidades de su familia sean satisfechas a través de los esfuerzos de los órganos económicos o los cuerpos corporativos compuestos por hombres y mujeres de la propia comunidad. Esto no se refiere a contribuciones financieras gratuitas, sino, por el contrario, simplemente a satisfacer las propias necesidades básicas de la familia dentro de las estructuras organizadas de la misma comunidad. Para que esto ocurra realmente, debemos desarrollar un sentido fuerte de “hermandad” basado en la adhesión a la totalidad de la Fe verdadera y sobre la base de la virtud divina de la caridad fraternal. Nuestro compromiso, como individuos y comunidad, debe ser asegurar a la totalidad de los grupos de familias, cuanto más grandes mejor, la supervivencia, la prosperidad, la crianza y educación de los hijos, y la persistencia en la práctica de la religión verdadera frente a un mundo completamente hostil y un “sistema” anticristiano. Ésta será nuestra oportunidad para desinvertir de un sistema económico comprometido con la destrucción de las grandes familias verdaderamente católicas y para reinvertir en un esfuerzo microeconómico que no sólo sostendrá a la familia católica tradicional como familia católica tradicional, sino también inevitablemente ayudará a sostener capillas y escuelas tradicionales que están dando vida a las almas y las mentes de tantos.

    A) Guildas
    El primer paso en la organización de un sistema microeconómico tal es la organización de guildas. Las guildas eran los órganos del sistema económico distributista que floreció en los siglos católicos del pasado. En tiempos recientes, el arzobispo Lefebvre y el obispo Fellay han específicamente abogado por la formación de tales organizaciones vocacionales entre los fieles católicos tradicionales.

    Por su naturaleza, las guildas demandan una fuerza de trabajo dividida según ciertas especialidades. Para nuestros propósitos, dado que estamos considerando una pequeña fuerza laboral en términos relativos, debemos establecer guildas cada una dedicada a la satisfacción de una de las necesidades básicas mencionadas antes (esto es, comida, vivienda, vestimenta y cuidado médico). Dado que estas guidas serán cuerpos corporativos, uniendo a todos los miembros de un cierto tipo de labor, estos cuerpos necesitarán estar animados de almas espirituales. La primera necesidad de una organización de trabajadores tal es el cuidado moral y espiritual a cargo de un capellán. El rol del capellán sería orientar propiamente las mentes de los “hermanos” de modo que puedan tratar entre ellos y con sus clientes, implementarán propiamente las enseñanzas de la Iglesia en su propio específico campo de trabajo, junto a asegurarse que los hombres comprendan siempre su trabajo y su labor como guilda desde una perspectiva de Fe y de la meta última de la vida humana. También, en el espíritu de las guildas medievales, una especial devoción a un santo patrono debería enlazar la vida católica de cada cuerpo específico; San Rafael para los trabajadores médicos y San José para los obreros de la construcción se me ocurren. Dando al trabajo un espíritu católico, y trabajando con aquéllos que tienen la misma fe y luchan por lograr la misma vida moral, habrá inevitablemente una gran integración de fe y trabajo, lo cual ayudará a un catolicismo más integral de parte de aquéllos que formen parte de la guilda.

    Al mismo tiempo que integrar fe y trabajo, el sistema de guildas ayudará a lograr un significado económico para la guilda como un cuerpo de trabajadores o profesionales. Tanto la guilda como un todo, por ejemplo, la guilda de trabajadores de la construcción, estará en mejor posición de negociar respecto a contratos específicos ya que tienen un equipo armado con cierta reputación en el área, o como empleado individual, digamos un radiólogo, como miembro de la guilda de servicios médicos tendrá un grupo de profesionales de la misma profesión en general apoyándolo. El fin último de estas guildas, por supuesto, será servir como los “órganos” primarios para proveer las necesidades de bienes básicos para el mantenimiento de la comunidad. No sólo el trabajo de las guildas estará específicamente dirigido al bien de sus propias comunidades específicas. Los miembros de las comunidades servidas por las guildas deben también obligarse a apoyar a sus hermanos empleándolos. Las comunidades católicas tradicionales deben comenzar empleando a su propia gente para servir a las necesidades primarias de sus propias familias. Cuando un hombre católico tradicional está buscando una esposa, él, si está sano, “busca” en lugares específicos y entre ciertas familias. ¿Por qué no hacer lo mismo cuando buscamos un empleado?

    B) Guildas y empresas de propiedad familiar
    Al organizar el trabajo en la forma de un sistema de guildas, los recursos financieros pueden conseguirse también en forma fácil si se adquieren empresas en operación en el área en que la mayoría de la comunidad vive. Una verdulería, una cooperativa agraria o un comercio de ropa que tienen como fin servir a la comunidad más que hacer mera ganancia, deben ser una meta de las guildas relevantes. Son estos tipos de negocios, tanto como guilda o propiedad familiar, los que pueden lograr la demanda de la Iglesia de un precio justo y alcanzable. Establecer precios alcanzables y proveer salarios justos para los empleados puede ser económicamente realizable si existe una clientela estable o un alto volumen de ventas. La propiedad comercial también significa algún grado de control político a nivel local. El dinero significa poder; no olvidemos este razonamiento, antes bien, empleemos esta verdad para el bienestar financiero y social de nuestras comunidades.

    Por supuesto, en nuestro tiempo, uno de los campos en los cuales se pueden encontrar muchas prácticas y actitudes moralmente objetables es el campo médico. Seguramente, con todas las necesidades médicas de las familias numerosas, incluyendo los remedios y los servicios pre y postnatales, una de las metas de una guilda de servicios médicos debe ser el establecimiento de una clínica médica independiente o la adquisición de una clínica ya en operación. Incluso debería haber una búsqueda concertada para encontrar personal para tal clínica de entre los profesionales médicos católicos tradicionales que busquen mudarse a una de varias comunidades en los Estados Unidos u otros lugares. En total acuerdo con la orientación de esta propuesta “hacia lo básico”, el servicio de los nacimientos en el hogar seguramente beneficiará a aquellas familias numerosas o nuevas que busquen evitar los precios astronómicos, la esterilidad y la atmósfera no familiar del hospital moderno.

    C) Hogar familiar
    A medida que un número creciente de jóvenes familias se dan cuenta que sus hijos necesitan los beneficios de la educación en una escuela católica tradicional, necesariamente considerarán migrar a una comunidad católica tradicional formada alrededor de una institución educacional en operación, normalmente una que pueda proveer educación para todas las edades, incluyendo el secundario. Uno de los esfuerzos concertados que deben hacerse es proveer vivienda a precios razonables para estas familias nuevas y en crecimiento. Una casa a precio razonable sólo es posible cuando hay tierra a precio razonable para construir una casa. Será muy probable que las comunidades que puedan atraer a tales familias nuevas o numerosas estén situadas en áreas rurales o semi rurales. En estas áreas, los terrenos pueden comprarse sin necesidad de pedir los “servicios” de la rama local de la usura internacional. Si la propiedad real es la meta, la tierra a precio razonable es una necesidad. El próximo problema a resolver es la construcción de una casa a precios razonables. Aquí, creo que una guilda de la construcción pueden hacer de esto su tarea central y su “apostolado”. ¿Qué mejor modo de animar a las familias jóvenes y en crecimiento a mudarse a comunidades que también provean la escuela para sus hijos que haciendo disponible para ellas la vivienda a precios verdaderamente razonables? ¿Qué mejor modo de proveer un trabajo estable y continuo para la guilda de la construcción que servir a la demanda que sin duda existirá si se conoce la existencia de una oferta segura? Nuestro lema aquí debe ser “¡trabaja en serio!” Por supuesto, en estas comunidades individuales, existirá la necesidad de alguien que coordine la oferta y la demanda. Ésta puede consistir en un programa comprensivo para la guilda de la construcción. La acumulación de capital por la misma guilda podrá facilitar la compra inicial de terrenos sobre los cuales la guilda construirá sus casas. Casas en general no pensadas para solteros y familias pequeñas, sino para familias numerosas. De nuevo, un volumen incremental hará posible precios razonables. El objetivo, por supuesto, debe ser que el máximo número de familias posible tenga su vivienda libre de hipotecas.

    D) Programas de aprendizaje
    Una de las metas del sistema de guildas propuesto debe ser la iniciación de un sistema de aprendizaje. Los aprendices han sido siempre el futuro de cualquier guilda. Estos programas han sido una fuente de esperanza para los jóvenes. La esencia del sistema de aprendizaje es la existencia de un maestro o maestro-artesano y de un discípulo o aprendiz. La relación entre el maestro y el discípulo es el fundamento de todo sistema educativo verdadero de cualquier tipo. Tal relación, sea establecida dentro de una guilda particular o, incluso, entre un hijo y su padre en el rol de maestro artesano, remediará muchos de los dilemas que minan las mentes y los corazones de nuestra juventud católica tradicional. Primero, habrá una integración psicológica mayor. Al formar lazos fraternales con los hombres que trabajan en la misma profesión que, también, comparten la misma fe, la Fe verdadera será algo más que una serie de proposiciones aprendidas en la niñez, con poca relevancia para el mundo del trabajo, el dinero y los amigos. En cambio, sintiéndose una parte vital de un cuerpo corporativo de hombres unidos no sólo por un trabajo común sino por una fe común, estará en condiciones de entender la Fe como algo para mentes maduras. En este caso, la Fe le proveerá amigos, mentores, clientes, una ocupación, esperanza para el futuro y pan.

    Segundo, el sistema de aprendices proveerá algo que desesperadamente necesitan nuestros jóvenes: una muy rápida transición de la adolescencia a la adultez. El trabajo serio en un negocio serio no sólo hará al joven más responsable de sí mismo, sino le hará posible prever el día en que tendrá los suficientes medios para formar su propia familia.

    Adjunta a esta idea de revivir la antigua posición del aprendiz, está otra propuesta que tiene un conjunto similar de metas. Es la relación maestro-aprendiz aplicada a las carreras profesionales “de cuello blanco”. La mayoría de éstas caerá fuera del sistema de guildas que tiene su fin en proveer lo que llamamos “bienes primarios”; si un joven quiere convertirse en profesor, abogado o contador por ejemplo. Para estos jóvenes, adelanto la idea de un programa de “hermano grande” con una red estable de contactos profesionales. Estos “hermanos grandes”, que son católicos tradicionales que ya trabajan en la profesión a la que el joven está buscando entrar, actuarán como asesores, confidentes, patrones y proveedores de contactos para el joven mientras éste recorre su camino a lo largo del laberinto educacional y profesional que es parte del inicio en cualquier profesión. De este modo nos aseguraremos que las comunidades de las que hablamos tengan un ensamble completo de profesionales dedicados a su servicio o tendremos jóvenes católicos tradicionales cuidadosamente guiados a las posiciones “correctas”. Debemos cultivar a nuestros mejores y más brillantes. Recuerden, ¡los masones tomaron esta idea de nosotros!

    E) Trueque y cooperativas de crédito
    Uno de los problemas más obvios que encontramos en el jefe de familia en su intento por lograr una propiedad real para su familia es el hecho de que los salarios no son lo suficientemente altos para satisfacer las demandas que se le hacen para proveer los bienes primarios necesarios para la supervivencia de su familia en la sociedad contemporánea. Nuestro estilo de vida no puede mantenerse sin incurrir en deuda con una u otra institución financiera que, a través de la usura y la explotación del sistema económico basados en los deseos y los caprichos, han obtenido el control de la oferta de dinero y de alguna manera reciben “permiso” para crear “dinero”, basado en nada más que la palabra de la misma institución. ¿Cómo podemos evitar que nuestros hermanos incurran en deudas? Tal debe ser una de las metas primarias de una economía paralela basada en los principios distributistas de la Rerum Novarum. En cuanto a eso, junto con la guilda de la construcción ayudando a mantener los precios bajos gracias a la demanda estable y dado que el objetivo es el sostenimiento de la familia y no la ganancia, existen otras dos formas en que sugiero evitar el endeudamiento de nuestros correligionarios. Ellas son el uso prudente y restringido del sistema del trueque, y el establecimiento de cooperativas de crédito no usurario. Por el “sistema de trueque”, simplemente me refiero el cambio de un servicio por otro servicio, más que el intercambio de un servicio por dólares. No sólo el intercambio del trabajo de un hombre por el de otro hombre fortalece los vínculos entre ambos hombres, ambas familias, sino que también permite a la familia conservar el capital monetario que tenga, al mismo tiempo que evita totalmente la necesidad de recurrir a los prestamistas para pagar un servicio. Más aún, hasta donde sé, un servicio intercambiado por otro servicio (por ejemplo, un trabajo de plomería por huevos y gallinas), no figurará como el ingreso monetario anual de uno. Otra forma de legalmente “desinvertir” en el sistema y reinvertir en los hogares de la Cristiandad.

    La otra forma que propongo de ayudar a los hermanos católicos tradicionales a evitar la esclavitud de la usura y, aún así, proveer fuentes de financiamiento para algunos de los proyectos sugeridos aquí, es establecer cooperativas de crédito no usurario. ¿Cómo puede ser esto posible si los préstamos típicos de las cooperativas de crédito prestan dinero a una tasa de interés aunque baja a sus miembros? Aquí debemos tener en mente la condena tradicional de la Iglesia a tomar intereses en todo tipo de préstamos no rentables. Los préstamos para la construcción son, excepto en los casos de especulación, préstamos no rentables. Un préstamo con interés que sirve como dinero de inversión inicial de un proyecto que arroja una ganancia, un censo de medievalistas lo probaría, fue siempre perfectamente aceptable para la Iglesia. El prestamista, en este caso la cooperativa de crédito propuesto, simplemente sirve como un socio en lo que será un emprendimiento conjunto. Al recibir parte de la ganancia de estos emprendimientos conjuntos, la cooperativa de crédito, que debió haberse establecido por la recaudación de capital, estará en condiciones de prestar dinero a aquéllos en la comunidad que construyan casas o provean otras necesidades básicas y primarias. Estos préstamos serán devueltos, a tiempo, sin ninguna carga usuaria adyacente.

    F) No tratar a los hermanos como extraños
    Las propuestas de arriba están basadas en un hecho frío y duro. Es que, en el futuro próximo, en la escena geopolítica y en el nivel macroeconómico, no hay esperanza de que las ideas adelantadas por los distributistas en la primera parte del siglo XX sean implementadas. Dado que, sin embargo, son parte de una visión católica integral del recto orden de la sociedad humana y dado que, de acuerdo con Rerum Novarum y Quadragesimo Anno, son parte de la total realización del Reinado Social de Nuestro Señor Jesucristo, debemos intentar implementar estas ideas a nivel local y comunitario. Necesitamos comunidades para ello. Tenemos comunidades así ya establecidas y conocemos varias otras de tales comunidades en los Estados Unidos y en otros lugares como en Tynong (Australia) por ejemplo, que aún están en etapa de nacimiento.

    Si las comunidades de familias animadas y adheridas a la Tradición deben sobrevivir e incluso prosperar, si nuestros jóvenes deben ser alejados de la tentación a cruzarse de lado, en sus mentes o en sus corazones, y si debemos vivir los principios y las doctrinas a las que adherimos con nuestras mentes en una sociedad hostil, debemos considerar, seriamente, la pregunta, ¿cómo hacerlo? La respuesta básica a esta pregunta es no tratar a los hermanos como extraños.

    [1] Nacido en New Britain (Connecticut, EE.UU.) en 1965, el Dr. Peter E. Chojnowski es profesor en la Academia de la Inmaculada Concepción en Post Falls (Idaho). Graduado “magna cum laude” en Filosofía, Ciencia Política y Economía en el Colegio Universitario Christendom, tiene una maestría y un doctorado en Filosofía en la Universidad de Fordham. Ha sido profesor en numerosos institutos, academias y universidades de su país y dictado conferencias en Europa y Asia, también es frecuente colaborador de la revista “The Angelus”.

    Sacado del Blog de Cruz y fierro.
    Diego de Mora dio el Víctor.

  2. #2
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    Re: Distributismo.

    También del magnífico Blog de Cruz y fierro (que desde aquí felicito sinceramente por su labor),que recomiendo visitar frecuentemente:


    Lo que el gobierno puede hacer por la familia: ¡Sólo dejarla tranquila!

    Nex Oxford Review”, December 1998, Volume LXV, Number 11.

    -- Thomas Fleming

    Thomas Fleming es editor de ‘Chronicles: A Magazine of American Culture’. En 1996 abandonó la Iglesia Episcopal y se convirtió al catolicismo.

    G.K. Chesterton describía al hogar como la única institución anarquista. Su elección de las palabras era quizás caprichosa. En la mayoría de los hogares nada hay anárquico; por el contrario, un buen hogar exhibe la estructura tradicional de la autoridad y la división de tareas sobre la base del sexo, la edad y las relaciones. Incluso la palabra “institución” es engañosa, dado que implica un comienzo, algún acta de fundación. Dejemos que los marxistas hablen de la “institución” de la familia, ya que la consideran una construcción artificial impuesta por hombres tiránicos. Los cristianos tenemos un lenguaje más apropiado.

    Estoy siendo deliberadamente injusto con Chesterton, quien, usualmente, mientras obtenía mal los detalles retenía bien las esencias. Él continúa diciendo que lo que significa “institución anarquista” es que el hogar “es más antiguo que la ley y que queda fuera del estado”.

    Ésta es una manera muy antigua de considerar el hogar y la familia que sobrevive en ese dicho. Es la cosmovisión cristiana general, así como la opinión de los paganos antiguos más sabios. En el siglo XX esta cosmovisión de la familia como la pre-condición de la sociedad humana ha sido etiquetada “agrarista” o “distributista”, pero esta cosmovisión de la familia no es regional ni reciente; es, principalmente, el sentido común de la Cristiandad.

    En la historia intelectual estadounidense reciente, el término “agrarista” es frecuentemente aplicado al grupo de escritores que colaboró en “I’ll Take My Stand” [[1]] (1930): John Crowe Ransom, Allen Tate, Donald Davidson y Andrew Lytle; sus discípulos Richard Weaver y Mel Bradford, y el novelista Madison Jones, y sus admiradores, amigos y discípulos. Antes de eso, existió una tradición agrarista estadounidense representada por Thomas Jefferson, John Taylor de Carolina y Edmund Ruffin – todos los cuales creían que la fortaleza y la integridad de la nación se apoyaba en los hombros de los granjeros de mente independiente.

    En un sentido más amplio, sin embargo, la etiqueta “agrarista” se aplica a los movimientos sociales y culturales que enfatizan un retorno a las tradiciones de los campesinos y pequeños propietarios rurales. En este sentido muchos de los distributistas eran obviamente agraristas, particularmente Hilaire Belloc y el Padre Vincent McNabb, como lo eran los partidos campesinos de Europa central. Ni capitalistas ni marxistas, estos agraristas del siglo XX eran críticos con las vastas fuerzas impersonales – las grandes corporaciones y los gobiernos nacionales – que parecían destrozar las antiguas tradiciones y las comunidades locales. Casi invariablemente consideraban a la familia como el último reducto en la defensa de la humanidad contra el capital internacional y el estado nacional.

    En “A Wake for the Living” [[2]], Andrew Lytle – uno de los agraristas de Nashville originales – declara que “la fuerza estable del estado es la familia”. Reconoce que esta afirmación suena a una obviedad. Pero esto es quizás lo que es más impresionante del punto de vista agrarista – el hecho de que deba decirlo en primer lugar. Defender la familia debería ser tan innecesario como lo sería defender la ingesta de carne o el consumo de vino, pero vivimos en una época en la que toda función humana esencial está bajo ataque, si les creemos a los marxistas, existencialistas y la mayoría de los antropólogos en que no existe algo así como el hombre o la naturaleza humana, sino personas individuales, cada una forjando su propia identidad y destino.

    Sin embargo, como observó Aristóteles, el hombre es por naturaleza un “zoon politikon”, un animal político. Aristóteles no quiso decir que al hombre le gusta jugar a la política o que los seres humanos no podemos vivir sin los mecanismos políticos del estado. Aristóteles quería significar que la naturaleza humana es esencialmente social, que nacemos para vivir uno junto al otro en una comunidad. La forma más primitiva de la sociedad, dice Aristóteles, es el hogar, definido en primer lugar como la unión del hombre y la mujer, y de esta unión proceden los hijos quienes representan el futuro, tanto de los padres como de la comunidad. Los pueblos, las ciudades estados, las naciones y los imperios – todos ellos se apoyan en la fundamental unidad de la familia, lo que un filósofo posterior llamó la siembra de la comunidad.

    Es importante estar atento de que Aristóteles no dijo una palabra sobre la familia en sí. Pudo hablar del hogar y del linaje, pero nunca la mezcla de ambas implicaba lo mismo que nuestra palabra. En un sentido, estaba en lo correcto. Como Chesterton veía en el hogar la unidad fundamental, la casa que – en la ley inglesa y estadounidense – puede ser protegida incluso contra las fuerzas de la ley y el orden. Andrew Lytle describe la puerta del frente, en el Tennessee pre-moderno, como la línea divisoria entre lo público y lo privado: "Lo que estaba tras la puerta era lo doméstico e íntimo… La división de este umbral era conocida y respetada por todos… nuestros abuelos sabían que confundir ambos era volver al caos…"

    La investigación antropológica reciente sugiere que el sitio del hogar era un aspecto esencial de la evolución social humana, y el corazón de la cosmovisión agrarista del hombre es el énfasis en el hogar. Lytle ocupaba la segunda parte de su ensayo en “I'll Take My Stand” a un cuadro idealizado de la vida en un hogar agrario, la vida y el trabajo de los varios miembros de la familia – sus faenas, sus comidas, sus recreaciones – y la mayoría de los novelistas agraristas hacen lo mismo. Mel Bradford señaló que el sujeto real de la mayoría de la ficción sureña – en particular la de Faulkner – es la familia, e incluso las novelas recientes de Madison Jones toman la forma de historias familiares.

    El orden familiar se convierte en gran medida en la identidad regional o nacional. En los EE.UU., sin embargo, crecidos a las dimensiones de imperio, la identidad nacional ya era en los ’30 nada más que un voto abstracto de lealtad a una unión incruenta. Donald Davidson, tal vez el más riguroso pensador político entre los agraristas estadounidenses de este siglo, enraizaba su sentido de identidad regional en el hogar. En “Attack on Leviathan” [[3]], Davidson describe este apego a las raíces como la respuesta al modernismo:

    “En su innegable nostalgia este seccionalismo contiene una respuesta realista a la pregunta: ¿A quién debe pertenecer mi alma? Desgastados con abstracciones y novedades, apestados y divididos con consejos, algunos estadounidenses han dicho: Creeré a los viejos en casa, quienes han conservado vivos algunos buenos secretos de la vida a través de muchas modas traicioneras.”

    Ser humano, entonces, tanto para Aristóteles como para los agraristas, es haber nacido en un hogar y en una amplia red de linajes, y es solo viviendo en una familia que uno es capaz de ser buen vecino y ciudadano. Los hombres aislados se convierten en monstruos o pierden contacto con toda realidad, y los hijos privados del afectuoso cuidado de los padres rara vez se desenvuelven como ciudadanos responsables. Parece suficientemente obvio, y podría para aquí, si no fuese por todos los teóricos sociales que han tratado de imaginar un tiempo en la historia antes de la existencia de la familia. De hecho, la evidencia de la antropología revela que no existió un tiempo tal. Las especies humanas podrían en vez de ser llamadas “homo sapiens” (tan pocos de nosotros somos inteligentes) sino “homo familiaris”. Toda sociedad conocida que ha perdurado en el tiempo ha tenido alguna forma de matrimonio basado en las diferencias naturales entre el hombre y la mujer, y una estructura familiar cuyo objeto es el cuidado de los hijos.

    Las diferencias entre el hombre y la mujer son fundamentales para la naturaleza humana y la vida social, y esta complementariedad hombre/mujer es la base del matrimonio y la familia. Una importantísima diferencia entre las culturas primitivas y las civilizaciones más avanzadas es que las culturas más altas, tales como Grecia, Roma, China y la Europa medieval, ponen más énfasis a las distinciones sexuales que las culturas más primitivas. En este siglo, sin embargo – un siglo en que la humanidad ha retrocedido al salvajismo – las ideologías del comunismo, el socialismo y el feminismo, al tratar de ignorar o minimizar estas diferencias, han asestado repetidos golpes a la familia y, por lo tanto, al corazón de toda vida social humana.

    Hacia fines del siglo XIX, uno de los teólogos sureños más importante en la tradición agrarista, R.L. Dabney, predijo que la implacable lógica de la igualdad terminaría minando la pureza de la mujer, envenenando las relaciones entre los sexos y destruyendo la base legal del matrimonio – el contrato matrimonial indisoluble:

    “Cuando la familia ya no tenga una cabeza, y el gran fundamento de la subordinación de los hijos al ejemplo de la madre se haya ido; cuando la madre haya encontrado otra esfera más allá de su hogar para sus energías; cuando las familias se vean trastornadas por el capricho de cualquiera de sus miembros, y los hijos se vean dispersos como huérfanos – no requiere ser sabio para ver que se criará una raza de hijos más parecidos a demonios que a hombres.”

    La profecía de Dabney ha sido cumplida, tal vez más allá de su imaginación. Los comunistas hicieron guerra abierta contra la familia, tanto en la teoría como en la práctica, y las naciones emergentes del antiguo imperio soviético están plagadas de matrimonios inestables y abortos rutinarios. Para los marxistas la familia es una invención social diseñada para esclavizar a la mujer y pavimentar el camino del capitalismo.

    A diferencia de los marxistas, los apóstoles hodiernos del capitalismo democrático no quieren destruir la familia, sino que la ven como una construcción social frágil que debe ser apoyada por una legislación familiar. Para ellos, la así llamada familia burguesa o nuclear es también una invención social, diseñada por los protestantes de Max Weber. Pero ambas teorías – la marxista y la capitalista – se apoyan en supuestos falsos. De hecho, la familia es un fenómeno humano universal en que los hijos son objeto de afecto. Tanto si estudiamos a los antiguos griegos y romanos, como la Europa de la Edad Media, como las altas civilizaciones china y japonesa, o las culturas pre-civilizadas aborígenes de Australia y América, el cuadro que emerge es el mismo. A lo alto y a lo ancho, los hombres aman y cuidan a sus esposas y cuidan a sus hijos – en todo el mundo – y lo mismo hoy en las insalubres condiciones de la Europa y la América postmodernas.
    En las antiguas sociedades europeas, los votos familiares se sentían en forma más fuerte que las lealtades políticas. En los primeros días de nuestra república, la mayoría de los estadounidenses vivían en asentamientos de familias extendidas patriarcales, pero la comercialización y la industrialización erosionaron el sentido de familia en el Nordeste. El Sur permaneció como una nación de primos hasta el presente. Pero para los citadinos de poder adquisitivo, tanto en el Sur como en otros lugares, el clan parece pintoresco y anticuado, tal vez deseable como una suerte de sueño romántico, pero no como una necesidad de la vida social. Las redes de linajes extendidos son, sin embargo, un nexo vital entre el hogar y la sociedad. Un hogar nuclear – la querida “familia burguesa” – es débil en comparación con el poder de los grandes intereses económicos y políticos, y es incapaz de resistir a la corporación multinacional o las fuerzas del estado.

    Las afinidades familiares, por otro lado, son poderosas. El clan McDonald del oeste de Escocia y el Úlster logró mantener su independencia de las coronas inglesa y escocesa hasta el siglo XVII. El clan otorga una identidad que se extiende más allá de los horizontes de la vida y la muerte que marca un única generación. Como Andrew Lytle observó en 1976, el clan "significa hijos… El jefe del clan era el jefe de la familia. En el comienzo era realmente familiar de todos los miembros del clan. Su autoridad se basaba no sólo en el poder o la posición o las riquezas sino en la sangre. En una crisis cuidaba de los suyos…” Incluso familias humildes tenían un sentido de permanencia: Una familia de zapateros, dice, da a sus miembros un sentido de identidad y continuidad: “El hecho de que su familia haya estado hacienda la misma cosa por un largo tiempo ayudaba a mantener este sentido de uno mismo”. Desafortunadamente, el sistema económico de las sociedades avanzadas ha tendido, durantes los últimos dos siglos, a destruir el viejo ideal del hogar autosuficiente.

    La ley de la familia es el amor, lo que significa aceptación de los hijos, los padres y los hermanos, sin tener en cuenta sus habilidades o riquezas. Pero la transformación de una economía agraria a una economía basada en el trabajo industrial extrajo a los padres, las madres y los hijos (como trabajadores y consumidores) hacia el mercado, y llevó el mercado (cuya ley es la competencia y donde los individuos son juzgados por los resultados) al hogar. Esto no quiere decir que la familia y el mercado sean antagonistas. Sino que cada uno es un reflejo de algo esencial a la naturaleza humana y que cada uno tiene su propia esfera.

    Algunos primeros marxistas predicaban el sexo libre y la destrucción de la familia, y en los primeros días después de la revolución rusa tales nociones se consideraban progresistas. En la práctica, sin embargo, eran desestabilizadoras, y al final el gobierno soviético comprendió que podía minar con mayor éxito a la familia haciéndola depender del gobierno y usando a las madres como mano de obra. Los comunistas buscaban romper la familia extendida que proporcionaba protección contra el gobierno. Estaban entonces en condiciones de usar a la familia nuclear (en palabras de un historiador social ruso) como “un campo de entrenamiento para la sumisión”.

    En Occidente un resultado similar se logró por una siniestra coalición de las feministas, los socialistas y los intereses de las grandes empresas. Al poner a la mujer en la fábrica, los salarios de los hombres podían reducirse; al aceptar la seguridad social, las clases medias se convertían en dependientes del gobierno; al enviar sus hijos a las escuelas estatales, los padres entregaban su derecho fundamental a criar a sus hijos de acuerdo con sus tradiciones religiosas; y al pagar impuestos para costear estos programas, las familias perdían su independencia económica, fundamento necesario de la autonomía familiar.

    La gente más sensible comprendió al menos parte de esto, pero aún así, incluso buenos defensores cristianos de la familia se ven tentados a recurrir a los gobiernos nacionales y a las agencias internacionales por ayuda. En Europa y en los EE.UU., conservadores pro-familia están muy ocupados diseñando planes políticos para salvar a la familia, pero el estado moderno, incluso en las economías capitalistas e incluso cuando desea proteger a la familia, la lastima. Los programas diseñados para salvar a la familia son frecuentemente desastrosos para ella. Suecia, por ejemplo, fue pionera en legislación pro-natalista asistiendo a las familias económicamente, pero el efecto de largo plazo ha sido la depresión dramática de la tasa de natalidad. Los programas de la seguridad social pueden haber elevado los niveles de ingresos de los ancianos estadounidenses, pero también han fomentado la separación geográfica de las generaciones. No sorprendentemente, cada gasto adicional en seguridad social tiene el efecto estadístico de reducir la tasa de natalidad. El rol del estado moderno en la destrucción de la familia puede verse mejor en la abrogación de la responsabilidad de preservar el matrimonio y proteger la vida inocente. Los gobiernos que promueven el divorcio sin causa y permiten el aborto han expuesto su incapacidad para acordar reglas morales o establecer normas sociales.

    El estado es una institución política, un reflejo de la naturaleza competitiva del hombre. La institución apropiada para la asistencia familiar es la Iglesia, que es una expresión de amor, del amor de Dios por Sus criaturas y del amor humano que se corporiza en la pequeña comunidad parroquial.

    La única ayuda que el estado puede proporcionarnos es dejarnos en paz, poniendo una línea en el umbral del hogar – una línea más allá de la cual el estado no puede pasar, de modo que cada hogar sea su castillo para el hombre. Incluso el mismo diablo no puede entrar en una casa a menos que sea primero invitado, y, al pedir al estado que defina la familia o apoye su asistencia económica, estamos invitando una legión de demonios a entrar en nuestros hogares y tomarlos como su residencia. Si algunos agraristas estaban tentados a invocar al estado en los ’30, la mayoría de ellos tenían la cuestión más clara, y la cosmovisión agrarista y distributista es la alternativa real al monstruo de dos cabezas del capitalismo y el comunismo.

    Ninguna sociedad puede perdurar si mina sus propios basamentos. El comunismo soviético hizo la guerra a la familia, y el imperio soviético cayó. Las naciones como Dinamarca tienen tasas de natalidad tan bajas en no mucho tiempo no habrá daneses ni Dinamarca, y si otras naciones occidentales continúan extrayendo toda vitalidad de la vida familiar, ellas, también, perecerán, para ser reemplazadas por otras gentes menos “avanzadas” que aún comprenden las cuestiones fundamentales de la vida.

    El entero orden social de las naciones e incluso de la comunidad internacional reposa sobre la sólida fundación de millones y millones de familias, que aprenden y practican la virtud en la privacidad de sus propios hogares. Ésta no es solo la realidad de la vida de todos los días; es también la visión social del cristianismo y el judaísmo. Se apoya – y se encarna – en el mandamiento, “honra a tu padre y a tu madre de modo que tus días sean largos sobre la tierra que el Señor Dios te ha dado”. En otras palabras, en tanto la familia sea honrada y dejada en paz para hacer su trabajo, nuestro orden social prevalecerá. Pero cuando interferimos – tramando esquemas para “liberar” a las mujeres de sus maridos o para “proteger” a los hijos de sus padres – el orden social colapsará.

    La situación no es tan desesperada como puede parecer, ya que la naturaleza humana siempre gana al final. En su obra de 1920, “RUR”, el escritor agrarista checo Karel Capek imaginó una economía internacional dominada por “robots” – una palabra que él acuñó. Capek es frecuentemente considerado un escritor de ficción, pero en sus novelas Capek lamentaba las fuerzas de la modernización y americanización que estaban corrompiendo al campesinado checo. (Era también un admirador de Chesterton, con el que tenía correspondencia.)

    Los robots de Capek no son máquinas sino especies manipuladas de trabajadores deshumanizados dispuestas a su total explotación y desprovistas de todos los placeres y afectos humanos. Por su eficiencia, dejan a los demás trabajadores sin trabajo; mecanizan la agricultura; y hace innecesaria la práctica de la caridad. De hecho, los seres humanos se hacen tan irrelevantes que no nacen hijos, condenando la raza humana a su eventual extinción. Los robots, sin embargo, no esperan; se rebelan y asesinan a todos los seres humanos menos uno, que es preservado en la esperanza de que pueda redescubrir la fórmula para hacer robots.

    En las naciones avanzadas de Europa y América del Norte, la pesadilla de Capek se está haciendo rápidamente realidad, pero incluso sus robots, luego de destruir la raza humana, descubren el amor auto-sacrificial del hombre y la mujer.

    El inventor que creó los robots estaba buscando, por supuesto, nada tan mundano como una mano de obra barata. Como explica Capek, "quería convertirse en una suerte de sustituto científico de Dios… Su único propósito era nada más ni nada menos que probar que Dios no era más necesario”. Esta ambición de reemplazar a Dios es tan vieja como la serpiente que tentó a Eva y tan nueva como los planes para clonar seres humanos.

    El hombre nació para vivir en las comunidades de la familia y la nación. Como nos previno Aristóteles, un hombre fuera de su comunidad debe ser o un dios o una bestia. Al construir una sociedad que no está basada en la familia – en el hogar y el linaje – el hombre moderno se está hundiendo incluso por debajo de las bestias, que al menos continúan propagando sus especies. Sólo recobraremos nuestra completa humanidad cuando – como los robots de Capek – descubramos que podemos y debemos amarnos como hombre y mujer y como madre e hijo.

    ---------------

    [1] La traducción más cercana es “resistiré en mi posición” o “mantendré mi puesto”, o sus combinaciones. Se refiere al segundo verso del coro de la canción “nacional” de los Estados Confederados del Sur, “(I Wish I Was In) Dixie’s Land” ([Ojalá estuviese en] La Tierra de Dixie) de Daniel D. Emmett (1859). El verso completo dice: “In Dixie land, I’ll take my stand to live and die in Dixie” (En la Tierra de Dixie, resistiré para vivir y morir en Dixie). Dixie es el nombre coloquial del Sur histórico de los EE.UU. (existen varias teorías sobre el origen de esta palabra). [N. del T.]

    [2] Este título puede traducirse como “Una estela para los vivos” (estela en el sentido de camino o sendero). [N. del T.]

    [3] “Ataque a Leviatán” –se refiere obviamente al Leviatán de Hobbes, el estado omnipotente según su uso vulgarizado. [N. del T.]

  3. #3
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    Re: Distributismo.

    Sobre la cuestión social desde una prespetiva española y tradicionalista, es interesante la consulta de esta antología de textos que dan idea de la confrontación del tradicionalismo español con la sociedad y mentalidad burgesa y por ende su oposición al sistema económico individualista y capitalista. Es decir contra el sistema actual, que se puede definir con una sola palabra: PLUTOCRACIA.

    http://www.carlismo.es/modules.php?n...article&sid=24

  4. #4
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    Re: Distributismo.

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Tenéis otro artículo sobre el distributismo en http://www.hispanitas.org/index.php?...=104&Itemid=50

    Y un blog en español sobre el tema en http://www.espadacanon.blogspot.com

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