REPROBACIÓN DE NÚCLEOS METROPOLITANOS
Tal vez no pueda ir mejor, pues odiamos cambiar de expectativas y nos hemos empeñado en vivir con las que nos dijo la tele. Seguimos emperrados en llevar la vida que nos han dicho que era la mejor: moderna, ciudadana, urbana... Sin pararnos a pensar que tal vez no fuese así.
Nacimos o nos fuimos a vivir a una gran ciudad y pensamos que, por esa razón, éramos mejores que los primos del pueblo. Los hay que piensan que retornar al pueblo sería algo así como reconocer una derrota. Que trabajar en algo que no sea para lo que se formaron universitariamente sería la patente de un fracaso vital. Hemos puesto nuestros ojos en la ciudad y un paso atrás equivaldría a tirar la toalla. Y por eso esta porfía. Pero, ¿quién gana con ello? -¿nos lo hemos preguntado alguna vez? Dejo que cada cual se lo responda a sí mismo.
De la ciudad no nos importa la polución, ni los violadores, ni los atracadores ("Son cosas que pasan" -decimos, cuando les pasa a otro: "¡Me cago en su puta madre!" -decimos, si nos pasan a nosotros o a los de nuestro entorno). Pero, ahí estamos, viviendo en una gran urbe, con todas sus ventajas. ¿Y cuales son esas ventajas? Grandes superficies comerciales donde hay de todo (lo que hace falta y lo que no hace falta, pero lo echamos al carro), multicines, ascensores, aire acondicionado...
¿Más ventajas? A diferencia de lo que ocurre en los pueblos, que todo el mundo parece que se espía para saber lo que hace el vecino, en la ciudad la gente no se entromete en la vida de nadie. Y tanto que no se mete, pues ni da los "buenos días", pueden descuartizar y comerse a tu vecino y ni te enteras... Tampoco ensuciarán con sus tripas tu moqueta. Hay pizzerías, restaurantes japoneses, chinos, italianos y comida a domicilio: nadie sabe lo que come, pero come a dos carrillos (quien puede pagar). Las grandes ciudades están muy bien comunicadas entre sí, no se tarda mucho en ir de Madrid a Londres; pues, en definitiva, eso es lo que importa: la conexión entre metrópolis, para que formen una república mundial entre sí, como capitales de vastos territorios históricos que no tienen más incentivo que el turismo, infrapoblados. En las grandes ciudades hay aeropuertos, trenes, metro, autobuses,... Y no pensemos mal, que no todos los días el terrorismo pone una bomba para reventar trenes, rascacielos o autobuses.
Y la gente sigue viviendo en esa Babilonia de las mil leches (sería nauseabundo llamarle "cultura" a ese pandemonium en que residen millones de almas precitas, anhelando la paz que no podrán nunca encontrar ahí). Y viven ahí, peor: malviven, por mejor decir. Aunque estén en paro permanecen ahí, pues todavía esperan que algún día llegue la oportunidad o lo arregle un equipo de economistas tecnócratas.
Pasa el tiempo. Y cuando se mueren dicen: "Coño, no fui feliz".
Y lo dicen extrañándose, sorprendiéndose, asombrándose perplejos de no haber podido ser felices en la ciudad.
POST DATA:
El discurso ruralista y agrario es patrimonio del tradicionalismo, incurre en un grave error -o en una incoherencia- todo tradicionalismo que soslaye la gran cuestión del retorno a los núcleos rurales en un repoblamiento lo más organizado posible. El ruralismo y el agrarismo son banderas nuestras que nos distinguen de las abominables corrientes liberales del capitalismo y el progresismo. Es una torpeza inaudita no levantar esta bandera frente a todas las sirenas cantoras que nos quieren atraer a la perdición vital.
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