Eje Hispánico: Zaragoza-Compostela
Revista ¿QUÉ PASA? núm.200, 28-Oct-1967
Eje Hispánico: Zaragoza-Compostela
(A don Roberto G. Bayod Pallares, por su españoIísimo trabajo comentando en ¿QUE PASA? (30 de septiembre de 1967), el muy interesante libro «Juan Vázquez de Mella: el Verbo de la Hispanidad», del insigne hispanista reverendo don Francisco Gutiérrez Lasanta).
Corría el año 36, en los comienzos de la era cristiana; Santiago el Mayor, que había salido de Joppe por la ruta marinera de Occidente, llegaba a Cartagonova predicando. Con él llegaba la buena nueva. Y predicando siguió, aunque en Iberia pudo cortarse su carrera. Pero su muerte no estaba aún marcada. La Bética, la Carpetania, montes arriba de Toledo, la Lusitania, oían sus palabras. La Galicia y Vasconia las oirían más tarde. Después, la calzada romana cruje bajo las sandalias del apóstol que siguió a Jesús a Cafarnaum después de la pesca milagrosa: la Cesárea Augusta está cuajada de legiones.
A la vista de la vieja Salduba, ya en poder romano, la calzada está rodeada de viñedos; un poco más y discurre orillando el río caudaloso mientras la voz del apóstol resuena en el camino sin que nadie se detenga a escucharla. La calzada es romana y aquí, vía de penetración, sólo se oyen las voces del Imperio. Y el Imperio se extiende mientras la voz del Zebedeo —acostumbrada a domar la tormenta desde los tiempos de Bethsaida— riza un momento la corriente del Ebro y se deja arrastrar río abajo en busca del mar. La leyenda del Crucificado no es para estos hombres de hierro. Por eso el Zebedeo se sienta sudoroso, angustiado y alza sus ojos al cielo exclamando: «Señor, ¡por qué esta indiferencia!»
Los ojos angustiados del Apóstol ven llegar a María. La Madre de Jesús se posa en el pilar donde se apoya el cansado galileo, rodeada de ángeles. Y la dulcísima voz de la Virgen desgrana las palabras: «Aquí, en este Pilar que me sostiene, alzarás un trono para mí; yo reinaré en Iberia desde este pilar inconmovible.» Mientras la Virgen habla, el aire se embalsama de pureza y el Apóstol se siente fortalecido.
Santiago no está solo. Le acompañan sus siete discípulos: Cecilio, Ctesifonte, Eufrasio, Segundo, Torcuato, Indalecio y Exiquio. Poco a poco, días, va alzándose la capilla al compás de las predicaciones. Crece con el número de adeptos hasta reflejarse en las aguas del río caudaloso. Santiago, el Apóstol de las barbas florida, bendecido por la Virgen, ha sembrado y ha tendido sus redes de pescador una vez más en España, quizá la última; y en los campos y en las redes palpitan los fieles. Desde el milagro, EL PILAR irradia luz del cristianismo. Mas el dedo de Dios ha marcado ya, en el cielo, la nueva ruta del Apóstol.
A orillas del Ebro, río macho que dio temple y forja a la potente Iberia, reposaba el Apóstol de sus predicaciones antes de partir para Judea. Aún habían de transcurrir otros cuatro años para el martirio; después, andando el tiempo, al compás de las olas, volverá en su camino para seguir su apostolado desde el granito milenario de Compostela, alzado tutelar sobre las tierras eternamente verdes. También aquí el Apóstol reposará después de templar la fe a ambos lados del rumoroso Ulla, más manso, más poético que el Ebro. No se alzará un pilar sobre Galicia, vestigio de su paso, sino un sepulcro para irradiar en torno y hacia el mundo el más dulce perdón de los pecados.
Siguiendo la dirección radial, hacia Poniente, marcharán los romeros meses y meses, años y años, en pos del milagro, posando en su camino, un momento, para rezar a la Virgen antes de reanudar la marcha. Así surgen las líricas docescas, homenaje divino a lo humano; no otra cosa son los versos poventinos. Y la civilización se encuna rodeando el Pilar y el sepulcro de Santiago. Desde aquí se devuelve, hecho poesía, ese guión que viene por los radios de una Europa lánguida que se hizo fortaleza cuando se unió en imperio apostoliano.
El manso Ulla, el bravío Ebro, vierten en los mares, envueltos en la aureola del Apóstol Santiago y de la Virgen, los cromosomas católicos por las rutas de América y Europa. Más al Sur, las columnas soportan el paso de los rezos y las lanzas. Que siempre fuera Iberia hito fundidor de civilizaciones y de razas allá donde hubo mundos y mares ribereños. Bien lo sabía aquel Calixto Papa, cuya fe en el Apóstol engrandeció la urbe santiagueña, aunque la tutelara desde Roma.
En uno de los lados de la plaza de los Literarios se abre la Puerta Santa de los años jubilares. Por ella entran los peregrinos que aún traen nostalgias del Pilar desde 1188, siguiendo a la Archicofradía que, con venera roja, acompaña a la llave cuyo hierro abrirá la puerta en constancia del martillo —laborus— y la fe. Mientras tanto, se ha formado la ciudad que antes vivió de peregrinos y hoy, cambiados los medios y en languidez las rutas romeras, vive de peregrinos y estudiantes. Pero si su modo de vivir ha cambiado, su fisonomía típica se mantiene más fuerte que en otras ciudades. Compostela tiene matiz y seriedad de siglo XII.
El Pilar y el Sepulcro Apostólico son los dos puntos hispánicos más característicos del cristianismo en Occidente. El uno es la representación de la llegada de la Virgen María en carne mortal a Zaragoza. El otro guarda los restos del Patrón de las Españas: aquel pescador de Galilea con el que nos llegó la buena nueva
GONZALO VIDAL, Pbro.
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"... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)
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