“Hablando se entiende la gente”
El idioma, con sus mo- dismos, suele ser una caja de sorpresas. El último libro de Pedro Luis Barcia, presidente de la Academia Nacional de Letras, no solamente incluye más de once mil locuciones que no se usan en España y sí en la Argentina, sino que revela el ingenio del argentino medio que, según el mismo Bar- cia, ayuda a la Academia.
Todos lo sabemos: si en el Uruguay pedimos un pancho nos dan un frankfuter. Pero ocurre que Uruguay está muy cerca, y el idioma viene y va. No es lo mismo pedir un pancho en Guatemala, adonde comen hotdogs. ¿Por qué esta minibabel, de la que el asunto de las salchichas es sólo una muestra? “Hace ya mucho tiempo, un filólogo colombiano llamado Rufino Caro y Cuervo dijo que así como había pasado con el latín en la caída del Imperio Romano, con la independencia de los estados americanos, la lengua española iba a desmembrarse y cada región hablaría un idioma inescrutable para su vecino. Por suerte, se equivocó. Es cierto que en algunas regiones usan modismos que sólo entienden los locales, pero básicamente, toda Latinoamérica se entiende. Es como si la profecía de Caro y Cuervo se hubiera cumplido al revés, y la lengua se unificara”, opina Pedro Luis Barcia, doctor en Letras y presidente de la Academia Nacional de Letras.
–Usted, doctor Barcia, recordará aquello de la primera visita de Oscar Wilde a los Estados Unidos…
–Sí, hay varias versiones, pero todas coincidentes. Cuentan que dijo: “Tenemos un idioma común que nos separa”. Otros afirman que la frase fue: “Todo nos une, menos el idioma”.
–¿Y no nos pasa a los argentinos cuando viajamos a España o a México, que nos sentimos unidos, pero separados por el idioma?
–No, no, para nada. Avanzamos gradualmente hacia una lengua común, con palabras comunes. No hay que perder de vista que en algunas regiones prefieren una palabra a la otra, pero…
–¿Por ejemplo?
–En diferentes regiones se usa la palabra “auto”, en otras “carro” y en otras, “automóvil”. Pero “auto” se impuso y todos saben de qué se trata. Ojo, en algunos casos, la misma palabra puede definir cosas diferentes; según como se las usa, entenderemos el significado. Y hay también un gran esfuerzo de las industrias culturales, que tratan de evitar los dialectos regionales.
–¿Qué quiere decir con “las industrias culturales”?
–Las que tienen intereses comerciales. Hay una presión económica para que las telenovelas, el cine y las traducciones de los libros sean comprensibles, ya que a mayor cantidad de personas que las entiendan, más ventas habrá. Además, un idioma que todos entiendan facilitará la comunicación. Cuentan con un hecho indiscutible que está ocurriendo en el mundo entero: el idioma inglés es el que más se expande, y luego, lo sigue el español o castellano.
–¿En serio? ¿Más que el alemán, el francés o el chino?
–Muchísimo más. El chino lo hablan mil millones de personas, pero es un idioma que no se expande por el mundo. Y la verdad es que el francés y el alemán dejaron de expandirse.
No sé si me explico…
–Volvamos a los argentinos, doctor. No sólo hay modismos que los entiende todo el país, también hay modismos regionales que son claros únicamente para un cordobés o para un mendocino, y el resto no los entiende.
–Eso es inevitable, y es la cuestión de las tribus urbanas. Las tribus urbanas utilizan un dialecto que les permite diferenciarse y reconocerse. Así como los masones estrechan la mano de cierta manera que los identifica, los integrantes de las tribus urbanas usan palabras que les permiten reconocerse como pertenecientes al mismo grupo.
–Se me ocurre que es como lo que pasó con el lunfardo, ¿no?
–Claro, el lunfardo nace como idioma canero; es decir, para ser usado por gente que está en cana, detenida. Entonces, “hamacame el bufoso” tiene sentido de lengua oculta. Pero cuando el policía o el carcelero comprenden que eso significa “alcanzame el revólver”, esa frase canera pierde sentido, ya no sirve, porque cualquiera lo entiende.
–Pero no todas las jergas tratan de ocultar el sentido a quienes no pertenecen a ciertas tribus…
–Claro que no. A veces, no sólo no son ocultas sino que pasan de una actividad a otra. Por ejemplo, cuando decimos que alguien “hizo un gol olímpico”. La frase tiene origen en el fútbol, pero metafóricamente, se usa para decir que alguien tuvo éxito, que se destacó por demás. “El discurso de ese político fue un gol olímpico”, decimos cuando nos encontramos con alguien que maneja argumentos certeros e incontrovertibles.
–Su último libro, el Diccionario fraseológico del habla argentina, incluye muchas locuciones… ¿de todas las áreas?
–Mire, hay más de once mil frases en español, pero que no se usan en España y que, seguramente, podría poner en problemas a un español.
–Pero volvamos al principio. Parafraseando a Wilde: a los argentinos y a los españoles todo nos une, pero el idioma nos separa.
–No, no. Poco a poco, el español se hace global. Estamos en un 98% de lengua general, y en un 2% de modismos. Pero, aún dentro de la globalización, conviene dejar claros cuáles son los rasgos diferenciadores. Porque las academias viven del pueblo y de lo que este crea. Hay lenguajes riquísimos entre quienes practican fútbol, ciclismo o automovilismo. Y son palabras argentinas que no se usan en España. Nuestra obligación es consignar esas palabras, esas frases.
Mejor que sosobre y no que fafalte
El cuento es conocido, un verdadero clásico popular: Un político que se iba del país en un yate encargó a su secretario que cargara oro en la bodega. Y el hombre se excedió al punto que la nave amenazó con hundirse. “¡Basta, que zozobra!”, lo detuvo el político. Y su secretario, hombre de pocas luces, replicó: “¡Mejor que sosobre y no que fafalte!”.
Con el tiempo, esa frase se trasformó en un refrán. Como los refranes de Sancho Panza, de los cuales, José Hernández tomó algunos prestados para su Martín Fierro. “No sé si los tomó directamente del Quijote, pero Hernández usa refranes o modismos que provienen del latín (como ‘Hasta el pelo más delgado hace su sombra en el suelo’), y otros del habla popular rioplatense (como ‘Al que nace barrigón, es al ñudo que lo fajen’). Hernández era un gran lector de refranes y de modismos”, aporta Barcia.
–¿Y qué hay de Del Campo, cuando dice: “Capaz de montar un potro y sofrenarlo en la luna”?
–Claro, puede desorientar a quien no sepa que la luna no era el satélite terrestre, sino un círculo chico, trazado en la tierra, en donde había que sujetar a un caballo. Pero ambos, Hernández y Del Campo, toman prestados refranes y les dan una forma definitivamente argentina. Cuando Hernández escribe: “Aquí me pongo a cantar al compás de la vigüela”, repite al canónigo Juan Baltasar Maciel, quien escribió, antes que Hernández: “Aquí me pongo a cantar, debajo de aquestas talas”. Y Maciel tomó la frase del romancero español. En definitiva, todos les deben a todos.
–Tengo una duda doctor Barcia:?¿el cocoliche participa de los modismos?
–El cocoliche nació alrededor de 1860, como mezcla del español mal hablado y del italiano macarrónico. Volviendo a las culturas populares, todas tienen tópicos que se repiten, todas manejan los mismos recursos. Como cuando Hernández promete que a su historia “le faltaba lo mejor”… digamos, un modo de llamar la atención.
–Pero ¿no es un recurso rabínico?
–Es rabínico, es semítico, es oriental. Son esos recursos que tienen que ver con la oralidad. El lenguaje oral quiere llamar la atención sobre lo que se va a decir a continuación.
A ver… ¿cómo te insulto?
“Muchos modismos desaparecen”, afirma Barcia. “Nosotros los consignamos, pero ya no se usan. Algunos, como ‘Donde el Diablo perdió el poncho’ (para indicar un lugar muy lejano) tienen más de doscientos años y siguen lozanos. Pero ya casi nadie dice ‘Tirame las agujas’ (o sea, ‘decime la hora’)”.
–Doctor, ¿qué es lo que hace que un modismo o frase goce de buena salud o caiga en el olvido?
–La televisión, la radio, las revistas o la influencia de grandes escritores son fijadores de modismos.
–¿Y por qué se aceptan modismos injuriosos, como, por ejemplo, “A ver…”?
–Sí, “A ver…” significa “Cómo hago para que vos, que tenés pocas luces, entiendas lo que estoy diciendo”. Equivale a otro modismo ofensivo: “¿Entendés?”. ¿Y por qué no voy a entender? ¿Por qué no dicen “¿Me explico mal?”?
–¿Cuál es su opinión sobre la adopción de palabras extranjeras?
–No estoy de acuerdo con eso cuando las palabras tienen su equivalente en español. Algunos términos, como “software”, no tienen reemplazo. Pero por alguna razón misteriosa, no quiero decir tilinguería, algunos prefieren “sponsor” a “patrocinante” o “auspiciante”. El argentino tiene una tendencia a reproducir los sonidos de las palabras y a no respetar la ortografía. Incorporamos más palabras extranjeras que otros países… pero no es tan grave.