"Presencia Carlista en Buenos Aires"
Palabras de Luis María De Ruschi
Es posible que a cualquier persona ajena al "pequeño mundo" tradicionalista, un libro titulado "Presencia carlista en Buenos Aires" podría resultarle extraño. Incluso dudo que conozca el significado cabal de la palabra "carlista".
Solucionada esta dificultad con la primera acepción de la palabra, no dudamos que quedaría en nuestros hipotéticos interlocutores un dejo de asombro: ¿cómo es posible que haya habido y haya hoy día en Buenos Aires y en el ámbito del Río de la Plata personas afectas a un movimiento político y dinástico tan lejano en el tiempo y en la distancia?
Ciertamente para comprender este libro, como tantas otras obras culturales y políticas que acontecen en la América Hispano - Lusitana, debemos ir a las raíces del pensamiento carlista. A tal efecto recordaré algunos conceptos básicos que darán la clave para comprender el fenómeno en cuestión.
§§§Ciertamente, circunscribir el carlismo a una cuestión meramente dinástica es, a mi entender, sentenciarlo de muerte. La defensa del principio de la legitimidad de origen dinástica ha sido una de las causas que concurrieron en el surgimiento del movimiento político tradicionalista y carlista, pero no ha sido esa sola.
El carlismo es ante todo un movimiento respetuoso de las tradiciones, y entre ellas de las tradiciones y de las leyes dinásticas. El abandono de la ley sálica - importada a España por la casa de Borbón - por parte de Fernando VII significó una ocasión para que su hermano Carlos se alzara en aras de la sucesión legítima. El cambio de las leyes de sucesión de la corona, en un contexto distinto, quizás no hubiese provocado la reacción que de hecho suscitó la abolición de la ley sálica por la infausta "Pragmática" de 1833. El reino de España conoció otro régimen de sucesión durante varias centurias (basta recordar a la gloriosa Isabel de Castilla), pero en aquellos años trágicos el cambio significaba mucho más que un orden de sucesión: significaba cambiar el sentido mismo del Reino hacia la instauración oficial de un régimen liberal. A modo de ejemplo, vale la pena traer a colación la llamada "matanza de los frailes" de 1834, símbolo radical del nuevo orden que se intentaba imponer.
Así, otra nota de especial relevancia del carlismo es su anti liberalismo. Movimiento polimórfico, el liberalismo ha sido el hijo bastardo de los legistas del siglo XIV y de la reforma protestante que viene corroyendo al mundo occidental desde siglo XVII a la fecha. El recordado Padre Sardá y Salvany, en su clásica obra sobre el Liberalismo lo ha definido de la siguiente manera: "En el orden de las ideas el Liberalismo es el conjunto de lo que se llaman principios liberales, con las consecuencias lógicas que de ellos se derivan. Principios liberales son: la absoluta soberanía del individuo con entera independencia de Dios y de su autoridad; soberanía de la sociedad con absoluta independencia de lo que no nazca de ella misma; soberanía nacional, es decir, el derecho del pueblo para legislar con absoluta independencia de todo criterio que no sea el de su propia voluntad expresada por el sufragio (...) libertad de pensamiento sin limitación alguna en política, en moral y en religión (...) Estos son los principios liberales en su más crudo radicalismo". Se comprende pues, cómo bajo este concepto se pueden englobar tanto al naturalismo, al democratismo, al libre pensamiento, al relativismo y en germen, a todas las diversas ideologías modernas, a las que el carlismo, por cierto, combatió y combate.
Contra esa concepción del hombre y de la sociedad autónoma de Dios y de las tradiciones, el Carlismo se levantó como una encarnación de lo que debe ser una sociedad cristiana: sacral, jerárquica y orgánica. El trilema carlista "Dios - Patria - Rey" resume de manera adecuada estos principios y es por sí mismo, a pesar de su simpleza (o mejor dicho, gracias a su simpleza) todo un programa.
Y este programa tiene una proyección universal y a la vez específica.
Universal, en cuanto asume de manera íntegra todo cuanto ha enseñado la Iglesia por sus Pontífices y Doctores para la construcción de la sociedad política cristiana, en todas las latitudes y en todos los tiempos. Una sociedad política orientada al bien común y no a la utopía, una sociedad que nos ayuda a ser viadores, peregrinos a la Patria Celestial y no meros ciudadanos, encerrados en la inmanencia de lo efímero, de lo terrestre. Una sociedad donde las leyes, los magistrados, las artes, en fin, toda la creación, se ordene a "Dios mismo, causa primera y fin último objetivo de todas las cosas, esencialmente distinto de las criaturas e independiente de todas ellas".
Específica, en cuanto el Imperio Español (cuyos contenidos el carlismo encarna) llevó sus leyes y sus particulares instituciones de cristiandad de reconquista hacia los cuatro quicios del globo, desde Portugal hasta las Filipinas, desde el Franco Condado hasta Chile, desde Nápoles y Sicilia hasta estas costas rioplatenses. No España, una limitada geografía, sino "Las Españas" como las supo llamar con tanta precisión el gran maestro Francisco Elías de Tejada.
Esta especificidad y concreción del ideal hispano también se manifestó y se manifiesta en el pensamiento y la obra de un José Galvao da Souza en el Brasil, de un Silvio Vitale en Nápoles, de un Federico Wilhelmsem en los Estados Unidos de América y de un Rubén Calderón Bouchet en la Argentina, por sólo nombrar algunos destacados pensadores tradicionalistas.
Hoy tenemos el gusto de ver un nuevo fruto de esa universalidad y de esa particularidad del carlismo en la obra que nos brinda nuestro querido amigo Bernardo Lozier Almazán.
§§§Destacado historiador y genealogista, el autor se desempeña actualmente como Director del Museo Histórico y Archivo Municipal de San Isidro. Miembro de la Academia de Ciencias y Artes de San Isidro, miembro correspondiente de la Junta de Historia Eclesiástica Argentina, Caballero de Justicia de la Orden de la Cruz Constantino el Grande, a fuer de participar en otras instituciones culturales, Bernardo Lozier Almazán ha publicado unos doscientos artículos históricos sobre diversos temas.
Además es autor de una interesante triología referida a los personajes claves de uno de los hechos más dramáticos y gloriosos de nuestra historia patria, las invasiones inglesas. Su "Liniers", seguido de "Beresford" y del reciente "Martín de Alzaga" conforman, a mi entender, una de las mejores aproximaciones a los eventos de 1806.
Fundador, alma mater y presidente por dos períodos de la "Hermandad Tradicionalista Carlos VII", en los últimos años Bernardo Lozier Almazán se ha inclinado decididamente por el estudio del carlismo y sus valiosas aportaciones se pueden apreciar en los artículos publicados en los trece números del Boletín de la Hermandad, como también en otras hojas de difusión. Incansable y ávido de nuevos desafíos, nuestro amigo hoy pilotea un nuevo proyecto que hoy también se da a conocer: la revista "Custodia", continuadora de las Publicaciones de la Hermandad.
El presente trabajo consta de diez breves capítulos y de un anexo con el Testamento político de Carlos VII, valioso documento doctrinal y que comentaremos oportunamente.
Las primeras páginas de esta obra nos llevan al ameno prólogo realizado a modo de carta por don Federico Ezcurra , nuevo presidente de la Hermandad, quien nos introduce con sencillez y precisión en las intrínsecas vinculaciones existentes entre la doctrina carlista y el magisterio pontificio tradicional en lo referido a la constitución de la sociedad política.
El primero de los capítulo se titula "Antecedentes" y su contenido es esclarecedor, desde el momento en que sucintamente nos aproxima a la cuestión dinástica, a las tres guerras carlistas y al destino de muchos de los combatientes frente al exilio obligado. Trata también de la prolongación de las luchas carlistas por medio de la prensa y en el foro, destacando el autor la tarea de Cándido Nocedal desde las páginas del "Siglo Futuro".
Uno de los múltiples viajes que realizara don Carlos VII luego de su paso por Valcarlos es el eje del segundo capítulo. Es sabido que este monarca fue el primero en recorrer la América española, joya de la corona imperial de su antepasado el César Carlos, utilizando en esta oportunidad el título de Conde de Breu. Jamaica, Panamá, Chile, Uruguay y Argentina fueron algunos de los hitos del periplo del rey en el exilio. Sobre este último destino, lógicamente, nos ilustra con esmero el autor.
Carlos VII hizo su arribo a Buenos Aires el 9 de agosto de 1887, siendo recibido por una nutrida comitiva conformada por eclesiásticos, residentes españoles - en su mayoría veteranos de las guerras carlistas - y distinguidos personajes de la sociedad porteña. Señala el autor que el rey fue "saludado por unos quinientos carlistas emigrados" y que a poco de llegar tuvo una entrevista con el entonces arzobispo de Buenos Aires, Monseñor Aneiros. La personalidad de Don Carlos atrajo la atención de todo Buenos Aires, incluidas las más altas autoridades: así, por ejemplo, la noche de su arribo asistió a una velada en el Teatro Colón invitado por el presidente Juárez Celman.
El capítulo aporta un minucioso detalle de las diversas actividades realizadas por Don Carlos en Buenos Aires y de los ecos de su trajín en la prensa porteña. Muy destacables resultan las palabras con las cuales el soberano se despidió de sus partidarios en estas costas y de las que el autor nos da cuenta.
Dice Lozier que "Indudablemente Don Carlos VII partió de Buenos Aires llevándose un imborrable recuerdo de estas tierras que habían integrado el imperio español en América y dejando tras sí a sus tan leales partidarios con la esperanza renovada de que algún día regresarían a su Patria haciendo flamear victoriosa la bandera de su legítimo rey".
El capítulo tercero se titula "Presencia de Francisco de Paula Oller en Buenos Aires" y trata de la actividad de este infatigable publicista del tradicionalismo carlista español en tierra argentina. Arribó éste a Buenos Aires como representante de Don Carlos en la República, fundando la "Comisión Central de Propaganda Carlista de la América del Sud", que con el tiempo se expandió por diversas ciudades del Paraguay, Chile, Uruguay y Bolivia. Una de las principales actividades de la Comisión fue la periodística y al tratamiento de esta se aboca el cuarto capítulo titulado "La Prensa Carlista en Buenos Aires".
A instancias de Francisco de Paula Oller se funda en Buenos Aires el semanario "El Legitimista Español", hoja doctrinaria e informativa de la actividad carlista en la región y en la península. De notable interés por su tono y por su contenido es la carta fechada el 24 de enero de 1898 que el Rey Carlos dirigiera a Oller, publicada en el primer número y que Bernardo Lozier transcribe. Dice así: "Asistimos al prólogo de una lucha de razas. España que engendró a América a la civilización, cumple hasta el fin su misión histórica, oponiendo en ese continente la última barrera a la rapacidad de una raza absorbente. Si esa barrera es franqueada el genio y el espíritu latino están llamados a irremisible eclipse en el continente que nuestros padres supieron descubrir y vivificar. Para impedir ese desastre está prodigando España lo más puro de su sangre, pero tan sublimes sacrificios corren peligro de quedar estériles por la ineptitud o la traición de los gobiernos de la segunda Cristina. Aún es hora de salvar el honor de España y con él el porvenir de la América Latina. El peligro es común, y común debiera ser el esfuerzo". Lúcidas palabras en las que el monarca pone al descubierto la oposición existente entre el proyecto de sociedad anglosajón y el hispano, dentro del contexto de la guerra de independencia de Cuba, en la que los Estados Unidos de América tuvieron una actuación tan decisiva como nefasta.
Destáquese que "El Legitimista Español" se publicó ininterrumpidamente hasta 1912, superando ampliamente el centenar de números, lo cual nos permite visualizar con claridad la importancia de la publicación y el carácter de su director.
"La Comisión Central de Propaganda Carlista en Buenos Aires" se titula el quinto capítulo de la obra y en él trata sobre la actividad política en la ciudad. Como es habitual en la obra de Lozier Almazán, las páginas se nutren no sólo de los grandes eventos, sino también de la "pequeña historia", de lo cotidiano, de lo que pasa inadvertido para la mayoría de los espectadores, y que tan llevadera hace la lectura de la narración a los lectores. Lo que no es poco,: bajo este aspecto, la impostación dada por el autor me recuerda marcadamente a Goselin Lenotre, gran historiador de la Revolución Francesa y padre de la llamada "petit histoire", cuyo gran mérito fue desmitificar a la monumental historiografía liberal de un Thiers o de un Michelet precisamente desde la narración de lo cotidiano.
Fruto de la actividad de la Comisión Central fueron las numerosas Comisiones regionales, provinciales y locales, que llegaron a sumar un total de ochenta y tres en todo el cono sud. Además de la acción periodística, la Comisión se encargaba de la organización de diversos meetings , destacándose entre ellos las celebraciones por el natalicio del Rey en el exilio, de las cuáles da nota el autor con numerosos detalles, señalando oportunamente la repercusión periodística aún en los medios hostiles al tradicionalismo, como ser el desde siempre liberal diario "La Nación".
De gran atractivo resulta el discurso que diera el reconocido historiador argentino Rómulo Carbia con motivo del onomástico de Don Carlos. En él se vislumbran las causas y los lineamientos "in fieri" de lo que se podría llamar un carlismo sudamericano.
Decía en esa oportunidad Carbia: "Súbditos suyos en su mayoría los que me escuchan; suyos por afinidades de credo y simpatías a su Causa, todos los que como yo se cobijan en este instante bajo el techo de esta morada, que si bien se levanta sobre una tierra que podría ser extranjera si argentinos y españoles no fuésemos ramas de una misma raza secular, abriga, empero un girón del bello cielo hispánico ... Si hay algo que mueve mi espíritu rebelde siempre como la marejada oceánica, hacia vuestra causa, españoles carlistas, es, no hay duda, la Cruz de vuestro programa, la legitimidad de vuestra bandera y la consecuencia que profesáis a vuestros ideales". No fue poca mi sorpresa al encontrarme con una adhesión tan férrea y tan desconocida al carlismo por parte de tan importante personaje.
Entroncado con el tercero, el capítulo sexto se refiere a la creación de la "Juventud Carlista de Buenos Aires" a instancias de Francisco de Paula Oller. Alistando a simpatizantes y descendientes de veteranos de las tres guerras, Oller funda hacia 1907 la Juventud Carlista, con el fin de renovar con sangre joven las filas tradicionalistas. Con ocasión de la fundación los numerosos adherentes enviaron a Carlos VII un mensaje de fidelidad al que el mismo Rey respondiera por nota despachada desde el Loredán, su palacio de Venecia, y lugar habitual de residencia.
No pocas fueron las repercusiones de la muerte de Don Carlos, acaecida un 18 de julio de 1909 en Varese, Italia, y a ellas está dedicado el capítulo séptimo. Los despojos fueron trasladados a la Iglesia de San Justo en Trieste, "panteón real de los soberanos carlistas ", como la llamara la Reina Doña Margarita, donde descansan junto a los restos de Carlos V, del Conde de Montemolín y los de Juan III. Un carlismo enlutecido despidió con solemnidad a su monarca. En Buenos Aires, tanto la Comisión Central como la Juventud Carlista organizaron sendas Misas por su eterno descanso.
"Dos visitas antagónicas durante los días del Centenario" se titula el capítulo octavo, que nos presenta un paralelismo entre los viajes realizados por la infanta Isabel de Borbón, tía de Alfonso XIII y por Don Ramón del Valle Inclán, reconocido hombre de letras y simpatizante de la causa carlista. Realiza el autor un contrapunto entre los homenajes tributados a los visitantes, señalando que "sin duda, estas dos visitas representaron en aquel momento a la España liberal y decadente de Alfonso XIII, y la España tradicional, católica y legitimista, la de Recaredo, los Reyes Católicos y Carlos V".
Es sabido que la muerte de Carlos VII afectó de manera significativa al movimiento tradicionalista y monárquico. Su hijo Jaime no generó entre sus partisanos la adhesión que otrora generaran su abuelo y su padre. A ello se sumaba la corrosión que los principios liberales poco a poco socavaban el alma de muchos españoles. Ya desde el final de la tercera guerra, el tradicionalismo había conocido algunas divisiones intestinas, naciendo, entre otros, los grupos llamados "integristas", encabezados en un principio por el hijo de Cándido Nocedal. Muchos miembros de la nobleza y del ejercito carlista circunscribieron el combate a la cuestión dinástica, mientras que otros grupos - en general ajenos a los campos de batalla - optaron por un orientación decididamente doctrinal .
Con el desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial, en 1914, aparece un nuevo punto de discordia entre las filas carlistas. El neutralismo de Don Jaime generó un gran malestar en los sectores germanófilos del movimiento, siendo don Juan Vázquez de Mella el líder indiscutido de estos últimos. Así se produce el llamado "cisma mellista" y sobre su influencia en Buenos Aires trata el capítulo noveno de nuestra obra. Consecuencia sensible de aquella escisión fue el cierre de la revista "El Legitimista Español" y la fundación por parte de Francisco de Paula Oller de la revista "España", que aparecerá hasta 1938.
Finalmente, en el último capítulo de la obra, Bernardo Lozier Almazán analiza la "Actualidad del Pensamiento Carlista en Buenos Aires", comenzando por un análisis de las implicancias del Alzamiento de 1936 en el movimiento carlista. La debilitación de las filas carlistas producida por su absorción a la Falange Española y la opción de muchos antiguos tradicionalistas por el franquismo tuvo repercusiones muy negativas para el movimiento. A ello se deben sumar la persecución por parte del régimen franquista a algunos líderes carlistas y la muerte de Don Alfonso Carlos, con las complicaciones dinásticas que ésta generaba. Para esto, basta recordar las disputas entre los seguidores de Don Javier de Borbón Parma y los sectores vinculados a la regencia de Estella.
En el período que va desde 1930 hasta la fecha, se registran en Buenos Aires las siguientes iniciativas vinculadas al carlismo: el boletín "Boina Roja", gestado en 1934 y de efímera existencia; el "Boletín Tradicionalista" fundado por Oller (1938 - 1941) y "El Requeté", publicación de la "Propaganda Carlista para América del Sud", cuyo último número vio la luz en 1943.
De tiempos recientes el autor destaca la actividad desarrollada por la "Hermandad Nuestra Señora de las Pampas", fundada por el fallecido Don José Ramón García Llorente y las publicaciones realizadas por la "Sociedad de Estudios Tradicionalistas Don Juan Vázquez de Mella", órgano editor de nuestra querida Hermandad. Las páginas del Boletín, que ha aparecido con regularidad desde 1997, han recibido la inestimable colaboración de destacados autores, como ser Don Rafael Gambra Ciudad, Don José María de Domingo Arnau y Rovira, Alvaro Pacheco Seré, Rubén Calderón Bouchet y el Dr. Ricardo Fraga, por sólo mencionar algunos nombres.
Concluye la obra con la transcripción del valiosísimo "Testamento Político" de Don Carlos VII, destacado manifiesto de la legitimidad. Para cerrar, creo oportuno recordar algunos puntos que sintetizan de manera acabada el pensamiento tradicionalista carlista.
En primer término, resaltar la gratitud de Don Carlos a sus fieles seguidores. A lo largo de todo su testamento encontramos muestras de agradecimiento a quienes sacrificaron parte importante de sus vidas en aras de la construcción de las Españas de siempre.
También Don Carlos VII explicitaba tener una comprensión amplia del movimiento, no limitándolo a una mera cuestión dinástica. Así se expresaba: " aún así, si apuradas todas las amarguras, la dinastía legítima que nos ha servido de faro providencial, estuviera llamada a extinguirse, la dinastía de mis admirables carlistas, los españoles por excelencia, no se extinguirá jamás".
Su síntesis de los principios fundamentales resulta de especial importancia para el carlismo hispanoamericano. Una comunidad desigual unida por la amistad y el respeto por las libertades concretas de las diversos reinos bajo el manto protector de la Corona era lo que el rey aspiraba para " resucitar la vieja España de los Reyes Católicos y de Carlos V". Señalaba por ello su intención de generar una "confederación con nuestras colonias", es decir, una restauración efectiva del Imperio Español, legítimo heredero del Sacro Imperio por derecho ganado en la Reconquista ante el Islam y en la Conquista de América para la mayor gloria de Dios, respetando las modificaciones en los procedimientos que pudieren ir indicando las circunstancias, pero "sin poner manos en los principios esenciales".
§§§Hoy nuestro amigo nos ha brindado un aporte más para la difusión del pensamiento perenne del carlismo, y no dudo que se ordenará hacia a la concreción de la voluntad póstuma del monarca: la restauración de las Españas, como garantía de unidad de comunidades hermanadas por los principios del derecho natural y cristiano.
Actualmente hay 1 usuarios viendo este tema. (0 miembros y 1 visitantes)
Marcadores