El 7 de mayo de 1911 el periódico El Tiempo Anunció la fundación del Partido Católico Nacional y sobre su actuación en las semanas siguientes, otros diarios publicaron notas sobre su rápida difusión en el Estado de México, Jalisco, Aguascalientes, Zacatecas, Puebla Michoacán y Guanajuato.
Sus dirigentes hicieron pública la intención de agrupar a los ciudadanos como creyentes, reconocían que el programa del partido se inspiraba en las enseñanzas de León XIII y que su esfuerzo estaría encaminado a lograr que el gobierno y el estado se rigieran por los principios de la civilización cristiana. Para ello, se declaraban dispuestos a utilizar los medios previstos por la legislación para garantizar las libertades religiosa y de enseñanza, y aplicar a “los modernos problemas sociales […] las soluciones que el cristianismo suministra.
La noticia fue recibida con sorpresa y provocó conmoción en el medio político. Después de la amarga experiencia del partido Conservador y de más de tres décadas de ausencia de asociaciones políticas católicas, conocidos caballeros de la capital y de algunas ciudades de provincia se manifestaban resueltos a luchar por el poder enarbolando como bandera la defensa de los principios cristianos. Aunque Francisco I. Madero festejó su fundación y aseguró que se trataba del “primer fruto de las libertades que hemos conquistado”, otros jefes revolucionarios consideraron que el partido amenazaba dichas libertades. En Guadalajara, por ejemplo, Tomás Rosales, del Partido Independiente, calificó al Partido Católico de “exótico” y “peligroso”, Eduardo J. de la Torre, del club antireeleccionista Miguel Hidalgo, presidió la fundación del Partido Liberal Rojo (Filial del Partido Antirreelecionista de Madero) cuyo objetivo era combatir al Católico Nacional. Además, importantes Diarios lo identificaron con el extinto partido Conservador y argumentaron que su existencia ponía en riesgo la independencia nacional. Lo acusaban de ser instrumento del clero y poner en riesgo la libertad de sufragio dados el fanatismo del pueblo y el poder de la Iglesia.
La oposición no sólo provenía del campo liberal. Muchos católicos, en particular importantes sectores de la jerarquía eclesiástica lo “vieron con extrañeza mezclada con temor" y se preguntaron, según testimonio de un canónigo de Michoacán,
¿Qué van a hacer estos hombres […] que, rompiendo añejas tradiciones se presentan en la lucha en donde nos habían alejado veneradas enseñanzas? ¿no tenemos acaso lo bastante para que viva y crezca la Iglesia, en el estado de cosas creado por la prudencia de ancianos y por la del hombre extraordinario que nos dio treinta años de paz, la cual, interrumpida por esta agitación pasajera […] puede perpetuarse por muchos años? ¿No ven que con su presencia en el campo de combate exaspera al enemigo?
El partido se organizó con rapidez y, para mediados de 1912, contaba con 580 centros locales concentrados en Jalisco, Michoacán, Puebla, Guanajuato, el Estado de México y Zacatecas, pero con filiales en la mayoría de los estados de la república. A su difusión correspondieron importantes triunfos políticos y electorales. Durante el gobierno de Madero logró su reconocimiento legal como asociación política, 26 curules en el Congreso Federal, los gobiernos de Jalisco y Querétaro, y una significativa presencia en los ayuntamientos y congresos de Guanajuato, Jalisco, Michoacán, Puebla, Aguascalientes y Zacatecas. Además, durante el Huertismo conquistó los gobiernos de Zacatecas y el Estado de México, y algunos de sus más destacados directivos ocuparon importantes cargos en la administración. Sin embargo, su actuación fue breve. En enero de 1914 prácticamente había desaparecido y, a diferencia de organizaciones análogas en Europa y América Latina, que tuvieron un gran desarrollo después de la primera guerra mundial, en México a experiencia no se ha repetido.

Fuente: Laura O´Dogherty
El Partido Católico Nacional en Jalisco.