LA INDUSTRIA Y LA PROSPERIDAD DE LOS VIRREINATOS


En la época virreinal, Perú tenía una próspera industria textil. En cuanto a la Nueva España, cuyas importaciones de la madre patria consistían sobre todo en vino, aceite y tejido de hilo, alimentaba ya una industria textil de algodón que en 1612 consideraba suficiente para sus necesidades el virrey al punto de no necesitar importar de Castilla. Con materias primas que venían de la China, fabricaba entonces Nueva España “terciopelados, mantos, tocas, pasamanos y muchos tafetanes”, que el Perú consumía porque los “negros, pardos y plateados que van de Sevilla no llegan buenos, porque los pudre la mar”, y de esta manera, “se sustentan en México, La Puebla y Antequera más de catorce mil personas en sus telares y adobado, todo por Cédulas Reales”, cuenta Montesclaros.


Esta vitalidad de la industria de las Indias merece observarse. Gage, fraile inglés, no permite la menor duda sobre la prosperidad y actividad productiva de Nueva España hacia 1630. Por todas partes donde va se encuentra con buenos artífices, riqueza, comodidad y actividad creadora. “Lo que la hace más famosa –escribe de la ciudad de Los Ángeles en Nueva España- es el paño que aquí se hace y se manda lejos y cerca, considerado hoy tan bueno como el paño de Segovia, que es el mejor de España, pero que ya hoy no se estima tanto ni se manda tanto de España a Los Ángeles.” Apuntando este hecho revelador sobre las relaciones comerciales entre las Dos Españas, la vieja y la nueva, prosigue Gage: “También los fieltros que aquí se hacen son los mejores del país; hay también una vidriería, que es rareza, por no haber otra en estas partes. Pero la Casa de la Moneda que tiene es la segunda en México. Rodean la ciudad muchos jardines que suministran a los mercados de la ciudad provisiones de legumbres frescas; el suelo produce trigo en abundancia, y numerosas granjas de azúcar.” Concuerda esta descripción con observaciones de Labat sobre ser el añil de Guatemala el mejor del mundo y considerarse el cacao de Caracas como el de más fina calidad. Gage resume así el cuadro de tan sólo una zona de Guatemala que ha recorrido bien: “Así, pues, lector mío, te acabo de llevar por el valle de Mixco y Pínola, Petapa y Amititlán, con su riqueza y capital, que ya por el comercio, ya por los carneros y ganados, ya por la abundancia de mulas, ya por las granjas de azúcar, ya por las haciendas de trigo y maíz, ya por los tesoros de las iglesias, no le cede a lugar alguno de los dominios de Guatemala.”


Pero ¿quién gozaba de tanta prosperidad? Suele enturbiarse la respuesta mezclando hechos y fechas. La masa de los campesinos indios era feliz y próspera. “Petapa –escribe Gage- es una ciudad de lo menos quinientos habitantes muy ricos, que toleran que vivan entre ellos algunos españoles, de quienes aquellos indios han aprendido a vivir y a prosperar en el mundo.” O bien: “La ciudad de Amatitlán, aunque no hay en ella tantos españoles como en Petapa, contiene más familias indias […] es casi tan rica como Petapa.” O bien: “Este pueblo de Sacahualpa es el más grande y el más hermoso de los pertenecientes al priorato de Sacapula; los indios son ricos.” O bien: “Desde Mixco, el camino sube por un cerro y va a dar a un pueblo algo más grande que Mixco, de indios, que se llama San Lucas, pueblo frío pero riquísimo.” O bien: “Un pueblo de indios, llamado Rabinall, de lo menos ochocientas familias, que tiene todo lo que el corazón pueda desear para regalo de la vida del hombre. No hay fruto indio que no se halle en él, además de las frutas de España, como naranjas y limones, dulces y ácidos, citrones, granadas, uvas, higos, almendras y dátiles; lo único que les falta es trigo, pero poco les falta a los que lo prefieren al maíz, pues en cosa de dos días se lo traen de los pueblos de Sacatepeques. De carne, tienen vaca, carnero, cabrito, gallinas, pavos, codornices, perdices, conejos, faisanes; y de pescado, tienen un río que corre por entre las casas, que les da en abundancia peces grandes y chicos. Los indios de este pueblo se parecen mucho a los de Chiapa de los Indios, por su bravura, sus comilonas, su modo de correr caballos y de hacer alarde de sí mismos en deportes y pasatiempos. Esta fue la ciudad que mi amigo el fraile Juan Bautista, que había sido Prior en muchas ciudades, escogió para vivir y gozar de paz, placer y contento.”


Fuente: Auge y ocaso del imperio español en América, tomo I, de Salvador de Madariaga.




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