Meditaciones ociosas en torno al Descubrimiento de América
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Primer desembarco de Cristóbal Colón en América, óleo de 1862 de Dióscoro Teófilo Puebla (1831-1901), en el Ayuntamiento de La Coruña.
Hace unos días que venimos presenciando varias conversaciones en torno a la fecha que hoy nos convoca, en ambientes que varían desde algún supermercado, en la peluquería, sobremesas familiares, hasta círculos universitarios y académicos.
Además de la propaganda indigenista acerca del supuesto genocidio de los pueblos americanos, que vivían el sueño de una utopía que ni Platón, ni a Tomas Moro llegaron a imaginar -leyenda negra que si Dios da la gracia y el tiempo trataremos más adelante-, en estas conversaciones llenas de opiniones y pocos estudios serios, se repiten dos variantes que serán objeto de estas líneas. La primera, que España no descubrió nada, la segunda, que su objetivo fue fundamentalmente económico… España vino a saquear.
Ocupémonos del primer tópico, ¿España no descubrió América? ¿Qué significa descubrir?
Bien enseña el filósofo Alberto Caturelli que
“descubrir es un acto reflexivo, un acto plenamente consciente, eminentemente espiritual. Es dirigirse con inteligencia y voluntad hacia las cosas para desentrañar sus esencias, para develar sus formas interiores, para descifrarlas y entenderlas en su identidad. Manifestar, alcanzar a ver y no solo mirar.”
Siguiendo con esto, descubrir es más que mirar. Podrían seguir encontrando restos de los viajes vikingos en las costas de Norteamérica, pudieron los chinos haber llegados al Cabo de Buena Esperanza -tal como se ha verificado-, pero no podemos hablar de descubrimiento, pues estas tierras solo fueron miradas, avistadas, nada más.
Descubrir implica contemplar aquello que se devela, detener amorosamente la mirada en el objeto y hacerla visible, manifestarla.
Este movimiento, en el que intervienen tanto inteligencia como corazón, lo podrán entender aquellos que estudian, que se dedican a la búsqueda de la Verdad; pues se dan cuenta que descubren -llegan, contemplan y manifiestan- lo verdadero.
Pero este fenómeno también podemos entenderlo aquellos que amamos. Pues el amor humano implica el descubrimiento cotidiano de la persona amada. El hombre que verdaderamente ama a una mujer -o viceversa- nunca puede cansarse si el amor se fundamenta en el descubrimiento, porque descubrir es desvelar la esencia, lo que el otro verdaderamente es, es despojarse de una visión utilitaria, materialista y hedonista del otro para verlo tal cual es. Y es también manifestación, pues nadie que verdaderamente ame puede guardarse tal tesoro para sí, sino que le urge la necesidad de que todo el mundo sepa de aquello que lo desvela.
España descubre la esencia de América, la descubre tal cual es.
Y como un enamorado que se mira a sí mismo en su amada, la manifiesta.Tal como señala el Prof. Antonio Caponnetto,
“No sólo hay música, canto, prosa y poesía que festejan a América desde España, sino que América fue el nombre más invocado en el Imperio Español. Estaba en la boca de sus monarcas y de sus confesores. De los teólogos y de los juristas, de los caudillos y los misioneros, de los legisladores y los cronistas. En la preocupación de Carlos V y de Francisco de Vitoria. En los desvelos de Cortés y en la pluma de Bernal Díaz del Castillo. En los retablos y en los coros, en el teatro y en la pintura de esas legiones de apóstoles artesanos que sembraron estos desiertos de ángeles guerreros con arcabuces y rostros mestizos América quedó en el santoral de España. Y esto es haber nacido. Y haber sido bautizada, descubierta, confirmada y fundada”
Y como todo enamorado que además de descubrir, contemplar y manifestar su amor, tiende a la perfección del ser amado. España no podía contentarse con admirar América, sino que debía ordenarla al bien, por ello la saca dela oscuridad de la idolatría, la asume como propia, le enseña su lengua y la bautiza, haciéndola suya y orientándola a un destino común sobrenatural.
Podemos decir, entonces, que España descubrió América. Y sólo ella podía hacerlo.
Afirma Pierre Chaunu, tras demostrar la navegación de China por el Océano Índico hasta llegar al Cabo de Buena Esperanza, qu
“China, con todo lo necesario, carece de lo más difícil. Dispone de medios para aventures aisladas pero no de la voluntad para una larga empresa, pues nada la impulsa a ello y las suyas son expediciones marítimas sin futuro…”, y añade que sólo puede haberlo hecho la Cristiandad, pues esta “tiene un mensaje universal, el único que se inscribe en la historia de los hombres”.
Solo la Cristiandad podía llevar a cabo la empresa descubridora, pero la cristiandad europea estaba atravesando por una crisis de la que nunca pudo salir del todo. Ya se gestaba hace décadas la modernidad y al mismo tiempo que España llegaba a América, la unidad de la cristiandad Europea se resquebrajaba a causa de la revolución protestante.
La España que descubría América era la España que había forjado su temple, su estilo hispánico, en la fragua de la Reconquista; cuando caía la Granada de los moros a los pies de Isabel de Castilla, Colón ponía su pie -el pie de España- en el suelo americano.
Entonces, España era, a su vez, el único miembro sano del cuerpo de la cristiandad que pudo haber emprendido la empresa. Y lo hizo imprimiendo su estilo, eso que llamamos hispanidad, y prolongando el mismo espíritu de reconquista que caldeó de una vez y para siempre, como enseña García Morente, la caballería con la cristiandad.
Dice Anzoátegui que
“el sentido de la realidad española, cuando es verdaderamente española, no es otra cosa que una viva y decidida conmemoración de la redención, ese sentido de la vida y de la muerte que la lección de Cristo impuso al mundo y que España se impuso, traduciendo Redención por Reconquista. Porque el español entiende que Cristo vino al mundo, no tanto para redimir al hombre cuanto para reconquistarlo, no tanto para librarlo de las consecuencias de la caída cuanto para levantarlo hasta donde Adán quería levantarse, sin la soberbia pecadora de Adán, pero con la divina seguridad de Cristo, con esa seguridad que el Hijo de Dios tenía precisamente porque era Hijo de Dios y reconquistador del hombre”,
y tal fue el sentido del DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA.
El segundo punto a considerar es si el descubrimiento, conquista y evangelización de América respondió a intereses económicos… algo hemos dicho al respecto más arriba.
Es verdad que la gesta española es sincrónica con los movimientos imperialistas de la modernidad en donde Inglaterra, Francia y otras potencias, se disputaban el mundo con el objetivo de saquear y acrecentar sus riquezas a costa de la explotación de territorios menos desarrollados o más débiles militarmente. Pero también es verdad que modernidad y medievalidad no son categorías puramente temporales, sino categorías ontológicas y, aunque España descubre América y lleve a cabo la conquista y evangelización durante la edad moderna, el espíritu que la anima es un espíritu medieval.
Dos ejemplos propondremos respecto a esto.
El primero es el testimonio del mismo Cristóbal Colón en una de sus cartas a la Reina Isabel de Castilla:
“Al asumir esta empresa de las Indias, ni las matemáticas ni los mapas me fueron de utilidad; todo no fue otra cosa que el cumplimiento de las palabras de Isaías…”
Colón hace referencia a la profecía de Isaías 18, 1-7: “¡Ay, tierra de susurro de alas, la de más allá de los ríos de Kus (Etiopía), la que envía por mar embajadores, y en barcos de papiros sobre las aguas! Id, mensajeros veloces, a la nación esbelta y de brillante piel, al pueblo temible desde siempre, nación vigorosa y dominadora, cuya tierra surcan ríos (…). Pues antes de la siega, al acabar la floración (…). En aquel tiempo se presentará un obsequio a Yahveh Sabaoth (…) de parte de un pueblo esbelto y de brillante piel, y de parte de un pueblo temible desde siempre, nación vigorosa y dominadora, cuya tierra surcan ríos”. Mons. Zacarías de Viscarra se atreve a señalar esta profecía como cumplida por la obra de España.
El segundo, unas líneas que pertenecen al historiador protestante de origen holandés W. Sombart, que refiriéndose a la relación de España con el imperialismo capitalista de la modernidad, afirma en su libro “El Burgués”:
“El catolicismo parece haber perturbado gravemente el desarrollo del espíritu capitalista de España, donde los intereses religiosos habían alcanzado una importancia tal que habían concluido por primar sobre los intereses de todo otro orden… el predominio del ideal caballeresco y religioso se mantuvo aún después de la derrota de los moros, imprimiendo un carácter particular a todas las empresas coloniales de los españoles y determinando la política interior de los reyes. El feudalismo y el fanatismo religioso dieron origen, por su íntima conexión, a un estilo de vida para el que no había lugar en el mundo prosaico de la edad moderna. El héroe nacional de España está encarnado en un personaje universalmente conocido y que, por cierto, no tiene nada de capitalista: por el caballero andante, por el amable y simpático Don Quijote”
Lamentablemente estos argumentos parecen haber caído en sacos vacíos, y no es para menos por dos motivos. Primero porque la ideología ha calado muy hondo en el sentido común de nuestros compatriotas, segundo, porque como respuestas, estas meditaciones son deficientes.
Por lo pronto, agradecemos a la Providencia por poder pensarlas. Y en la lengua de Castilla, como debe ser.Lucas N. Gomez Balmaceda v.I.
Visto en: Cartas del Navarco
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