Revista FUERZA NUEVA, nº 756, 4-Jul-1981
ARGENTINA: ASÍ ACTUÓ LA SUBVERSIÓN MARXISTA (Informe ECO)
(II) Consigna: hacer un Estado socialista
Los grandes defensores (?) de los Derechos Humanos, cuando actúan a favor, o en ayuda como ellos dicen, de los pueblos dominados por las “dictaduras”, por el capitalismo o por las oligarquías, olvidan siempre explicar o considerar importantes e insoslayables antecedentes. Cuando hay un “motivo de liberación” (armado) siempre justifican su existencia y coadyuvan a su triunfo –Nicaragua, El Salvador, etc.-, olvidando, repito, las actuaciones anteriores que produjeron el caos; con la ejecución de actos más reprobables, más sanguinarios que los que más tarde ellos combaten, en defensa de unos “victimarios”, hoy convertidos en víctimas.
Este es el caso de la Argentina, como de tantos otros, donde previamente a la llegada al poder de los que ahora (1981), armas en la mano de nuevo, dicen defender al pueblo y a los que, a su vez, defienden los de los tan traídos y llevados derechos humanos.
Los pretendidos genocidios
Continuando nuestro informe sobre la Argentina -ver FUERZA NUEVA de la semana anterior-, la subversión hábilmente organizada por la URSS con la participación activa de las huestes cubanas, parecía haber triunfado. Nacida y fomentada a través de doscientos partidos y grupúsculos políticos, la máquina gubernamental se movía en el vacío: el presidente Ilía (1963-1966) celebraba Consejo de Ministros por pura rutina, o no los celebraba; las huelgas se multiplicaban y costaban muy caras al país sin mejorar en nada el nivel de vida; la inflación alcanzaba el cuarenta por ciento anualmente; las arcas del Tesoro se vaciaban mientras que escuelas y universidades eran sacudidas por los agitadores buscando un mañana sin cuadros ni cerebros.
La intervención de los militares que llevó a Onganía al poder (1966) fue, como decíamos en el anterior capítulo, acogida con alivio y no hay más que repasar los periódicos de la época para comprobar que el pretendido complot militar era una invención de la izquierda para justificar “a posteriori” el aumento de las acciones terroristas. En su testamento político, Che Guevara proclama la necesidad del odio y la crueldad; los argentinos van a poner en práctica las lecciones de los revolucionarios cubanos, sabiendo los terroristas que sus acciones provocarán una reacción que no temen sino la desean para poder desencadenar la lógica de la violencia´, que les permitirá justificarse ante los “bienpensadores” y los “tontos útiles”. Los aliados de Moscú van a conseguir que se crea lo que no es más que un gran engaño sobre la situación argentina, y que será la base y origen de las pretendidas denuncias de los genocidios cometidos por la derecha.
Entre 1962 y 1969, cientos de familias argentinas habían sido golpeadas en su carne y derramado no poca sangre. Los sindicatos, ferozmente opuestos al Gobierno, fuera cual fuese, y sometidos, voluntariamente o no, a Moscú, iban a contribuir a la planificación voluntaria y deliberada del terror, teniendo a la cabeza del estado mayor de la Revolución, jefes de ninguna parte, pero formados todos en las escuelas de Moscú y obedeciendo una sola orden; destruir la Argentina para hacer un estado socialista. Todos, sea cual fuere su origen –maoístas, trotskistas, comunistas o peronistas- compartían idéntica opinión respecto a la meta que deberían alcanzar.
Impedir que se supere la crisis
Desde 1966, la primera Junta Militar intentó enderezar la economía y vio, por fin, cuál era el objetivo buscado, al comenzar los primeros atentados en mayo de 1969, y cuando se produce un hecho característico: los periodistas, que se creen testigos de los Derechos Humanos escriben que “la aparición de la C.G.T. argentina, más combativa, y la de grupos y guerrilleros y de terroristas, indica en ese momento la existencia de tensiones sociales que no tienen respuestas satisfactorias”.
Se trata, en realidad, de impedir al país superar la crisis, hundiéndole más profundamente. Las acciones se multiplican, teniendo todas por objeto conseguir armas y, sobre todo, dinero. Y ocasionalmente, mostrar la fuerza de la guerrilla, ocupando emisoras de radio y publicando proclamas incendiarias. En mayo de 1969, surge la guerrilla y encuadra las manifestaciones “espontáneas” de estudiantes y de obreros; asesina, dinamita y hacen injuriar a los gobernantes. Las bombas golpean ciegamente: en los supermercados, “porque pertenecen a los Rockefeller”, cayendo mujeres y niños.
Los “montoneros” y los “tupamaros” aparecen con otros movimientos “de liberación”, manipulados todos por Moscú. El asesinato del general Aramburu (1970) parece un calco de los cometidos por las Brigadas Rojas italianas: secuestros, interrogatorios, detención en una “cárcel del pueblo”, juicio por un “tribunal popular” y ejecución… todo es igual. Era necesario impedir a toda velocidad la reconciliación nacional.
Perón, manipulado
Perón, desde su dorado exilio de Madrid, lanzaba violentas declaraciones terminando todas del mismo modo: “Soy el único capaz de salvar el país”. En realidad, el viejo luchador estaba manipulado por los comunistas. Efectivamente, tenía de nuevo el poder, pero en realidad su entorno comunista, dirigido por uno de los padrinos, Cámpora, había conseguido su objetivo. El asesinato de Aramburu adquiere otra significación cuando se piensa que deseaba una política de reconciliación nacional y llevar el país a las urnas, y los revolucionarios querían conseguir el endurecimiento del Ejército.
Al igual que en otros lugares que no es menester señalar, la Iglesia argentina jugó un papel considerable en los espantosos acontecimientos que precedieron a 1976. Parece que cierto número de sacerdotes y de obispos, no todos argentinos, tomaron parte en la lucha armada.
Uno o varios religiosos belgas contribuyeron a redactar una “teología de la liberación”, predicando abiertamente la lucha armada y algunos pasaron del “apoyo filosófico” a los guerrilleros, al apoyo práctico -provisión de armas y de municiones- para convertirse ellos mismos en terroristas. Los obispos siguieron sus pasos, aprobando y defendiendo sus conductas. El movimiento alcanzó un débil porcentaje de religiosos, pero suficiente para desplazar la imagen tradicional de que Hispanoamérica se hacía de sus sacerdotes y hacer creer entre nosotros que todos los párrocos vicarios y obispos sostenían la Revolución, bien entendido que el papel del obispo Helder Cámara, antiguo jefe de prensa de las Camisas Verdes –nazis- de Brasil no es de desdeñar.
El Ejército argentino inició la lucha en febrero de 1954 contra los “maquis”, tarea ardua no por sí misma sino por las simpatías que los revolucionarios habían conseguido despertar en el mundo entero gracias al aparato del comunismo internacional. El estado mayor de la contra-información se toma en Francia y el diario comunista “L’Humanité” aseguraba una amplia difusión.
En Argentina la situación era catastrófica, la economía había prácticamente desaparecido y miles de personas asesinadas por los revolucionarios. El Ejército tomó la ofensiva y en algunos meses redujo a los maquis del norte y rompe la guerrilla urbana. Los jefes de la Revolución se refugian en el extranjero, desde donde ordenan acciones suicidas: muchachos de diecisiete años se hacen matar, intentando operaciones contra el Ejército. Mientras tanto, el Partido Comunista de Moscú abandona la partida provisionalmente. Viéndose batido deja a sus fieles desenvolverse con los vencedores, pero desgajándose para preservar el porvenir.
Los “desaparecidos”
El aparato de la propaganda comunista no ha sido desarmado (1981). Bajo su inspiración y con la ayuda de los “tontos útiles”, la prensa mundialista se desencadena contra la Junta Militar, que por dos veces ha salvado al país de la anarquía y de la miseria. Reportajes dirigidos, falseamiento de fechas y de cifras, falsos testimonios… nada falta en el arsenal, siendo el asunto de las listas de los desaparecidos el más claro ejemplo.
Se recordará que la mayor parte de los agentes subversivos argentinos o extranjeros, poseían varias identidades diferentes. Los extranjeros, entre otros, poseían por lo menos un carnet de identidad, falso por supuesto, argentino, y varios de ellos que perecieron en ataques contra cuarteles y bancos, no llevan encima ningún documento auténtico, luego “están todavía vivos… pero desaparecidos”. Otros fueron abatidos por sus propios amigos, al intentar abandonar el engranaje de un juego que estaba convirtiendo en algo muy peligroso. Un elevado número vive en Cuba o en la URSS, bajo identidades diferentes de las que tenían en la Argentina y muchos, muchísimos han desaparecido voluntariamente para escapar, bien de la justicia gubernamental o de la justicia revolucionaria que los condena a muerte por deserción.
Al igual que con los 700 desaparecidos de Chile, Pierre de Villemarest ha comprobado que la lista están trucadas: algunos aparecen varias veces, citados con el mismo nombre, pero invertido o alterado, de una página a otra; técnica esta conocida en España, donde en vida del Caudillo se denunció la desaparición y la tortura de unos cuantos mineros asturianos, repitiendo y cambiando nombres, siendo localizados uno por uno de los que realmente existían, sin que se hubieran producido desapariciones ni siquiera momentáneas y sin que hubieran sufrido el menor daño. La denuncia estaba avalada (?) por los habituales “abajo firmantes”.
Como es natural, los “beneméritos apóstoles” que revelan las listas no mencionan jamás las víctimas de los revolucionarios: 143 policías, en su mayoría asesinados por la espalda; más de 700 víctimas de los que 100 eran militares; tres docenas de industriales y hombres de negocios; 17 sindicalistas, 24 altos funcionarios, abogados, cuadros y periodistas. Y obreros, campesinos y empleados. Esto durante el periodo entre 1973 y 1978, a los que hay que añadir 4.000 asesinatos cometidos por los revolucionarios, por los “libertadores” entre 1966 y 1973.
Digamos, finalmente, que una de las listas difundidas por la Comisión de Derechos Humanos, con los errores señalados, trucajes y repeticiones, comprende 7.600 hombres. Pensemos que en Francia, según las estadísticas, 10.000 personas desaparecen anualmente sin que vuelva a saberse de ellas… |
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