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Tema: La subversión antimilitarista en Occidente

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    La subversión antimilitarista en Occidente

    Aunque el artículo se refiere al último tercio del siglo XX, puede comprobarse cómo desde entonces la filosofía subversiva que ahí se denunciaba ha hecho mella en los ejércitos occidentales actuales, mutándolos a otra cosa; no son ya Ejércitos Nacionales, a secas, sino cuerpos mercenarios bien pagados (y unisex) al servicio de nuevos órdenes mundiales, de "derechos humanos universales", y estéticamente, como ongs repartidoras de yogures a niños del tercer mundo, y colosal cuerpo de bomberos especializado en catástrofes.

    Revista FUERZA NUEVA, nº 428, 22-Mar-1975

    SUBVERSIÓN ANTIMILITARISTA

    La guerra subversiva tiene su base en cierta observación de Clausewitz: “la guerra no nace necesariamente de la invasión sino del hecho de la defensa que el vencido opone al invasor”.

    Hasta hace poco, aunque siempre se combinaran las operaciones bélicas con las técnicas psicológicas, el mayor esfuerzo se ponía en las primeras. Hitler con sus “quintas columnas” comenzó a alterar semejante modo de proceder. Pero fue el comunismo el que trastocaría dicha combinación. Lenin, conocedor de Clausewitz asimilaría su pensamiento para adaptarlo a la estrategia revolucionaria, marcaba el énfasis sobre la moral del adversario y la necesidad de quebrarla. Stalin y Mao desenvolverían la estrategia leninista, convirtiéndose en los principios tácticos. Así surgió el nuevo concepto de guerra subversiva, a cuya aplicación práctica asistimos (1975), por desgracia, durante esta segunda mitad del siglo XX.

    La guerra subversiva -de acuerdo con la definición que Marcel Clement da en su magnífica obra El comunismo frente a Dios, recientemente traducida al castellano por la editorial Speiro- consiste en una agresión psicológica llevada a cabo contra la población de un país y destinada a hacer que dicha población sea hostil a su propio gobierno y a todas las estructuras fundamentales que lo sostienen: poder espiritual, ejército, poder financiero, estructura familiar, etc. Se desarrolla a través de sendas actividades complementarias:
    - propaganda orientada para atraer los espíritus hacia una ideología,
    - y propaganda orientada a destruir el esqueleto moral, social y administrativo del país o de la organización a conquistar.

    Ambas se realizan simultáneamente. Primero, la ideología revolucionaria prende en círculos minoritarios, que hacen de ella principio dinámico de acción. Casi al tiempo se provoca la presión propagandística sobre la mayoría para desprenderla del orden existente e inculcarle el desprecio hacia la armadura estructural que lo sustenta. El progreso de la propaganda subversiva conduce al sentimiento de vergüenza por parte de la mayoría respecto a las estructuras actuales, mientras, en contrapartida, la minoría se siente orgullosa de ser portadora del ideario triunfante y del futuro cada día más próximo.

    “La guerra subversiva -observa Marcel Clement-, como tal, no aspira a hacerse cargo del poder. Esto la diferencia fundamentalmente de la guerra revolucionaria. La guerra subversiva busca aislar a un gobierno de la población, con objeto de que ésta ejerza tal presión que haga imposible a dicho gobierno una política que sea eficazmente hostil a aquellos que conducen la guerra subversiva”. En la guerra subversiva se manipula técnicamente la psicología colectiva de una nación para imprimir el signo de la infamia sobre los pilares vitales de la misma y exaltar, con aureola glorificadora, los que la traicionan o debilitan.

    Los ejércitos occidentales, objetivos primarios de la subversión

    Los ejércitos de Occidente no permanecen al margen de los propósitos subversivos. De una parte, constituyen la fuerza organizada que, en el momento elegido para el asalto del poder o para el disloque caótico de la comunidad, pueden frenar el movimiento revolucionario, restaurando el imperio del orden, y emprender el eficaz combate contra la subversión, para obligarla a retirarse en completa derrota. De otra, dentro de los ejércitos anidan y se inculcan aún las virtudes caballerescas de fidelidad, honor, disciplina y jerarquía que representan los valores antitéticos de los ideales revolucionarios. Aunque quizá en cierto instante de su trayectoria histórica la milicia resulte ganada por las fórmulas disolventes de la sociedad; sin embargo, la propia configuración natural, impuesta por su genuina dinámica funcional, pronto la fuerza a rectificar con el regreso a la constitución jerárquica y autoritaria, que precisamente vale para distinguir la unidad militar de la horda amorfa.

    Fundado en tales datos, Spengler afirma que fueron los ejércitos, y sólo los ejércitos, los que resistieron las revoluciones de 1830, 1848 y 1870. Ahora cabría añadir posteriores ejemplos que salvaron también a la sociedad. España, Hungría (de Horthy), Grecia, Uruguay, Chile..., que refuerzan así la célebre frase del filósofo de la historia germano referente a que, en último término, la civilización será salvada por un pelotón de soldados.

    Por eso, el trabajo subversivo no ha perdonado a los ejércitos occidentales; antes bien, trata de ejercer poderoso influjo psicológico en un triple sentido: disociando a las fuerzas armadas del pueblo e introduciendo en el seno de las mismas el germen de la descomposición, así como el confusionismo sobre sus auténticos fines.

    La presión psicológica subversiva se ha desarrollado inicialmente con relativa cautela y prudencia. En su comienzo se aprovecharon las coyunturas favorables de las guerras de Argelia e Indochina y se supo encubrir bajo el pretexto de la discusión acerca de la licitud de la guerra concreta que se debatía. Tanto Francia como Estados Unidos, más tarde, constataron las agudas y apasionadas polémicas a nivel nacional e incluso mundial, donde se situaría el entredicho sobre la legitimidad de las contiendas que sostuvieran respectivamente. Los dos países soportaron la propaganda de parcelas ideológicas diversas, aunque, desde luego, todas se nutrían y apoyaban desde el campo de la subversión y sus aliados. Trotskistas y maoístas, pasando por los anarquistas, hasta el progresismo católico, se movilizarían al objeto de infundir sobre la retaguardia y sobre el propio núcleo combatiente una “mala conciencia”, que fracturase su moral en beneficio del comunismo, que vería a Occidente abandonar aquellos territorios, sin haber sufrido una efectiva derrota.

    Antimilitarismo en EEUU

    Pero lo que empezara como análisis y debate de una campaña determinada no tardaría en transformarse en arma para subvertir las fuerzas armadas occidentales. Como indicamos, la operación se dirige, de un lado, a poner en tela de juicio la legitimidad del Ejército, disociándolo así de una parcela del pueblo que lo rechazará y, de otro, a conseguir la penetración subversiva en sus mismas filas, neutralizando, a ser posible, su arquitectura jerárquica y disciplinaria y su misión protectora del Estado.

    Estados Unidos, durante la guerra del Vietnam, testificaría cómo se ejecutó dentro del espacio intrafronterizo un perfecto plan orquestado por la Nueva Izquierda para disolver la eficacia de las fuerzas armadas. Todas las facciones del comunismo, aunadas al black power y al progresismo religioso e intelectual, cooperaron tenazmente a tal propósito. Nunca el suelo norteamericano había servido de sostén para un espectáculo similar. Se esgrimió la objeción y escrúpulos de conciencia para proporcionar la coartada ética a quienes no se hallaban dispuestos a acudir en defensa de la Indochina amenazada. Los casos aislados y esporádicos de excesos, inseparable de la mayoría de las guerras, se exhibirían masoquistamente ante el atónito público, al cual se le procuraba recordar, cuanto menos mejor, los sucesivos y sistemáticos exterminios decretados por las autoridades comunistas vietnamitas.

    Así se alcanzó el divorcio entre los combatientes incomprendidos y un sector de la retaguardia que les reprochaba su heroísmo. Se contemplaría también a los estudiantes, expulsando de algunos centros universitarios a los encargados del reclutamiento u obteniendo que se redujeran o eliminaran las unidades del Cuerpo de Instrucción de Reserva, “cantera” principal de jóvenes oficiales. Todo alentado por entidades seudo progresistas -Estudiantes para una sociedad democrática, Juventud contra la Guerra y el Fascismo, etc.- y periódicos antimilitaristas.

    La misión de salvaguardia del orden y legalidad en vigor, que con más o menos explicitud es consustancial a las fuerzas armadas, aparece como una de las dianas de la subversión en todo Estado. Norteamérica no se libró tampoco. La tensión racial se emplearía para romper el sentido patriótico del negro. En Fort-Hood cuatro decenas de soldados negros se negaron a intervenir para mantener el orden durante la Convención del Partido Demócrata de 1968, aduciendo que no se prestaban a obrar como policías contra otros negros. Los segregacionistas del black power no se recataron en afear, con insistencia a los oficiales o suboficiales de color, su tiotomismo adicto a los institutos militares norteamericanos predominantemente blancos. La pugna racial degeneró, por tanto hacia los cauces antinacionales y antimilitares diseñados por el enemigo.

    Antimilitarismo en Francia

    Tras la ofensiva subversiva contra el Ejército estadounidense, en Francia se ha recrudecido el impulso antimilitarista latente desde el fin de la lucha argelina. La práctica capitulación gaullista ante el FLN y la normativa propicia al objetor de conciencia no vinieron a apaciguar el movimiento, sino al contrario. Durante los postreros años se está desenvolviendo u reanudado ataque contra las instituciones castrenses.

    Robert Galley -ministro, entonces, de Defensa- tuvo el coraje de descubrir, en 1973, la realización de un plan para denigrar continuamente al Ejército y al militar, mientras, con descaro, se brinda la repulsiva figura del terrorista, como la de un “valeroso combatiente”, a la vez que, prevaliéndose de la falta de sentido crítico de niños de catorce años, se les hace desfilar profiriendo consignas antibélicas y contrapuestas a la milicia.

    Desde que Galley lo desvelara, el intento contra las fuerzas armadas, lejos de atenuarse, se ha incrementado. Ejemplos cercanos se encuentran en el increíble manifiesto suscrito por cien soldados en filas, divulgado por la prensa tres días antes de las últimas elecciones presidenciales, donde se exigía a los candidatos una serie de reivindicaciones como la disolución de la seguridad militar, de los tribunales marciales y la supresión de todas las sanciones castrenses, etc. Poco después -en septiembre de 1974- en Draguignan y Niza se producirían unos insólitos gestos de protesta tumultuaria, en que grupos de soldados recorrieron las calles, ante los asombrados vecinos, en manifestación. No se dejaría esperar largo tiempo un comunicado firmado, entre otros, por los Partidos Comunista y Socialista, adhiriéndose al Manifiesto de los Cien y a los amotinados en Draguignan...

    Semejantes actitudes no parecen haber cesado. Durante el último mes de febrero (1975) ciento cincuenta soldados desfilaban por Verdún, lanzando gritos “contestatarios” a causa del fallecimiento, por accidente, de un compañero en unas maniobras.

    Tales gestos no responden a impulsos espontáneos. Reflejan la amarga cosecha de un hábil y constante trabajo protagonizado, todos estos años, por la subversión. Entidades como los Comités Antimilitaristas, los Grupos de Insumisión Total, el Frente se Soldados, Marinos y Aviadores Revolucionarios, etc., operan de “correas de transmisión” de la subversión. Publicaciones autorizadas como Liberation, Crosse en l’air, Lutte Antimilitariste... azuzan los instintos adversos a las fuerzas armadas. Tribunas como el XXI Congreso del Partido Comunista Francés son las cajas de resonancia de la propuesta de un “estatuto democrático del soldado”. Ediciones de periódicos, panfletos, apuntan contra la justicia militar, reclamando su desaparición. Los desgraciados accidentes, inevitables al cotidiano uso de las armas, propio del Ejército, se anuncian para excitar a las gentes contra los mandos. Las sanciones disciplinarias impuestas son examinadas y divulgadas por una prensa irresponsable o cómplice de la subversión. Las limitaciones de las “libertades democráticas” características de la condición militar se someten a crítica corrosiva. La disciplina y la jerarquía se arruinan, así, impunemente, ante la complacencia de una autoridad suicida.

    Ha de destacarse, por último, que los dardos se disparan sobre todo contra la función de garantizar el orden y la vida del Estado. El final del Mayo francés (1968) no se olvida. Se labora, con tesón e inteligencia, para desprestigiar y borrar dicha función esencial, aludiendo a la misma como a la “de la guerra civil” o recalcando -según la fórmula de una reciente consigna del Partido Comunista Francés- que el Ejército “debe estar al servicio exclusivo de la nación”. Fórmula sutil, que descarta la participación militar en el amparo del Estado.

    ***
    Tal es la ofensiva que hoy desarrolla la subversión contra uno de los baluartes fundamentales que se le oponen: los ejércitos de Occidente. Con mayor o menor intensidad se percibe en todos los Estados no subyugados aún por el comunismo. (Se han suministrado dos ejemplos, los que se juzgaron más relevantes y aleccionadores, pero nadie crea que implican los únicos casos). Cualquier tolerancia que facilite el avance de aquella ofensiva origina una retirada que, para el porvenir, quizá traiga consecuencias difíciles de reparar. La guardia, sin desmayo ni debilidad al respecto, se ofrece como un imperativo ineludible para la pervivencia de la civilización.

    Carlos URQUIOLA
    Última edición por ALACRAN; 31/03/2020 a las 20:51
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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