Adviento, tiempo de penitencia
El cacique Coromoto, jefe indio venezolano enemigo de la Religión, fué envenenado por la mordida de una serpiente; moribundo, se le aparece la Virgen Nuetra Señora y le dice que pida el Bautismo, que sanará y será Apóstol. Coromoto murió muchos años después de vencer la picadura de la Serpiente con la ayuda del Cielo, en plena vejez, convertido en un Apóstol para su pueblo.
La Virgen de Coromoto es la Patrona de Venezuela
CUANDO los resortes del fraude y el engaño no están todavía debidamente aceitados y utilizados, la gente en general, si puede y hay por qué o quién, elige bien. Así pensaba Castellani de la democracia; así lo creemos nostoros también.
El golpe venezolano de ayer, primer Domingo de Adviento en el Rito ordinario, ha sido un rotundo desmentido a los infundios de la zurda, el indigenismo ideológico y el progresismo paquete y, aún, para el marxismo ortodoxo (que como podrán leer aquí, escapa del perdedor caribeño a toda la velocidad que da su silla de ruedas moral) que se postulaban como la única y mejor alternativa política para el desastre de lo que ellos llaman despreciativamente, al modo anglosajón, “Latinoamérica”. Su desprecio olímpico a la noble cuna de América, la bien donada, a su fundación católica y castellana, les brota de odio y resentimiento y asoma cada vez que un país americano rechaza la ideología después de haber aceptado, o algo así, al hombre; después de todo, su patrón odia desde el principio de los tiempos ¡qué más pueden hacer sus corifeos de ahora! Así que el zurdón Chávez, pese al auxilio invalorable de Juan Carlos de Borbón y de Estados Unidos, que comedidamente se prestaron a hacer notorio su jueguito de “Patria—Antipatria”, demostrando además que, efectivamente, son socios, ha perdido la guerra en pro del socialismo bolivariano (hemos oído muchos insultos y denuestos contra el Libertador; pero este sí que es nuevo...), que no es otra cosa que una vuelta más de rosca hacia la concreción del ideal progresista o neoliberal, o “neocon”, como dicen agora, esto es: un bolsillo liberal y una cultura marxista.
Es innegable que Hugo Chávez representó, en algún momento, una ilusión para Venezuela; pero rápidamente fue captado por el progresismo (una especie variable y proteica de la social democracia clásica) y su discurso ramplón, castrista, irrespetuoso, impío y atropellador, lo llevó al pozo. No menos que su soberbia, al pretender quedarse con Venezuela en un puño por medio de una reforma constitucional que ha sido el escándalo de toda América.
Desde Fernando VII, América, en cuanto ha podido y le han dejado, ha sido fiel a su consigna: “¡Viva el Rey católico, mueran los malos gobiernos!”, y esta regla, o la que implícitamente se puede extraer de ello, es lo que han ignorado casi todos los mandones locales desde hace dos siglos, fieles a concreciones o hechuras más de ideas foráneas que a sus tradiciones patrias, y cuya expresión más elemental es, a saber: Que se puede amar a los hombres y aún decírselo, pero que ello no es promesa ni aseguramiento de goces de alcoba: el terreno ganado, no es terreno conquistado. Aquí, a la gente no le gusta que le tomen el pelo, que la engañen o, como proclamaba un sabroso personaje de la televisión mexicana antes de iniciar su venganza: “¡Se aprovechan de mi nobleza ...”. En las recientes elecciones argentinas, más del 30% de los convocados no fue a votar o aniquiló su voto, demostrando que consideraba un fraude la elección: “¡mueran los malos gobiernos”!, de manera tal que los candidatos triunfantes no podrían esperar un apoyo de más del 25% de los electores. Y éste, aún, condicionado a la buena marcha de las cosas públicas, algo imposible de lograr para cualquier gobierno partidocrático que, por defecto de cuna y por inercia electoralista, aquello para lo cual es expresa y absolutamente ineficaz es, justamente, la política.
Chávez representa —en su forma más modesta— la fatal unión del liberalismo cruel y despiadado con el marxismo homicida, ladrón y desvergonzado, esa última etapa del ataque contra el Trono y el Altar desatada a los pies de la Santa Cruz y que hoy, a falta de nombre con que bautizar este esperpento, llamamos “progresismo”.
El médico de Estagira
Para ser completamente sinceros, no dejaremos de recoger la pena que nos da la frustración de lo que pudo ser una esperanza de verdadero buen gobierno en alguna de las Américas. Chávez no fue elegido por Dios para eliminar la Religión, la propiedad, la familia, la patria potestad, el tipo de cambio, el uso del suelo o el sistema métrico decimal, que son todas cosas que un gobierno, salvando las esenciales diferencias entre unas y otras, no tiene derecho alguno a toquetear; y que se toquetean cuando, precisamente, no se sabe ordenarlas, demostrándose así la falta de capacidad política más elemental. Aristóteles seguirá enseñanado, hasta el fin de los tiempos (que ojalá lleguen de una vez) que el bien común más excelente es la diversidad, asunto que, tangencialmente, toca S. S. Benedicto XVI en su reciente Encíclica; de la cual algo diremos, si Dios quiere. Y por lo tanto, toda tendencia a la uniformidad (lo contrario de la unidad) es antinatural, impolítica y resistida por los pueblos. Y por los Cielos, que la crearon.
Se inicia, pues, este tiempo de Adviento con una buena noticia y un acto de la Misericordia Divina. La primera, la novedad de la derrota de las pretensiones injustas de Hugo Chávez para nuestra bienamada tierra venezolana, la “pequeña Venecia” americana. Lo Segundo, la posibilidad de que él mismo, si quisiera tener pasta de héroe, arrojase su camisita colorada al basurero de donde jamás debió tomarla, gobernando su país para Dios y para el bien dellos mismos, que para eso es un Gobierno —bueno. Y se ganase así el Cielo.
Por desgracia (para él, mucho más que para Venezuela, pues la naciones pagarán sus pecados en esta tierra, pero sus gobernantes ...) no nos parece probable, y ni siquiera tendrá la oportunidad de meditar bien estas cosas de las que tanto depende. Pues ni Estados Unidos (que sostiene Venezuela y a Chávez con publicidad en contra y la compra de TODA la producción petrolera caribeña) ni los ideólogos del marxismo revanchista y resentido (que le escriben sus libretos) se lo permitirían fácilmente.
Adviento, pues, es tiempo de estrecha y observante penitencia, más para unos que para otros.
Decirlo, lo podemos hacer y lo estamos haciendo; pero saber aprovecharlo no depende de nosotros.
Pero en una désas, se le aparece la Virgen otra vez.
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