Revista FUERZA NUEVA, nº 65, 6-Abr-1968
LA VICTORIA DE ESPAÑA
Por Blas Piñar
(…) Redacto este artículo a 29 de marzo, fecha en que debió conmemorarse la liberación de Madrid, y que ha pasado desabrida, sin nada que refresque la memoria. Los enemigos se han cuidado muy bien de no recordarnos la fecha que tanto significó en su esfuerzo baldío. Los que debieran, aunque no fuera más que por razón de su ministerio, acercarnos a aquella jornada gloriosa y plena de ilusiones, han querido atornillar su política silenciosa, tupida de prudentes cautelas.
Pero el 1 de abril no quedará, aunque sea a la distancia de unos días, sin que las páginas de FUERZA NUEVA se honren en conmemorar la Victoria, y precisamente, la Victoria de España, como ha escrito uno de nuestros más eminentes académicos, desarrollando un esquema ideológico acerca de la paz.
Es cierto, como decía tan ilustre escritor: “la generosa premisa de que la Guerra de Liberación la ganó España”. Lo que no es tan cierto, a nuestro juicio, es que aportaran a la empresa del Movimiento Nacional algo útil y aceptable las fuerzas democráticas que en la zona roja se opusieron en los días finales de la lucha al comunismo y al anarquismo.
Para nosotros, además, “la generosa premisa” que aceptamos sin reservas, necesita, para que no quede truncada, un complemento indispensable: señalar sin timideces, cómo y por medio de quién pudo ganar España su Guerra de Liberación.
Sobre ambos puntos, cuando tantas cosas que estimamos sagradas y fundamentales para nuestro inmediato futuro político pretenden clausurarse, queremos aquí y ahora, con la emoción caliente de un primero de abril victorioso, formular algunas precisiones de urgencia.
Yo no sé a qué fuerzas “democráticas” puede atribuirse una colaboración decisiva en la obra del 18 de Julio, toda vez que los partidos republicanos de izquierda, los socialistas y los pequeños grupos integrados en el POUM, es decir, cuantos contribuyeron a la creación del llamado Frente Popular, se alinearon en todo momento contra cuanto el 18 de Julio significaba y, por lo tanto, contra su Victoria del primero de abril.
La Historia nos dice que fueron personajes socialistas y de los partidos republicanos de izquierda, investidos de la más alta autoridad, los que consintieron, encubrieron, estimularon o dirigieron las grandes matanzas en la zona roja; lo que no quiere decir que durante el transcurso de la guerra y por la furia desencadenada de la revolución, acabaran siendo desplazados por la fuerza creciente de las organizaciones comunistas.
El acontecer político de la zona roja, del que se ha ocupado Diego Sevilla con atención documentada, pone de relieve la eliminación sangrienta del comunismo heterodoxo, la inutilización de Ángel Pestaña y del partido sindicalista, y el enfrentamiento en lucha civil, en Barcelona primero y en Madrid más tarde, del partido comunista y del anarcosindicalismo.
El estertor de la zona roja, como todos los periodos de agonía, aglutinó, en un último esfuerzo, a los no comunistas contra el partido más fuerte, más organizado, más frío y calculador y con más apoyo extranjero. Pero ese aglutinante último de los náufragos frente al huracán, o de los débiles contra el gigante, no fue, no quiso ser una aportación colaboradora al Movimiento Nacional, escarnecido por Azaña en su discurso de Valencia, de 21 de enero de 1937 -obra, según él, de “militares rebeldes, delincuentes contra el Estado (y) contra la esencia viva de nuestra Patria”- sino un desesperado gesto defensivo contra la tiranía que no respeta a sus colaboradores y sólo los utiliza, como los utiliza ahora en nuestra Patria, fingiendo carantoñas y extendiendo manos enguantadas para cubrir sus torpes designios.
Para el Partido Comunista, la República -como una posible monarquía liberal en este momento- no fue otra cosa que un peldaño por hacer más fácil la captación del poder absoluto, sin compromisos ni mancomunidad en la tarea de gobierno. La táctica y la propaganda son los útiles con que la dialéctica marxista juega con audacia y precisión. De aquí que resulte ridículo a estas alturas estimar que el tardío y culpable reconocimiento de la astucia comunista supuso algo integrable en la gesta gloriosa que tuvo su remate bélico en la jornada del primero de abril.
De otro lado, la guerra la ganaron para España, ofreciendo la Victoria a todos los españoles, sin acepción de bandos, los valerosos combatientes de la zona nacional, los que se alzaron en armas en los días iniciales del Movimiento y los que se sumaron después, a medida que el avance de nuestras fuerzas iba liberando pueblos y ciudades de la dominación roja.
Regatear, aminorar, difuminar o extender a otras escalas el esfuerzo de guerra de aquella juventud española que combatió cayó herida o murió en el Ejército nacional, es una injusticia y un crimen que desde las páginas de nuestro semanario queremos denunciar, sin temor a los conocidos reproches de parciales o retrógrados. Cometeríamos un agravio sin paliativo en su calificación, si cercenáramos a los vencedores de la guerra el mérito de haberla ganado para España y, con ello, para los vencidos.
El intento de “vencer la tendencia a una discriminación coloquial de buenos y malos” me parece absurdo si no se matiza. Los buenos y malos no fueron cosecha exclusiva de cada bando en litigio. Pero sí fue buena o mala la causa que cada uno defendió. El “Poema de la Bestia y el Ángel”, “terminado antes de la guerra misma”, como dice su autor (J. M. Pemán) en un prólogo lleno de belleza literaria, presenta “no sólo el hecho actual, anecdótico, inmediato, sino todo el profundo significado apocalíptico de la eterna pelea de “la Bestia y el Ángel”. Y el Ángel y la Bestia han trabado combate delante de nosotros. El Ser y la Nada, las potencias del Mal y del Bien pelean a nuestra vista”.
Por eso la guerra de liberación -no obstante los “malos” que, como anécdota, pudieran existir en una zona, y de los bondadosos que, sin duda, se dieron en la otra-, fue una Cruzada, por razón de las ideas que se pusieron a reñido y singular debate.
Y esa lucha sigue. Alguien nos ha reprochado falta de perspectiva histórica, de olfato político o de dotes proféticas, cuando hemos mantenido el culto a cuanto significa el primero de abril, no como meta sino como esperanza, no como objetivo que terminó con la contienda, sino como punto imprescindible de partida para una España señora de sus propios destinos.
Los acontecimientos, sin embargo, nos dan la razón. Nada tiene más vigencia que la lucha cantada en el “Poema de la Bestia y el Ángel”. Cuando esto escribo, con la universidad de Madrid cerrada, después de escuchar de nuevo los himnos que entonaban los “sucios milicianos junto a la tumba del Emperador” -por emplear uno de los versos del Poema- y luego de repasar los panfletos que aluden a las “cinco flechas clavadas en nuestros cinco sentidos nacionales” y a “Madrid, Brunete, Guadalajara, el Ebro y tantas victorias antifranquistas”, como estímulo para las guerrillas populares, no puedo por menos de reproducir, cuando la amenaza de la Bestia se acusa con palabras y con hechos, con símbolos y con armas, aquello del Poema, que al conmemorar la Victoria tiene un alcance que supera lo anecdótico e inmediato de un primero de abril, para proyectarse en éste y en todos los primeros de abril de la Historia de España:
“Muertos de España, no hozarán los cerdos
sobre vuestros sepulcros; ni los nombres
de vuestros hijos pisará el traidor.
Porque sois la sementera,
la palabra y el sol…
¡Patria quiere decir tierra de padres!
¡Por los muertos tenemos la vida y el honor!”
Y aquí, en FUERZA NUEVA, no lo olvidamos, aunque haya quien se empeñe en aventarse su memoria. El primero de abril festejamos la paz conseguida por la Victoria y lograda con la sangre de los mejores. La paz amputada de esa Victoria se muere sin savia que la nutra; y quizá, por eso mismo, empiece a desfallecer entre nosotros.
Nada tiene más actualidad ideológica, nada más fuerza constructiva, más vigor para aglutinar a nuestro pueblo, que cuanto simboliza el primero de abril. El dilema, por ello, está claro: o continuidad o revancha. Y si alguien lo duda, ¡por favor!, que examine el contorno.
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