Re: Víctimas de la masonería
VICENTE GENARO DE QUESADA Y ARANGO: TROFEOS HUMANOS EN LA LOGIA
La Historia demuestra que quienes por un momento han sevrvido a la causa de la revolución, cuando quieren recular ya es tarde y pagan caro su colaboracionismo: la misma revolución los ejecuta.
Eso fue lo que le sucedió al español nacido en Cuba, D. Vicente Quesada. Quesada había sido un realista cuando el Trienio Negro Liberal (1820-1823), pero a la muerte de Fernando VII cerró filas en la defensa de María Cristina contra los carlistas. La reina viuda le concedió el título de Marqués de Moncayo y sostuvo conversaciones con los carlistas -con los cuales había tenido cierta amistad cuando se trató de restaurar en el Trono al rey absoluto Fernando VII. Conminó a Zumalacárregui y a los suyos a deponer las armas y doblegarse ante María Cristina, una vez abiertas las hostilidades en Vascongadas. Los carlistas se reían de Quesada y de sus bravatas y no le hicieron el menor de los casos, pues eran lo suficientemente inteligentes para saber que abrazar la causa de María Cristina y la niña Isabel era aceptar simultáneamente un gobierno infiltrado de masones. Quesada, monárquico tontaina fiel a María Cristina, apostó por el bando de la reina viuda y recibió su merecido: el que se apresuraron a darle los masones a la mínima oportunidad que tuvieron.
Los fracasos de su dirección de la guerra del Norte, en contra de los carlistas, trajeron consigo que fuese depuesto de su mando en junio de 1834, relevándolo Rodil en la dirección del ejército del Norte. Se le destinó a Madrid como Comandante General de la Guardia Real y Capitán General de Castilla la Nueva. En agosto de 1835 disolverá un levantamiento en Madrid, protagonizado por las inquietas Milicias Nacionales (cuerpo paramilitar de la bandería liberalesca, engrosado en su mayor parte por masones, comuneros y carbonarios). La masonería no le perdonó aquella intervención represiva contra su brazo armado (las Milicias Nacionales). Cuando se repita una nueva sublevación, la de La Granja, Quesada no podrá sofocarla. Esta vez Quesada no pudo impedir el éxito de los levantiscos liberales, los adláteres de la masonería. Vicente Quesada se da a la fuga, teme por su vida y quiere salir de Madrid de incógnito, disfrazado, a todo trance; pero es detenido en la calle de Hortaleza. Se le recluye en una prisión y es allí mismo donde una muchedumbre que se entera del paradero del preso, va a buscarlo. Irrumpe una multitud vociferante que rebosa odio homicida y... Nos lo cuenta alguien que no es sospechoso de ser antimasón, nos lo cuenta D. Miguel Morayta Sagrario (1834-1917), en su libro "Historia de España", tomo VII, pág. 274:
"El cadáver de Quesada fué destrozado por la canalla, habiendo entre ella quien se atrevió a presentar algunos de sus restos sobre las mesas del café Nuevo, hoy café de Madrid...".
Morayta tiene razones sobradas para silenciar lo que ocurrió después con los restos que quedaron de Vicente Quesada, pues Morayta fue Gran Maestre de la Masonería y no iba a regodearse entrando en los macabros detalles de aquel auténtico sacrificio humano. Sus matarifes cercenaron a su víctima el falo y los testítulos, colgándose en los sombreros las partes pudendas del cadáver. Más tarde, estos trofeos de carne humana fueron enterrados "entre columnas"; que, en argot masónico significa que los genitales de Vicente Quesada fueron enterrados en el secreto de una logia, con toda la pompa solemne de un rito tan mágico como execrable, para mayor exaltación de la masonería y mayor humillación y oprobio post-mortem de su víctima.
Éste que hemos descrito fue el fin que tuvo D. Vicente Genaro de Quesada y Arango. Su brutal asesinato tuvo lugar el 15 de agosto de 1836. El mismo Quesada, en una carta enviada a Zumalacárregui, tituló al gran caudillo carlista "jefe de salteadores y bandidos"; tomó partido por la débil y voluble María Cristina, acosando y persiguiendo a sus antiguos conmilitones de 1823; en su inconsciencia no sabía que estaba trabajando para el mismo bando donde gentes, peores que salteadores de caminos y bandidos, harían con él tal salvajada.
Cada vez que un masón -o adlátere- se refiera a los tormentos que la leyenda negra afirma que aplicaba el Santo Oficio de la Inquisición española a sus reos, habría que recordarle que aquellos que tanto descalifican a la Inquisición por sus presuntas crueldades, han demostrado en la Historia ser satánicamente crueles en sus venganzas, que a la sangrienta supresión del adversario añeden la impía profanación de los cadáveres. El humanitarismo filantrópico del que tanto se jactan, a la luz de sus crímenes, no puede ser calificado sino como una fantástica patraña, tras la que ocultar hipócritamente su maldad.
LA ESPAÑA ANTIMASÓNICA: VÍCTIMAS DE LA MASONERÍA
Re: Víctimas de la masonería
MATÍAS VINUESA, ASESINADO POR EL BRAZO VENGADOR DE LA FRANCMASONERÍA
El Padre Matías Vinuesa y López nació en 1778 y durante la Guerra de la Independencia se echó al monte como guerrillero, siendo conocido como "El Cura de Tamajón". Por su denodada defensa del absolutismo, el P. Vinuesa fue recompensado por Fernando VII que le otorgó una capellanía de honor. Cuando triunfa la conspiración masónica que establece en 1820 lo que luego será conocido como Trienio Liberal (a nosotros nos gusta llamarle Trienio Negro), el P. Vinuesa se convierte en el cabecilla de una conspiración a favor del restablecimiento del Rey absoluto. Descubiertos los planes de los realistas, el P. Vinuesa es detenido en febrero de 1821. En mayo fue juzgado y condenado a diez años de prisión.
Los liberales esperaban que el P. Vinuesa fuese condenado a muerte y la noticia de su condena los disgustó. Es aquí cuando la Historia nos cuenta que el 4 de mayo de 1821 unos cincuenta o sesenta "espontáneos" se congregan en la Puerta del Sol, frente a la Cárcel de la Corte donde estaba preso el P. Vinuesa. Aquella muchedumbre asalta la cárcel, sin que la Milicia Nacional parezca que puede contenerlos, una vez dentro de la Cárcel se hacen con las llaves de la celda donde está el P. Vinuesa. El cura de Tamajón es sorprendido cuando está rezando de rodillas ante un cuadro de la Virgen María. Según dicen algunos testimonios, un sargento de la Guardia Real intentó calmar la furia tumultuaria, pero no logró apaciguarlos. Uno de aquellos bárbaros golpeó en la cabeza al P. Vinuesa con un martillo, y los demás hincaron en el cuerpo moribundo del sacerdote sus sables, sin que faltaran los que dispararon sus pistolones sobre el cuerpo de la víctima. Los sacrílegos asesinos del P. Vinuesa empaparon sus pañuelos en la sangre del cadáver y, saliendo a la calle, los criminales agitaron aquellos trapos sangrientos a la luz del día, celebrando su carnicería.
Aquel crimen quedó impune, pese a las protestas de las Cortes y del mismo Rey Fernando VII. Para que no quedara duda alguna de quiénes fueron los asesinos del P. Vinuesa, los miembros de la llamada "Sociedad de los Caballeros Comuneros" (también "Hijos de Padilla"), pasaron a ostentar el emblema del martillo en recuerdo de aquel martillo con el que mataron a aquel indefenso sacerdote: como insignias, casi siempre de plata, aquellos martillos los llevaban los "comuneros" en la solapa. La mayor parte de los historiadores concuerdan en que al P. Vinuesa lo mataron miembros de la sociedad de exaltados "Comuneros". Y de esta forma la masonería queda disculpada.
Sin embargo, los "comuneros" no eran otra cosa que una fracción de la misma masonería. La mayor parte de los "comuneros" creían pertenecer a una sociedad distinta a la masonería, pero el hecho es que los mismos jefes de la Sociedad de los Comuneros (Romero Alpuente, p. ej.) eran principales masones que siempre permanecieron obedientes a los dictados del Grande Oriente. En este sentido, los "comuneros" (como más tarde el socialismo, el comunismo y el anarquismo) constituyen lo que se llama "cámaras masónicas del grado noveno", que son las encargadas de ejecutar las venganzas que decretan las "cámaras masónicas del grado treinta".
El P. Vinuesa no fue asesinado por unos exaltados que espontáneamente tomaron aquella terrible y homicida decisión. El P. Vinuesa no fue asesinado por una sociedad secreta distinta de la masonería, sino por un tentáculo de la misma masonería. Ni que decir tiene que sus asesinos contaron con la complicidad de algunos milicianos nacionales que, en vez de proteger al cura, colaboraron dándole las llaves a aquellos criminales. Si no se nos cree, recordemos que aquel crimen quedó impune y sus asesinos, conocidos por todo Madrid, hicieron vida normal sin que nadie les inquietara por su matanza. El dato de los pañuelos empapados en sangre es significativo y es muestra de esa crueldad impía y exhibicionista que, cuando tratábamos el crimen de D. Vicente Quesada, tuvimos ocasión de ver.
Para consultar el crimen de Vicente Quesada, pinchar aquí: LA ESPAÑA ANTIMASÓNICA: VÍCTIMAS DE LA MASONERÍA
LA ESPAÑA ANTIMASÓNICA: VÍCTIMAS DE LA MASONERÍA
Re: Víctimas de la masonería
VENGANZA ENTRE MASONES:
EL MAGNICIDIO DEL GENERAL PRIM
En España, país de misterios, todavía está por resolver la identidad del culpable intelectual (se dice hoy) que dio la orden de perpetrar el magnicidio que el 30 de diciembre de 1870 costó la vida al reusense D. Juan Prim y Prats, presidente del Consejo de Ministros y ministro de la Guerra, uno de los artífices de la Revolución de 1868 que arrancó del trono a la reina ilegítima Isabel II. El atentado de la calle del Turco (calle Marqués de Cubas, en el actual callejero matritense) es una incógnita en cuanto a sus autores últimos, al igual que el 11-M. En vísperas del atentado, se ultimaban los preparativos de bienvenida para Amadeo I de Saboya que, tras dilatadas negociaciones, había aceptado ocupar el trono vacante a propuesta del mismo General Prim.
LOS HECHOS
En el trayecto que media entre el Congreso de los Diputados y el Ministerio de la Guerra (Palacio de Buenavista), una fosca tarde noche de nieve invernal, la berlina que llevaba al General Prim se ve interceptada cuando transita por la calle del Turco: dos carruajes obturaban la angosta calle, por lo que el cochero tuvo que parar. El coronel Moya que acompañaba a Prim se asoma, para ver lo que pasa y descubre a tres sujetos que avanzan armados hacia el coche en que están. No hubo tiempo para más, pues los sicarios abrieron fuego: tres tiros por la banda izquierda y dos por la derecha, incluso uno de los escopeteros introdujo el cañón en el interior del coche y disparó a quemarropa contra Prim. El cochero actúa, blande su látigo contra los asesinos y logra salir de la emboscada. Prim, herido, subió por su propio pie a su casa. Hubo que amputarle la primera falange del anular. Eran ocho las balas que le habían entrado en la carne. Las heridas no eran de consideración, pero se infectaron, causándole la muerte tres días después de haber sido baleado.
SE BARAJAN RESPONSABLES
El Duque de Montpensier y el General Serrano, regente a la sazón en el interregno, hasta la llegada de Amadeo I de Saboya, fueron hallados como posibles instigadores según algunos indicios. También se culpó al republicano José Paúl y Angulo. Pero, ¿qué sabemos de José Paúl y Angulo?
JOSÉ PAÚL Y ANGULO, EL TONTO ÚTIL DE LOS LISTOS OCULTOS
José Paúl y Angulo nació en Jerez de la Frontera en 1833 y era un republicano exacerbado. Como tal, miembro de la masonería. Había sido uno de los más abnegados artífices de la revolución septembrina de 1868. Ciertas desavenencias con el General Prim, tanto por razones políticas como por motivos crematísticos, terminaron justificando su animadversión declarada, una vez que se supo que todo estaba dispuesto para que Amadeo de Saboya viniera a España, convirtiéndose en "rey democrático". Aquello era más de lo que podía soportar el febril republicano Paúl y Angulo. Paúl y Angulo, poco dado a discreciones, aireó en su periódico EL COMBATE todo el odio que sentía por Prim.
Quien quería acabar con la vida de Prim encontró en Paúl y Angulo, por fin, a su hombre idóneo. Se le promocionó a la presidencia de la sociedad secreta "El Tiro Nacional" corriendo el año 1870, vinculada a la masonería. En sesión celebrada la noche del 16 de noviembre de 1870, horas después de saberse que el trono de España sería ocupado por Amadeo de Saboya, los miembros de "El Tiro Nacional" resolvieron el asesinato de Prim. Durante días y días, EL COMBATE no ocultó las intenciones magnicidas de su director-propietario.
Paúl y Angulo participaría en el crimen de la calle del Turco. Tras cometer el atentado, se refugió en una casa cómplice sita en la calle de la Abada. Allí permaneció escondido durante dos días hasta que pudo escapar al extranjero, contando con los oficios de sus hermanos masones. La red masónica le prestó todo su apoyo para que se pusiera a salvo de la justicia española.
Pero, aunque con el tiempo se pudo despejar el enigma sobre la identidad de los criminales materiales, sabiéndose a ciencia cierta que el mismo Paúl y Angulo no sólo organizó el complot, sino que participó disparando su arma, todavía está por desvelarse quién o quiénes decretaron la muerte de Prim. En un alegato que años después escribió Paúl y Angulo en París, para descargarse las responsabilidades que se le achacaban, culpó a los partidarios del Duque de Montpensier, incluso llegó a indicar al general Serrano como autor "intelectual" (se dice hoy) del crimen. Se supo que un pariente del general Serrano había reclutado a dos buenos tiradores de Andújar, facilitándoles su desplazamiento a Madrid para cometer el atentado. Y que estos dos avezados escopeteros, cazadores furtivos para más señales, acabaron sus días de un modo violento y misterioso.
Según comenta el conde de Romanones:
"Sagasta, ministro de la Gobernación el 27 de diciembre [fecha del atentado], guardó toda su vida impenetrable silencio sobre el asesinato de Prim; cuando alguien se arriesgaba a interrogarle, no ocultaba su contrariedad en términos que al interlocutor no le quedaban ánimos para insistir".
Práxedes Mateo Sagasta sería Gran Maestre y Soberano Gran Comendador del Gran Oriente de España, simultaneando sus cargos masónicos con los más altos cargos políticos al frente del gobierno de España; y justo en una época en que España perdió Cuba y Filipinas -en próximas ocasiones, si Dios quiere, veremos si fue una simple casualidad. Sabiendo leer entre líneas el párrafo del conde de Romanones, podemos decir que Sagasta se fue a la tumba sabiendo quién y por qué razón -por mucho que el mismo Sagasta no la compartiera- había dictado el asesinato de D. Juan Prim y Prats.
Hacemos bien en pensar que no otra que la ley del silencio [la ley de la omertà mafiosa], ley que rige inflexible los secretos de la masonería, impedía desatar la lengua a Sagasta.
LA ESPAÑA ANTIMASÓNICA: VÍCTIMAS DE LA MASONERÍA
Re: Víctimas de la masonería
Interesantísimo, no dejes de recopilarlos Hyeronimus.
Re: Víctimas de la masonería
Magníficos tus aportes Hyeronimus!
Adhiero a lo dicho por Donoso.
Acuérdate de Garcia Moreno y si tienes algo del Uruguayo Iriarte Borda.
Re: Víctimas de la masonería
Sobre García Moreno creo que ya se ha publicado en Hispanismo, incluso en otros idiomas. Pero puedo pasarle el dato al autor del blog La España antimasónica, para que hable del tema. De Iriarte Borda no había oído hablar.
Re: Víctimas de la masonería
LA SELECTIVA "MEMORIA HISTÓRICA" DE LA MASONERÍA
ALGUNAS VÍCTIMAS QUE NO RECUERDA LA MASONERÍA
Con saña y empeño se ha satanizado la imagen del General Francisco Franco. La "damnatio memoriae" [condena de la memoria] contra Francisco Franco, Jefe del Estado español desde 1939 a 1975, es secundada por todos los partidos políticos de izquierda, es compartida por los nacionalismos separatistas y es aceptada, con sonrisa de conejito dócil, por la derecha liberal española del siglo XX, tan mojigata y estúpida como la del siglo XIX.
Un masón -o afín a la masonería- nos escribía hace unos días un comentario al pie de uno de nuestros artículos. El consejo redactor de esta bitácora no contempla la publicación íntegra de comentarios tendenciosos y pro-masónicos. Queremos que esto quede claro, pues LA ESPAÑA ANTIMASÓNICA no es un foro de debate y, menos todavía, un medio puesto a disposición de la propaganda de la secta. Pero por lo muy curioso que nos ha resultado un pasaje del comentario de este respetable señor, queremos publicar aquí el fragmento y darle cumplida respuesta, pues la merece. El señor firma como D. Álvaro Enrique y, entre otras cosas, nos escribe:
"Buenos días Yo le confieso que pude leer hasta aquí, sólo haciendo a un lado el dolor que me da, ver a unos españoles que en el pasado recientemente sufrieron de una dictadura tan cruel como la de franco (quien casi exterminó a toda la masonería y a más de la mitad de la población en España) defender esos postulados de odio e intolerancia social." (sic)
Nosotros no defendemos, distinguido y respetable señor, ningún "postulado de odio e intolerancia social". ¿A dónde ha visto usted ningún resquicio de ese odio o intolerancia en nuestros artículos? Lo que nosotros "historiamos" aquí se puede encontrar en las hemerotecas, en las bibliotecas... Aunque, en más de un caso, damos cuenta de algunas páginas de la historia española que no serán fácilmente encontradas en internet ni en los libros que publican editoriales de sesgo masónico. Disponemos de un colosal material documental que, gracias a Dios, no está digitalizado. La vida sería muy triste si todo pudiera leerse en esta pantalla donde la información se ahoga en la desinformación. Entendemos la tristeza de D. Álvaro Enrique, su "dolor", pues en un mundo como el nuestro, donde casi todo está hecho a imagen y semejanza de la masonería, donde la ciudadanía ha sido anestesiada, para que incluso inconscientemente eleve sus cánticos de loor a la masonería, tiene que "doler" comprobar que no todos los españoles están ganados para su causa, que no somos pocos los que nadamos contracorriente y nada queremos saber de esos cantos de sirena. Aquí no secundamos esa unilateral y falsaria historia que beatifica a la culpable de la decadencia y la postración de España a lo largo de su historia. Y, volvemos a reiterar, nosotros nos limitamos a "historiar". Y, como lo nuestro es "historiar", vamos a hacer algo por el señor D. Álvaro Enrique. Vamos a recordarle algunas cosas que, tanto él como muchos masones, tendrían que tener presente y que parece ser que se les ha olvidado.
Francisco Franco decretó prudentes leyes que impedían la acción abierta de la masonería en España, leyes por las cuales se perseguía la actividad masónica, entendiéndola como germen de conflictos sociales y políticos. Habría que decir que Franco los conocía muy bien, pues los tenía en su propia casa: su hermano Ramón, sin ir más lejos, fue un activo masón. Franco persiguió a la masonería. Pero decir que Franco "casi exterminó a la masonería" es una hipérbole, una exageración que sólo se ve superada por la segunda parte de la audaz aseveración de nuestro lector: "y a más de la mitad de la población de España".
MADRID, 1936
Le invitamos a este señor a retroceder en el tiempo con nosotros. Pongámonos con la imaginación histórica en el día 23 de agosto de 1936. Hace un mes y poco que estalló la Guerra Civil Española. Estamos en Madrid, acompáñenos. Vayamos -sin que nos vean, ni a usted ni a nosotros- a la Cárcel Modelo. Tenemos un periódico de hace unos días, edición del 8 de agosto de 1936. Se trata del diario madrileño "Política", órgano de Izquierda Republicana. En la página cuarta hay un artículo que nos informará de la identidad de algunos presos ilustres, detenidos y conducidos a la cárcel por las "autoridades republicanas". Son presos políticos y están, prácticamente hacinados, en la Cárcel Modelo. Lea, D. Álvaro:
"Y existen, por fin, los presos políticos. Antiguos y recientes. Los más notorios, de los últimos, son el Dr. Albiñana, D. Melquiades Álvarez y Martínez de Velasco. El tercero sólo ha pasado -con la de hoy- tres noches en el "abanico". ¡Lástima que Lerroux y Gil Robles no les puedan hacer compañía!".
D. Melquiades Álvarez González-Posada es un pequeño y venerable anciano que pasa los 70 años. Nació en 1864 y estamos en 1936. Nacido en Gijón estudió Derecho en la Universidad de Oviedo y allí logró su cátedra de Derecho Romano. Estuvo muy vinculado a la krausista Institución Libre de Enseñanza y su carrera política arranca en el republicanismo de Nicolás Salmerón. Su trayectoria recorre varias legislaturas como diputado, ha sido también conspirador republicano, diputado a las Cortes Constituyentes de la II República, Jefe del Partido Republicano Liberal Demócrata y ex-presidente del Parlamento. Pero nada de eso va a valerle para salvar la vida ese aciago día caluroso de agosto. Las milicias del Frente Popular no reparan en su mandil masónico. Se ha decretado la muerte de Melquiades Álvarez y la orden será cumplida, no sin ahorrarle tormentos que, según testigos presenciales, sobrellevó con mucha dignidad. Cuentan que, cuando su cadáver fue arrojado al camión donde echaban a los muertos, para llevárselos de allí, lo arrojaron con tal fuerza que pasó el camión y cayó del otro lado, causando impías carcajadas a la canalla miliciana y asesina.
Pero, escondámonos, D. Álvaro, que no nos vean, pues aunque usted es masón (o amigo de masones, por sus declaraciones) y nosotros católicos, ya ve usted, amigo mío, que estos caníbales no entienden de otra cosa que no sea matar a cualquiera que tenga un mínimo de dignidad.
Si somos capaces de estar más tiempo en ese Madrid podremos ver los últimos momentos de vida de D. Gerardo Abad Conde. Ya sé que vivir en ese Madrid produce náuseas, es tan fuerte el olor a sangre y vísceras de "fascista" que nada puedo hacer por olvidarlo. En este Madrid, D. Álvaro, cualquiera que vista decentemente es sospechoso de ser "fascista". En Madrid impera una mojiganga hosca y criminal (los milicianos del Frente Popular), que huele a aguardiente y no se lava. Las calles las ha tomado una horda infrahumana, embrutecida hasta lo demoníaco, que espumea odio. Y en su monstruoso carnaval de muerte se atreven con las sepulturas, sacando cadáveres de religiosos y religiosas y, sin el menor resquicio moral ni higiénico, bailan la danza macabra con los muertos que exhuman.
Imagínese que ahora estamos a día 10 de septiembre de 1936. Ya hemos visto morir a D. Melquiades Álvarez en agosto... Y, por desgracia, a muchos otros; claro. Vayamos ahora a la cárcel de Porlier. Allí está D. Gerardo Abad Conde. D. Gerardo nació en 1881 en un pueblo de La Coruña y era hijo de un comandante de la Benemérita. Pero su vocación fueron las Leyes, por lo que una vez licenciado ejercerá como abogado, perteneciendo al Partido Republicano Autónomo, del que fue secretario. Su partido se integra en el Partido Republicano Radical de Lerroux, por la huelga de 1917 será encarcelado. En 1931, con la II República, fue nombrado subsecretario del Ministerio de Comunicaciones. Diez años antes de la proclamación de la República, D. Gerardo había sido iniciado en la logia "Hispano-Americana nº 379" el 17 de julio de 1921, tomando el alias (nombre simbólico) de "Justicia". Fue representante el año 1928 de la "Gran Logia Regional del Noroeste de España" en la VII asamblea del "Gran Oriente Español", Como masón llegó al grado 33º en 1930. En 1933 solició pasar a "hermano durmiente". Seguirá ocupando, no obstante, cargos políticos, encargándose de presidir el patronato para la incautación de los bienes de la Compañía de Jesús. Y con el gobierno Lerroux llegará a ser nombrado Ministro de Marina. Nada de esto tienen en cuenta sus verdugos. En los sótanos de la cárcel de Porlier se oye jaleo. Después de atormentarlos, los milicianos en camarada con los guardias de asalto, tan afectos al PSOE, sacan sus armas ametralladoras y acribillan a D. Fernando Rey Mora, a D. Gerardo Abad Conde (h.'. Justicia) y -¡mire usted qué paradójico!- al religioso D. Leandro Arce Urrutia. Y me gusta pensar que D. Gerardo y D. Fernando se reconciliaran con Dios, aprovechando que había un hombre de Dios con ellos.
Dejémoslo por hoy. Retornemos a nuestra época, en la que no faltan necios que hablen de lo que no saben. Vengámonos, D. Álvaro, pues no quiero dejarlo en ese Madrid de la II República, democrática y maravillosa. Le he puesto dos casos a su consideración y a la del amable lector. Dos casos reales, puede informarse cumplidamente, pero le advierto que no son dos casos aislados. Fueron muchos los masones asesinados por el Frente Popular (ignoro si alguien llevará la cuenta exacta).
Lo que parece es que la masonería -usted mismo se hacía eco de ello- tiene muy mala prensa sobre Francisco Franco, pero poco recuerda la masonería que el Frente Popular también dejó en las cunetas a no pocos masones. Y es bueno recordarle que fue ella, la misma masonería, la que trajo la II República a España con su odio anticlerical, con su atrabiliario gesto de tribunos de la plebe, con sus demagogos tronisonantes, patética comparsa del Terror: la revolución devora a sus hijos... Y a sus padres. Y hay que recordarle a la masonería que ella fue la que engendró -en su afán revolucionario- esos monstruos ateístas y genocidas que fueron y son el anarquismo y el marxismo. La masonería olvida con mucha facilidad lo que le interesa olvidar. Y no venera la memoria de sus muertos que, si no los mató Franco, no es políticamente correcto recordarlos.
¿Lo ve usted, D. Álvaro? En España no hubiera hecho falta Francisco Franco Bahamonde para exterminar a la masonería. Si Franco no lo hubiera impedido, las milicias rojas (comandadas por otros masones de relumbrón, por cierto), hubieran exterminado de la faz de la tierra a todos los masones y después, o a la vez, se hubieran descuartizado entre ellos.
LA ESPAÑA ANTIMASÓNICA
Re: Víctimas de la masonería
IDIARTE BORDA:
SANGRE DE DOS ORILLAS
En diciembre de 1958 Montevideo vivía la apoteosis política de Luis Alberto de Herrera. Para cubrir ese acontecimiento llegó a estos pagos Juan Carlos Goyeneche, quien con su pluma llevaría a los lectores de “Azul y Blanco” las impresiones de la gira triunfal del “último Caudillo Oriental”. Figura representativa del Nacionalismo argentino, Goyeneche se sentía en su casa, ya que esta Banda del Río Uruguay estaba impregnada por la sangre familiar, la que gustaba decir, “abarca los seres que pasaron, los augustos recuerdos y los recuerdos mínimos en los que se esconden la ternura y la fidelidad”. Hasta su pseudónimo, “Diego del Plata”, expresaba la Unidad de la Patria Grande.
Habían sido sus padres don Arturo Goyeneche, Intendente de la Ciudad de Buenos Aires, y doña María Idiarte Borda, hija de don Juan Idiarte Borda Soumestre, Presidente de la República Oriental, fallecido al final de su mandato, víctima del único magnicidio que registra la historia uruguaya. La siniestra conjura desembocada en el vil asesinato marcó espiritualmente a la familia del Presidente, que marchó hacia Buenos Aires negándose, por dignidad, a recibir algún tipo de pensión de los gobiernos que con signo batllista se sucedieron en los decenios siguientes. “Diego del Plata”, en la nota que publicara en el citado periódico nacionalista, expresaba comentando la presencia del Dr. de Herrera y sus amigos en una Misa a la que llegaron “con humildad de cristianos viejos”: “¡Los tiempos nuevos! Don Juan Idiarte Borda, el último Presidente que asistió a un Te Deum, cayó asesinado a la salida del Templo. Desde entonces gobernó el Uruguay con mayor o menor virulencia el sectarismo masónico”.
El recuerdo era pertinente porque con el luctuoso acontecimiento se acentuaría el proceso laicista que se abatió sobre el Uruguay con la generación liberal del Montevideo europeísta que ostentaba como portaestandartes a José Garibaldi, Florencio Varela y Andrés Lamas. Comenzaron a florecer entonces los mandiles masónicos formadores de una mentalidad que hostigaba, por considerar caduca, la íntima armonía entre la Iglesia y el Estado. Avanzó la extranjerización del espíritu con una mentalidad en la que el poder público debía renunciar a toda función ministerial a favor de los fines de la Iglesia.
El ataque descatolizador estuvo coronado con éxitos tales como la secularización de los cementerios, la eliminación de los registros bautismales, el matrimonio civil obligatorio, y la reforma positivista de la educación con su escuela laica. Esta última fue obra del “hermano masón” José Pedro Varela, integrante de la “noble familia” que en 1828 aconsejara el asesinato de Dorrego y más adelante impetrara las intervenciones extranjeras.
Estaba en pleno desarrollo la lucha contra el espiritualismo cuando, en marzo de 1894, la Asamblea General eligió Presidente al Senador don Juan Idiarte Borda. El décimotercer Jefe del Estado Oriental llegaba al cargo en plena madurez, ya que había nacido el 20 de abril de 1844. Hombre de sentimientos religiosos, los muestra a poco de su designación. A este respecto decía “La Prensa” de Buenos Aires el 25 de marzo de 1894: “El Presidente visitó en la tarde de ayer, las iglesias de la ciudad, haciendo las estaciones de práctica (Jueves Santo). Lo acompañaba su Edecán, el Coronel Pigurina”. La valiente actitud no podía ser perdonada “en un país minado por el anticlericalismo”. Aparecía en el horizonte un García Moreno uruguayo, y la carbonaria oposición se extendió durante los 1279 días de su gestión.
Las realizaciones de aquel “hombre bueno y sin duda bien inspirado” fueron resaltantes. Quedaron como claves de los arcos del Estado: la creación del Arzobispado con dos Obispos sufragáneos y el sostenimiento del Seminario, la fundación del Banco de la República con emisión y descuento como función social, además de la adjudicación de la licitación para la construcción del Puerto de Montevideo, la nacionalización de la Compañía de Luz Eléctrica, instalándose la red telegráfica y telefónica en todo el territorio. A ello se agregó la canalización de vías navegables y la reforma de la Instrucción Pública con un Código Escolar de inspiración católica, amén de la puesta en marcha del Instituto de Ciegos y Sordomudos, junto a la fundación de Institutos Normales.
La conspiración mostró finalmente su zarpa siniestra. El 25 de agosto de 1897, cuando abandonaba la Catedral, un sicario hería mortalmente al Estadista. Le tocó al Arzobispo Mariano Soler recibir en sus brazos la agonía del Magistrado quien dijo al prelado: “Estoy muerto… Monseñor, le pido la absolución”. La conjura sigue envuelta en el misterio. Sin embargo, se puede establecer como verdad histórica que la muerte de Idiarte Borda dejó libre el camino para el liberal socialista José Batlle, quien alcanzaría la Presidencia poco después. Desde esa posición premió al asesino con un cargo público vitalicio.
Por otro lado, hoy el revisionismo abre pistas cuando llega al contubernio de intereses económicos, políticos y masónicos manifestados con odio público veinte días antes del aleve crimen.
Tal vez, en la tarde sangrienta, el gran vasco recordó la “Epístola a Fabio”, escrita por García Moreno en una situación similar:
“Presagio, triste el pecho me lo anuncia
en sangrientas imágenes que en torno
siento girar en agitado ensueño…
Plomo alevoso romperá silbando mi corazón tal vez;
mas si mi Patria respira libre de opresión,
entonces descansaré feliz en el sepulcro”.
Re: Víctimas de la masonería
Amigo Hyeronimus:
Excelente tus aportes y datos!
Muchas gracias.
Re: Víctimas de la masonería
Ramón Emeterio Betances, masón independentista portorriqueño
ANTONIO CÁNOVAS DEL CASTILLO
El 8 de agosto de 1897, D. Antonio Cánovas del Castillo se hallaba en el balneario de Santa Águeda (Mondragón). En el Balneario se aloja, como corresponsal de "Il Popolo", Michele Angiolillo. Cánovas está esperando a su esposa, Doña Joaquina de Osma y Zabala. Mientras la señora llega, hay que ver lo que tardan las mujeres en su aseo, Cánovas lee un periódico. Angiolillo aprovecha la soledad descuidada y el ensimismamiento de su víctima. El italiano se acerca al malagueño y, cuando lo tiene a tiro, dispara a bocajarro. Cánovas muere.
El pistolero fue detenido. Angiolillo se declaró anarquista y confesó en su juicio que asesinó a Cánovas en venganza por los anarquistas detenidos en Barcelona, tras el atentado anarquista contra la procesión del Corpus Christi (junio de 1896). Pero Angiolillo mentía... O decía media verdades -que, para el caso, es lo mismo.
Angiolillo (1871-1897) había estado en París y había mantenido varios encuentros con el doctor Ramón Emeterio Betances (1827-1898). El portorriqueño Doctor Betances vivía por aquel entonces en Francia, dedicado a la medicina y a la agitación política; Betances era uno de los conspicuos cerebros del movimiento insurreccional de las Antillas contra España. Betances, como la mayor parte de sus colegas independentistas, se había iniciado muy pronto en la masonería, haciéndolo en la Logia "Unión Germana" a la que pertenecía su padre; esta Logia fue fundada en 1866 en San Germán. Más tarde, Betances pasó a la Logia "Yaguez", una de las más activas contra España. La vida de Betances es una más de esas vidas del siglo XIX, dedicadas febrilmente a la masonería, a la conspiración y al atentado político en nombre de los más sublimes ideales.
Todos los indicios conducen a pensar que el asesino de Cánovas no actuaba sencillamente como vengador de los anarquistas barceloneses, sino que la orden de atentar contra Cánovas del Castillo fue dada por la masonería internacional, sirviéndose del Doctor Betances, que deliberó con el sicario Angiolillo la conveniencia, en un primer momento, de asesinar a María Cristina de Austria, Reina Regente, y a su hijo Alfonso, que todavía era un niño. Betances pensó con Angiolillo que un atentado de esa envergadura no sería buena publicidad -y no por motivos éticos, sino por cálculo propagandístico, se pensó cambiar de plan: mejor acabar con la vida del político malagueño, el artífice de la Restauración, D. Antonio Cánvas del Castillo.
Así fue como Angiolillo -de quien siempre se ha dicho falsamente que actuaba en solitario y por libre- se instaló en el balneario guipuzcoano y, haciéndose pasar por periodista, aguardó el momento oportuno para perpetrar el magnicidio. Betances le había dado 500 francos al terrorista, para sus gastos personales.
Betances fue el autor intelectual del crimen y se quedó tan fresco en Francia. Angiolillo, como autor material, fue condenado a muerte, tras un juicio rápido, siendo ejecutado el 20 de agosto del mismo año. De darle garrote se encargó D. Gregorio Mayoral Sendino (1863-1928), verdugo titular de la Audiencia de Burgos.
No puede entenderse este magnicidio sin el telón de fondo de los conflictos independentistas de las Antillas y Filipinas, donde la masonería indigenista tuvo un papel destacadísimo en contra de España y sirviendo, voluntaria o involuntariamente, a la masonería anglosajona.
La masonería de las Antillas se había servido de un anarquista italiano para matar a Cánovas del Castillo, el hombre fuerte del gobierno español. Y de la masonería de las Antillas -al fin y al cabo, una sucursal suya- se había servido la masonería anglosajona; pues, una vez eliminado Cánovas del Castillo, Práxedes Mateo Sagasta (el hermano masón "Paz") subiría al poder, viejo y "desagastado" (según dijo humorísticamente un ingenioso de la época). Con Sagasta en el gobierno, y tras una guerra donde los españoles no pudimos poner otra cosa que el coraje y la valentía, a falta de armamento y barcos, todo fue mucho más fácil para la firma del Diktat de París (vulgar y eufemísticamente conocido como "Tratado de París").
En 1898, España desaparecía del escenario geopolítico que Estados Unidos de Norteamérica -y su patriótica masonería- tanto ambicionaban.
LA ESPAÑA ANTIMASÓNICA