Excelente aportación, Alejandro Farnesio.
En la Edad Media se trabajaba más pausadamente y menos horas. La llegada del capitalismo supuso la aceleración del ritmo de trabajo, el perfeccionamiento de la disciplina laboral y la disminución del tiempo libre de los trabajadores.
Por herencia de la Ilustración y por la abrumadora abundancia material y tecnológica, nuestra cultura tiene una fe ciega en el progreso de la historia. Comúnmente esta confianza cristaliza en ideas y opiniones que ven nuestro presente como un avance respecto a épocas pretéritas, aunque esta actitud sea muy cuestionable y su veracidad dependa del criterio que escojamos para comparar distintos periodos de la historia.
Es cierto que la ciencia y la racionalización de los procesos productivos han incrementado espectacularmente la productividad, permitiéndonos realizar en menos tiempo lo que antaño requería interminables jornadas de gran esfuerzo físico o mental. Pero siguiendo esta fantasía del progreso, suele pensarse que el avance científico-tecnológico nos ha permitido rescatar tiempo para nosotros mismos y que ahora trabajamos menos que nuestros antepasados.
Esta imagen, sin embargo, no coincide con la experiencia actual de millones de personas que aseguran carecer de tiempo libre una vez acabado el trabajo y las obligaciones domésticas. Ni tampoco se asemeja a la lectura que algunos historiadores realizan de la Edad Media, ese periodo de la humanidad a menudo desconocido y menospreciado por el injusto estereotipo de "edad oscura" que automáticamente se le asigna.
Como señala Juliet Schor, profesora en Harvard durante diecisiete años, algunos historiadores sostienen que antes del capitalismo el cómputo total de las horas trabajadas era inferior, como muestra el gráfico adjunto, que recoge valores medios a partir de diversos estudios. Asimismo, el ritmo de trabajo, en general despreocupado por principios como la eficiencia, la racionalización o la productividad, resultaba más relajado y se alternaba con momentos de esparcimiento. El calendario medieval, por ejemplo, contra lo que suele pensarse, gozaba de no pocos días libres. Las fiestas religiosas incluían las navidades, las pascuas, vacaciones durante parte del verano y numerosos días festivos en conmemoración de diferentes santos.
Asimismo, está documentado que se celebraban con relativa frecuencia momentos especiales de la vida individual, tales como bodas o bautizos, o de la vida colectiva, como tradiciones locales más allá de las oficialmente reconocidas por la iglesia. Se estima que la media de tiempo libre en el Reino Unido, Francia y España era de aproximadamente 100 días, 180 y 150 respectivamente. En todo caso, conviene que el lector sepa que estos cálculos son aproximados y sujetos a variaciones, pues sólo del pasado reciente existen datos exhaustivos sobre este asunto.
De hecho, esta despreocupación por el registro de los acontecimientos sintoniza, según algunos, con el universo medieval, frente a la máxima moderna de archivar y clasificar, de ubicar cada elemento en un espacio y un tiempo concretos a fin de incrementar el control, la eficiencia y la productividad.
La economía pre-capitalista estaba inscrita en los ritmos de una sociedad predominantemente agraria, modesta y humilde, desconocedora de la abundancia material y tecnológica de la que disfrutamos en la actualidad, pero rica al parecer en tiempo libre. La conocida sentencia "el tiempo es oro", atribuida a Benjamin Franklin, describe la actitud moderna hacia el trabajo y la productividad, mientras se opone diametralmente a la parsimonia característica de etapas pre-capitalistas.
En la línea de esta interpretación encontramos la visión del medievalista francés Jacques Le Goff, que nos ofrece una nueva Edad Media, más allá de los estereotipos anacrónicos con que frecuentemente imaginamos este momento de la historia. Para este experto, en la conciencia cotidiana del trabajador medieval resultaban menos relevantes las unidades temporales que articulan nuestra vida actual: conceptos tales como hora, minuto o segundo, puntualidad, productividad o racionalización del tiempo de trabajo. Por el contrario, era común una vaga percepción del tiempo y cierta despreocupación por medirlo meticulosamente con la finalidad de optimizar la producción.
Esta preocupación por el control del tiempo de trabajo vino más tarde con el desarrollo del capitalismo, motivada principalmente por el objetivo mercantil de aumentar la productividad. Este cambio sustancial, junto a las mejoras tecnológicas del proceso productivo y otros factores, incrementó el número de bienes producidos por unidad de tiempo, pero en lugar de aumentar el tiempo de ocio de los trabajadores, disparó al alza las horas anuales de trabajo, principalmente durante la Revolución industrial, momento de la historia donde diversos historiadores sitúan el máximo de horas anuales trabajadas.
Esta transformación histórica chocaría con la cultura del trabajo parsimonioso heredada del medievo y todavía vigente entre las gentes del campo principalmente. Según esta lectura, la actitud del hombre medieval hacia el trabajo distaba mucho de la nuestra, moldeada durante siglos, por la ética protestante primero, que presentaba el trabajo disciplinado como un indicio de salvación divina, y después por una ética hedonista del consumo, que hacía del trabajo la clave para alcanzar el "sueño americano" y la realización personal mediante la acumulación de bienes materiales.
Se sabe que la conciencia medieval contemplaba el trabajo como un medio para satisfacer las necesidades inmediatas. Por ello, una vez cubiertas éstas, aquél perdía todo su sentido: el trabajador medieval era principalmente un trabajador intermitente e irregular, que vendía su fuerza de trabajo sólo los días necesarios para ganarse el sustento.
De hecho, al comienzo de la Revolución industrial, cuando las gentes del campo emigraron a las ciudades para trabajar en las fábricas, los empleadores constataron rápidamente y para su desgracia que esta ética medieval del trabajo estaba muy arraigada entre sus nuevos empleados. La pereza, la impuntualidad o el absentismo laboral crecían cuando los trabajadores recibían su salario, que por lo general se pagaba a diario. No tardaría en llegar el salario semanal o mensual para poner freno a estas indisciplinas que lastraban el ritmo y la calidad de la producción.
“CONSIDERABA EL SANTO REY que ésta no era gente forzada ni pagana… sino christianos que con el sudor de su rostro ganaban el sustento de sus vidas; MIRÁBALOS COMO Á PROPIOS HERMANOS, no permitiendo a los importunos sobrestantes los sacasen de su paso, SI NO QUE FUESE LO QUE GANABAN MAS LIMOSNA que jornal, como en la verdad lo ha sido siempre, y aun es la causa de que la obra, como tan acepta á Dios, haya tenido tal fin…” José de Sigüenza hablando de Felipe II.
Última edición por Alejandro Farnesio; 29/08/2014 a las 09:13
¡VIVA ESPAÑA! ¡VIVA CRISTO REY! ¡VIVA LA HISPANIDAD!
"Dulce et decorum est pro patria mori" (Horacio).
"Al rey, la hacienda y la vida se ha de dar, pero el Honor es patrimonio del alma y el alma sólo es de Dios" (Calderón de la Barca).
Excelente aportación, Alejandro Farnesio.
Muy buen artículo sobre la verdadera esencia del trabajo (conforme al derecho natural y cristiano) y su cristalización en la realidad en la sociedad prerrevolucionaria.
Sirve también, en contraposición, para tener más clara la concepción totalitaria del trabajo que se ha venido imponiendo durante los dos últimos siglos en los países occidentales, con independencia del color político (fascismo, tecnocratismo, comunismo, democristianismo, etc...) tomado por sus respectivos regímenes revolucionarios (véase para más información la correcta descripción -junto con sus terribles consecuencias (anti)sociales- de esta neorrealidad traída por la Revolución en el imprescindible libro "El Estado Servil" de Hillaire Belloc).
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