Octavio de Aragón embistiendo a las galeras turcas
La batalla de Lepanto 1571 (detalle). De Antonio Brugada. Museo Marítimo de Barcelona. La batalla que traemos hoy con don Octavio de Aragón de protagonista, fue la más sangrienta después de Lepanto.
Dejábamos hace poco a don Octavio de Aragón atacando Constantinopla en 1616. Poco después se enemistaría con su superior el Duque de Osuna y terminaría su servicio en las galeras de este en el virreinato de Nápoles.
Pero antes de que la relación de ambos se estropease, Octavio de Aragón tuvo muchos atrevidos ataques contra los turcos y sus aliados. No olvidemos que fue él mismo quien no paró hasta que se le dio el mando interino de las galeras del virreinato de Sicilia, que fue también donde don Pedro Téllez-Girón, Duque de Osuna, ocupó su primer cargo de virrey.
La batalla naval que relatamos hoy ocurrió en el verano de 1613 y fue uno de las más sonados combates navales de nuestro valiente don Octavio.
Los turcos intentan adueñarse del Mediterráneo oriental
El imperio Otomano intentaba una acción contra Malta y para ello se proveía de máquinas y aparatos de asedio en Constantinopla, Estambul para los mahometanos, además de aprestar una potente armada de 200 bajeles. Buques que por cierto, saqueaban continuamente las flotas que venían de Alejandría y El Cairo.
La cosa pintaba tan mal que el Papa solicitó ayuda de los reyes y señores cristianos. Respondieron, como no, los de España a los que se unieron Francia y otros países católicos. Sin embargo, no hizo falta movilizarse como en la de Lepanto, pues los turcos sufrieron una terrible peste que los dejó diezmados tanto en el ejército como a bordo de sus buques, suspendiéndose sin remedio la campaña.
Para esta campaña malograda se había juntado lo más florido de la nobleza turca. Como no deseaban regresar a sus casas sin haber derramado sangre cristiana, sugirieron al Gran Turco que les permitiese salir en corso por las costas italianas. Querían sangre, sí, pero si podían sacar algún beneficio económico pues también les servía.
También querían vengarse de las últimas campañas que los cristianos les habían hecho, especialmente los españoles, sobre todo el episodio de Túnez de don Luis Fajardo y en Duranzo, Estachon y los Querquenes por el Marqués de Santa Cruz, amén de los ataques que las galeras maltesas, genovesas y florentinas habían realizado.
Para ello los turcos habilitaron 30 de sus mejores galeras, reforzándolas con gente de la maltrecha escuadra surta en la capital otomana y salieron con viento favorable en el mes de julio.
Las galeras españolas salen al encuentro de los turcos
Se tuvo noticia, como se decía entonces al espionaje, de aquellos preparativos turcos que amenazaban Italia. Y los virreyes de Nápoles, el Conde de Lemos, y el de Sicilia, el Duque de Osuna, tomaron cartas en el asunto.
El Marqués de Santa Cruz, don Álvaro de Bazán (hijo del legendario marino que ya conocemos), general de las galeras de Nápoles, preparó sus galeras y partió enseguida en busca del turco. Don Octavio de Aragón, a la sazón como hemos dicho general interino de las galeras de Sicilia, no quiso parecer menos y salió de Messina con ocho galeras reforzadas, bien guarnecidas con los mejores soldados del Tercio y acompañado de los mejores caballeros sicilianos.
Tomaron como derrota el archipiélago del Mar Egeo, ya que Octavio de Aragón quiso atacar al enemigo en su casa para que así dejase de molestar la ajena. Una táctica que también llevaría a cabo unos pocos años después hasta la propia capital otomana como ya dijimos al principio.
Octavio de Aragón se encuentra con las galeras turcas
En el Mar Egeo
Ya en el Egeo, a la vista de algunas islas, les sobrevino un recio temporal que los obligó a buscar refugio en la isla de Sio. Aquí tengo que aclarar que en el documento viene tal cual, pero que no sé a qué isla actual puede corresponder. Creo que es la isla de Siros, en el archipiélago de las Cícladas, en el Egeo meridional. Esta isla fue ocupada por los otomanos en 1537 pero se autogobernaba con un estatuto especial.
Los turcos se habían dividido en tres escuadras de 10 galeras cada una para tener más oportunidades de apresar embarcaciones. Una de estas divisiones, compuesta por galeras de Chipre y de Rodas, descubrió corriendo la costa de la isla de Siros, los mástiles de las galeras de Octavio de Aragón, que se hallaban protegidas del mar en una estrecha caleta. Y para la boca de la ensenada se dirigieron las embarcaciones turcas al creer que los españoles estaban allí como encarcelados. Y tenían por victoriosa aquella batalla.
Grabado de una galera turca del siglo XVII El combate naval contra las galeras de Chipre y Rodas
A bordo de las galeras cristianas se pensó que se les echaban encima las 30 galeras turcas y tuvieron certeza de que allí no saldrían vivos, y menos en aquella ratonera. Pero aquellos hombres duros, fogueados en mil lances, no desfallecieron en lo mínimo, y menos al ver a su general, que menospreciaba el peligro, con tranquilidad y dando las órdenes oportunas.
Se preparó todo a bordo de las galeras españolas para el encuentro:
Cuando tocó el clarín de acometer los españoles mentaron a Santiago y los italianos a San Jorge con más esperanzas que antes porque se dieron cuenta de que el número de galeras enemigas no pasaba de diez.
Hicieron de presto la empavesada y los baluartes necesarios con los capotes, ferreruelos y jarcia de galera, y viendo que no había otro remedio sino abrir camino por en medio de las armas enemigas, se dijo la oración de la batalla.
Octavio de Aragón se adelantó con su galera capitana, dispuesto a embestir al bey de Chipre. Un bey era como así llamaban los turcos a sus generales. La capitana española recibió estoica la primera rociada de artillería enemiga, siguiendo con su embestida. Aquí tiene entonces lugar un suceso de esos que solo pueden achacarse a un golpe de suerte.
El primer disparo efectuado desde una de las piezas de crujía de la galera capitana de Aragón dio bajo la lumbre del agua de la galera capitana de Chipre, echándola al fondo, matando a casi toda su gente excepto algunos que pudieron escapar a nado.
Tras ello, los cristianos se echaron en tropel contra los turcos, embravecidos por lo sucedido, saliendo de la caleta y ganando el barlovento. Esto hizo inclinar la balanza a favor de las galeras españolas, que abordaron a las galeras turcas.
El bey de Rodas, viendo cómo estaban las cosas y estando él mismo herido, decidió huir con su capitana y otra galera. Dos de las galeras españolas fueron tras ellas, pero tuvieron que regresar a ayudar al resto de las galeras españolas, a quienes hallaron ya celebrando la victoria de las siete turcas que habían quedado y que estaban rendidas.
Después de la batalla
La batalla fue encarnizada como hacía tiempo que no sucedía.
Aunque los españoles no tuvieron muchos heridos, contabilizaron 226 bajas mortales. Los turcos tuvieron 1.300 muertos, haciéndose 458 prisioneros entre los cuales se encontraban algunos berlebeyes y sanjaques y otros capitanes de consideración. Además, se liberaron del remo a 2.220 cristianos cautivos. Y se capturaron siete galeras, una se hundió y dos escaparon.
Siendo este uno de los mayores golpes que ha recibido el Turco después de que el Sr. D. Juan de Austria le quebrantó en Lepanto, aunque no sin fatiga y mucha costa de sangre, por haber sido una de las más reñidas batallas que han sucedido en el mar Mediterráneo, como lo manifestaba bien todo aquel contorno cubierto de cuerpos muertos.
La crónica señala que la clave del éxito fue que don Octavio de Aragón hallándose atajado como otro Marqués de Santa Cruz cuando lo de Felipe Strozzi en la Tercera, hizo de la necesidad virtud, determinándose a morir antes que rendirse.
El jefe español peleó como un soldado más, con espada y rodela, dando ejemplo a sus hombre y, de paso, enriquecerles con el botín obtenido, ya que en las galeras apresadas se hallaron ricos aderezos y vajilla de plata, con muchas joyas y cequíes que quitaron a los turcos. En la ocasión se señalaron, como siempre, los soldados españoles.
Fuente: El gran duque de Osuna y su marina. Cesáreo Fernández Duro.
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