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Tema: La solución definitiva del problema de la patria de Colón (Millás Vallicrosa)

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    La solución definitiva del problema de la patria de Colón (Millás Vallicrosa)

    Fuente: Punta Europa, Números 70-71, Octubre-Noviembre 1961, páginas 71 – 87.



    LA SOLUCIÓN DEFINITIVA DEL PROBLEMA DE LA PATRIA DE COLÓN


    Por JOSÉ M.ª MILLÁS VALLICROSA

    Catedrático de la Universidad de Barcelona



    No puede negarse la existencia, durante largo tiempo, del llamado problema colombino, relativo al esclarecimiento de diferentes interrogantes de la vida y naturaleza del Descubridor del Nuevo Mundo. El planteamiento de este problema estuvo favorecido por una serie de dificultades, penumbras, inconsecuencias, que se cernían sobre la vida del Almirante, problemas y vacilaciones planteados casi desde los tiempos inmediatos a su muerte. La bibliografía en torno a este problema es grande, forma una verdadera literatura; baste recorrer la obra que el benemérito americanista don Antonio Ballesteros Beretta dedicó a Cristóbal Colón [1], para cerciorarse de ello.

    Sobre el tema de la verdadera patria de origen de Cristóbal Colón son varias las poblaciones italianas que disputan tal honor a Génova. Y en España han sido muy sonadas las diferentes teorías expuestas: sobre el origen gallego de Colón, defendida con gran entusiasmo por don C. García de la Riega y otros; sobre el origen catalán, defendida con gran acopio de erudición por el ex-director de la Biblioteca Nacional de Lima, don Luis Ulloa. En el volumen I de su trilogía sobre la América hispana, o sea, El Descubridor. Vida del Muy Magnífico Señor Don Cristóbal Colón, su autor, Salvador de Madariaga, presenta varias sugerencias en favor del origen judaico, converso, del gran navegante. Últimamente don B. Arán Ferrer ha publicado un folleto, “Algo sobre la cuna de Cristóbal Colón” [2], aportando varias sugestiones en favor del origen mallorquín del gran Descubridor. Pero creemos que muy recientemente se ha podido dar en el blanco de la cuestión, y presentar pruebas documentales que no dejan lugar a duda sobre la verdadera patria y naturaleza de Cristóbal Colón. El mérito de ello, aunque las circunstancias hayan podido ser casuales, se debe a nuestro buen amigo don René Llanas de Niubó, quien acaba de publicar en la revista “Sefarad” [3] un artículo, “El enigma de Cristóbal Colón”, que viene a dar la clave de tal enigma. Como quiera que dicho artículo del señor Llanas de Niubó viene a ser como el cogollo de un libro de conjunto que prepara sobre este tema, y nosotros pudimos proporcionar alguna ayuda al autor, pues no fuimos nunca extraños a tal cuestión, nos permitimos aquí epilogar sucintamente la aportación del señor Llanas y adicionarle diferentes hechos que, aclarando y corroborando la cosa, podrán ser aprovechados ulteriormente.

    Al corregir estas pruebas ha aparecido una obra póstuma del que fue nuestro amigo don E. Bayerri, “Colón tal como fue” (Barcelona, 1961), en la cual, dentro de la tesis de que Colón fue catalán y oriundo de una Génova, postula que sería natural de la isla llamada de Génova, junto a Tortosa. Desde luego que el señor Bayerri no sabía nada del hallazgo documental que aquí comentamos.


    UNA DECLARACIÓN DEL CONDE JUAN DE BORROMEO

    A principios del año 1930, el que fue director de la Biblioteca Universitaria de Barcelona, don M. Rubio Borrás, enseñó a su amigo señor Llanas de Niubó una hoja de papel verjurado, amarillento por los años, escrita con elegante letra itálica y fechada en Bérgamo en el año 1494. Este documento fue encontrado en el forro de un libro antiguo, procedente de la casa de los duques de Borromeo y Anghiera, y actualmente es propiedad del súbdito norteamericano Mr. Richard Aramil. En dicho documento autógrafo el conde de Borromeo y duque de Anghiera, Juan de Borromeo, hace unas singulares declaraciones, como si fuera una especie de testamento, pues dice: Que aunque se le había desaconsejado manifestar la verdad de un asunto, conocido secretamente por el tesorero de los Reyes Católicos, Pedro de Anghiera (hombre que gozaba de la mayor confianza de parte de la reina doña Isabel), el duque se cree en el deber de manifestar, para que haya de ello perpetua memoria, y confiar a la historia el secreto de ser Cristóbal Colón natural de Mallorca y no de Liguria: “et si come debo, cosi ne voglio tener perpetua memoria con confidar alla historia esser Colonus Cristophorens della Maiorca et non della Liguria”. Fue el mismo Pedro Mártir de Anghiera, de tanto prestigio en la Corte de los Reyes Católicos, el que creyó conveniente se ocultara la astucia empleada por el mallorquín Juan Colom, al que por causas políticas y religiosas habían aconsejado fingirse Cristóbal Colón para pedir la ayuda de las naves del rey de España: “Il dicto Pier d´Anghiera istimo che fusse nascosa l´astutia usata da Giovan Colon per che casion di política e religiose lo hauian consigliato di fingnersi Cristophorens Colon per dimandar li ajusti delli navi di Re de Spagna”. Y aún sigue declarando el conde Juan de Borromeo que el nombre originario Colom es equivalente al nombre adoptado Colombo, porque habiendo sido descubierto que vive en Génova “un quídam Cristophoro Colombo Canaloja”, hijo de Dominico y Susana Fontanarossa, no hay que confundir a éste con el Navegante de las Indias Occidentales: “nos s´ habia a confundere col navigatore dell´Indie Occidentali”.

    Este documento autógrafo del conde Juan de Borromeo, cuya letra se autentificó incontrovertiblemente, hallado de un modo tan insospechado, como providencialmente, en un libro procedente de los fondos bibliográficos de la Casa de Borromeo (cf. la fotografía adjunta), falla de un modo definitivo en un asunto tan controvertido y que hizo correr tanta tinta. Y al mismo tiempo que corrobora admirablemente puntos de vista y sugerencias muy razonables y prudentes que se habían proyectado por diferentes autores, contesta y acalla definitivamente a alegatos que se presentaban en pro de la tesis genovesa. Sobre todo nos da fe de la atmósfera de cierto disimulo y ficción equívocos que, desde hace largo tiempo, los eruditos notaban en torno a la personalidad de Cristóbal Colón.

    Recuerdo que hace años, en Madrid, hablando con mi buen amigo el profesor A. Ballesteros Beretta sobre el citado libro de Salvador de Madariaga, tan lleno de arriesgadas y sutiles sugestiones sobre la personalidad de Colón, me dijo el doctor Ballesteros, acérrimo partidario de la tesis genovesa sobre la patria de Colón, que no cabía lanzarse a atrevidas hipótesis y sugerencias, pues se guardaba nada menos que la partida de nacimiento, en Génova, de Cristóbal Colón. Ahora, gracias al testimonio de las declaraciones del conde Borromeo, pierde toda la fuerza este argumento, pues ya sabemos que eran dos personas distintas el mallorquín Juan Colom y el ligur Cristóbal Colombo Canaloja, nombre y circunstancias personales que sirvieron al primero, aconsejado por sus amigos, sobre todo por el muy influyente Pedro Mártir de Anghiera, para disimular su auténtica personalidad. Como quiera que este Pedro Mártir de Anghiera fue un protegido del conde Juan de Borromeo y duque de Anghiera, se comprende que este último estuviera asaz informado de tal peregrina suplantación y que precisamente se creyera obligado, más tarde, a revelar a la Historia tal secreto.


    RESOLUCIÓN DE ANTIGUAS ANTINOMIAS

    Esta misma declaración del conde Juan de Borromeo nos resuelve una serie de antinomias, del todo inexplicables, dentro de la tesis genovesa. Si Cristóbal Colón era un genovés de origen humilde, hijo de un cardador de lanas, un hombre vulgar, un “quidam” –como dice la declaración del conde Borromeo–, ¿cómo se explican los pujos de cierta nobleza, de haber tenido antes un escudo de armas, que alega Cristóbal Colón? Y en sus alegaciones fue muy creído, pues cuando los Reyes Católicos, por Real Cédula de 20 de mayo de 1493, le otorgan nuevo blasón, le marcan un espacio o un cuartel especial para que figuren en él los viejos timbres y armas heráldicas, “las que soliades llevar”. No había necesidad de suponer –como hacían los partidarios de la tesis genovesista– que Cristóbal Colón mintió, pues el apellido “Colom” figura en los viejos libros de linajes de España [4].

    También dicha declaración del conde de Borromeo acalla definitivamente la anomalía –en la que insiste particularmente el señor Llanas de Niubó– de que si Colón y su familia eran ciudadanos genoveses muy conocidos, ¿cómo es que después del Descubrimiento el Podestá de Génova no se apresurara a enviar una embajada de patricios, por lo menos a la vecina Barcelona, para felicitar a su ilustre compatricio, y reivindicara para Génova la gloria de haber sido su cuna?

    Otra anomalía, dentro de tal hipótesis genovesista, queda del todo aclarada, y es el hecho de que el Descubridor no sabía hablar italiano: es la autoridad de don Ramón Menéndez Pidal, quien en su estudio sobre la lengua del Almirante, se ve obligado a reconocer que Colón no tiene un normal dominio ni del italiano literario ni tan siquiera del dialecto genovés. No es posible suponer –dice con razón el señor Llanas de Niubó– que el Almirante se hubiera olvidado de su lengua materna.


    LOS CATALANISMOS DEL ALMIRANTE

    Pero, sobre todo, las declaraciones del conde Borromeo nos vierten luz meridiana sobre el problema de los catalanismos en la lengua empleada por el Almirante, y aun nos fundamentan la posibilidad de que éste escribiera en catalán a sus íntimos amigos los tesoreros de la Corona de Aragón, Luis de Santángel y Gabriel Sánchez. Debemos reconocer que en tal problema hay que avalar las prudentísimas investigaciones hechas por el citado don Luis Ulloa [5]. Pero bien merece que recapitulemos la cuestión.

    Seguramente que entre Cristóbal Colón y los citados Luis de Santángel y Gabriel Sánchez debían de existir lazos de gran amistad, y aun de hondo agradecimiento por parte del Almirante, por el gran apoyo financiero que le prestaron para su magna empresa, pues es curioso que recién llegado Colón de su primer viaje redactó sendas cartas [6] a sus dos citados amigos, explicándoles y detallándoles la maravilla de las tierras descubiertas. Dichas cartas, de tan gran interés, fueron prontamente traducidas a diferentes lenguas: una fue traducida al latín, impresa en Roma, París, Amberes, la cual aparece dirigida a Gabriel Sánchez. En cambio, las dos ediciones en lengua castellana van dirigidas a Luis de Santángel. Ahora bien, en uno de los cuadernos o catálogos que el gran bibliófilo Fernando Colón –el hijo del Almirante– hizo de sus fondos bibliográficos, aparece de letra autógrafa suya: “Cristoforo Colon.– Letra enviada al escribano de ració. 1493. En catalán. 4643” [7]. Como Fernando Colón no da más detalles, es de suponer que tal Letra la heredó de los papeles y libros de su padre. Desgraciadamente no se guarda esta Letra. Pero el registro bibliográfico del hijo de Colón nos manifiesta, sin duda alguna, que la carta dirigida al escribano de ració [8] Luis de Satángel estaba en catalán. La existencia de un texto de esta célebre carta en catalán se corrobora con el hecho de que una traducción alemana que apareció en Estrasburgo en el año 1497, declara que deriva de un texto en lengua catalana y en latín: “uss der Katilonichen Zungen und uss dem latin” [9]. El cargo que ocupaban en la Cancillería de la Corona de Aragón los dos destinatarios, Luis de Santángel y Gabriel Sánchez, el ser valenciano el primero, y aragonés el segundo, pero con gran tiempo de residencia en tierras de habla catalana, explica que Colón, mallorquín como era, se valiera de la lengua materna común a los tres, para relatarles los pormenores de aquella dichosa aventura. Sería una carta que se le escaparía a Colón de los entreveros de su alma, henchida de felicidad al ver realizados sus sueños, y dirigida, como en mensaje de primicias, a sus beneméritos amigos, los citados Luis de Santángel y Gabriel Sánchez.

    Otro hecho abona la existencia de esta carta catalana, y son la serie de catalanismos que se advierten en las ediciones castellanas de la carta dirigida a Luis de Santángel. Se conocen ejemplares de dos distintas ediciones del texto castellano, ambas del año 1493, pero la una en cuarto y la otra en folio. A base del atento y minucioso estudio que acompaña a la edición facsímil de esta última [10], se han anotado unos cuarenta y seis catalanismos en el texto castellano; en cambio, en el texto de la edición en cuarto el número de catalanismos es inferior. Como quiera que muchos de tales catalanismos son simplemente ortográficos, se ha querido explicarlos suponiendo que la primera edición en folio se hizo en talleres o imprenta catalana, barcelonesas, mientras que la otra edición en cuarto sería posterior y sería hecha en talleres no catalanes, probablemente andaluces, y de aquí el menor número de catalanismos. Es posible esta explicación, pero hay que dejar sentado que muchos de tales catalanismos no son simplemente ortográficos; así, por ejemplo, Linia por línea, tenen por tienen, Colliura por Colibre, así como en otros escritos de Colón se advierten frecuentes catalanismos, por ejemplo, correu por correo, debuxar por dibujar.

    Al parecer, en la primera edición, probablemente barcelonesa, [d]el texto castellano de la carta de referencia, el nombre del Almirante aparecía Colom, el cual fue castellanizado en la siguiente edición, probablemente andaluza, en Colón.


    EL VERDADERO NOMBRE DEL ALMIRANTE

    Pero esto nos lleva a hablar del verdadero nombre del Almirante. En la citada Declaración, en italiano, del conde Juan de Borromeo, se escribe con cierta vacilación su nombre: la primera vez aparece como latinizado “Colonus Christophorens”, mientras que en la segunda vez se escribe Colón y, por último, ya se escribe Colom, y se constata “esser Colom uguale a Colombo”. Pero es lo cierto que no se guarda ningún documento, español o italiano, relacionado con el Almirante, en el que su nombre aparezca Colombo o Columbo. Antes al contrario, la grafía más frecuente es la de Colom. Así, por ejemplo, en las cédulas de pago efectuado por el Real Tesoro, en el año 1487, a Cristóbal Colón [11], siempre aparece la forma Colomo y se califica a este personaje de “estranjero”. Véase: “Este dicho día (5 de mayo de 1487), di –dice el tesorero de Sevilla, Francisco González– a Xprobal Colomo, extrangero, tres mil maravedís, que está aquí haciendo algunas cosas complideras a servicio de sus altezas, con cédula de Alonso de Quintanilla, con mandamiento del obispo…”. Y la misma forma Colomo aparece en otras cédulas, de fecha 27 de agosto de 1487, 15 de octubre del mismo año, 16 de junio de 1488, 12 de mayo de 1489. Si el personaje de marras era extranjero, y no encontrándose en castellano la forma Colomo, es de suponer que los escribanos castellanizaron la forma Colom en Colón. Desde luego que la forma primitiva y auténtica Colom se encuentra tanto en el texto de la primera edición castellana, impresa, al parecer, en Barcelona: “Esta carta enbio Colom al escrivano de Racio, de las Islas halladas en las Indias”, así como también en el texto de la traducción latina: “Epistola Cristofori Colom”. Algunas ediciones de esta traducción latina presentan la siguiente signatura: “Praefectus Occeane classis Colom”. La forma Colomo aparece también en la carta del duque de Medinaceli, enviada, el 19 de mayo del año 1493, al cardenal Mendoza, alegando la ayuda anterior que había prestado al gran navegante, y con el nombre de Colom lo cita el gran cronista de Indias G. Fernández de Oviedo, y a él se refieren los cronistas portugueses [12]. No cabe, pues, duda de la auténtica forma Colom del apellido del Almirante [13], la cual, por otra parte, es muy frecuente tanto en Cataluña como en Mallorca y, en general, en los países de habla catalana.


    EL MALLORQUÍN JUAN COLOM SIMULA SER EL GENOVÉS CRISTÓBAL COLOMBO

    Continuando nuestra glosa de la Declaración del conde Juan de Borromeo, hemos de destacar que en ella se afirma paladinamente, a continuación de atribuir al gran Descubridor una filiación de Mallorca y no de Liguria (Génova), que fue el mallorquín Juan Colom quien empleó la astucia de simular ser un cierto genovés Cristóbal Colombo, ardid que le habían aconsejado algunos amigos de la Corte, a fin de lograr la ayuda de las naves del rey de España. De modo que el conde Borromeo nos certifica que el Descubridor del Nuevo Mundo era, en rigor, el mallorquín Juan Colom, y que el disimulo de su personalidad obedecía al deseo de ocultar razones políticas y religiosas que, de saberse, le habrían dificultado obtener la ayuda de los reyes de España para los viajes marítimos que planeaba. No puede negarse que tal Declaración del conde Borromeo, tan breve y sobria, está preñada de contenido y nos proporciona la llave de oro para abrir y aclarar toda la atmósfera de misterio que envolvió, ya en vida, al Almirante.

    Desde luego que a lo largo del siglo XV encontramos en Mallorca un Juan Colom, natural de Felanitx, el cual tomó parte activa en la sedición de los llamados “forenses”, de los años 1450-1454, sedición que costó tanto trabajo a Alfonso el Magnánimo poder someter, con ayuda de tropas aragonesas e italianas. El diligente José M.ª Quadrado, quien historió tal movimiento [14], nos dice de Juan Colom que se le exigió responsabilidad por sus hijos prófugos, y hubo casi de disipar su hacienda en donativos al Veguer, Escribano y Baile. Pero este Juan Colom no puede ser nuestro Almirante. Es posible que este último fuera uno de sus hijos prófugos, quien llevaría el mismo nombre que su padre, según no es infrecuente en Mallorca. Lo cierto es que en las luchas de Cataluña contra don Juan II y doña Juana (1470), encontramos a diversos Colom, y entre ellos uno, Juan Colom, quien tomó parte muy activa en la lucha contra Juan II [15]. Al parecer, este Juan Colom, de origen mallorquín, de una familia que ya se había manifestado contra la casa real aragonesa, es el aludido por el conde Borromeo, y es el propio Almirante. Un hermano suyo, también prófugo de Mallorca, sería el Bartolomé Colom, quien –cuando el Descubrimiento– hacía años que servía en Francia a la hija del rey Luis XI. Como anota, con sagaz intuición, el señor Arán Ferrer, es frecuente en Mallorca, aun en nuestros días, el hecho de haber dos hermanos que llevan los nombres de Juan y Bartolomé.

    Después de la derrota de los sublevados contra Juan II, muchos de los sobrevivientes emigraron a Francia y al lado del último jefe de la revuelta, el bastardo de Calabria, hijo del difunto duque Juan. Pues bien, sabemos que en el año 1473, actuando Juan Colom como corsario, había hundido a parte de la escuadra del rey de Aragón, mandada por el conde de Prades, en las costas de Alicante y amenazaba las costas de Cataluña [16]. El mismo Almirante nos declara que en agosto del año 1474 navegaba como corsario al lado del almirante del rey de Francia, y en las aguas del cabo de San Vicente atacaron unas galeras genovesas propiedad de unos comerciantes, Spinola, di Negro, amigos de Juan II. La galera de Juan Colom chocó con otra galera genovesa y se hundió; Juan Colom tuvo que ganar a nado la costa portuguesa. Si bien en los relatos de este hecho, transmitidos por Fernando Colón y por el P. Las Casas, hay diversas confusiones y anacronismos, quizá intencionados, no podemos dudar del mismo, por cuanto en el codicilo del Almirante, dictado en el año 1505, se ordena a su hijo Diego que pague, “en tal forma que no se sepa quién se las manda”, unas cantidades a los herederos de las naves genovesas atacadas por él y los franceses en las aguas del cabo de San Vicente. Con razón el señor Ulloa quiere ver en tales cantidades, mandadas pagar de tal anónima manera a su hijo, una a modo de restitución de bienes que pertenecieron a aquellos comerciantes genoveses que, como él, naufragaron en las costas de Sagres y vivieron, también como él, en Lisboa.

    Según parece, hacia el año 1476, Juan Colom, el antiguo corsario y hombre de mar, estaba al servicio del rey de Portugal, Alfonso V, fue enviado por éste hacia los mares nórdicos, y tomó parte en una expedición que fue enviada por el rey de Dinamarca, en tal año, hacia Groenlandia, y en la que, según los estudios de Mr. Sofus Larsen [17], tomaron parte marinos portugueses. El mismo Colón se refiere a ello cuando nos dice: “Yo navigué el año 1477 en el mes de febrero ultra Till isla, cient leguas: cuya parte austral dista del equinoccial setenta y tres grados, no sesenta y tres como algunos dizen. Y no está dentro de la línea que incluye el Occidente, como dice Ptolomeo, sino mucho más occidental. Y a esta isla que es tan grande como Inglaterra van los ingleses, con mercadería, especialmente los de Vristol. Y al tiempo que yo a ella fuiz, no estava congelado el mar e aunque avía grandíssimas mareas…”. Al parecer, con dicha isla se refiere Colón a Islandia. Muy probablemente, a lo largo de tales viajes fue madurando en la mente de Juan Colom, intrépido marino, su proyecto de llegar a las Indias, vía Occidente, y es probable que le llegaran noticias de la experiencia que tenían los navegantes nórdicos de haber tierras dilatadas en el hemisferio occidental del Atlántico. Combinando tales noticias con la teoría cosmográfica que asignaba un radio mucho menor del verdaderamente real a la esfera de la Tierra, Juan Colom tenía ya proyectado ante su mente la posibilidad del viaje de circunnavegación y de llegar a la India, siguiendo rumbo Oeste.

    El señor Ulloa [18] se hace eco de que el futuro sacerdote, eremita de Montserrat, fray Bernardo Boil, actuando de secretario del Rey Católico, estuvo, en enero y marzo de 1477, en Bayona y Tours, para tratar aquí con el Rey Luis XI una tregua en la guerra marítima entre Francia y España, guerra marítima que dirigía, por parte de Francia, el corsario Guillermo Casanove-Coullon, el denominado por Fernando Colón –hijo del Descubridor– y por fray Bartolomé de las Casas con el nombre de “Colón el Viejo”, y a quien emparentan con el Descubridor de América. Fue en un episodio de tal guerra marítima, en el aludido combate del cabo San Vicente, en 1474, donde aparece, por vez primera, el futuro Descubridor, náufrago de una de las galeras hundidas en dicho combate, trabado entre galeras dependientes de Francia y otras de Génova. Entonces, durante su embajada, seguramente fray Boil entraría en relaciones con el corsario llamado “Colón el Viejo”. Años más tarde, en 1486-1487, aún tenía fray Boil que desempeñar igual embajada cerca de la regente Ana de Beaujeu, por análogos actos de piratería por naos francesas. Y se pregunta el señor Ulloa si la designación, intempestiva, de fray Boil como delegado apostólico en Indias, hecha en mayo de 1493, no tendría algo que ver con sus contactos o relaciones anteriores con los corsarios franceses y con el mismo Juan Colom.


    CULTURA COSMOGRÁFICA DE COLÓN

    Que el antiguo corsario y después hombre de mar tenía una gran cultura náutica y cosmográfica, él mismo nos lo declara en una carta dirigida a los Reyes Católicos, y que su hijo Fernando nos transmitió, quizá algo arreglada. He aquí su texto, pues nos ilustra mucho sobre este aspecto esencial de la personalidad de Colón: “Muy altos Reyes: De muy pequeña edad entré en el mar, navegando, y lo he continuado hasta hoy: la misma arte inclina a quien la prosigue a desear saber los secretos de este mundo; ya pasan de cuarenta años que yo soy en este uso. Todo lo que hasta hoy se navega he andado. Trato y conversación he tenido con gente sabia, eclesiásticos y seglares, latinos y griegos, judíos y moros, y con otros muchos de otras sectas; a este mi deseo hallé a Nuestro Señor muy propicio, y hobe Del, para ello, espíritu de inteligencia. En la marinería me hice abundoso; de Astrología me dio lo que abastaba, y así de Geometría y Aritmética, e ingenio en el ánima y manos para adebujar esta esfera, y en ella las ciudades, ríos y montañas, islas y puertos, todo en su propio sitio. En este tiempo he yo visto y puesto estudio en ver todas escripturas, Cosmografía, historias, crónicas y Filosofía y de otras artes, de forma que me abrió Nuestro Señor el entendimiento con mano palpable, a que era hacedero navegar de aquí a las Indias, y me abrasó la voluntad para ejecución dello, y con este fuego vine a Vuestras Altezas. Todos aquellos que supieron de mi empresa, con risa y burlando la negaban; todas las sciencias que dije no aprovecharon, ni las autoridades dellas; en solo Vuestras Altezas quedó la fe y constancia” [19].

    Todos los detalles que se indican en esta carta del gran navegante a los Reyes Católicos convienen con la personalidad del Juan Colom, navegante mallorquín, con quien aquél se identifica. En efecto, vimos que al final de la guerra de los Forenses –hacia 1454– los hijos del viejo Juan Colom salieron prófugos de la isla de Mallorca; uno de ellos, nuestro Juan Colom, tomaría parte activa en la guerra contra el rey Juan II de Aragón, y lo mismo que su hermano Bartolomé serviría luego a las órdenes del partido francés; ambos eran muy entendidos en cosas de mar: el primero navegaba como corsario, desde 1473, junto con la flota francesa, y del segundo, al servicio de la hija del rey Luis XI, sabemos, por el testimonio de su sobrino Fernando Colón (Histor., cap. 87), que era el hombre más práctico en las cosas de mar.

    Sigue diciendo Cristóbal Colón, en su carta, que había tenido trato y conversación con distintas gentes técnicas, eclesiásticas y seglares, latinos y griegos, judíos y moros y de otras sectas, y que había recorrido todos los mares entonces navegados. Estos datos coinciden mucho con lo que sabemos de Juan Colom, de sus viajes por el Mediterráneo, Atlántico y mares del Norte; sus tratos con judíos, moros, griegos y otras sectas nos lo sitúan perfectamente en el ambiente típico de la isla de Mallorca, en la encrucijada de tantas rutas comerciales. Asimismo dice que estaba muy informado en asuntos de Marinería, de Astrología –entiéndase de Astronomía–, Geometría y Aritmética y aun de Cartografía, para saber dibujar en la esfera terrestre todos sus accidentes. ¿No era Mallorca la patria de los grandes cartógrafos de los siglos XIV y XV, y no era asimismo un vivero de ciencia náutica?

    Y hay que tener en cuenta que el Almirante no exageraba, pues por lo que sabemos de sus lecturas y de su biblioteca, no hay duda que su erudición cosmográfica era muy notable. Así, por ejemplo, en sus notas a la obra tan célebre entonces, Imago Mundi, de Pierre d´Ailly (cf. edición Buron, vol. I, n. 5), dice el Almirante: “Tabule toletane ponunt verum occidens longe plusquam Ptholomeus super capite S. Vicenti”. Estas Tablas Toledanas, aludidas por Colón, no son las Tablas Alfonsíes, o sea, del rey Alfonso el Sabio, como cree Salvador de Madariaga [20], sino que son las Tablas, llamadas por antonomasia, Toledanas, o sea, las de Azarquiel. Y, en efecto, en las Tablas Toledanas se registra, en comparación con los datos de Tolomeo, un desplazamiento del primer meridiano occidental, de 17º 30´, al oeste de las Islas Canarias, lo que supone una mayor reducción de la zona mediterránea [21].

    Al lado de esta formación técnica del gran Descubridor, ya nos dice luego que agregó la lectura de historias, crónicas y Filosofía –ecos de Platón, de Séneca, de Plinio–, de modo que le vino en mente la posibilidad de navegar hacia las Indias, con rumbo a Occidente. La gestación espiritual del gran proyecto queda así perfilada clara y orgánicamente, de modo que hay que confesar que, ahora como otras veces anteriores, la ciencia náutica, la técnica cosmográfica atlántica fue tributaria de la ciencia y técnica mediterránea, singularmente la mallorquina [22].

    Compréndese, pues, la conveniencia de disimular, por razones políticas, como dice la Declaración del conde Borromeo, la personalidad del mallorquín Juan Colom y metamorfosearla con la apariencia de un “quidam” genovés, Cristóbal Colombo Canajola, a fin de lograr de tal manera la ayuda náutica de los reyes de España. Pero creemos que algo se maliciaría o algo sabría de tal metamorfosis el Rey Católico, por la ojeriza o antipatía que a menudo mostró al gran navegante.


    LAS RAZONES RELIGIOSAS DE LA SIMULACIÓN DE COLÓN

    Pero aún nos queda por elucidar otro extremo de la Declaración del conde Borromeo. Al lado de las razones políticas para tal disimulación de la personalidad de Juan Colom, añade también razones o causas religiosas. ¿Cuáles serían estas razones? En el panorama religioso de la isla de Mallorca y de toda España, en general, del siglo XV, es difícil advertir otros motivos de índole religiosa, los cuales fuera conveniente disimular en asuntos de la Corte, que no se refieran al enconado pleito de los conversos. Confesamos que no atinamos a barruntar otros motivos de índole religiosa. Es cosa bien sabida el agravamiento, a lo largo del siglo XV, del pleito de los conversos, muy numerosos a contar desde los vandálicos sucesos del verano de 1391, agravamiento que era el resultado de la precariedad de muchas de aquellas conversiones, simuladas con frecuencia, sólo con el fin de conservar la vida en aquellos pogroms de fines del siglo XIV o para no perder la riqueza. Lo cierto es que muchos de aquellos conversos judaizaban, a veces, o se dejaban ganar de nuevo por sus parientes y amigos que se habían mantenido fieles a la religión judaica. Tampoco hay que olvidar que, a menudo, los conversos fueron recibidos con asaz suspicacia y enemistad por los cristianos viejos y que, a veces, se respiró un verdadero clima de antisemitismo. El afán de poner coto definitivo a esta a modo de herejías de los falsos conversos, en continuos tratos religiosos con sus vecinos y parientes judíos de religión, fue la causa del edicto de expulsión de los judíos, como consta en el prólogo del mismo. Compréndese, pues, la conveniencia de disimular este aspecto religioso de la personalidad del mallorquín Juan Colom, metamorfoseado en Cristóbal Colombo. Si bien no olvidamos que en la Corte de los Reyes Católicos se movían bastantes personajes de origen converso.

    Pero ¿qué datos tenemos sobre el origen judaico de este mallorquín Juan Colom? Confesamos que aquí nos falta la abundancia de datos que presentamos anteriormente. Además, parece que en la isla de Mallorca no se considera el nombre de Colom como nombre “chueta”, o sea, nombre de familia de conversos. Sin embargo, hemos de afirmar que dicho apellido Colom –que equivale al hebraico Yoná– se encuentra alguna vez entre los judíos de la Corona de Aragón. Ya en el siglo XIII se encuentra dicho apellido Colom en un judío tortosino [23], y, al parecer, perduró a lo largo de la Edad Media. El que en la isla de Mallorca no se tenga por “chueta” se debe, según nuestra opinión, a que la tradición de los nombres tenidos por “chuetas” en la Isla está muy alterada; creemos que deriva de algunas conversiones tardías, en ocasión de algún auto de fe, de modo que sólo se refiere a ciertos linajes. Pero como quiera que al convertirse y ser apadrinados, los judíos conversos recibían un nombre, igual o casi igual al del padrino, resulta que el nombre por sí mismo no tiene ninguna fuerza, y así tenemos nombres tenidos [por] “chuetas” en la Isla y, en cambio, en Cataluña son nombre[s] con categoría noble. Y, por paradoja, hay apellidos con nombre absolutamente hebraico, y tal apellido no es tenido por “chueta” en Mallorca. De modo que en nuestro caso no podemos dar ninguna fuerza demostrativa a la tradición del “chuetismo” de los apellidos. Es posible que la familia Colom fuera de origen judaico converso, o tuviera relaciones de parentesco con judíos –casado un Colom con una conversa–, y que al mismo tiempo hubiera jugado un papel decisivo en las luchas de los “forenses”, y que como a tal tuviera incluso un escudo de armas.

    El señor Salvador de Madariaga en su citado libro ha querido posar de zahorí y ver en Colón toda una serie de cualidades específicamente o predominantemente tenidas por judaicas. Valorándolas en todo lo que merecen, no puede negarse que es un terreno algo subjetivo, críticamente hablando. Mi distinguido amigo el doctor C. Roth, de Oxford, al comentar el libro del señor Madariaga, aportaba aún otros datos que servirían para rubricar el carácter y formación cultural judaica de Colón. No puede negarse que casi toda la ciencia cartográfica y cosmográfica de Mallorca es obra de judíos y conversos, desde los Abraham y Yafuda Cresques –este último se llamó, después de convertido, con el nombre de Jaime Ribas– hasta los cosmógrafos y cartógrafos Vallseca y otros. La gran amistad que unía a Colón con los conversos Luis de Santángel y Gabriel Sánchez, y de los cuales recibió una ayuda tan decisiva, avalaría la tesis del linaje y parentesco judaico de Juan Colom, del supuesto Cristóbal Colombo, o sea, del Almirante.




    [1] Cristóbal Colón y el Descubrimiento de América. Barcelona, 1945. (Historia de América, vols. IV y V).

    [2] Barcelona, 1958.

    [3] Vol. XXI (1961), págs. 58-64.

    [4] Cf. GARCÍA A. DE TORRES: Libro de linajes (Apud L. Ulloa).

    [5] En su obra aludida, cap. VI.

    [6] No hay una seguridad absoluta de si hubo dos sendas cartas o bien una sola carta, con algunas variantes, para los dos citados destinatarios.

    [7] El original se guarda en la Biblioteca Colombina de Sevilla. Véase ULLOA, op. cit., pág. 58, y HARRISE: Lettres de Ch. Colomb. París, 1893.

    [8] Es curioso que en la ficha bibliográfica de Fernando Colón se deja sin traducir la terminología de ese cargo de la Cancillería aragonesa, y se transcribe tal cual: ració, como en catalán.

    [9] Cf. ULLOA, op. cit., pág. 59.

    [10] Hecha por la Librería Quaritch, de Londres, y firmado el detallado estudio con las iniciales M. K.

    [11] Publicadas por M. F. de Navarrete en Colección de viajes y descubrimientos que hicieron por mar los españoles, vol. II. Madrid, 1825.

    [12] Cf. ULLOA, op. cit., pág. 34.

    [13] Ya es sabido que no hay que dar ninguna autoridad a las elucubraciones etimológicas que hace Fernando Colón para explicar el paso desde la forma Colombo a la de Colón.

    [14] Forenses y Ciudadanos. 1847.

    [15] P. DE BOFARULL, en los vols. XIV a XVI de la Colección de Documentos inéditos, ha historiado diligentemente este levantamiento de Cataluña contra Juan II.

    [16] Cf. el artículo de LLANAS DE NIUBÓ, pág. 59.

    [17] Cf. el Jornal de la Société américaniste de Paris, N. S., vol. XVIII (1926), y la obra de L. ULLOA, pág. 163.

    [18] Esclarecimiento de algunos puntos dudosos en la vida de Fray Bernardo Boil, en “Boletín de la Real Academia de Buenas Letras”, vol. XVI (1933-36). Barcelona, 1936.

    [19] Seguimos la transcripción que, a base de la obra de Fernando Colón, da el Sr. Arán en su citado trabajo.

    [20] Obra citada, pág. 142.

    [21] Cf. mi obra Estudios sobre Azarquiel, págs. 422-423. Madrid-Granada, 1943-50.

    [22] Ya es sabido que el cosmógrafo o cartógrafo Jaime Ribas, mandado llamar por el Infante D. Enrique el Navegante, al fundar su Escuela o Centro náutico de Sagres, es el judío converso Yafuda Cresques, de Mallorca, nacido de familia de cartógrafos. Mallorquines y catalanes fueron, a principios del siglo XIV, los primeros exploradores y evangelizadores de las Islas Canarias y aun de la costa de Río de Oro.

    [23] Cf. en la citada obra de E. Bayerri la fotografía (entre págs. 640-641) de un folio del libre de Reebudes, donde aparece un “Colom jueu”.

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    Re: La solución definitiva del problema de la patria de Colón (Millás Vallicrosa)

    Fuente: Punta Europa, Número 73, Mayo 1962, páginas 36 – 48.



    APOSTILLAS A MI ARTÍCULO ANTERIOR SOBRE COLÓN

    Por JOSÉ M.ª MILLÁS VALLICROSA

    Catedrático de la Universidad de Barcelona


    Mi artículo anterior sobre La solución definitiva del problema de la patria de Colón, publicado en esta revista PUNTA EUROPA, números 70-71, octubre-noviembre de 1961, págs. 71-87, venía a ser como el comentario y ampliación del otro artículo, El enigma de Colón, publicado por mi distinguido amigo D. René Llanas de Niubó en la revista “Sefarad”, vol. XXI (1961), págs. 58-64; nosotros procurábamos completar y redondear la serie de pruebas que se podían aportar en la nueva solución del problema del origen de Colón, pues con tal solución: de ser Cristóbal Colón un disfrazamiento, hecho por motivos políticos y religiosos, del nombre y personalidad del navegante corsario mallorquín Juan Colom, quien había luchado al lado del pretendiente francés al trono de Aragón, Renato de Anjou, contra el rey Juan II, venía a explicarse una serie de dificultades y aun se concordaban distintas sugerencias que antes habían presentado diversos historiadores y especialistas, desde el profesor A. Ballesteros Beretta y Jaime Cortesao hasta Luis Ulloa, Salvador de Madariaga y otros.

    Y hay que tener en cuenta que según la nueva fuente documental que ha viabilizado la nueva solución, una declaración autógrafa del conde Juan de Borromeo y duque de Anghiera, esta disimulada metamorfosis de la personalidad del antiguo navegante corsario, el mallorquín Juan Colom, le fue aconsejada por amigos suyos en el mismo ambiente de la corte de los Reyes Católicos, singularmente por el muy influyente humanista Pedro Mártir de Anghiera, a fin de lograr más fácilmente la ayuda de los Reyes Católicos en su proyecto de viaje oceánico para llegar a las Indias siguiendo el rumbo de Occidente. O sea, que había que encubrir y disimular los antecedentes políticos del mallorquín Juan Colom en su lucha contra Juan II de Aragón y al lado de Renato de Anjou, así como disimular, al parecer, la ascendencia o parentesco converso del propio Juan Colom. Como quiera que Pedro Mártir de Anghiera mantenía estrechas relaciones, como de clientela, con el conde Juan de Borromeo y de Anghiera, quien había sido valedor de la familia, venida a menos, del primero, no es de extrañar que el conde estuviera informado de la hábil maniobra de metamorfosis en la que había sido parte Pedro Mártir de Anghiera.

    Claro está que todo este nuevo horizonte en que se encuadra el problema de Colón depende inexorablemente de la autenticidad del aludido documento del conde Juan de Borromeo y de Arona, y quizá en mi anterior artículo pasé demasiado tangencialmente sobre este aspecto, por estimar que el lector podía comprobarlo en los estudios anteriormente aludidos por mí.


    CARACTERES PALEOGRÁFICOS DE NUESTRO DOCUMENTO

    Pero conviene puntualizar el detenido estudio que de tal documento hizo el antiguo director de la Biblioteca Universitaria de Barcelona, D. Manuel Rubio Borrás, según él nos refiere en un largo artículo publicado en “ABC”, el día 21 de agosto de 1931. El Sr. Rubio nos refiere que, hacia el año 1930, supo de un amigo suyo italiano, bibliófilo, que éste había hallado el documento de marras debajo de un[a] de las guardas de un libro de Joannes de Sacrobosco, la célebre Sphaera mundi, comentada por Clavius [1], editada en Roma, 1558, ejemplar que ostentaba el “Ex-libris Borromei”, trazado a mano, con letra de la época de impresión del libro; este libro, junto con otros, fue adquirido por dicho bibliófilo en Milán, de manos de un vendedor ambulante, el cual precisamente no era de Milán. Dicho bibliófilo italiano, considerando que podía interesar a su amigo español, el Sr. Rubio Borrás, tal documento, se lo envió para su estudio, lo que éste llevó a cabo detenidamente, según dijimos. Actualmente el preciado documento lo posee el súbdito norteamericano Mr. Richard Aramil.

    He aquí lo más esencial del estudio paleográfico de este documento, realizado por el antiguo director de la Biblioteca Universitaria de Barcelona. El documento es una hoja de papel, escrita solamente por el recto, que mide 23 por 25 centímetros, observándose en el papel los puntizones y corondeles, como asimismo la filigrana correspondiente a la época. El carácter de la letra en que está redactado es el cursivo, usado en Italia en los últimos años del siglo XV, y muy especialmente bien entrado el siglo XVI, presentando las letras los caracteres del trazado de la región bresciana, según la clasificación de Fumagalli. Añade el Sr. Rubio que aunque, a la primera impresión, la letra del documento es correspondiente al siglo XVI, sobre todo comprobándola con la de la paleografía española –en cuyo caso cabría la sospecha de ser el documento una copia y no el original–, bien cotejada con escrituras existentes en los archivos de Turín y Roma, de la época en que aparece redactado el documento –el año 1494–, ha resultado una gran identidad.

    El carácter paleográfico que más claramente denota su antigüedad es la tinta; en el momento de ser redactado el escrito debía ser negra; pero los efectos y la incuria del tiempo le han dado un carácter de palidez, que contrasta con el color negro primitivo, lo que se observa en los trazos de algunas letras, resultando un claroscuro muy difícil, por no decir imposible, de falsificar. El efecto corrosivo de la tinta ha hecho que en algunas palabras del documento se encuentre perforado el papel, pasando la mancha al reverso del documento.

    Hemos consultado, por nuestra parte, con distinguidos romanistas y filólogos acerca de los caracteres paleográficos y lingüísticos de dicho documento, y han venido a coincidir con el parecer del difunto Sr. Rubio Borrás, tanto por la letra como por la lengua y la ortografía, vacilante, según ocurría en la época; es digno de subrayarse la transcripción “Zenova” por Genova, según una ortografía que indicaba una especial pronunciación dialectal, que se ha conservado bastante en el veneciano. Hay que tener en cuenta que Trevigiano, en su traducción de las cartas latinas de Pedro Mártir de Anghiera (1504), llama a Colón “Zenovese”, con idéntica grafía. Desde luego que esta transcripción popular, dialectal, no se compaginaría mucho con los designios de falsificación de un falsario posterior.


    SOBRE UNA DIFICULTAD SURGIDA

    Sin embargo, se ha puesto por algunos un cierto reparo que podría comprometer la autenticidad de nuestro documento, y es la aparición, al final del texto mismo, de la expresión “Indie Occidentali”, pues, al parecer, el empleo de esta expresión para designar las tierras descubiertas por Colón sería de fecha bastante posterior a la del documento. Desde luego que en los tiempos de los Reyes Católicos, sobre todo en sus tratos con Colón, se referían a las tierras por él descubiertas con la locución casi estereotipada de “Islas y Tierra firme”, si bien alguna vez alternaba también la consabida expresión de “Indias”. No hay que insistir en que el hecho fundamental en el plan de Colón era llegar, por vía Occidente, a las Indias [2], fundándose en su creencia de la mayor reducción del radio de la esfera terrestre y en la mayor extensión de Eurasia, la cual estaría separada del borde occidental ibérico unas 700 millas. Así es que todo, en el plan de Colón, se refería a las Indias, y a ellas hacen referencia las diversas bulas papales que se otorgaron a los Reyes Católicos. De modo que estas “Islas y Tierra firme” eran referidas a los confines de las Indias que miraban hacia la ruta occidental seguida por las naves de Colón, al revés de las otras Indias que, poco tiempo después, acababan de descubrir los portugueses siguiendo un rumbo oriental. De modo que la adjetivación de “occidentales” aplicada a las tierras descubiertas por Colón no dejó de emplearse diferentes veces.

    Así tenemos que el mismo Pedro Mártir de Anghiera, al cual podemos considerar como el primer cronista del Descubrimiento, en una carta escrita desde Barcelona –en donde estaba a la sazón la Corte–, en 14 de abril de 1493, al conde Juan de Arona o de Borromeo, le dice en su latín tan clasicizante: “Ha vuelto de las Antípodas Occidentales un tal Cristóbal Colón, ligur, que había obtenido con gran dificultad de mis Reyes tres naves para marchar a aquellas tierras”. Claro está, el gran humanista Pedro Mártir de Anghiera emplea la expresión clasicizante “Antípodas” en lugar de la expresión más vulgar y corriente “Indias”, pero nadie se podía llamar a engaño. En parecidos términos se expresa el de Anghiera en la carta dirigida a sus grandes amigos el conde de Tendilla y fray Hernando de Talavera, también expedida desde Barcelona, en 13 de septiembre de 1493. Sin embargo, en la epístola número 624, expedida desde Zaragoza, en 21 de julio de 1518, Pedro Mártir de Anghiera habla de las perlas que se han traído “ab Indis nostris occidentalibus”.

    De modo que sin pretender agotar, ni mucho menos, las posibles menciones de las “Indias occidentales” en este período, ello nos prueba que no fue del todo extraña esta expresión en aquellos días –la cual, por otra parte, estaba como a flor de labios o de pluma–, si bien hay que reconocer que su empleo, sobre todo como terminología cancilleresca, en opuesta dicotomía con la expresión “Indias orientales”, no se generalizó hasta algo más tarde.

    Por tanto, creemos que el empleo por el conde Juan de Borromeo, en el año 1494, de la expresión “Indie Occidentali”, expresión paralela y equivalente a la expresión más humanística de “Antípodas occidentales” que empleaba también el de Anghiera, no obliga necesariamente a negar la autenticidad de nuestro documento.


    EXPLICACIÓN DE ANTINOMIAS Y DIFICULTADES MERCED A NUESTRO DOCUMENTO

    Pero no sabríamos ocultar que uno de los caracteres que más abonan y prestigian nuestro documento o declaración del conde Juan de Borromeo es que gracias a él se iluminan una serie de arcanos y puntos oscuros que desde hacía largos años, desde los tiempos del propio Almirante, se cernían sobre su vida y han dado mucho que discutir y elucidar a los historiadores. El propio D. Antonio Ballesteros Beretta, profesor que había sido de Historia de América en la Universidad de Madrid, se ve obligado a confesar en su gran obra sobre Cristóbal Colón: “Nada en la vida de Colón es incuestionable” [3], y asimismo: “El enigma acerca de cuál sea su patria queda intacto, y no lo sabemos con esos elementos por la vía directa colombina” [4]. Ello sin apelar a americanistas como el Sr. J. Cortesao, quien en su obra Génesis del Descubrimiento. Los portugueses [5], siguiendo las pisadas de otros americanistas, califica de falsa la historia que Fernando Colón nos traza de su padre, Cristóbal Colón: “Falsa, como es sabido, la historia de los orígenes de Colón, que el hijo entronca con nobilísima ascendencia, pero cuya patria, edad y verdadera familia oculta”.

    No puede negarse esta atmósfera de misterio y de disimulación que ya aflora en los propios días del gran Descubridor, quien jamás se presentó como genovés sino hasta su codicilo de institución de mayorazgo, documento establecido en edad avanzada, en 22 de febrero de 1498, pero documento que presenta muchas dificultades y es juzgado por inauténtico por distinguidos historiadores. Fue Pedro Mártir de Anghiera el primero que habla de Colón como “vir ligur” [6], y ya vimos cómo el conde Juan de Borromeo, patrono de la familia de Anghiera, nos presenta a Pedro Mártir a modo de principal fautor del disfrazamiento de la verdadera naturaleza de Colón, a fin de facilitar sus planes cerca de los Reyes Católicos.

    Pero en donde encontramos un mayor índice de arcano y misterio es precisamente en las referencias que Fernando Colón nos hace del origen de su padre. Después de confesar, casi irónicamente, que su padre, el Almirante, estuvo dotado de tan grandes cualidades tanto para descubrir nuevas tierras como para encubrir sus propios orígenes, nos dice: “Algunos, que de cierta manera quieren oscurecer su fama, dicen que el descubridor de América fue de Nervi, otros de Cugureo y otros de Bugiasco, que todos son pequeños lugares cercanos a la ciudad de Génova y de su ribera; otros, que quieren ensalzarlo más, dicen que era saonés, y otros, genovés, y aun aquéllos que más saben de donde sopla el viento, lo hacen de Placencia, ciudad en donde hay algunas personas de su familia y sepulturas con armas y letras de Colombo; porque, en efecto, éste era el apellido usado por sus mayores, aunque él, conforme a la patria donde fue a habitar y comenzar nuevo estado, limó el vocablo…”. Y aún dice D. Fernando Colón que en sus investigaciones personales sobre el terreno no encontró traza alguna de la familia de su padre, ni en Génova ni en sus aledaños. No puede negarse que la declaración del conde Juan de Borromeo explica la génesis y las causas de este ambiente de misterio y disfrazamiento que rodeaba ya en vida al gran Almirante.

    Asimismo, con el origen mallorquín de Colón, quedan absolutamente explicadas las sendas cartas en catalán que el Descubridor envió a sus grandes amigos y favorecedores, los conversos Luis de Santángel, “escrivá de ració” de la Cancillería aragonesa, y Gabriel Sánchez, tesorero de la propia Cancillería. La existencia de tales cartas queda objetiva e irrefragablemente probada, de modo que no cabe punto de discusión sobre ello. También, en consecuencia, se comprende el no pleno dominio del idioma castellano por Colón –según nos dice el P. Las Casas– aun después de su venida a Castilla, así como su escaso conocimiento del italiano.

    Asimismo queda magníficamente explicada la vida náutica de Colón, al identificarlo con el navegante corsario mallorquín Juan Colom. EL profesor A. Ballesteros dijo más de una vez, en su citada obra (págs. 243-244), que no era nada inverosímil que Colom, navegante corsario, fuera el mismo Colón, si bien no nos explicó cómo se compaginaría esto con la tesis genovesista. Y el diligente investigador Luis Ulloa cree muy verosímil la identificación del navegante Juan Colom con Cristóbal Colón. Es muy probable que nuestro Juan Colom, mallorquín corsario, sea uno de los hijos del Juan Colom de Felanitx, quien había tomado muy activa parte en la sedición de los “forans” contra el rey aragonés D. Juan II [rectius, Alfonso El Magnánimo], 1450-54 [7], y al cual Juan Colom felanitxense se le exigían responsabilidades por sus dos hijos prófugos, es de suponer, a tierras francesas. Estos hijos serían los hermanos Juan y Bartolomé Colom, y así se comprueba lo que nos dice el Almirante en carta a los Reyes Católicos: “De muy pequeña edad entré en la mar, navegando, y lo he continuado hasta hoy…” [8]. El joven Juan Colom pronto se destacaría en los asuntos de mar, pues como él declara en carta dirigida a los Reyes Católicos: “… A mí acaeció que el Rey Reynel [9], que Dios tiene, me envió a Túnez para prender la galeaza Fernandina, y estando yo sobre la isla de San Pedro, en Cerdeña, me dijo una saetía que estaban con dicha galeaza dos naos y una carraca; por lo cual se alteró la gente que iba conmigo y determinaron de no seguir el viaje, salvo de se volver a Marsella por otra nao y más gente. Yo, visto que no podía sin algún arte forzar su voluntad, otorgué su demanda, y mudando el cebo del aguja, di la vela al tiempo que anochecía, y, otro día al salir el sol, estábamos dentro del cabo de Carthagine [10], teniendo todos ellos por cierto que íbamos a Marsella”.

    Aquí ya vemos al joven navegante, al servicio del rey Renato de Anjou, contendiente de Juan II de Aragón, gozar de cierto prestigio náutico y saber manipular la aguja de marear, como años más tarde supo encontrar una explicación al fenómeno de la variación de la aguja magnética, en uno de sus viajes de vuelta de las nuevas tierras descubiertas. Todo ello parece modular al denso ambiente náutico y cartográfico que se respiraba en Mallorca, pues tanto el gran Descubridor Cristóbal Colón como su hermano Bartolomé eran hábiles diseñadores de mapas y cartas de marear; y, en todo caso, el anterior hecho de servicio al rey Reynel, que Colón recuerda, como de paso, a los Reyes Católicos, sólo se explica satisfactoriamente pensando en su identificación con el Juan Colom, corsario mallorquín que sirvió a las órdenes de Renato de Anjou y que topó con las naves aragonesas en algunos encuentros en el año 1473 [11] y aun con alguna nave genovesa en aguas de San Vicente, en el año 1474.

    Desembarcado, como náufrago, Colón en tierras portuguesas, pronto hizo fortuna en el país, entroncó en matrimonio con familia de buen linaje, y mereció cierta confianza del rey D. Alfonso V, quien por el año 1477 le envió en una expedición hacia los mares del Norte, llegando, según nos cuenta Colón [12], hasta la última Thule, isla que, al parecer, hay que identificar con Islandia. Luego, vuelto Colón a Portugal, emprendió otros viajes hacia el Sur, las Canarias y hacia la Guinea, y maduró su proyecto que, a lo largo de estos viajes, vino a gestar: ir a las Indias, siguiendo un rumbo Occidente. De esta manera, la vida náutica de Colón reviste una continuidad orgánica, si bien con un carácter más corsario al principio, y luego con un designio más geográfico o de auténtico descubridor.

    También nuestro documento nos resuelve –como ya dijimos en nuestro artículo anterior– una antinomia, del todo inexplicable, dentro de la hipótesis genovesista. Si Colón era un genovés de origen humilde, hijo de un cardador de lanas, un hombre vulgar, ¿cómo se explican los alegatos de Colón de gozar de cierta nobleza, de haber tenido antes un escudo de armas? En sus alegaciones fue muy creído, pues cuando los Reyes Católicos, por Real Cédula de 20 de mayo de 1493, le otorgan un nuevo blasón, le marcan un espacio o un cuartel especial para que figuren en él los viejos timbres heráldicos, “los que soliades llevar”. No hay que suponer que Colón mintió a los Reyes Católicos, como hacen los partidarios de la tesis genovesista, pues el apellido Colom figura en los viejos libros de linajes de España, y en particular en Felanitx tenían los Colom cierta prosapia [13].

    También se explica con nuestro documento autógrafo el hecho de que Colón llamara a la primera isla descubierta, la de Guanahani, con el nombre de San Salvador, que es el nombre de la muy antigua y venerada ermita que corona el picacho entre la población de Felanitx y Porto Colom, en Mallorca. Claro está que la gran piedad del Almirante, así como su amor al país que protegió sus sueños de Descubrimiento, había de hacer que bautizara con nombres simbólicos de tales nobles sentimientos a los distintos países descubiertos, y así entre estos nombres debía ser el primero el de San Salvador, que recuerda la fundamental devoción cristiana al Redentor. Pero ¿por qué hubo de llamar a la primera isla descubierta de tal modo: San Salvador –expresión no muy usada– y no simplemente El Salvador? Los recuerdos cordiales del Juan Colom mallorquín hacia la tan venerada ermita de San Salvador explicarían tal denominación. Cerca de San Salvador, en la orilla del mar, hay el Porto-Colom, que viene a ser el puerto natural de Felanitx y su comarca; tal topónimo nos aparece vinculado con un Colom, quien probablemente habría intervenido en el acondicionamiento y puesta en servicio de dicho puerto. Probablemente sería un Colom de la misma familia que la de Juan Colom, y recordemos que éste –o sea, Colón– nos dice: “No soy el primer Almirante de mi familia”. ¡Qué bien se concierta y se explica todo esto, partiendo de nuestro documento! Y ¿cómo se puede cohonestar tal declaración del Almirante con el supuesto origen de Colón como hijo de un lanero genovés?

    Asimismo nos dice el P. Las Casas que Colón era muy amigo de un tal Miguel Ballester, de habla catalana, con el cual sostenía largas y particulares conversaciones y al que hizo alcaide de la Isla Isabela –nombre que ilustraba el de la Reina Católica–; pues bien, el apellido Ballester es muy frecuente en Mallorca, y todo ello se concilia bien partiendo de lo dicho en nuestro documento. Igualmente se explica bien –según recordábamos en nuestro artículo anterior– la inesperada intervención, como Delegado Apostólico en Indias, del antiguo eremita de Montserrat, fray Bernardo Boil, antiguo intermediario de parte del Rey Católico con el rey francés Luis XI, en las luchas que había entre ambos (1477), y más tarde con la regente Ana de Beaujeu (1486-87), por análogos motivos y fricciones.


    ESPECIAL EXPLICACIÓN DE LOS RASGOS JUDAICOS EN COLÓN

    Pero el aspecto que, con nuestro documento de la declaración del conde Juan de Borromeo, cobra una clara luz es el de la presunción de los orígenes judaicos de Colón, tema en el que muchos y antiguos autores han incidido prolija y bastante subjetivamente, y entre todos ellos el Sr. Salvador de Madariaga en su Vida del Muy Magnífico Señor Don Cristóbal Colón. En nuestro artículo anterior ya lo aludimos y lo enjuiciamos como, según nuestro leal y objetivo criterio, nos mereció. Desde luego que este libro es una prueba de la gran inteligencia y erudición de su autor, de su estilo brillante, pero también, de su modo asaz ensayístico, harto zahorí y subjetivo. Desde luego que no admitimos –como decíamos en nuestro anterior artículo– muchas de las pruebas que quiere presentarnos el Sr. Madariaga para convencernos de la judiedad de Colón. Tampoco las admitía el Dr. C. Roth, de Oxford, judío de origen y autoridad en materia de historia del judaísmo y sobre todo del sefardismo, en la reseña que dedicó a la primera edición inglesa de la obra de Madariaga [14].

    Pero precisamente el Dr. C. Roth ha sabido encontrar rastros muy claros de cierta formación judaica en Colón, rastros que son muy objetivos y de peso. Y creemos que el Sr. Madariaga no los ha aprovechado en la tercera edición castellana de su obra. Por esto nos creemos obligados a presentarlos aquí con cierto detenimiento.

    Uno de los libros que Colón más leyó y anotó fue la Historia rerum ubique gestarum, del Papa Pío II. En una nota escrita de su mano, en tal obra de su propiedad, Colón se aplica a contar la edad del mundo desde la Creación, según el cómputo de los judíos, y así discurre: “… y desde la destrucción de la 2.ª casa, segundo los judíos, fasta agora, sciendo el año del nacimiento de nuestro Señor de 1481, son 1413 años, y desde el comienço del mundo fasta esta era de 1481 son 5241 años…”. Es muy curioso este modo de referirse Colón al segundo templo de Jerusalén, el que fue destruido por las tropas de Tito, llamándole la “2.ª casa”. Ningún cristiano lo llamaría así, sino “el segundo Templo”. Pues bien, este modo de referirse a él por Colón es precisamente el modo normal hebraico con que los judíos suelen apellidarlo: “ha-bayt ha-sení”, “la 2.ª casa”.

    Además, Colón, siguiendo el cómputo usado por los judíos, cuenta desde la destrucción del segundo Templo, hasta el año 1481, la cantidad de 1413 años; pero como quiera que la destrucción del segundo Templo se sitúa en el año 70 de J. C., deberían de contarse no 1413 años hasta la fecha de referencia, sino sólo 1411 años. Ello se explica porque las tradiciones de los judíos, equivocadamente, sitúan aquella destrucción en el año 68, o sea, dos años antes, y de esta manera la diferencia de años computada llega a 1413 años.

    Ahora bien, no es tan chocante que Colón siga el cómputo empleado por la tradición judaica, cuanto que lo transcriba tan fielmente, incluso en expresiones como “la 2.ª casa”, del todo extrañas y sin sentido para los cristianos, y, en cambio, tan literalmente judaicas. No creemos que Colón supiera hebreo, pero ello prueba que tenía conocimiento no sólo de particularidades típicas judaicas, como su cómputo, equivocado, de la cronología del Templo de Jerusalén, sino incluso de su especial modo de expresión hebraica. Parece difícil explicar todo esto si no admitimos en Colón una cierta formación o iniciación en ambiente judaico.

    Por otra parte, su vivencia de la Biblia, de los problemas bíblicos, de la Redención, era muy viva, a veces casi obsesiva, y aun diríamos que en su estilo castellano afloran de vez en cuando expresiones que saben a hebraísmos, o mejor, biblismos. Así en la carta que Colón dirigió a los Reyes Católicos y que nos ha transmitido, quizá algo arreglada, su hijo Fernando, al hablar el Almirante de la larga gestación de su proyecto de Descubrimiento, dice: “… Trato y conversación he tenido con genta sabia, eclesiásticos y seglares, latinos y griegos, judíos y moros, y con otros muchos de otras sectas; a este mi deseo hallé a Nuestro Señor muy propicio, y hobe Dél, espíritu de inteligencia… de forma que me abrió Nuestro Señor el entendimiento con mano palpable, a que era hacedero navegar de aquí a las Indias”. Creemos que en las expresiones por nosotros subrayadas destila un auténtico estilo bíblico, son fruto de una viva frecuentación de la Biblia, son aliento de un alma abierta a los más íntimos ideales bíblicos, a altos designios apostólicos y evangélicos, como, en verdad, eran los sentimientos que el gran Almirante sentía. En una carta que Colón envió a doña Juana de la Torre, ama del príncipe heredero D. Juan [15], se transparenta en grado sumo este biblismo que anegaba el alma de Colón: “Pónganme el nombre que quisieren, que al fin, David, Rey muy sabio, guardó ovejas y después fue hecho Rey de Jerusalem; yo soy siervo de aquel mismo Señor que puso a David en este estado”.

    Claro está que no basta esto, como tampoco el empleo de los cómputos judaicos y la transcripción, tan literalista y hebraizante de su expresión, para inducir con seguridad el origen judaico de Colón. El mismo nombre de Colom se encuentra alguna vez en la onomástica de los judíos de habla catalana [16], aunque en la tradición mallorquina –nada segura en este punto, según dijimos en nuestro anterior artículo– dicho onomástico no se considera de ascendencia chueta. Pero no puede negarse en Colón una cierta influencia, una cierta modalidad, quizá un parentesco, si no una ascendencia, que trasciende a ámbito judaico. Por dichas razones políticas –la vida de corsario contra el partido de D. Juan II de Aragón– y religiosas –sus relaciones con los judíos– se habría aconsejado al mallorquín Juan Colom, según dice nuestro documento del conde Juan de Borromeo, que metamorfoseara su nombre en el de un “quidam” genovés Christophoro Colombo, y así poder obtener más fácilmente la ayuda de los Reyes Católicos para su proyectado viaje a las Indias.





    [1] Sobre la significación, fuentes e influencia de esta obra, cf. G. SARTON, Introduction to the History of Science, vol. III, pág. 617.

    [2] No tiene base alguna lo que se afirma en la obra del malogrado profesor J. VICENS VIVES, Rumbos oceánicos, de que Colón no pretendía descubrir, por Occidente, las Indias, sino la isla Antilia.

    [3] Vol. 1, pág. 400.

    [4] Ibídem.

    [5] Pág. 668.

    [6] En la mencionada carta al conde Juan de Arona o de Borromeo, de 14 de abril de 1493.

    [7] Cf. la aludida obra, en mi primer artículo, de JOSÉ M.ª QUADRADO, Forenses y Ciudadanos, 1847.

    [8] Cf. FERNANDO COLÓN, quien quizá arregló algo el texto, en su Historia, capítulo IV.

    [9] O sea, Renato de Anjou, el pretendiente al trono de Aragón en las luchas de los catalanes contra el rey D. Juan II. Al parecer, hay que situar el hecho aquí recordado por el Almirante, hacia el año 1472.

    [10] O sea, Cartago, tocando a Túnez.

    [11] Cf. A. BALLESTEROS, op. cit., I, pág. 243, y el citado artículo de R. LLANAS DE NIUBÓ, pág. 59, con citas documentales debidas al diligente historiador catalán Sr. CARRERAS CANDI.

    [12] Cf. mi artículo anterior, págs. 81-82.

    [13] Cf. el opúsculo de M. BORDOY OLIVER, Apellidos de Felanitx. Notas breves, Felanitx, 1948, y no está de más recordar las elucubraciones de algunos historiadores acerca de los caracteres heráldicos catalanes que se advierten en el escudo de Colón.

    [14] Cf. su artículo Who was Columbus? In the Light of New Discoveries, en la revista “The Menorah Journal”, New York, vol. XXVII, oct.-dic. 1940, páginas 279.295.

    [15] En la Historia de FERNANDO COLÓN, cap. II.

    [16] En el folio 122 r del Llibre de Reebudes de Tortosa, anterior al año 1316, se menciona un “Colom, jueu”. Cf. la reproducción de este folio en la obra de mi difunto amigo E. BAYERRI, Colón, tal cual fue, Barcelona, 1961.

  3. #3
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    Re: La solución definitiva del problema de la patria de Colón (Millás Vallicrosa)

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    Traigo a continuación el artículo de ABC de Manuel Rubio Borrás, al que hace referencia José Mª. Millás Vallicrosa en sus trabajos anteriormente transcritos. El artículo está dividido en dos partes, que fueron publicadas el 21 y 22 de Agosto de 1931.

    En el artículo aparece reproducido el documento de marras.


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    Colón mallorquín ABC (II).pdf

    Colón mallorquín ABC (y III).pdf

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