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Tema: La “dictablanda” del general Berenguer (1930-31) trajo la II República

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    La “dictablanda” del general Berenguer (1930-31) trajo la II República

    EL “ERROR BERENGUER”

    Gonzalo Fernández de la Mora (ABC, 9-V-1974)

    “Los centenarios son los imperativos de las rememoración. El del general Berenguer, cumplido hace unos meses, ha pasado casi inadvertido. Pero es una primera figura de nuestra Historia contemporánea, si bien entró en ella no tanto por sus africanos aciertos de soldado cuanto por sus matritenses errores de gobernante. Cuando Primo de Rivera, forzado por una absurda consulta, presentó su dimisión al Rey, improvisó una terna de candidatos para sucederle: los generales Barrera, Martínez Anido y Berenguer. Los dos primeros eran reflejo fidedigno del Marqués de Estella. El elegido para la Presidencia del Gobierno fue el último. Corría el mes de enero de 1930.

    Berenguer contaba con una brillante carrera militar. Había sido, como profesional, ministro de la Guerra; pero no era un político. El mismo lo declaró con reiteración: “Permanecí deliberadamente alejado de los asuntos políticos, que ni conseguían despertar en mí esa vocación, ni tenían relación con mi cometido”. Consecuentemente, no había pertenecido a “partido político alguno”, como se cuidó de subrayar siempre. El poder le llegó inesperadamente para él y para el país. ¿Por qué? Berenguer era un hombre de palacio. Llevaba años de jefe de la Casa Militar de Alfonso XIII, quien le había honrado con el condado de Xauen. El monarquismo era la columna vertebral de su concepción de la cosa pública. Fue elevado a las supremas responsabilidades en virtud de una adhesión personal. Literalmente: “Cedí por lealtad al Rey”. Esta patriota apolítico y fiel tenía fama de ser lento en decidir, bienintencionado y liberal. Poseía, además, una mente lúcida y sus libros lo prueban. Hay en ellos objetividad, mesura, orden, coherencia y claridad. Y sin embargo, su gestión fue funesta.

    Ortega y Gasset, en su famoso artículo de noviembre de 1930, sostuvo que el error de Berenguer fue haber realizado “la ficción política del aquí no ha pasado nada”. O sea, haber intentado que los españoles se olvidaran de la dictadura, un mandato que Ortega, recién abiertas las compuertas, se apresuró a calificar de “brutal”, “soez”, “frenético”, “insultante”, y hasta de “innoble mano de sayón”.

    Yo no creo que el error consistiera en pretender ignorar la caballerosa y fecunda dictadura
    , pues Berenguer gobernó bajo su permanente recuerdo, sino en carecer de una idea positiva y cabal del Estado. Por eso no estuvo a la altura de las desafiantes circunstancias.

    Berenguer, nuevo presidente, compuso tropezosa y apresuradamente un Gabinete sin contenido doctrinal. Todo el programa político se quintaesenciaba en la fórmula "retorno a la normalidad". Ésta es la sentencia que se encuentra en la primera nota que entregó a los periódicos y en la declaración del Gobierno y que se repite varias decenas de veces en su obra capital "De la Dictadura a la República”, fechada en 1935. ¿Qué significaba la normalidad? La vuelta a la situación anterior al pronunciamiento septembrino. Éstas son sus propias palabras: "Restablecimiento de la libertad", "reconstitución de los grupos políticos", "convocatoria de elecciones" y "absoluta imparcialidad" del Poder. No era un programa creador y continuista, sino de abdicación y ruptura. Equivalía a entregar a los adversarios la configuración del Estado.

    Los hechos fueron confirmando, día a día, este diagnóstico.Las primeras actuaciones del Gobierno Berenguer fueron o negativas o inhibitorias:

    revisionismo de la dictadura (“el estruendo de la revancha”, según la polémica, aunque no injustificada expresión de Calvo Sotelo),
    alto en el plan de obras públicas del Guadalhorce,
    automatismo en el nombramiento de ayuntamientos y diputaciones,
    neutralidad política de los gobernadores,
    libertad de asociación,
    levantamiento de la censura,
    reintegración a la Universidad del profesorado sancionado,
    reducción del intervencionismo económico,
    restricción del gasto público,
    reapertura de los procesos autonomistas regionales
    y liberalización de las corporaciones.

    Era algo así como hacer una pausa para que los más audaces, unidos y habladores determinarán cómo había de ser el Estado.
    Y así ocurrió:

    El primer incidente fue el mitin de Sánchez-Guerra atacando al Rey.
    En el Colegio de Abogados de Madrid, en el Ateneo y en la Academia de Jurisprudencia, triunfaron, según el propio Berenguer, “las candidaturas de los más agresivos al régimen”.
    Discurso de Prieto contra Alfonso XIII.
    Graves incidentes universitarios con Unamuno al frente, y un muerto en la Facultad de Medicina.
    Alocuciones republicanas de Miguel Maura y de Melquíades Álvarez.
    Reaparición de lo que Cambó llamaba “las viejas capillitas”.
    Instauración del fulanismo político (Berenguer enumera expresamente a mauristas, ciervistas, prietistas, romanonistas y albistas).
    Fragmentación entre conservadores, liberales y monárquicos, es decir, de la llamada derecha (a quince agrupaciones alude Berenguer).
    Progresiva concentración de las fuerzas de oposición que llegan a un frente único mediante el Pacto de San Sebastián.
    Ofensiva sindicalista a cargo de la CNT y de la UGT: las primeras huelgas importantes son las de Andalucía y Cataluña, luego, la general de Madrid.
    Baja de la peseta.
    Discursos marxistas de Saborit y Besteiro.
    Disidencias militares que se concretan en las sublevaciones de Jaca y Cuatro Vientos.
    Un sector de los dirigentes monárquicos propugna elecciones constituyentes para redactar una nueva ley fundamental, con evidente riesgo para la Corona.
    Numerosos partidos se niegan a concurrir a las anunciadas elecciones, porque ahora aspiran, no a un relevo de personas, sino a una reforma total del sistema. Desembarque parcial del estamento eclesiástico.
    Marañón, Pérez de Ayala y Ortega arrastran a la mayoría de los intelectuales al enfrentamiento con el régimen.
    Y la Prensa, que había acogido favorablemente la apertura inicial, se ha tornado en su casi totalidad hostil, porque se ha ido radicalizando.

    El día 14 de febrero de 1931 dimitió Berenguer. ¿Qué había hecho en el tiempo transcurrido? Aparte de alguna medida de autoridad policial o de ejemplaridad para evitar la quiebra del orden público, el Gobierno Berenguer se había limitado a asistir a la disolución del Estado y a su progresiva sustitución por el que preconizaban, no el país, sino unas minorías de frívolos o de resentidos contra la dictadura, las que monopolizaron los altavoces y conducirían a España al hambre y la sangre. Berenguer parecía un hombre fuerte, y lo era formalmente, pero, como escribió un observador extranjero, encabezó el Gobierno “más débil que existía en el mundo”. Cuenta un protagonista que el ingenio popular acuñó, entonces, el expresivo neologismo “dictablanda”.

    He aquí como un monárquico sincero y hombre de honor presidió casi todas las estaciones del viacrucis patrio hacia el 14 de abril, víspera de la tragedia. La primera víctima fue aquél a quien más había querido servir, el Rey; la segunda, mucho más terriblemente, fue la España que tanto amaba. ¿Las razones profundas? A Berenguer le faltaron las condiciones del hombre de Estado: es lo que Juan de la Cierva calificó, como un eufemismo, de “inexperiencia política”. Pero, sobre todo, el vacío doctrinal del poder, lo que Miguel Maura, ministro de la Gobernación del primer Gabinete republicano, denominó “la carencia de un programa de altura en el campo monárquico”. No todos los gobernantes han de poseer una idea de Estado; pero es necesario que la tengan los llamados a decidir en momentos de crisis, porque, en caso contrario, el Estado se lo harán los otros, o sea, los enemigos.

    Gonzalo Fernández de la Mora
    Última edición por ALACRAN; 17/09/2023 a las 22:22
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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