Franco recibió la máxima condecoración vaticana
Con ocasión de la celebración del Concordato entre España y la Santa Sede, en 1953, el entonces nuevo nuncio apostólico, Monseñor Antoniutti presentaba sus nuevas credenciales al Jefe del Estado Español, Francisco Franco:
«Excelencia: ...Como primer acto oficial de mi gestión, me cabe el alto honor de notificar a V. E. que S. S. el Papa Pío XII, gloriosamente reinante, con ocasión de la ratificación del concordato, se ha complacido en otorgar a V. B. la más alta honorificencia de la Santa Sede: la Orden Suprema de Cristo.
Dígnese V. E. aceptar mis cordiales felicitaciones por esta distinción excepcional, y recibir también mis mejores augurios en estas fiestas de Navidad, a la vez que invoco las más copiosas bendiciones del cielo sobre V. E. su egregia familia, su Gobierno y sobre todo el querido pueblo español».
Brillante historial de la Orden Suprema de Cristo
La Santa Sede concede esta condecoración, la más elevada de todas las pontificias, para premiar singularísimos servicios a la Iglesia.
La Suprema Orden Ecuestre de la Milicia de Nuestro Señor Jesucristo (Orden de Cristo), como orden pontificia había sido instituida desde su sede de Aviñón — ya en la lejana fecha del 14 de marzo de 1319 — por el Papa Juan XXII tan ligado a los fastos españoles con su creación de la archidiócesis metropolitana de Zaragoza y con su fundación de la Orden Militar de Montesa, y la dejó establecida para premiar los más relevantes servicios a la Iglesia universal en la defensa de la fe católica y en la lucha contra los infieles.
San Pío X, en la reforma del año 1905, en el breve que dictó acerca de esta orden, estableció «que ninguna otra le fuese superior en dignidad y que sobresaliese en todas las demás en grandeza y esplendor».
Se otorgó siempre con un criterio muy restringido. Con tanto rigor aplicó la Santa Sede el criterio restrictivo que, hasta 1955, según datos del anuario pontificio, la poseían el príncipe Félix de Borbón-Luxemburgo (1921), y el rey Humberto IX, de la firma del Tratado de Letrán, fecha en que también le fue concedida a su padre Víctor Manuel III, entonces rey de Italia. Después que S. S. Pío XII fue elevado al Pontificado había sido concedida al príncipe Chigi, gran maestre de la soberanía de la Orden de Malta, y la segunda a Francisco Franco, Jefe del Estado español.
Esta distinción no había sido concedida a ningún español desde el año 1894, en que se distinguió con ella al segundo marqués de Comillas, don Claudio López, fundador de la Universidad Pontificia de Comillas.
Esta orden pontificia tiene un único grado, el de caballeros. La condecoración consistía en una cruz de esmalte rojo, que lleva en medio otra blanca, pendiente de una corona real de oro, y se lleva al cuello sujeta a un collar que reproduce los emblemas pontificios. Al mismo tiempo se usa, en el pecho, la placa, consistente en la misma cruz rodeada de rayos de plata. Por el papa San Pío X y por la Cancillería de las Ordenes Ecuestres, se reglamentó asimismo el uniforme que correspondía a los caballeros de esta Orden.
Las Ordenes ecuestres pontificias son cinco, por orden de importancia : la Orden Suprema de Cristo, la Orden de la Espuela de Oro, la Orden Piana y las de San Gregorio el Magno y de San Silvestre, papa.
A la Suprema Orden Ecuestre de la Milicia de Nuestro Señor Jesucristo, sigue, en orden de precedencia, la Milicia Áurea de la Orden de la Espuela de Oro, que se concede a jefes de Estado, y que poseyeron, entre otros, el almirante Horthy regente que fue de Hungría y el ex-presidente de la República de Italia, Luigi Einaudi.
En 1948 Pío XII concedió a Luigi Einaudi la segunda de las condecoraciones mencionadas, la de la Espuela de Oro. Mas tarde, sin embargo, con motivo del vigésimoquinto aniversario de la Conciliación, en 1954, el Papa Pío XII quiso poner de manifiesto la cordialidad de relaciones existente como consecuencia de los acuerdos firmados en la época de Mussolini, y concedió a Einaudi la más importante de las Ordenes pontificias, o sea, la Suprema de Cristo.
Las otras cinco furon para el Príncipe Félix de Borbón y Luxemburgo, que la recibió en 1911 de Benedicto XV; Humberto de Saboya y el austríaco Miklás, a quienes fueron ofrecidas por Pio XI, y, por último, el Jefe del Estado español, Francisco Franco, y el ex-Presidente de la República Italiana, Luigi Einaudi, condecorados por Pío XII.
La investidura de esta altísima distinción se hace ante un cardenal, y en ella el nuevo Caballero hace promesa de adhesión a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana y representa el símbolo de la Fe.
Sobre el pecho del Generalísimo Franco, las manos de su eminencia reverendísima el cardenal-arzobispo de Toledo, primado de las Españas, doctor Pla y Deniel, que actuaba en nombre del Soberano Pontífice Pío XII, dejaron prendida la doble cruz — roja y blanca — de la Suprema Orden Ecuestre de la Milicia de Nuestro Señor Jesucristo.
Pocas pruebas más vivas de afección pudo, pues, dar el Romano Pontífice Pío XII al Caudillo y a España. En pocos pechos tan merecidamente pudo ser ostentada esta gloriosa condecoración como en el de Franco.
En el Breve pontificio por el que se hizo concesión de tal merced, Su Santidad mencionaba, como los más recientes títulos, el Congreso Eucarístico Internacional de Barcelona, en que, en representación genuina de su pueblo, Franco hizo pública y encendida profesión de fe ante el Santísimo Sacramento, así como la firma del Concordato de 1953 con la Santa Sede, mediante el cual «las necesarias relaciones que siempre existieron entre los romanos pontífices y la nación española han sido confirmadas para fruto y utilidad comunes».
Había, en la obra nacional y universal de Franco toda una serie de hitos de los que alcanzan una expresión simbólica el Congreso Eucarístico y el Concordato. Pero antes que uno y otro, cronológicamente, y-paralelamente a los dos, hubo una vigorosa y salvadora empresa de Cruzada de la que Franco fue caudillo y artífice. Defensor de la fe, fortaleza imbatible de la verdad, espejo de la virtud cristiana en su conducta y en su vida. Franco se hallaba en la línea de los héroes pretéritos que ofrendaron su espada, su razón y su ejemplo ante el altar de Cristo.
Comopremio a los grandes servicios en la defensa de la fe católica y en la lucha contra los infieles fue instituida esta, suprema orden ecuestre de la Milicia de Nuestro Señor Jesucristo, que desde 1953 descansó en el pecho de Franco. Fue una prueba más de consideración y amor que España debe a la gloriosa santidad de Pío XII.
Respuesta: Franco recibió la máxima condecoración vaticana
Estupendo. No sabía nada al respecto. Espero que los "dobermans" de la dichosa "Memoria Histórica" no se pongan a la busca y captura de la medalla. Aunque si puedo decir, que ayer mismo, hablando con un amigo sobre la solicitud del expediente de defunción de Franco que hizo el juez Garzón hace unas semanas, mi amgo contó que dijo en un restaurante entre la multitud. "Vaya hombre, pues como no encuentre el dichoso expediente más de uno creo que se va a quedar blanco de la impresión".
Y es que no hay nada nuevo bajo el Sol.
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Imposición al Jefe del Estado del Gran Collar de la Orden Suprema de Cristo.
En la capilla del Palacio de Oriente se celebró la solemne ceremonia de la imposición a S. E, el Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos, del Gran Collar de la Orden Suprema de Cristo, concedido por el Santo Padre Pío XII .
Al lado del Evangelio había sido colocado un gran dosel con dos reclinatorios de damasco, y entre el dosel y el altar, un sitial destinado a los cardenales-arzobispos de Toledo, Santiago de Compostela y Tarragona.
Como invitados se encontraban allí el Gobierno en pleno, el Consejo del Reino, todo el Cuerpo diplomático acreditado en Madrid, presidido por su decano, el Nuncio Apostólico, monseñor Ildebrando Antoniutti; el patriarca de las Indias Occidentales y obispo de Madrid-Alcalá; el arzobispo de Sión; el obispo consiliario de la Acción Católica Española, y los dos obispos auxiliares de la diócesis, todas las primeras autoridades civiles y militares de Madrid, el deán de la Catedral, el decano del Tribunal de la Rota y el abad del Venerable Cabildo de párrocos.
El Caudillo y su esposa fueron recibidos en la puerta del templo por el patriarca de las Indias Occidentales, doctor Eijo Garay, de quien, postrados de rodillas, recibieron el agua bendita y un crucifijo, que fervorosamente besaron.
Mientras SS. EE. pasaban a ocupar los tronos bajo el dosel y los cardenales-arzobispos sus respectivos sitiales al lado del Evangelio, la «Schola Cantorum» del Semirnario de Madrid interpretó las antífonas «Da pacem Domine».
Desde el pulpito se procedió a la lectura, en latín y en castellano, del texto de la bula de Pío XII por la que se concedía la Orden Suprema de Cristo al Generalísimo Franco.
El texto de dicho documento es el siguiente:
«Pío Papa XII. — A nuestro amado hijo Francisco Franco Bahamonde, Jefe del Estado Español. — Salud y bendición Apostólica:
Recordamos con cuanta solemnidad y concurrencia de fieles celebrábase el año pasado en Barcelona el Congreso Eucaristico Internacional, al que nos consta que las autoridades civiles prestaron entusiasmo y colaboración.
«Además, con motivo del reciente Concordato celebrado entre esta Sede Apostólica y la Nación española, nos hemos congratulado por la feliz terminación del mismo y por vuestra adhesión a la cátedra de San Pedro, puesta muy de manifiesto en la elaboración de tan importante acuerdo.
De este modo, las necesarias relaciones que siempre existieron entre los Romanos Pontífices y la Nación española, han sido confirmadas para fruto y utilidad comunes.
«Sabemos que este es también vuestro sentir y el del católico pueblo español a través de las cartas oficiosas que nos habéis remitido y por las cuales os damos las más expresivas gracias.
»Por estas y otras razones, queriendo daros una muestra de nuestra benevolencia, por estas nuestras letras os elegimos, constituimos y nombramos Caballero de la Milicia de Jesucristo y os admitimos en nuestra Suprema Orden de los citados caballeros.
»Y para que podáis recibir el habito de dicha Orden de manos de cualquier cardenal de la Santa Romana Iglesia, o bien de un obispo católico en comunión con la Santa Sede, concedemos al por vos elegido las oportunas facultades. Ante el cardenal de la Santa Romana Iglesia u obispo por vos designado para recibir las insignias honoríficas, haréis la profesión de fe en cuanto se contiene en la fórmula de admisión en la Orden de la Milicia de Jesucristo, que mandamos se os envíe juntamente con el modelo de hábito, cruz, insignias y collar de oro, concedidos por esta Sede Apostólica a dicha Suprema Orden.
Inmediatamente que hayáis ejecutado todo esto, os hacemos partícipe de todos los derechos y privilegios que en cualquier tiempo y forma se hayan concedido a los demás caballeros de la Milicia de Jesucristo, no obstante cualquier cosa en contrario.
«Dado en Roma, en San Pedro, bajo el anillo del Pescador, a veintiuno de diciembre de 1953, decimoquinto de nuestro pontificado. — Pío Papa XII
Terminada la lectura del Breve pontificio, se destacaron de los sitiales reservados al Gobierno los ministros de Asuntos Exteriores y Justicia, señores Martín Artajo e Iturmendi, respectivamente, que actuaron como testigos de la ceremonia, y en compañía de los cuales el Jefe del Estado se dirigió hacia el altar mayor, donde en un reclinatorio situado ante el cardenal-arzobispo de Toledo, doctor Pla y Deniel, se hincó de rodillas para pronunciar con tono firme y conmovido las palabras de la profesión de la fe. Puesto en pie, el cardenal primado y auxiliado por el maestro de ceremonias, don José María Bulart, procedió a imponer al Caudillo los atributos de la Suprema Orden de Cristo.
Pusieron fin a la solemne ceremonia las imponentes estrofas del «Te Deum Laudamus» en acción gracias, cuyo cántico fue iniciado por el cardenal-arzobispo de Toledo, revestido de pontifical, y continuado por las voces de la «Schola Cantorum» del Seminario madrileño.
La Suprema Orden de Cristo tiene mucho más rango que otras valiosas órdenes vaticanas, como son la de la Espuela de Oro y la Piana, reservada habitualmente a jefes de Estado, ministros de Gobierno y embajadores. Muy pocos jefes de Estado son condecorados La inclusión del Caudillo de España en la estrictísima Milicia de Nuestro Señor Jesucristo rebasó el significado exclusivamente protocolario para situarse en el plano más elevado de una especial demostración de afecta del Pontífice, Pío XII, hacia el Caudillo y a la nación española, ya que la honra que la Santa Sede hace a Franco revirtió, en cierto modo, a toda la población de nuestra Patria, que tanto se ha distinguido en su gloriosa historia en la propagación y custodia de las verdades de la Fe.
Respuesta: Franco recibió la máxima condecoración vaticana
No se ustedes hermanos, pero muchas veces pienso que ojalasaliera otro hombre como el.
otras veces pienso "otra guerra", y me digo, no mas muertes no.
Pero otras veces me digo, como no sea así no hay nada que salve a esta España catolica.
Respuesta: Franco recibió la máxima condecoración vaticana
No habrá Amnesia Histérica que pueda borrar ni sus años de gobierno en la Historia de España ni su figura, tiempo al tiempo el necesario para que sus enemigos enanos desaparezcan con el polvo. ¡PRESENTE!
Respuesta: Franco recibió la máxima condecoración vaticana
A ZP-atera la única condecoración que recibirá en su triste vida, será una chapa de la Mirinda por los cinco millones de trabajadores que se quedaran sin trabajo en 2009.
Respuesta: Franco recibió la máxima condecoración vaticana
No se, a mi me parece que Franco fue un auntentico enigma. No me creo que fuera tonto como dicen ahora pero tampoco me parece un intelectual. Más cuando se alio con los estadounidenses y se empezo a tornar liberal...Para mi ese hombre es un enigma.
Respuesta: Franco recibió la máxima condecoración vaticana
Creo "muñoz", que todos los hombres somos enigmas. Más cuando estamos llevando las riendas de una gran nación y debemos tomar decisiones de hondo calado y profunda responsabilidad en una España en guerra (el caso de Franco) o sacando a esa nación del ostracismo al que la quisieron llevar otras potencias.
ZP no creo que pase el filtro de la Historia, y quede condecorado con una chapa de Mirinda, o colgado de una farola por las circunflejas cejas. El como termine me importa poco. Pero que termine pronto, ¡¡por Dios!!
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Re: Franco recibió la máxima condecoración vaticana
El «no» de Franco a Pío XII
Mucho se ha escrito sobre La relación entre la iglesia y el régimen. Lo cierto es que Franco separaba los intereses que consideraba beneficiosos para la causa de su fe católica
http://hispanismo.org/attachment.php...tid=9405&stc=1
Franco en sus tiempos de África no era un hombre especialmente religioso, pero el carácter de persecución religiosa que tuvo la Guerra Civil levantó un enorme fervor creyente entre la mayor parte de la población del bando sublevado. La matanza indiscriminada de miles de curas y monjas, sin lugar a dudas, acentuó la conciencia religiosa de muchos españoles y entre ellas la de Franco.
Resulta innegable que en la insurrección cívico militar del 18 de julio de 1936 tuvo un importante peso la sangrienta persecución que sufrían los católicos por el Frente Popular. Si muchos militares y falangistas se sublevaron para evitar la victoria del comunismo en España, hubo otra parte de la población española que se sumó al alzamiento para defender su libertad religiosa.
Durante toda la guerra Franco viajó al frente con la reliquia del brazo incorrupto de Santa Teresa, verdadero talismán en los tres años que duró la guerra.
A lo largo de cuatro décadas Franco, como cabeza indiscutible de su régimen, se apoyó fundamentalmente en cuatro grupos políticos, familias en el argot del franquismo, que serían la base de su gobierno: el Ejército, la Falange, los católicos de la ACNdP y el Opus, y los tecnócratas reclutados entre los cuerpos más cualificados de los funcionarios del Estado.
La presencia importante de los católicos, junto a la firma del Concordato de 27 de agosto de 1953 y el encomendar la educación de buena parte de los españoles a la Iglesia, ha sustentado la idea de una desproporcionada influencia de la Iglesia Católica en el régimen y sobre el propio Franco.
Católico convencido, a pesar de su clara fidelidad a los dictados de la Iglesia de Roma, nunca olvidó que los intereses de España, de su España, no tenían ni podían estar supeditados a las directrices e intereses de Roma. La Iglesia Católica ordenaba en materias de fe de forma incuestionable para un católico, al ser el Papa, sus obispos y cardenales los herederos de Pedro, pero existía otra parte en los deseos de Roma y del Primado de España que eran parte de la política mundana a la que el Jefe del Estado español no tenía porque obedecer. Franco nunca dejo a los curas «curear» en lo referente a su gobierno, siendo esta una de las cuestiones más desconocidas del franquismo y sujeta a tópicos más arraigados.
Recientemente, entre unos legajos del archivo Franco, han aparecido un conjunto de tres documentos fechados a comienzos de los años cuarenta de indudable importancia histórica: dos cartas personales del Papa Pío XII a Franco referentes a la prohibición de regresar a España del cardenal Vidal y Barraquer y la respuesta privada del Jefe del Estado español al Sumo Pontífice.
Esta correspondencia evidencia las tensiones entre el Estado español y la Santa Sede en relación a la actitud de un príncipe de la Iglesia como era el antiguo obispo de Tarragona Vidal y Barraquer, evidenciándose la fractura de parte de la Iglesia catalana con el Estado español, una fractura que llega hasta la actualidad.
Con el comienzo de la Guerra Civil el cardenal Gomá, primado de España, dada la situación de abierta persecución que la religión católica sufría en la España republicana a finales de 1936, reunió a los obispos que se habían librado de la muerte y que estaban en la España Nacional para redactar y dar a conocer una carta colectiva, con el beneplácito del Papa, a favor de los sublevados. El 1 de julio de 1937 fue firmado el documento que conocemos por Carta Colectiva del Episcopado español a los obispos del mundo entero, aunque no se divulgó hasta agosto del mismo año. El 8 de julio de 1937 la Santa Sede reconocía al gobierno de Franco.
Un poco antes, en febrero de 1937, la Santa Sede había renunciado a publicar una condena a los católicos que colaborasen con el Frente Popular por causa de la delicada situación del PNV, un partido católico y de ultra derecha que, por motivos independentistas, optó por apoyar al gobierno de los socialistas Largo Caballero y Negrín.
El obispo de Tarragona Vidal y Barraquer, catalanista, huido de España, no quiso firmar la Carta Colectiva, al igual que los obispos vascos Javier Irastorza Loinaz, exiliado en Gran Bretaña, y el de Vitoria Mateo Múgica Urrestarazu.
El 30 de diciembre de 1942, ante la oposición de Franco a que el cardenal Vidal y Barraquer regresase a España, Pío XII le pide directamente que autorice el regreso a España del cardenal catalán. Una petición que para el Papa Pacelli, un hombre muy orgulloso, tuvo que suponerle un enorme sacrificio.
La carta de Pío XII
«Nos llegan confiados ruegos de que vuelva a su sede el Eminentísimo Cardenal Vidal y Barraquer»
«Al Amado Hijo Francisco Franco Bahamonde
Jefe del Estado Español
Pius PP. XII
Sin duda ninguna que Te es bien conocido el particular afecto con que (...) seguimos de cerca y día por día el resurgimiento espiritual de esa católica Nación (...) con la ayuda de las sabias leyes dictadas por Tu Gobierno, se afanan en la reconstrucción moral y religiosa del País.
(..) Permite por tanto, Amado Hijo, que en este momento, que Nos parece oportuno, Te abramos Nuestro corazón con paternal confianza acerca de una cuestión en cuya solución hemos tenido y tenemos particular interés, y para la cual esperamos de Tus nobles sentimientos religiosos y caballerosos, y para Nos tan devotamente filiales, el apoyo decisivo. Desde hace tiempo y de muchas partes Nos llegan confiados ruegos de que vuelva a su sede el Eminentísimo Cardenal Vidal y Barraquer Arzobispo de Tarragona, que, como bien sabes, tuvo que ausentarse de su querida archidiódesis en circunstancias dolorosas y trágicas para España y para la Religión. La demasiada prolongada ausencia, la reiterada petición del Clero y fieles, el legítimo anhelo apostólico del venerado y celoso Pastor de gastar sus restantes energías en provecho de las almas que durante tantos años fueron su «gozo y su corona», su misma dignidad de Príncipe de la Iglesia son otros tantos motivos para que no diferamos más el escribirte en su favor, confiando en que dispondrás que no se ponga ningún obstáculo a su regreso a la sede de Tarragona, aunque, a juicio de ese Gobierno, no hubiese siempre y en todo correspondido a lo que de él se esperaba en alguna cuestión de índole práctica».
A pesar de lo que tan directamente Pío XII le pedía, dentro de la más pura y melosa literatura vaticana, cargada de lisonjas y medias verdades, y todo tipo de parabienes para España y su Caudillo, Franco le contesta a comienzos de 1943.
La respuesta de Franco
«La intervención de Vidal y Barraquer contribuyó a desencadenar en Cataluña hechos trágicos»
«Beatísimo Padre:
Humildemente, como corresponde a quien nada desea tanto como ser en todos sus actos un fiel cristiano y un hijo obedientísimo de la Santa Madre Iglesia, he acogido las palabras de Vuestra Santidad en su carta de 30 de Diciembre de 1942.
(...) A este fin, que mi deseo más vivo proceder en todo de tal manera que mis actos, aún en los más pequeños, puedan sentirse los anhelos de quien es Vicario de Cristo en la tierra hasta llegar, en el grado máximo posible, a una completa compenetración con Él. Y así me bastaría su indicación para acceder a cuanto se me pide, no solo en lo que se refiere al Eminentísimo Cardenal Vidal y Barraquer sino también en cualquier otro punto.
Es, sin embargo, mi obligación ineludible exponer a Vuestra Santidad algunas circunstancias que concurren en el caso de su Eminencia y que no pueden dejar de ser tomadas en consideración sin peligro de daños muy graves. Las heridas causadas por la guerra civil española no están aún cicatrizadas ni muchos menos, y las pasiones y dolores de quienes se vieron atropellados, perseguidos y despojados de cuanto amaban (no sólo en sus bienes y aún en las personas de su familia que les fueron arrebatadas, sino también en su derecho a practicar la religión y a dejarse guiar por sus Sacerdotes y Obispos, que fueron muertos en el elevadísimo número por la representantes del gobierno rojo al servicio del comunismo y la masonería), están aún vivos y se siente excitados nuevamente con la presencias de personas o cosas que viven en ellos el recuerdo de aquellos hechos.
Sin tratar de juzgar a un Príncipe de la Iglesia en el ejercicio de su Misión Apostólica, cosa que excede de mi incumbencia, sí debo afirmar que son muchísimos los que creen que la intervención, quizás involuntaria, de su Eminencia (Vidal y Barraquer) en la vida política, contribuyó poderosamente a crear condiciones propicias al desencadenamiento en Cataluña de aquel conjunto de hechos trágicos;porque personas que gozaban de la simpatía y apoyo de Su Eminencia en la región catalana, haciendo uso de todas sus fuerzas e influencias en dicha región, colaboraron con los autores indudable de tantos crímenes y tanta persecución. La labor de apaciguamiento que se viene realizando en España, aspirando a que toda ella se una para que sus fuerzas estén intactas en el momento en que pudiera ser necesario volver a defender a la Iglesia contra aquellos mismos enemigos que hoy, como en el curso de nuestra guerra civil, la amenazan en todas partes, se vería comprometida gravemente si no se tomara en consideración la importancia del número y calidad de quienes así piensan».
«(..) Y para ello la unidad nacional, que atacan sin tregua las personas que estuvieron más ligadas a Su Eminencia, es cosa totalmente indispensable.
Además, la Diócesis de Tarragona ha cambiado mucho en el tiempo en que su Eminencia está ausente. Muchos de los que encontraron en él aliento (el separatismo catalán), por motivos seguramente elevados de Su Eminencia, pero que ellos utilizaron para fines enteramente censurables, desean ahora su regreso para tratar de salir de la oscuridad en que se encuentran y tener posibilidades de reincidir en sus turbios manejos. Por otra parte no puedo menos que temer que otras personas, de indudable buena fe y cuya obediencia incondicional a la Santa Sede no puede ponerse en duda, por reacción contra aquellos, no se sienten dispuestos a recibirle en la Diócesis de Tarragona con la sumisión y el respeto a que por su alta condición tiene derecho, cosa que sería enteramente contraria al interés de la Iglesia y al apoyo del propio Gobierno español, que no se sabe cómo se puede imponer por la fuerza del Estado el cariño hacia una autoridad Eclesiástica cuando la parte más sana de la Diócesis no le ama y muchos en ella verían con profundo dolor su regreso. NO me es, pues, posible garantizar que en territorio español se le reciba sin recelo y se le trate con la debida consideración.
Postrado ante la Santidad de quien es cabeza visible de la Iglesia de Cristo, beso la sandalia de Vuestra Beatitud, rogándole que me considere como el más sumiso y obediente de sus hijos».
En este intercambio epistolar se demuestra la total separación que hacia Franco de su fe de católico con los intereses políticos de la España Nacional, situando su gobierno de las cosas de España por encima de la voluntad de Pío XII.
https://www.larazon.es/cultura/el-no...xii-OC19932950
Re: Franco recibió la máxima condecoración vaticana
Muy bueno tu aporte Trifón!
No conocía esta magnífica respuesta del Caudillo al Papa Pio XII.