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La Santa Inquisición en defensa de las libertades sociales
La Santa Inquisición en defensa de las libertades sociales
http://1.bp.blogspot.com/-kP3dbi5qqC...nquisicion.jpgCuenta Antonio Pérez, que estando Felipe II en la iglesia de San Jerónimo de Madrid, un orador dijo queriendo adularle, que "el rey era absoluto". Siendo el absolutismo un producto perverso del protestantismo, el auditorio se escandalizó, y fray Fernando del Castillo, del Santo Oficio tomó cartas en el asunto juzgando que tal afirmación era una barbaridad, pues la Iglesia era firme defensora del derecho foral. La "terrible condena inquisitorial" fue ni más ni menos que obligar al adulador a retractarse de dicha afirmación en el mismo púlpito.
(En Españoles que no pudieron serlo, de José Antonio Ullate Fabo)
El Matiner
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Re: La Santa Inquisición en defensa de las libertades sociales
Obviamente estoy de acuerdo con la Inquisición y con esa condena, pero me parece exagerado eso de decir que el "absolutismo es un producto perverso del protestantismo". ¿El absolutismo no es un producto de la Francia católica y de la Rusia zarista (ortodoxa)?
Igual no estoy de acuerdo con el galicanismo, pero en general, ¿no fueron buenos gobernantes, los reyes absolutistas de Francia y los autócratas de Rusia?
Me gustaría ver el texto de esa condena inquisitorial.
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Re: La Santa Inquisición en defensa de las libertades sociales
Estimado Nicus:
Lo que ha escrito Hyeronimus es completamente ortodoxo, el absolutismo es una doctrina siniestra de origen protestante. Jamás la Iglesia ha propiciado-ni podría hacerlo-una doctrina que predique el poder absoluto por parte del gobernante. Es el origen de todo totalitarismo; los peores de todos: democracia y marxismo. El absolutismo, con aquel estado que se pretende todopoderoso, inmiscuído en todos los asuntos-educación, culto, cultura, etc.-, que incluso pretende celebrar matrimonios, es la negación misma de una sociedad orgánica con una clara distinción entre soberanía social y soberanía política. El absolutismo es la doctrina del "Gran Hermano" del estado moderno. Y el absolutismo que pretendieron imponer los borbones no sólo fue malo sino pésimo.
EXURGE DOMINE ET JUDICA CAUSAM TUAM
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Re: La Santa Inquisición en defensa de las libertades sociales
Estimado Cristián:
Pero yo tengo entendido que el absolutismo no era absoluto (no era un régimen totalitario), sino que estaba limitado por los Diez Mandamientos y las Leyes Fundamentales del Reino, que ni el Rey las podía cambiar. ¿Acaso Luis XIV, Luis XV o el mártir Luis XVI fueron herejes?
Claro que lo mejor es la sociedad orgánica, no estoy de acuerdo con el absolutismo, pero lo prefiero antes que el totalitarismo democrático y marxista.
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Re: La Santa Inquisición en defensa de las libertades sociales
Nicus, durante mucho tiempo Francia estuvo bajo el influjo del jansenismo. Y la iglesia rusa, al estar separada de la Sede Romana, incurrió en algunas desviaciones doctrinarias (no tan graves como en el caso de las monarquías calvinistas, por cierto). Eso sí, cuando el peligro comunista era inminente, el zar les hizo leer a sus obispos una encíclica...
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Re: La Santa Inquisición en defensa de las libertades sociales
CARLISMO.ES - Los reyes de Francia, ¿fueron fieles a la catolicidad?
Los reyes de Francia, ¿fueron fieles a la catolicidad?
EL DERECHO DIVINO A LA DERIVA
Nuestra adhesión a la nación, ante todo si se refiere a empresas temporales, es una exigencia natural pero secundaria. Nuestra obligación principal y primaria es la adhesión a la fe católica. Partiendo de esta verdad, se impone un examen de conciencia católico sobre nuestro patriotismo. Examen que revela la existencia en nuestra monarquía sacral de una desviación o atentado, que ha constituido de larga data el origen, -en un avance sin prisa pero sin pausa- del laicismo destructor de la fe que caracteriza a nuestro país.
No es por un desgraciado azar que nuestro país será, con la Revolución francesa, el primer modelo absoluto de este laicismo destructor. El claro atentado contra el papado, manifestado en la aprobación efectuada por Luis XVI de la revolucionaria Constitución civil del clero, no hubiera podido expandirse libremente de no haber estado profundamente enraizado en nuestro pasado monárquico. Como señala Jaurès, la Constitución civil no sólo laicizaba al estado sino también a la Iglesia francesa en contra de Roma. Aunque Luis XVI se redimirá muriendo como admirable mártir en la defensa del clero fiel a Roma, no pudo escapar inicialmente a esta desviación.
El nacimiento del espíritu laico en la monarquía
El origen de esta desviación es remoto. Proviene de la ambigüedad en la que se ha desarrollado, a partir de un cierto momento histórico, nuestro Estado monárquico, operando así el carácter laico y nacionalista de su catolicismo. Hablando con claridad, éste carácter se origina en la infidelidad de hecho, en cuanto Estado, a su vocación católica, y todo bajo apariencia de sacralización.
Estas características fundacionales no son evidentes sino hasta la finalización del siglo XIII, ya que nuestra primera Edad Media, modelo de pureza monárquica católica en su florecimiento final con San Luis, queda indemne. Por un misterio de iniquidad, todo pierde su control con el nieto de San Luis, su heredero directo y casi inmediato, Felipe el Hermoso. La ruptura se produce más precisamente en 1298 bajo su reinado. En este año, por primera vez, la cancillería del rey ungido que desde la época carolingia había sido dirigida naturalmente por un eclesiástico, queda en poder de un combativo legista laico, Pierre Flotte. Según los especialistas Riché y Lagarde, es éste el antecedente dramático para la monarquía francesa de lo que ellos llaman “el surgimiento del espíritu laico”.
Felipe el Hermoso, rey ungido, resulta así el único -a mi entender- que en Europa osó poner su mano sobre el Papa en una tentativa cuidadosamente organizada, dirigida a desplazarlo por la fuerza y deponerlo. Hecho que ocurrió luego de haber ordenado la redacción del texto falsificado de una bula pontificia impuesta a nuestros Estados Generales y a nuestro clero en 1302. Éste fue el primer abuso, el primer atentado fundador, que llamamos “el atentado de Anagni” (1303). Ya que, en el fondo, nuestra Revolución, al desplazar y dejar morir prisionero en Valence al papa Pío VI logrará con éxito lo que Felipe el Hermoso ya había intentado contra el papa Bonifacio VIII en el siglo XIV.
Cismas y lo peor. De Carlos VII a Francisco I
La magnífica reacción de pureza monárquica católica llevada a cabo por Juana de Arco -desde fuera de la monarquía- en el siglo XV, fue rápidamente echada al olvido. El mismo Carlos VII que Juana hizo ungir impone en 1438 -sólo siete años después del martirio de la doncella- la Pragmática Sanción de Bourges que, deroga y revoca los poderes del papado, proclama la supremacía del concilio sobre el papa y permite al mismo rey asegurar la designación de los obispos. Este acto de rey ungido de intromisión laica en los asuntos de la Iglesia no será jamás aprobado por Roma. Pero anuncia el desenlace, ya que Luis XII, otro soberano ungido, es el único -a mi entender- que en la Europa del siglo XV reunió y sostuvo hasta el final, un concilio cismático para deponer a un nuevo papa legítimo, tal como Felipe el Hermoso quiso hacer en su tiempo. Concilio que Luis XII arrastra con obstinación de Pisa a Milán y de Asti a Lión a partir de 1511, renunciando a él formalmente mediante “cartas patentes” el 26 de octubre de 1513.
En el mismo sentido en diciembre de 1535, Francisco I -otro rey ungido- hizo leer ante la Liga luterana de Smalkalde su Confesión en la que aprueba con firmeza, contra el papa y la doctrina católica, lo esencial de la Reforma. A tal punto que esta Confesión se incluye en el Corpus reformatorum.
Tan poco duda Calvino que al instante dedica a Francisco I en una carta pública la edición del tratado fundamental de su herejía, la Institución de la religión cristiana. ¿Y todo esto por qué? Según el especialista de la época, Albert Renaudet, la intención laicizante comprometida de nuestro rey ungido es “de establecer un proyecto de Reforma evangélica moderada, que se impondría luego al papa, al concilio y al emperador”, haciendo así del rey de Francia el nuevo emperador reformado de toda Europa. ¿Y cómo es esto? Poniendo en acto aun con violencia las palabras. Un testigo irrecusable de la época, San Francisco de Sales escribía: “En los tiempos en que Francisco I ocupaba casi toda la Saboya (1536-1538) los Suizos de Berna infectados al mismo tiempo por la peste Luterana y Zwingliana se lanzaron sobre las regiones vecinas a la Saboya. (...) La furia impetuosa y tiránica de los berneses sobre nuestros saboyanos provocó el comienzo de la reacción armada francesa.”
“El error de vuestros antepasados perdura”
Pocos meses antes de la Confesión reformada de Francisco I -en la primavera de 1535- este rey ungido envió a un gentilhombre de su corte para advertir a los turcos que se prepararan a enfrentar la cruzada montada en su contra y de la que él había tenido información confidencial. El objetivo de esta cruzada era Túnez, sitio en que San Luis se había batido dos siglos y medio antes y que reunía ahora al papa, los reyes de Portugal, de España y a los Caballeros de Malta. En la misma época el saqueo de Roma en 1527 por las tropas desbandadas de Carlos V, había alcanzado aun al papa en cuanto soberano temporal beligerante en las guerras de Italia, pero no como en el caso del rey de Francia, al papa en cuanto jefe de la cruzada, ni aun menos en cuanto soberano pontífice eclesiástico y espiritual. No obstante la contemporaneidad de los hechos, este papa corona personalmente a Carlos V como emperador y rechaza la pretensión de divorcio del rey de Inglaterra Enrique VIII, divorcio que Francisco I en su visión pan-reformista buscará imponerle.
Más tarde, Enrique II -otro rey ungido e hijo de Francisco I- que no veía con buenos ojos el Concilio de Trento, al que había prohibido la asistencia de sus obispos, fue el único en Europa -a mi entender- que a imitación de su padre en la traición de la cruzada, llamó contra Roma a las flotas islámicas a fin de provocar su desembarco en los Estados de la Iglesia y coaccionar al papa bajo los estandartes del Profeta. Era el año 1551. Daniel Rops en su Historia de la Iglesia de Cristo tilda al hecho de “escandaloso”.
En la misma línea, Carlos IX, hijo de Enrique II, es el único -a mi entender- que en la Europa católica pretendió imponerse nuevamente a otro papa mediante la designación como embajador de Francia ante la Santa Sede, de un obispo -su creación- juzgado y rechazado por este soberano pontífice como “notorio hereje” protestante. En 1567 el papa se vio obligado a declarar persona non grata a este representante oficial del sacro Estado francés. Esta vez quien resalta el hecho es el cardenal Grente en su obra San Pío V.
El papado -en la persona del más santo de sus pontífices- no vacilará en poner de manifiesto oficialmente la permanente infidelidad de nuestros reyes consagrados. Reyes ungidos que por su forma de proceder harían enrojecer a más de un reciente republicano laicista. En 1570-71 el rey sacro Carlos IX, conforme a lo que precede, fue el único de los reyes del Mediterráneo católico que no sólo rechazó, sino también saboteó la cruzada contra el Islam (masivamente ofensivo entonces) que concluirá con la gran victoria católica de Lepanto. Triunfo que salvó a Europa mediterránea y a la misma Roma del sometimiento al Islam. Todo a pesar de la Francia de Carlos IX. Conviene citar al respecto las palabras que dirige San Pío V a este soberano si queremos hablar alguna vez lúcidamente de un renacimiento católico para Francia: “El error de vuestros antepasados no justifica el vuestro. Dios castiga a veces en los hijos las faltas de sus padres. ¡Cuánto más aplicará su justicia sobre los que pretenden perpetuar los errores de sus padres!”
Inspiración dominante del derecho romano y laicismo violento
Desde el final del siglo XIII existe en la monarquía francesa una conjunción teóricamente contradictoria pero efectivamente confluente de la unción sagrada y de la inspiración dominante en el derecho romano de un Estado pagano, laico, entendido como absolutista e imperialista. Es evidente que -como su mismo nombre lo indica- la Pragmática Sanción del rey ungido Carlos VII, librando la Iglesia de Francia de la autoridad pontificia, denota en derecho romano un acto legislativo de tipo imperial. Inspiración que no era la de nuestra primera monarquía medieval -de tono absolutamente cristiano- y que por el contrario, los Flotte, Nogaret y Dubois, consejeros activos de Felipe el Hermoso han defendido tan resuelta y subversivamente como nuestros revolucionarios de 1789. A partir de 1306 -por ejemplo- Dubois reclamaba la confiscación de los bienes de la Iglesia para la Corona, lo que Luis XVI rey ungido, permitió también inicialmente a la Revolución. De ahí en más, existen en toda Francia universidades dedicadas al derecho romano -siendo la primera la de Montpellier de la que egresaron Flotte y Nogaret- salvo en París donde al carácter eclesial de la universidad prohibió rigurosamente la enseñanza de este derecho anti-eclesial mediante el dictado del decreto pontifical Super Specula de 1219.
Es en esta impregnación del derecho romano que la Revolución francesa encontrará también su nutriente. Se debe ver bien esto: bastante antes de la Revolución el tono de laicismo -aún violento- se expresa sin reservas en la Francia monárquica y lo hace en términos parecidos a los que emplearon nuestros laicistas franceses de 1996 para protestar contra la recepción preparada al papa en la Reims de Clodoveo. El artículo “Pragmática Sanción” del famoso diccionario histórico del abad Moreri dedicado a Luis XIV, trata al concordato -firmado con Roma en 1516- de “traición a la causa pública” y de “vil condescendencia”, siendo el oprobio del negociador -el canciller du Prat- el haber recibido como “recompensa el capelo cardenalicio”. Al tratar “Prat” lo define como: un hombre “odioso para toda gente de bien”.
Lo que eran “las libertades de la iglesia galicana”
En Francia se exigía al rey -en el mismo momento de la unción- el juramento de asegurar que el poder eclesiástico (Canonicum privilegium) al igual que los poderes laicos procedería únicamente (unicuique) del soberano y sería ejercido a través de la iglesia local que éste controlaba. Los reyes de Francia renovaban así -a pesar de Roma- las pretensiones que los emperadores de la Querella de las Investiduras habían abandonado progresivamente. Sentaban de esta forma las bases de las pretensiones del josefismo austriaco del final del siglo XVIII, cuya imitación en Francia desde 1750 -bajo la influencia de Choiseul- se transformaron en una “lucha infernal” contra la Iglesia, tal como escribe el especialista Michel Claverie al estudiar la relación de los agentes generales del clero francés de 1765.
En virtud de estas “libertades de la iglesia galicana” el rey podía ignorar toda decisión de la Iglesia pontificia y conciliar -decreto o canon- posterior a la institución de su consagración que data de la época de Pipino el Breve. Estaba bien claro: sólo los cánones o decretos del corpus canonum promulgados al final de este remoto siglo VIII de Pipino el Breve, eran aceptados como obligatorios por el rey de Francia. Todos los actos pontificios o conciliares posteriores sólo tenían valor en Francia si el rey los aceptaba en su soberanía independiente -laica y absoluta- de acuerdo al derecho romano. De ahí el escándalo de un concordato que reconocía en el siglo XVI al papa como suma autoridad de la Iglesia, aun cuando ese concordato fuese aprobado por el Concilio de Letrán en 1517. De ahí el rechazo en el seno de la monarquía francesa –la única en Europa católica- de las orientaciones religiosas definidas por el Concilio de Trento a partir de 1565. De ahí también -al final de la monarquía- la Constitución civil del Clero ejerciendo su influencia laicista, en contra de Roma, sobre la misma Iglesia y con el acuerdo inicial de Luis XVI.
La revelación de Pío VI
Los errores detectados por Pío V -responsabilidad directa de la monarquía- culminarán en la Constitución civil del Clero. Pío VI reiterará la advertencia mediante una admirable diatriba. En su “consistorio secreto” del 26 de septiembre de 1790, el Papa señalará que tanto esta Constitución, como su efecto laicizante antipontifical, habían sido preparados por la misma monarquía -antes de la revolución- durante el ministerio confiado por Luis XVI a Loménie de Brienne.
Además, la política exterior dominante de la monarquía francesa desde el siglo XV, no había sino contribuido a esta desviación interna que culminó a la vez con la Constitución civil y con la Revolución anticatólica. Fundada simultáneamente sobre las alianzas protestante e islámica, esta política exterior de la monarquía que buscaba solamente favorecer una y otra vez lo que consideraba como sus propios intereses laicos particulares, no había logrado más que distanciarse del papado y desmantelar las relaciones y fidelidades al catolicismo, imponiendo en su lugar un relativismo cínico en sus intenciones y en sus actos. Espíritu que se demuestra en las dos masacres (1569 y 1638) llevadas a cabo por los protestantes germano-suecos contra los católicos del Franco Condado. Lo testimonia asimismo el hecho de haber promovido el sometimiento por la fuerza (1735) de los cristianos de Rumania y de Serbia al poder del Islam turco del que ya se habían liberado. Este último suceso fue considerado como “la obra maestra de la diplomacia francesa”.
En definitiva, esta otra pedagogía propiamente monárquica -bien concreta- no logró más que conducir los espíritus hacia la autonomía generalizada -sistemática y desdeñosa- del laicismo nacional con respecto a la religiosidad católica. Autonomía cuyo modelo proporcionaba la monarquía y cuyo sinónimo es laicismo. Un laicismo que, desde los inicios no podía ser más radical, comprometiendo a la vez la política central de la nación, su propaganda, sus finanzas y sus recursos militares. Es decir aun la sangre de sus hijos. El expansionismo político y militar de la Revolución laicista y anticatólica ya estaba preparado tanto en sus objetivos como en sus medios, expansionismo que ahora será proclamado por las masas sedientas de venganza.
¡“Dios corpóreo”, “otro Cristo”!
Jean de Terremerveille afirmó en el siglo XV que la nación francesa -por la unción sagrada- se había transformado bajo la pluma de legistas en un cuerpo místico cuya cabeza pontificia era el rey. Un rey casi “Dios sobre la tierra”, “Dios corpóreo”, “otro Cristo”, tal como lo afirma hoy Jean Barbey. Las tres flores de lis significan las tres personas de la Trinidad, manifiestan las tres virtudes teologales, encarnan las tres jerarquías de ángeles. Así lo proclamó Vivaldus de Monte Regali, confesor de Luis XII en el siglo XVI. “Los enemigos de nuestros reyes son los enemigos de Dios” escribió el libelista de Catholique d’Etat -título también significativo- cuando trabajaba para el cardenal Richelieu, bajo Luis XIII en el siglo XVII. De hecho, la monarquía francesa -por sus pretensiones de pontificado y más aun que de derecho divino, de divinidad real- se ha procurado un cristianismo a sus órdenes, un cristianismo galicano, es decir, nacionalista y fiel al estado parisino. La monarquía ha mostrado así el camino a la República: ha sido la primera en laicizar y nacionalizar para imponer su poder bajo la apariencia del interés de la nación. Esto se aleja bastante de la auténtica concepción de la monarquía que, entre otros había expresado San Luis considerando la sublimidad misma de nuestros reyes consagrados. Este soberano no se tenía por cabeza pontificia de la nación, ni tampoco por la Santísima Trinidad. No se arrogaba el favor de Dios en contra de sus enemigos, ni se consideraba como rey intrínsecamente superior a su pueblo; aun menos, no pretendía un derecho divino fuera de la Iglesia. “No soy el Rey de Francia, no soy la santa Iglesia. Sois vosotros el rey, en cuanto que sois la santa Iglesia”, declaraba el santo monarca ante sus barones. Corría entonces el año 1250.
De ningún modo el “modelo” de la monarquía cristiana
El absolutismo llamado “de derecho divino” que se manifestó luego en Francia no es de ningún modo el modelo de la monarquía cristiana. Es una desviación del gran principio de la “monarquía limitada” a la que se refería San Luis, monarquía de servicio, soberanía del derecho de los pueblos. Principio que es producto de la tradición escolástica católica de la Edad Media, notablemente con Santo Tomás de Aquino -comensal directo de San Luis-. Tradición luego relevada 1 en el siglo XVI por la escuela de Salamanca y mas tarde por la escuela jesuita. Principio que impone que los reinos no pertenecen a los reyes sino a los pueblos en sus diversas comunidades; y que promueve la existencia de un derecho natural de los pueblos a su defensa contra los abusos del poder.
“El bien común -de cada uno- de los pueblos es anterior y superior a los derechos de los reyes” escribía en 1667 el italiano Francesco de Andrea. “Los reyes están sujetos a la fuerza de las leyes” señalaba aún más claramente el juez de la chancillería real española de Granada -Pedro González de Salcedo- en 1673. Asunto que -salvo en Francia- concernía a la vez a la Iglesia y al reino. La exposición sistemática de esta doctrina había sido solicitada por el preceptor de Felipe III -futuro primado de España- para la formación de su pupilo, al teólogo jesuita Mariana (en 1590), quien la plasma en su tratado latino De Rege. Tal fue el rechazo de París a estos principios que veinte años mas tarde, el 8 de junio de 1610, siendo rey de España Felipe III, se quema en la capital -bajo el pórtico de Notre Dame- este tratado sin duda monárquico y aprobado además por la Iglesia. Quema que se efectuó bajo pretexto de haber inspirado al asesino de Enrique IV (Ravaillac), quien sin embargo declaró ignorar su existencia. Rechazo reiterado el 26 de junio de 1614 por la condena en París de la famosa Defensio fidei escita por el otro gran jesuita español Francisco Suárez, por pedido y con agradecimiento del papa Pablo V en 1613. En este último se denunciaba la apropiación de la fe llevada a cabo por la monarquía reformada inglesa y el juramento de fidelidad religiosa que exigía a sus súbditos. La monarquía francesa se sentía igualmente juzgada.
“Ningún rey es inmediato a Dios”.
Desde su perspectiva, la monarquía francesa no se equivocaba. Esta Defensa de la fe, promovida por el papa que otorgó a Suárez -muerto cuatro años más tarde- el título de Doctor eximius ac pius, evocaba en millares de referencias bíblicas, evangélicas, patrísticas, pontificias, teológicas y hasta regias (notablemente por San Luis) la doctrina católica del poder totalmente opuesta al absolutismo divinizado.
Por ejemplo en los capítulos 2, 3 y 10 de su libro 3, donde se lee: “Ningún rey, ningún principado político es inmediato a Dios” y no debe en consecuencia arrogarse pontificado alguno. Ya que el poder de “apacentar el pueblo de Dios” ha sido transmitido por Cristo -de los entonces y siempre obsoletos reyes de Israel (referencias de la unción galicana)- al Apóstol Pedro “a quien Cristo encomendó apacentar sus ovejas” y a sus sucesores. En adelante el poder del rey o del principado -que procede de Dios como toda la Creación- sólo es conferido al soberano “por voluntad humana” en “donación” o en “contrato” por “el cuerpo político de la comunidad o ciudad humana”. El rey no puede tampoco “usurpar luego ni el propio derecho ni la libertad” de esta ciudad humana, ya sean naturales o espirituales. Así, los límites al poder civil (son) totalmente necesarios”. Aun excepcionalmente “en ciertos casos, con mucha prudencia, si el rey transforma su poder en tiranía contra las exigencias de la justicia natural (o espiritual), el pueblo puede levantarse contra él, y liberarse de su poder”. Doctrina bastante moderna, como se observa. 2
Temor reverencial ancestral hasta nuestros días
No debe creerse que todo esto es sólo “una vieja historia”. El hábito de la infidelidad galicana -luego “constitucional”- de su reverencia primordial al poder laico hasta en sus desviaciones, continúa marcando dramáticamente en la actualidad al episcopado francés. El responsable directo de este organismo -recientemente designado- no aceptaba ninguna de las encíclicas pontificias decisivas, de Humanae vitae a Evangelium vitae, sobre temas como la destrucción de la familia y de la transmisión de la fe programada por la legislación o la educación de Estado y mediática, sobre el aborto de Estado y sobre los problemas de la bioética -capitales para el futuro divino de la humanidad- sobre los que el Estado pretende erigirse en juez normativo. El episcopado restauraba así su Pragmática Sanción, sus “libertades de la iglesia galicana”, en contra de Roma.
Los sacerdotes franceses en su adhesión a Roma, deben buscar amparo en la fidelidad de otros episcopados de Europa y del mundo, sobre todo en los de Italia y de Estados Unidos -este último particularmente lúcido y eficaz al respecto-. Algunos signos me lo confirman: el conocimiento histórico y mental de la antigua desviación francesa de la que he hablado, y la ruptura decisiva con ella, son hoy en Francia las condiciones de un renacimiento católico. Esto sólo es posible distanciándose resueltamente del temor reverencial ancestral ante las pretensiones normativas del poder laico, de sus pompas y de sus obras. Y oponiéndose a ellas tanto cuanto sea necesario.
Desliz específicamente francés
Este análisis no es para nada original. Ya que aun la gran prensa, los más informados de nuestros historiadores cristianos y el más profundo de nuestros poetas y dramaturgos católicos, se han abocado a esta tarea. Este último, con una violencia que no me es posible igualar.
Y, considerándolas en detalle, las referencias históricas sobre este punto son interminables... El primero, Pierre Chaunu, en su soberana brevedad de gran crítico histórico internacional, acaba de publicar en Le Figaro del 28 de febrero de 1998 estas líneas, con toda la fuerza de la evidencia: “Se conoce la evolución específicamente Francesa de la religión de Estado (un catolicismo apenas romano a fuerza de ser galicano) hacia un laicismo laicizante que sólo acepta que se murmure en privado el nombre de Dios”.
No existe un laicismo “laicizante” en los países que fueron a la vez verdaderamente romanos y no conformaron, como nosotros, una monarquía laica divinizada. En estos países, contrariamente a lo que se advierte en Francia, y para citar sólo algunos ejemplos, la Cruz de Dios preside siempre -a título público- en el seno de los tribunales o de las escuelas; hay cooperación entre la Iglesia y el Estado en lo que se refiere a las contribuciones necesarias para la vida de la Iglesia y en la enseñanza de la religión. Esto es así en España, Italia, Suiza católica, Alemania católica, Polonia, etc. Lo mismo se da en la creación o conformación de sus propias universidades públicas sujetas a la vez al Estado y a la Iglesia. Tal es el caso de Friburgo en Suiza y de la Complutense fundada por el cardenal Cisneros en Madrid. Y si en Francia, la Alsacia-Lorena goza aun del beneficio de tal estatuto es porque en atención a su anterior pertenencia al Imperio germánico, Reichsland, después de 1918 París no osó retirar ese beneficio ante los vivos testimonios de adhesión de su población hacia este imperio.
Porque, en lo que a nosotros concierne, franceses según París -como lo destaca Pierre Chaunu- permanecemos bajo el imperio global de una evolución “laicizante” heredada de “una religión de Estado” tan abusiva como “específica”. Y porque esta tan particular realeza divinizada fue acogida desde el principio entre nosotros como modelo galicano antipontifical imponiendo ya un egoísmo nacional laico. Luego, en “caída”, en el marco de la excitación revolucionaria, aun regia, de una última ofensiva contra Roma, la monarquía ofreció la salida abierta de un laicismo estructural anticatólico. Preparado sicológicamente, desde mucho tiempo atrás por las alianzas anticatólicas de la monarquía (islámica y protestante) como por su “espíritu laico” nacido en 1298 de manera virulenta. Y más adelante por los sarcasmos de nuestras Luces reinantes que se insinuaron en la misma monarquía en su fase final.
El desenlace laicista ilustrado
Lo vimos en Luis XV a partir de 1750 llevando a cabo la “lucha infernal” contra la Iglesia; en Luis XVI al comienzo de su reinado, y en los ministros que estos dos reyes eligieron, de Choiseul a Brienne. Este último, arzobispo galicano favorito a la misma vez de Luis XVI y de sus propios amigos enciclopedistas anticristianos, ilustra de manera completa y admirable el proceso final del “desliz” que acabo de esbozar. A partir de 1766, Brienne es el relator diligente de la Real Comisión de regulares que pone obstáculos a las vocaciones y clausura gran cantidad de conventos o abadías. Lo que le granjea el mote de “anti-monje” conferido por sus amigos D’Alembert y Voltaire. Ministro principal electo por Luis XVI en mayo de 1787, prepara -durante el ejercicio de su función- la Constitución civil del clero, tal como lo revela Pío VI. Luego de tomar la decisión de convocar los Estados Generales, al final de su ministerio y por la viva insistencia de Luis XVI, es nombrado cardenal en 1788-1789, a pesar de la “repugnancia” declarada por el papa al respecto.
Luego en 1791 se coloca contra el mismo papa, a la cabeza de la Iglesia cismática y de la política laica nacida de esta Constitución civil y aun regia. Lógicamente, el 26 de marzo del mismo año dimisiona como cardenal. Al año siguiente, en 1792, sustituye su capelo rojo por el “bonete rojo” al presidir el Club de los Jacobinos anticristianos locales. Lo que muestra ya una verdadera confusión muy significativa. Pero hay más aun. En noviembre de 1793, Brienne, arzobispo, antiguo primer ministro del rey y aun su favorito, procede a abandonar voluntariamente su condición sacerdotal y a renegar del culto católico mediante una ejemplar proclama de “amigo de la Razón”... y esto, de acuerdo con una decisión “tomada en épocas bastante anteriores” -monárquicas pues- tal como lo confiesa sin temor.
Culmina así en él el desenlace laicista, ya que el eminente abandono de su estado clerical modela el nuevo reino: el de la descristianización jacobina, tan general como directa. Una descristianización que libera a todo sacerdote y deroga todo culto católico en nombre de “la Razón”. Desenlace laicizante que, aunque directo y generalizado en nuestro tiempo, no es sino un “desliz” de la monarquía y se declara en adelante absoluto como ella. Específicamente en Francia y no en otra parte. De modo más general, el rechazo exclusivamente francés manifestado por la “monarquía limitada” de la tradición católica romana sigue su senda: su absolutismo ha pasado a ser laicista, pero en adelante patrimonio exclusivo del poder republicano a la francesa.
El poeta y dramaturgo que nombré más adelante y que confirma mi tesis, es nuestro escritor católico Paul Claudel, quien como embajador de Francia y hombre de un excepcional conocimiento de la historia internacional, escribía estas líneas bajo el título desaprobador de “El mesianismo nacionalista”: “Es con malestar que leo los discursos extravagantes de ciertos escritores católicos como Léon Bloy y Charles Péguy, en la France “soldat de Dieu” y en los “Gesta Dei per Francos”. ¿Fue acaso cuando el cardenal Richelieu (en 1631) por intermedio del Padre José enviaba tres cofres de oro al agresor protestante Gustavo Adolfo, desencadenando las terribles devastaciones de la Guerra de los Treinta Años, de la que nuestra Lorena -por las devastaciones de la misma monarquía galicana- resultó víctima? ¿Fue tal vez cuando Luis XIV se beneficiaba vergonzosamente de los problemas del Imperio, en el momento en que (1683) Viena, a la cabeza de Europa, escapaba por muy poco al asalto (del Islam), gracias al favor de Sobieski (rey de Polonia)? ¡No confundamos y no seamos tan hipócritas!”
Contra lo más profundo de los corazones católicos
Hace más de cincuenta años, cuando no se hablaba aun de Europa unida ya estaba jugado nuestro destino. Una Europa que desearíamos ver pacífica, fraternal, no islámica y católica romana para muchos. Sin reservas francesas de tipo galicano como las manifestadas a menudo y muy fuertemente contra este cuádruple voto. Voto que fue también el de los franceses de antaño. Veamos a Marrot exaltando la fraternidad (por desgracia momentánea) entre el rey de Francia y el emperador Carlos Quinto. A Ronsard cantando la paz (por desgracia momentánea) entre el rey de Francia y el rey de España. A san Francisco de Sales celebrando en la persona del duque de Mercoeur, ex liguista, la lucha de Europa contra el infiel islámico a la que asiste en Hungría sólo por propia iniciativa. A Jansenio, obispo de Ypres -más que medio Francés y cuya influencia fue muy importante sobre nuestro catolicismo- denunciando las manipulaciones anticatólicas de Richelieu en su finísima sátira Mars Gallicus, y expresando allí la oposición a las alianzas protestantes de Alemania de “la inmensa mayoría de católicos cultos” de Francia -según escribe nuestro más reciente especialista de la época Marc Fumaroli-. Pero lo que estaba entonces arraigado en los corazones católicos era traicionado por las desviaciones provocadas por el egoísmo monárquico divinizado del que ya hemos hablado. ¡Tan sagrado que fue aquel egoísmo! Y tan laicizante que resultó para el devenir de Francia.
El terrible reverso del “Voto de Luis XIII”
Es inevitable una última observación. Releyendo “La France de Louis XIII et de Richelieu” Victor L. Tapié -reconocida autoridad en nuestra Universidad estatal- encuentro una precisión que atañe al centro mismo de esta ambigüedad, de este doble compromiso contradictorio de nuestra monarquía consagrada. Peor aun: una precisión que toca a la esencia de la adhesión a la fe que muchos de nosotros, como católicos fervientes, hemos sido movidos a profesarle. Me refiero al Voto de Luis XIII (11 de diciembre de 1637) que coloca a su reino bajo la protección de la Virgen, prometiendo dar a su fiesta de la Asunción todo el brillo de las procesiones solemnes a partir del año siguiente. Éste es pues el origen de las procesiones solemnes del 15 de agosto en las que muchos de nosotros hemos tomado parte con gran devoción, aun recientemente.
Porque, aunque este Voto traducía claramente el catolicismo profundo de Luis XIII, era sólo el reverso de la confusión y el remordimiento” por las alianzas protestantes (de Francia contra España) que causaron tantas desgracias a los católicos de Alemania; por las iglesias devastadas; por los claustros profanados” -tal como lo señala al mismo rey su confesor, el Padre Causin-. Será por esta guerra interminable, la más terrible de todas para los católicos de Europa -a los que su ministro Richelieu “se encarnizaba en perseguir”- por lo que el monarca “no cesaba de hacerse cada vez más impopular en el reino” recuerda Tapié. Y agrega que fue el mismo Richelieu quien sugirió la idea del Voto, mientras por otra parte en Alemania mantiene sus aliados protestantes apoyados financiera y militarmente -hasta con sueldos- resultando de su Realpolitik totalmente laica, el rechazo, persecución y prohibición en aquel reino de toda devoción y procesión a la Virgen. Resalta el mismo historiador: “los católicos de Alemania, aterrorizados por la invasión protestante, lanzaban a Roma sus gritos de angustia”. Era absolutamente necesario ganar algunos años a la espera de la victoria final de la Realpolitik teñida de egoísmo nacionalista, apaciguando las almas católicas francesas por medio de una brillante operación de distracción. Lo que se destruía o se destruiría sin cesar en Alemania sería glorificado solemnemente en Francia para aplacar la indignación de nuestros católicos. Se desconoce -escribe Tapié- si (el Voto) respondía a los consejos de Richelieu inspirados por su fe personal o por la intención de no ceder a los Españoles el privilegio de “mostrarse” como los únicos defensores de las “devociones católicas”. Tras la benignidad aparente de esta exposición de tono universitario, el término “mostrarse” utilizado, lo dice todo. Por este Voto, la ambigüedad y aún la adversa instrumentalización laica de la unción real, resultaban solemnemente renovadas en un momento crucial de nuestra historia y de la Europa católica.
El refugio providencial
Ésta es la Europa católica que -se hace necesario afirmar- es hoy de manera relevante el refugio y asidero de nuestras propias fidelidades católicas francesas; en Baviera con el seminario de la Fraternidad San Pedro y en Suiza con el seminario iniciador -próximo a Saboya, en Ecône- fundado por monseñor Marcel Lefèbvre. De acuerdo con esto, si sólo hubiera dependido de nuestra monarquía sacral, de Francisco I que abrió militarmente el camino en Suiza y en Saboya a las “pestes Luteranas y Zwinglianas”; de Luis XIII que dio amplio apoyo militar a la “invasión” hasta Munich de los protestantes en Alemania, ni Ecône ni Baviera hubieran permanecido católicos. Lo mismo para los católicos de Italia. Regiones como la cercana a Florencia y a Génova -sedes de otros seminarios tradicionalistas franceses de nuestra época- no se hubieran mantenido fieles si fuera por nuestro rey Enrique II quien reclamó con insistencia y obtuvo en parte (en 1550) los poderosos desembarcos de sus aliados -los islámicos turcos- contra estas regiones.
Si fuera por nuestra monarquía sacral, nuestras adhesiones católicas francesas no tendrían refugio ni asidero. Es lo que comprendió nuestro especialista en lo internacional, Paul Claudel, cantando en su obra maestra dramática “Le soulier de satin” la supervivencia providencial de la Europa católica no (monárquicamente) francesa.
No es posible un César Dios
Estas cosas son tristes de expresar. Pero, como son verdaderas, es mejor que las sepamos. Para formarnos un conocimiento más lúcido del entorno, de nuestros “genes” históricos. Para mejor detectar las ambigüedades e infidelidades aun de nuestro presente. Para mejor hacer frente al nuevo absolutismo, laicizante tanto a través de nuestra historia monárquica como de nuestra descatolización, sin duda la más profunda de Europa, y que hemos heredado específicamente. Absolutismo que nos impone hoy una nueva alianza no deseada, la “terrible alianza de la democracia con el relativismo ético” denunciado por Juan Pablo II en Veritatis Splendor. De ahí que más que nunca, no podemos “rendir tributo a César”. Un César que, como nuestra monarquía sacral -y muy a pesar de ella- lo ha demostrado: no puede ser César Dios.
[1].- N.T.: El término se traduce literalmente del francés “relayée” que implica la acción deportiva de “tomar la posta” de un atleta a otro.
[2].- N.E.: Conviene recordar estos conceptos de Rubén Calderón Bouchet en su obra La Ruptura del Sistema Religioso en el Siglo XVI: “Durante la Edad Media el pueblo cristiano era la Iglesia. Ambas nociones -pueblo e Iglesia- no eran separables, pero la idea de un consensus civium para afianzar las bases del poder político se laiciza en las repúblicas italianas y aparece desde ese momento como una entidad pública distinta de su condición de asamblea de fieles”.
“Mariana -y Suárez en su seguimiento- distingue ambas realidades y advierte claramente sus diferencias. Pero como los hechos no autorizan todavía una separación definitiva entre el pueblo de Dios y el pueblo a secas, se permite una identificación que el curso de la historia se encargará de demostrar que es falsa.”
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Re: La Santa Inquisición en defensa de las libertades sociales
Gracias por este artículo esclarecedor, Muñoz.
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Re: La Santa Inquisición en defensa de las libertades sociales
Magnificos aportes.
Saludos a todos.
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Re: La Santa Inquisición en defensa de las libertades sociales
La Monarquía tradicional de Las Españas
http://4.bp.blogspot.com/-G6BKTmzZgZ...o_felipeII.jpgRey y Reinos
El ápice de la Hispanidad se puede decir que está en el reinado de Felipe II de España y I de Portugal. Congregando varios pueblos bajo su corona, Felipe sin embargo tenía la obligación de respetar las idiosincrasias, las tradiciones, privilegios y derechos de cada uno de sus reinos. A eso el historiador británico Sir John Elliott llamó monarquía compuesta [10], expresando así que lo que inspiraba este Imperio no era la centralización administrativa y la dominación de un pueblo sobre otro, sino la concepción de la hermandad entre todos los hombres y la cooperación entre ellos viviendo en una comunidad en que, resguardando sus legítimas libertades y tradiciones, se albergaban bajo un mismo rey, que era a su manera padre, juez y señor, protector, pastor de todos. Este rey no era absoluto, sino que estaba limitado por el derecho natural y por los pactos que expresaban las libertades de cada reino. De hecho, el Imperio portugués puede ser analizado como una federación de municipios, si tomamos en cuenta el poder de las Cámaras municipales y su autonomía. [...].
La idea de un rey que no es un dios ni divino, un rey limitado por la naturaleza de las cosas, limitado por el derecho natural y la justicia, limitado por las tradiciones y libertades establecidos por los pueblos: ese es el rey de la monarquía tradicional ibérica, ese es el rey portugués, ese es el rey de Las Españas. Ese es un rey que se adecuará a las idiosincrasias locales, posibilitando un Imperio en que conviven culturas de todo el mundo. Se trata de un régimen político radicalmente distinto tanto del absolutismo cuanto del liberalismo, se trata del régimen político que organiza la Hispanidad.
Nota: [10] Eliott, John. Una Europa de Monarquías Compuestas. En: España en Europa. València: Universitat de València,
Fuente: Alencar, F.L., Ruiz González, R. "¿Puede el cristianismo inspirar una cultura global? Una aproximación hacia la lusitanidad", [6. Rey y Reinos]. En: UNIV Forum Scientific Committee, Can Christianity Inspire a Global Culture? UNIV Forum 2010 Presentations / ¿Puede el cristianismo inspirar una cultura global? Comunicaciones Forum UNIV 2010, Universidad de Navarra, 2010. Pág. 43.
http://elmatinercarli.blogspot.com/2011/09/la-monarquia-tradicional-iberica.html
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Re: La Santa Inquisición en defensa de las libertades sociales
Muy buen articulo, Donoso. El municipalismo es vertebral en la monarquia tradicional portuguesa y su expresión propia en el foralismo hispano. Fue también bandera del Integralismo Lusitano y tema muy caro para António Sardinha.
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Re: La Santa Inquisición en defensa de las libertades sociales
Cita:
[IMG]file:///C:\Users\kd000244\AppData\Local\Temp\msohtml1\01\clip_image001.jpg[/IMG]Cuenta Antonio Pérez, que estando Felipe II en la iglesia de San Jerónimo de Madrid, un orador dijo queriendo adularle, que
"el rey era absoluto". Siendo el absolutismo un producto perverso del protestantismo, el auditorio se escandalizó, y fray Fernando del Castillo, del Santo Oficio tomó cartas en el asunto juzgando que tal afirmación era una barbaridad,
pues la Iglesia era firme defensora del derecho foral. La "terrible condena inquisitorial" fue ni más ni menos que obligar al adulador a retractarse de dicha afirmación en el mismo púlpito.
(En
Españoles que no pudieron serlo, de
José Antonio Ullate Fabo)
CRÍTICA:
1º
No se dice ahí que ese texto está basado en otro de Jaime Balmes, extraído de “El protestantismo comparado con el Catolicismo”, Tomo I, capítulo XXXVII “Nueva inquisición atribuida a Felipe II’; más concretamente, en una nota aclaratoria del texto en cuestión, sobre un texto de Antonio Pérez.
2º
Cita:
Siendo el absolutismo un producto perverso del protestantismo,
Eso no lo escribe Antonio Pérez, ni Jaime Balmes, ni viene al caso con lo que Jaime Balmes cuenta del incidente del orador. Jaime Balmes sólo comenta que en aquella España la autoridad no estaba influida por "doctrinas despóticas que eran contrarias a la sana doctrina".
3º
Cita:
pues la Iglesia era firme defensora del derecho foral.
¿¿¿???? Esto se lo inventa el articulista.
Jaime Balmes (o el citado Antonio Pérez) escribía que la Inquisición encontró la proposición “contraria a las sanas doctrinas”, y que el orador se retractó de ella, diciendo que “los reyes no tienen mas poder sobre sus vasallos, del que les permite el derecho divino y humano, y no por su libre y absoluta voluntad.”
4 º
Cita:
La Santa Inquisición en defensa de las libertades sociales
El título correcto hubiera sido: “La Santa Inquisición en defensa del Derecho Divino y Humano.
Cita:
A los que afirman que la Inquisicion era un instrumento de Felipe II, se les puede salir al encuentro con una anécdota, que por cierto no es muy á propósito para confirmarnos en esta opinion. No quiero dejar de referlirla aquí, pues que á mas de ser muy curiosa é interesante, retrata las ideas y costumbres de aquellos tiempos. Reinando en Madrid Felipe II, cierto orador dijo en un sermon en presencia del rey, que los reyes teman poder absoluto sobre las personas de los vasallos y sobre sus bienes. No era la proposicion para desagradar á un monarca, dado que el buen predicador le libraba de un tajo, de todas las trabas en el ejercicio de su poder. Á lo que parece, no estaría entonces todo el mundo en España tan encorvado bajo la influencia de las doctrinas despóticas como se ha querido suponer, pues que no faltó quien delatase á la Inquisicion las palabras con que el predicador habia tratado de lisonjear la arbitrariedad de los reyes. Por cierto que el orador no se habia guarecido bajo un techo débil; y así es que los lectores darán por supuesto, que rozándose la denuncia con el poder de Felipe II, trataría la Inquisicion de no hacer de ella ningun mérito. No fué así sin embargo: la Inquisicion instruyó su expediente, encontró la proposicion contraria á las sanas doctrinas, y el pobre predicador, que no esperaría tal recompensa, á mas de varias penitencias que se le impusieron, fué condenado á retractarse públicamente, en el mismo lugar, con todas las ceremonias de auto jurídico, con la particular circunstancia de leer en un papel, conforme se le habia ordenadoras siguientes notabilísimas palabras : Porque, señores, los reyes no tienen mas poder sobre sus vasallos, del que íaj permite el derecho divino y humano; y no por su libre y absoluta voluntad.» Así lo refiere D. Antonio Pérez, como se puedo ver en el pasaje que se inserta por entero en la nota correspondiente á este capítulo. Sabido es que D. António Pérez no era apasionado de la Inquisición....
Cita:
Don Antonio Perez en sus Relaciones, en las notas á una carta del confesor del rey, fray Diego de Chaves, en la que este afirma que el príncipe seglar tiene poder sobre la vida de sus súbditos y vasallos, dice : « No me meteré en decir lo mucho que he oido sobre la calificacion de algunas proposiciones de estas, que no es de mi profesion. Los de ella se lo entenderán luego, en oyendo el sonido; solo diré que estando yo en Madrid, salió condenada por la Inquisicion una proposicion que uno, no importa decir quién, afirmó en un sermon en S. Hierónimo de Madrid en presencia del rey católico : es á saber. Que los reyes tenían poder absoluto sobre las personas de sus vasallos, y sobre sus bienes. Fué condenado, demas de otras particulares penas, en que se retratase públicamente en el mismo lugar con todas las ceremonias de auto jurídico. Hízolo así en el mismo pulpito; diciendo que él había dicho la tal proposicion en aquel dia. Que él se retrataba de ella, como de proposicion errónea. Porque Señores (así dijo recitando por un papel) los reyes no tienen mas poder sobre sus vasallos, del que les permite el derecho divino y humano: y no por su libre y absoluta voluntad. Y aun sé el que calificó la proposicion, y ordenó las mismas palabras que habia de referir el reo, con mucho gusto del calificante, porque se arrancase yerba tan venenosa, que sentía que iba cresciendo. Bien se ha ido viendo. El maestro fray Hernando del Castillo (este nombraré) fué el que ordenó lo que recitó el reo, que era consultor del Santo Oficio, predicador del rey, singular varon en doctrina y elocuencia, conoscido y estimado mucho de su nacion y de la italiana en particular...
(Relaciones de Antonio Perez.) Paris 1624.
Jaime Balmes, “El protestantismo comparado con el Catolicismo”, Tomo I, capítulo XXXVII.
El Protestantismo comparado con el ... - Jaume Balmes - Google Libros
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Re: La Santa Inquisición en defensa de las libertades sociales
En estos momentos están dando "El mito de la Inquisición Española", documental de la BBC, en canal Santa María, de Mercedes (prov. de Buenos Aires). Mientras en nuestros países se sigue creyendo en estos mitos, cada vez hay más anglo-sajones que dicen la verdad.
Ver online
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Re: La Santa Inquisición en defensa de las libertades sociales
Sobre el documental:
Cita:
LA FALSA HISTORIA DE LA INQUISICIÓN ESPAÑOLA.
Un programa de la BBC refuta el mito del Santo Oficio como paradigma del terror
LOLA GALÁN. Londres.
Las siniestras salas de tortura dotadas de ruedas dentadas, artilugios quebrantahuesos, grilletes y demás mecanismos aterradores sólo existieron en la imaginación de sus detractores.
Sin embargo, todavía hoy su nombre se invoca como sinónimo de represión, oscurantismo y crueldad. ¿Qué mecanismos del destino convirtieron a la Inquisición española en el más duradero ejemplo de terror? La respuesta, de acuerdo con los exhaustivos datos recabados por una nueva generación de historiadores internacionales es sencilla: el Santo Oficio se enfrentó a una gigantesca maquinaria propagandística. Los efectos de la tergiversación, promovidos por el mundo protestante gracias a la imprenta, han sido tan duraderos que todavía hoy el término inquisición o inquisidor se identifican con horror, tortura y asesinato en todos los idiomas.
Resulta paradójico que haya sido la BBC -la televisión pública británica- la encargada de reconstruir la imagen de una institución tan española. El domingo, un programa nocturno de máxima audiencia -Time Watch- mostró el verdadero rostro de un tribunal creado por los Reyes Católicos para luchar contra la herejía. Expertos de la talla de Henry Kamen, Stephen Haliczer o los profesores españoles José Álvarez-Junco y Jaime Contreras reconstruyen en el reportaje El mito de la Inquisición española el verdadero paisaje de una institución, aunque no defendible a los ojos del siglo XX, sí intencionadamente desvirtuada.
Una institución controlada por abogados reacios a aplicar la tortura y mucho menos inquisidores que sus homólogos de Francia, Alemania o Inglaterra, donde sin necesidad de un tribunal específico se asesinó tres veces más herejes, brujas o personajes más o menos excéntricos. Para el profesor de la Universidad de Illinois, Stephen Haliczer, los propios archivos de la Inquisición son elocuentes: En cerca de 7.000 casos, apenas se aplica algo parecido a la tortura en un 2%.
En 350 años de historia represiva, y mientras la leyenda habla de millones de asesinatos, la cifra real de víctimas se sitúa entre 5.000 y 7.000 personas.
A lo largo de cincuenta minutos, el programa de la BBC, coproducido por el historiador e hispanista Nigel Townson, lleva su afán de reconstrucción de la verdad histórica hasta la figura de Felipe II, auténtica bestia negra de la imaginería internacional. La política de Felipe II es perfectamente discutible.
A mí no me resulta particularmente simpático -explica en el programa el profesor Álvarez-Junco-, pero su hijo Carlos era simplemente un adolescente de mala salud que murió en un accidente. Convertirle en el paladín de la libertad como ha hecho la historia, en el joven libertador de los Países Bajos, que cae asesinado por su padre, como cuenta la ópera de Giuseppe Verdi, Don Carlos, resulta uno de los casos de injusticia histórica más sangrantes.
La Falsa historia de la Inquisición Española
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Re: La Santa Inquisición en defensa de las libertades sociales
A Santa Inquisição
A Grande Mídia:
Na colina do castelo de Belmonte, os inquisidores cortaram as cabeças de inúmeras famílias não cristãs. Crianças entre 2 e 10 anos foram capturadas e mandadas para as ilhas de Cabo Verde a fim de serem vendidas como escravas para plantadores de cana-de-açúcar no Brasil. (...)
Em 1506, 20 mil judeus foram enviados ao Palácio das Estátuas, sede da Inquisição em Lisboa, para serem convertidos ao cristianismo sob o fio da espada. A iniciativa acabou em um massacre de três dias. Dois mil judeus morreram nas ruas de Lisboa.
REVISTA PLANETA
Outras versões:
“A Inquisição na Espanha celebrou, entre 1540 e 1700, 44.674 juízos. Os acusados condenados à morte foram apenas 1,8% (804) e, destes, 1,7 (13) foram condenados em “contumácia”, ou seja, pessoas de paradeiro desconhecido ou mortos que em seu lugar se queimavam ou enforcavam bonecos.” (...)
“Dos 125.000 processos de sua historia [tribunais eclesiásticos], a Inquisição espanhola condenou a morte 59 “bruxas”. Na Itália. 36 e em Portugal 4.”
E a propaganda de que “foram milhões”.
A Inquisição exterminou 30 milhões de pessoas?
O vídeo traz depoimentos de pesquisadores isentos e renomados que se debruçaram sobre este complexo tema, desmitificando falsificações históricas arquitetadas com o único objetivo de criar uma lenda negra em torno desta complexa instituição e, destarte, desmerecer a Igreja Católica e sua contribuição decisiva na construção da civilização ocidental.
O Mito da Inquisição Espanhola (Dublado) 1/4 - YouTube
A tortura era o método normalmente aplicado, infelizmente, por todos os países, por todas as polícias, e permitido por todos os códigos legais até o século passado.
Foi a Igreja a primeira a não aceitar a confissão sob tortura como prova de culpa.
Na Inquisição -- ao contrário do que se fazia em todas as partes, a tortura só podia ser aplicada uma vez, sem derramamento de sangue, só com a aprovação do Bispo e com a assistência de um médico. Os papas sempre preveniram os inquisidores de que eles eram pastores e não torturadores nem carrascos.
Nas prisões de todos os países, toda pena capital era precedida de torturas punitivas. Por isso os acusados preferiam ser julgados pela inquisição, onde o tratamento era sempre muito menos cruel.
Inquisio e tortura - MONTFORT
[ notem o que é a Grande Mídia, demoniáco instrumento de engano e destruição, visto também os recentes e vergonhosos acontecimentos pelo mundo: Iraque, Líbia, etc. ]
Oitavo Mandamento
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Re: La Santa Inquisición en defensa de las libertades sociales
"¡Viva la Inquisición!" (I)
Resuelto como estoy a ennegrecer la poca buena reputación que me pueda quedar después de haber defendido las “cadenas” de los realistas frente al afrancesamiento camuflado de patriotismo de los constituyentes de Cádiz, hoy quiero reivindicar la memoria de esta benémerita institución.
Y esta vez lo hago tomando por bandera otra exclamación popular de principios del siglo XIX, lógica continuación del irónico “vivan las cadenas”, que demuestra que los españoles que hicieron la guerra a los revolucionarios bonapartistas en 1808 y a los revolucionarios doceañistas en 1821 ―porque la intervención de los cien mil hijos de San Luis en 1823 tuvo el camino preparado por la Guerra Realista, luchada por españoles― no combatían por una monarquía absolutista, más parecida al régimen liberal que a la monarquía católica y foral que, es cierto, tanto había degenerado hacia el despotismo ilustrado en las últimas décadas borbónicas, pero es de justicia reconocer que prometía una pronta regeneración con las corrientes reformadoras en clave tradicional que ya desde los albores del siglo XIX quisieron volver a impregnar las instituciones con ese espíritu que nunca abandonó el patriotismo popular durante los años de afrancesamiento de las élites, manifestándose en toda su gloria en la guerra contra Napoleón, rebrotando en la Guerra Realista y en las revueltas del reinado de Fernando VII ―ya sin una invasión extranjera que pudiera encubrir de nacionalismo el auténtico móvil religioso de estas guerras―, y encontrando finalmente respaldo dinástico en el carlismo.
Y es que los Agraviados o Malcontents que en 1827 se rebelaron en Cataluña contra el “despotismo ministerial” de la última década del reinado de Fernando VII, no pudiendo creer que el Rey Católico gobernara de esa manera por su propia voluntad y suponiendo que volvía a estar cautivo en su Palacio como durante el Trienio Liberal, lo hicieron bajo este lema:
“¡Viva la Inquisición y muera la policía!”(1)
Quiero hacer una breve reflexión personal sobre la Inquisición española, sin pretender ofrecer una siquiera somera síntesis histórica ni entrar en el terreno de las cifras (aunque son elocuentísimas por sí solas), alrededor de tres preguntas: ¿qué hacía el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición? ¿Por qué lo hacía? Y ¿tenía razón para hacerlo?
¿Qué hacía la Inquisición?
Todo el mundo lo sabe: perseguía la herejía, enjuiciaba herejes. Lo que no sabe todo el mundo es qué es un hereje. No es hereje todo el que no es cristiano. Al contrario, para ser hereje es necesario ser cristiano, o decir serlo. “Quien profesa la fe cristiana tiene voluntad de asentir a Cristo en lo que realmente constituye su enseñanza”, dice Santo Tomás de Aquino, y puede desviarse de la rectitud de la fe si “tiene la intención de prestar su asentimiento a Cristo, pero falla en la elección de los medios para asentir, porque no elige lo que en realidad enseñó Cristo, sino lo que le sugiere su propio pensamiento” (Suma teológica, II-IIae, q.11, a.1). El que no es cristiano no puede desviarse de una fe que nunca fue la suya, y por tanto no puede ser hereje. Y si no es hereje, no puede ser procesado por la Inquisición.
En términos generales, la Inquisición española no mandó ejecutar, ni siquiera procesó, a ningún judío o mahometano, sencillamente porque en España no había ningún judío o mahometano. La Inquisición se establece en 1478 y empieza a actuar en 1480; los judíos son expulsados en 1492 y los moriscos en 1502. En el relativamente breve espacio de tiempo entre la creación del Santo Oficio y las expulsiones, que yo sepa sólo se conoce un caso, el del Santo Niño de la Guardia, de judíos no conversos procesados (por asesinato ritual, no por cuestiones de fe), aunque no he encontrado fuentes fiables que esclarezcan si el enjuiciamiento de los dos judíos lo hizo la Inquisición, como con los seis conversos también implicados, o bien las autoridades civiles.
En todo caso, después de las expulsiones oficialmente sólo hay cristianos en España. Los Reyes Católicos, estableciendo la Inquisición una década antes de la expulsión de los judíos, ofrecen una alternativa: o te quedas y te conviertes, o te vas; pero si te quedas, ya sabes que esto es lo que hay. Quién duda de que esta elección se ofrece en condiciones menos que favorables, con todo lo que supone para una familia mudarse a otro país en pocos meses con el perjuicio económico de la venta rápida de sus propiedades y la prohibición de llevarse ciertos bienes. Pero la conversión no fue forzada. Muchos, naturalmente, prefirieron anteponer su hacienda a su religión y convertirse sin sinceridad. Pero que ellos no tomaran en serio su fe no convierte en una injusticia que los Reyes Católicos sí tomaran en serio la suya.
Tampoco para los católicos supuso la Inquisición una especie de reinado del terror, donde nadie se atrevía a aventurar alguna palabra que mal entendida pudiera llevar a la hoguera. “Herejía, vocablo griego, significa elección; es decir, que cada uno elige la disciplina que considera mejor” dice Santo Tomás citando a San Jerónimo, y luego citando a San Agustín: “si algunos defienden su manera de pensar, aunque falsa y perversa, pero sin pertinaz animosidad, sino enseñando con cauta solicitud la verdad y dispuestos a corregirse cuando la encuentran, en modo alguno se les puede tener por herejes” (II-IIae, q.11, a.2). El proceso inquisitorial es, lo dice su nombre, un proceso judicial de averiguación: minuciosamente reglado y con garantías, no es arbitrario. Ofrece numerosas oportunidades para aclarar malentendidos y para el arrepentimiento.
El tormento, práctica probatoria común en los tribunales españoles y europeos del momento, sólo se aplica si las declaraciones del reo son contradictorias, y las confesiones así obtenidas sólo son válidas si se ratifican en veinticuatro horas, ya sin tormento. Si persiste la contradicción, se puede aplicar hasta dos veces más, y a la tercera hay que dejar libre al prisionero. Se tiene que hacer en presencia de un médico, que lo puede impedir, posponer, o limitarlo a las partes sanas del cuerpo. Los únicos métodos admitidos eran la garrucha, la toca, y el potro: los que hemos visto el museo “de la Inquisición” de Santillana del Mar difícilmente nos podremos olvidar de aquella procesión de horribles instrumentos de tortura que, qué sopresa, provienen de fuera de España. En cualquier caso, el uso del tormento por la Inquisición se limitó al 2% de los procesos.
No todos los condenados iban a la hoguera. Solo los no arrepentidos y los relapsos sufrían la pena capital, ofreciéndoseles hasta el momento final en el patíbulo la oportunidad de arrepentirse y morir a garrote antes de ser quemados. Pero también existían una serie de penas de menor severidad que se correspondían con la gravedad de la ofensa, como el sambenito (el menos severo, puramente infamante), los azotes, la cárcel, y las galeras para los hombres y casas de galera para las mujeres, donde éstas trabajaban y aprendían un oficio. Famosas eran las cárceles o casas de misericordia de penitencia de la Inquisición por su trato favorable comparadas con las civiles, hasta el punto de que había presos que fingían herejía para pasar a la jurisdicción de la Inquisición. ¡Qué lejos de la película Alatriste, en la que un hombre prefiere cortarse la garganta antes de ser detenido por la Inquisición!
La Inquisición, en propiedad, no mataba a los condenados: los relajaba al brazo secular, y éste ejecutaba la pena. Reconozco que a primera vista esto puede parecer un sofisma para descargarse la responsabilidad del trabajo sucio, pero tiene su razón de ser. Y este detalle, aparentemente de poca importancia, resulta absolutamente esencial para comprender qué era la Inquisición. Una vez más, Santo Tomás nos lo hace comprensible:
“En realidad, es mucho más grave corromper la fe, vida del alma, que falsificar moneda con que se sustenta la vida temporal. Por eso, si quienes falsifican moneda, u otro tipo de malhechores, justamente son entregados, sin más, a la muerte por los príncipes seculares, con mayor razón los herejes convictos de herejía podrían no solamente ser excomulgados, sino también entregados con toda justicia a la pena de muerte.
Mas por parte de la Iglesia está la misericordia en favor de la conversión de los que yerran, y por eso no se les condena, sin más, sino después de una primera y segunda amonestación(Tit 3,10), como enseña el Apóstol. Pero después de esto, si sigue todavía pertinaz, la Iglesia, sin esperanza ya de su conversión, mira por la salvación de los demás, y los separa de sí por sentencia de excomunión. Y aún va más allá relajándolos al juicio secular para su exterminio del mundo con la muerte. A este propósito afirma San Jerónimo y se lee en el Decreto: Hay que remondar las carnes podridas, y a la oveja sarnosa hay que separarla del aprisco, no sea que toda la casa arda, la masa se corrompa, la carne se pudra y el ganado se pierda. Arrio, en Alejandría, fue una chispa, pero, por no ser sofocada al instante, todo el orbe se vio arrasado con su llama.” (II-IIae, q.11, a.3)
El poder secular quiere perseguir la herejía. Siempre ha querido, porque siempre ha sido una amenaza real. Y la seguiría persiguiendo aun si no existiese una Inquisición. Pero ésta sirve de filtro, administra esta tarea mediante un procedimiento de averiguación ―de inquisición― cuya conclusión se hace saber a la Justicia, que finalmente la ejecuta. Y el poder secular se beneficia de que exista esta jurisdicción separada porque los eclesiásticos que la dirigen aportan la especialización en el saber teológico, algo que no es estrictamente función de los príncipes, mitigando así un celo castigador que puede ver herejía donde en realidad no la hay, como ocurría con las cazas de brujas al otro lado de los Pirineos y del Atlántico norte.
Pero mediante esta mediación de la Iglesia no sólo se ven servidos los intereses de la justicia. Se va más allá. Parece que la Iglesia, cuando se interpone entre el hereje y el príncipe, dice a éste: te ayudaré a mejor administrar tu Justicia, pero antes me dejarás ofrecer mi misericordia. Gracias a la Inquisición, el que es hallado culpable de algo tan grave tiene la oportunidad ¡hecho insólito en los tribunales! de arrepentirse y salir completamente perdonado, con una segunda oportunidad y una nueva vida por delante. “Por parte de la Iglesia está la misericordia en favor de la conversión de los que yerran”.
(1) La Inquisición fue suprimida y la primera policía establecida durante el Trienio Liberal. Fernando VII, en su segunda etapa de gobierno, confirmaría estos dos cambios.
Firmus et Rusticus
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Re: La Santa Inquisición en defensa de las libertades sociales
"¡Viva la Inquisición!" (II)
Continuación de la Primera Parte:
En la entrada precedente comencé a plantear una visión personal de la Inquisición española, estructurada en torno a tres preguntas, respondiendo a la primera: ¿qué hacía la Inquisición? Porque antes de intentar vislumbrar las motivaciones de quienes la establecieron, y antes de someter a crítica estas motivaciones, es necesario conocer los hechos. Hechos que la leyenda negra ha conseguido falsear con especial eficacia en éste su blanco predilecto, mostrando un desprecio por la verdad que deja boquiabierto al más prevenido.
Esbozados ya algunos aspectos del proceso inquisitorial para hacerse una mejor idea de qué hacía la Inquisición, pasamos a preguntar:
¿Por qué lo hacía?
Primero una aclaración. Hablamos de la Inquisición española para referirnos a aquella creación de la bula Exigit Sinceras Devotionis Affectus de S.S. Sixto IV en 1478, a petición de los Reyes Católicos, que la ponía bajo la especial supervisión del poder real (el Consejo de la Suprema y General Inquisición es uno de los varios consejos que conformaban la Monarquía: sus miembros, entre seis y diez, eran antiguos inquisidores nombrados por el rey a propuesta del Inquisidor General, y éste a su vez nombrado por el papa a propuesta del rey), a diferencia de la Inquisición romana o medieval que dependía bien de los obispos o bien directamente del sumo pontífice. La Inquisición, en su acepción amplia, ni fue una creación de los Reyes Católicos ni existió solo en España. La Inquisición medieval se extendió por varios reinos de la Cristiandad (no llegó a Castilla pero sí a Aragón), y su misma creación responde a que se consideraba que en ciertos lugares la herejía no era suficientemente perseguida: es decir, ya se perseguía, aunque no hubiera Inquisición.
“Ahí está el «Fuero Real», mandando que quien se torne judío o moro, muera por ello e la muerte de este fecho atal sea de fuego. Ahí están las «Partidas» (ley II, tít. VI, Part. VII) diciéndonos que al hereje predicador débenlo quemar en fuego, de manera que muera, y no sólo al predicador, sino al creyente, es decir, al que oiga y reciba sus enseñanzas.” -Menéndez Pelayo, Historia de España, ed. Jorge Vigón.
También se persiguió fuera de España, antes y después de los Reyes Católicos, y no solo en países católicos. La Inquisición española es única, sí, por su particular estructura y sujeción a la corona, pero no en el hecho de procesar herejes.
Así pues, ¿por qué existía la Inquisición en general, y la española en particular?
Porque la herejía es contagiosa. Y si algo se tiene por nocivo, se entiende que su contagio debe evitarse. Ojo, no entro todavía a valorar si de verdad la herejía es nociva, pero es indudable que así se creía. Este contagio tiene dos consecuencias, una que afecta al individuo y otra a la sociedad.
Primera consecuencia: por culpa de uno se pierden las almas de muchos. Si se considera que una doctrina es instrumental para la salvación, o al menos sumamente útil para alcanzarla, naturalmente se considerará objetivamente buena y apetecible, y su corrupción objetivamente mala y reprobable. Pongamos que en un equipo de fútbol a un jugador se le ocurre que es mucho mejor pasarse el balón con las manos en vez de con los pies, ya que de esta forma no se perdería la posesión y se ganaría el partido con mayor facilidad, que al fin y al cabo es el objetivo del equipo. A los demás jugadores les parece buena idea, y el día del partido todos la ponen en práctica, recibiendo uno tras otro tarjeta roja. Naturalmente, acaban perdiendo el partido. Supongamos que antes del desastre el entrenador del equipo le dice a este jugador: ye, tú tienes mucha imaginación, pero las reglas del juego son éstas, y como hagamos lo que dices vamos a perder el partido. Como el jugador no hace caso, el entrenador le deja en el banquillo e incluso le acaba expulsando del equipo para que no siga metiendo ideas en la cabeza de los demás, porque aunque le crean de buena fe, seguirán recibiendo tarjeta roja en el momento de la verdad. Ésta es la idea. La libertad de expresión no es lo que está en el centro del problema: es la veracidad o falsedad de lo que se expresa, y las consecuencias que esto pueda tener.
Estoy oyendo la voz de mi Pepito Grillo: estás hecho un demagogo, comparando el banquillo con la hoguera, ¿qué vendrá después? Sí, la Inquisición podía llegar a condenar a muerte a los herejes relapsos y a los no arrepentidos. Esto es quizá lo que más choca a la sensibilidad moderna, que se ha formado una idea del cristianismo como una especie de pacifismo hippie. ¿No dice Santo Tomás que “la Iglesia, por institución del Señor, extiende a todos su caridad; no sólo a los amigos, sino también a los enemigos y perseguidores”? Sí, y continúa: “Pero hay un doble bien. Está, primero, el bien espiritual, que es la salvación del alma, y al cual se encamina principalmente la caridad. Ese bien debe quererlo cualquiera, a los otros por caridad. Por eso, desde este punto de vista, admite la Iglesia a penitencia a los herejes que vuelvan, aunque sean relapsos, pues de este modo los incorpora al camino de la salvación.
Pero hay igualmente otro bien al que atiende secundariamente la caridad, es decir, el bien temporal, como la vida corporal, las propiedades temporales, la buena fama y la dignidad eclesiástica o secular. Este tipo de bienes no estamos obligados por caridad a quererlo para los demás, sino en orden a la salvación eterna, tanto propia como ajena. De ahí que, si un bien de estos que posee alguno puede impedir la salvación eterna de otros, no es razonable que por caridad lo queramos para él; antes al contrario, debemos querer, por caridad, que carezca de él [...] Según eso, si los herejes conversos fueron recibidos siempre para conservar su vida y demás bienes temporales, podría redundar esto en detrimento de la salvación común, tanto por el peligro de corrupción, si reinciden, cuanto porque, si quedaran sin castigo, caerían otros con mayor desembarazo en la herejía, a tenor de lo que leemos en la Escritura: ¡Otro absurdo!: que no se ejecute en seguida la sentencia de la conducta del malo, con lo que el corazón de los humanos se llena de ganas de hacer el mal(Ecl 8,11). Por eso la Iglesia, a los que vienen por primera vez de la herejía, no solamente les recibe a penitencia, sino que les conserva también la vida; a veces incluso les restituye benévolamente a las dignidades eclesiásticas, si dan muestras de verdaderos convertidos. Y tenemos constancia testimonial de que esto se ha hecho con frecuencia por el bien de la paz. Mas cuando, admitidos, reinciden, es una muestra de su inconstancia en la fe; por eso, si vuelven, son recibidos a penitencia, pero no hasta el extremo de evitar la sentencia de muerte.” (
II-IIae, q.11, a.4).
Precisamente porque el hombre vive en sociedad, y no se le puede considerar separado de ella, no es una injusticia que para el bien de la sociedad se castigue la herejía con pena de muerte, tal como se hace con otros delitos:
“si fuera necesaria para la salud de todo el cuerpo humano la amputación de algún miembro, por ejemplo, si está podrido y puede inficionar a los demás, tal amputación sería laudable y saludable. Pues bien: cada persona singular se compara a toda la comunidad como la parte al todo; y, por tanto, si un hombre es peligroso a la sociedad y la corrompe por algún pecado, laudable y saludablemente se le quita la vida para la conservación del bien común; pues, como afirma 1 Cor 5,6, un poco de levadura corrompe a toda la masa.”
Un poco de levadura corrompe a toda la masa. La herejía, aparte de perder las almas de los individuos, tiene una segunda consecuencia que se manifiesta en el plano de la sociedad, de menor importancia salvífica (1) pero más tangible en el inmediato mundo terrenal:
la propagación de doctrinas heterodoxas subvierte el orden social y político.
Ya sea un país católico o protestante, bien rinda culto al emperador o a la democracia parlamentaria, las autoridades no gustan excesivamente de que se subviertan los fundamentos sobre los que se apoyan. Esto es común a todos los tiempos. Si la herejía en materia religiosa se ha convertido en algo indiferente para los Estados modernos, no es porque hayan descubierto súbitamente la tolerancia que tanto eludía a sus antecesores, sino porque la religión se ha recluido en el ámbito de lo privado, y el fundamento de las lealtades políticas ha sufrido un trasvase radical:
“Hobbes y Bodino prefieren la uniformidad religiosa por razones de estado, pero es importante ver que una vez que a los cristianos se les hace cantar “No tenemos más Rey que el César” realmente es indiferente para el soberano que haya una religión o muchas. Una vez que el Estado ha conseguido dominar o absorber a la Iglesia, solo hay un pequeño paso desde el establecimiento absolutista de la unidad religiosa a la tolerancia de diversidad religiosa. En otras palabras, hay una progresión lógica de Bodino y Hobbes hacia Locke. El liberalismo lockeano puede permitirse la clemencia hacia el “pluralismo religioso” precisamente porque la “religión” como asunto interior es una creación del propio Estado.”
-William T. Cavanaugh,
The Wars of Religion and the Rise of the State.
La "herejía" en la modernidad no versa sobre lo teológico, sino sobre ese amalgama ideológico que hoy conocemos como lo políticamente correcto, que descansa en una visión antropológica individualista completamente demente y divorciada de la realidad (porque pretende que la libertad individual sea soberana, prescindiendo incluso de los límites que impone la naturaleza), y que viene desarrollándose en toda su radicalidad desde que la Revolución
―bebiendo del luteranismo
― plantara sus premisas. Todos los días vemos que esta nueva “ortodoxia” no solo no resulta tan indiferente como la religión para las autoridades, sino que les es absolutamente fundamental:
cuando alguien no se aviene a seguir su vertiginosa evolución, cunde el pánico. Detrás de todo el abuso mediático que suele perseguir a esa persona siempre se percibe cierto sentimiento de inquietud. Y con razón: su actitud es una amenaza, con auténtica potencia subversiva si no previene su propagación.
Y es que la herejía tiene consecuencias. Toda idea las tiene. La herejía no es subversiva por el hecho de ser diferente; lo es por el contenido concreto que la diferencia. Éste debe ser el pensamiento que nos acompañe como clave para formar un juicio valorativo de la Inquisición, respondiendo a la tercera y última de las preguntas que se plantearon al comienzo, que dejo para la próxima entrada.
(1) Aunque se puede argumentar que también la tiene, porque la sociedad en la que se enmarca el hombre, por muy amoral que sea, en cuanto sociedad ya es un bien apetecible. Material y, aventuro, espiritualmente. Pensando por ejemplo en el Justo del mundo pagano, el Sócrates, que no conoce la Revelación: el orden de la ciudad le proporciona la posibilidad de un perfeccionamiento que no sería posible, o menos probable, en la anarquía o en la jungla.
Firmus et Rusticus
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Re: La Santa Inquisición en defensa de las libertades sociales
"¡Viva la Inquisición!" (III)
Habiendo ofrecido algunas claves, desde una interpretación personal, sobre qué hacía la Inquisición española, y por qué lo hacía, queda preguntarse:
¿Tenía razón?
La Inquisición vela por la ortodoxia católica. Lo primero, pues, es preguntarse si la ortodoxia es deseable. Desde el punto de vista del individuo, naturalmente cualquier católico debería responder que sí: la Iglesia hasta hoy sigue manteniendo la ortodoxia y definiendo las herejías que aparecen, gobernando a los fieles mediante sus pastores. Pero los Estados anticristianos ya no reconocen eficacia a los medios que tiene la Iglesia ―el Derecho canónico― para llevar a cabo esta tarea, y mucho menos dejan que la ortodoxia inspire su legislación. Ésta se queda, como mucho, en una recomendación: o la tomas o la dejas.
Pero, ¿tiene la ortodoxia alguna ventaja, aparte de lo relativo a la salvación individual, que beneficie a todos y justifique un lugar en la vida pública? Que la ortodoxia católica presida las instituciones políticas, ¿es algo objetivamente bueno, incluso para el no creyente?
“La idea del nacimiento a través de un Espíritu Santo, de la muerte de un ser divino, del perdón de los pecados, del cumplimiento de las profecías, son ideas que, cualquiera puede verlo, no necesitan más que un toque para convertirlas en algo blasfemo o feroz. [...] El menor error introducido en la doctrina causaría inmensos trastornos en la felicidad humana. Una frase mal redactada sobre la naturaleza del simbolismo habría destruido las mejores estatuas de Europa. Un desliz en las definiciones y se detendrían todas las danzas, se marchitarían todos los árboles de Navidad y se romperían todos los huevos de Pascua.”
La herejía tiene consecuencias. El conocimiento de las cosas tiene repercusión en los actos del hombre. Las ideologías, los "ismos" de los siglos XIX y XX, cuando llevaban a cabo sus terribles proyectos sociales y políticos no estaban sino desarrollando la particular visión del hombre y su naturaleza que les aportaban sus respectivas "filosofías". Chesterton imaginaba la ortodoxia como una enorme roca cuyas múltiples irregularidades conseguían equilibrarla: una de más o una de menos y colapsaría el soberbio edificio de la Cristiandad. Un hombre concreto, por muy inteligente y bienintencionado que sea, no puede prever las consecuencias que una idea suya pueda tener mil años después, si ésta idea se desprende del tronco de la ortodoxia ―cuya continuidad está garantizada por la Tradición― al que por prudencia cuando no por fe se debería adherir. No hace falta buscar ejemplos de esto entre los grandes heresiarcas: basta recordar la obra del católico Descartes, quien sentado junto a su estufa plantó quizá la mayor bomba de relojería filosófica de la Historia.
La labor creativa del hombre mantenida dentro de la ortodoxia tiene en ella garantía de supervivencia, mientras que es ley histórica que la herejía prende y súbitamente se extingue: es estéril por definición. Pero antes de extinguirse inflama al mundo, y arrasa todo lo que encuentra en su camino. Basta que un solo hombre cambie una definición para que la Civilización cristiana, única en la Historia en su rechazo del inevitable pesimismo pagano que tarde o temprano acaba por menospreciar y esclavizar al hombre cuando se niega su acceso a lo trascendental, se convierta en una monstruosidad.
El Estado moderno, ése que se permite indiferencia ante la religión, es el fruto más palpable de una herejía religiosa. Siguiendo la tesis de Cavanaugh, “las Guerras de religión no fueron los sucesos que hicieron necesario el nacimiento del Estado moderno; ellas fueron en realidad los dolores de parto del Estado. Estas guerras no fueron simplemente una cuestión del conflicto entre el “protestantismo” y el “catolicismo”, sino que se llevaron a cabo en gran medida para el engrandecimiento del Estado emergente sobre los restos en decadencia del orden medieval eclesial.” El protestantismo es el artífice doctrinal del fin de la Cristiandad y el comienzo del mundo moderno. El libre examen rompe la unidad religiosa para que florezcan tantas sectas como individuos, hábilmente enfrentadas por príncipes que se sirven de la herejía para consolidar un poder independiente.Mediante el “cuius regio, eius religio” primero y más tarde la tolerancia religiosa (que no se extendía a los católicos porque no aceptaban esta nueva situación), el Estado moderno secularizado se presenta como la solución, cuando desde el principio él mismo fue el problema.
La época de las Guerras de religión que comienza con Lutero y acaba con los tratados de Westfalia de 1648 es una de las más sangrientas de la Historia europea. España jamás las padeció. Excepción hecha, por supuesto, de los Países Bajos, donde nunca penetró la Inquisición. ¿Casualidad?
Si es verdad que Felipe II nunca llegó a decir aquello de "veinte clérigos de la Inquisición mantienen la paz en mis reinos", me imagino que sería porque resultaba demasiado obvio. Con un poco de labor preventiva, la Inquisición aseguró una España unida en la que no entraría el fratricidio masivo que caracterizó a la Europa moderna, y así se mantuvo hasta la invasión militar e ideológica de Napoleón, que sembró una semilla de discordia que todavía padecemos después de dos siglos y numerosas guerras civiles, todas ellasdirectamente imputables a esta nueva cuña revolucionaria en la unidad católica española. La Inquisición, defendiendo la ortodoxia, evitó el absolutismo que abrazaron los príncipes europeos a quienes Lutero brindó la oportunidad de convertirse en la suprema autoridad religiosa de su reino. Y la Inquisición, de propina, salvó almas: algo que tienden a ignorar los "caritativos" católicos que olvidan la mayor caridad de todas.
Cuando recordamos a los Malcontents o Agraviados que en 1827 se rebelaron en Cataluña contra el "despotismo ministerial" al grito de "¡Viva la Inquisición y muera la policía!", ¿podemos de verdad creer que querían cambiar una tiranía por otra? ¿Podemos negar que, al contrario, eran conscientes de que la Inquisición era su más segura salvaguardia contra este nuevo despotismo? ¿Podemos cansarnos de repetir su grito de guerra?
Concluyo estas entradas compartiendo un interesantísimo documental de la BBC (subtitulado en castellano) que hace poco nos brindó el magnífico blog El Rincón de Don Rodrigo, a cuyo autor doy las gracias. Merece la pena, y mucho, dedicar un poco de tiempo para verlo. Sirva de coda una idea del documental: los reyes de España nunca se esforzaron por combatir la propaganda de sus enemigos, que creó el mito de la leyenda negra, porque lo consideraban por debajo de su dignidad. Que juzgaran mejor dejarse oír por sus obras que por sus palabras es una actitud que les honra. Hoy, no obstante, ya no somos la potencia mundial elocuente en obras que fueron las Españas áureas. Los españoles de antes no se molestaban en desmentir la leyenda negra porque nadie se la creía; los de ahora no lo hacemos porque todos nos la creemos. Ánimo, pues, y a dar guerra. Que no nos haga falta un programa de la BBC.
<span style="font-size: small;">http://www.youtube.com/watch?feature...PzBYuQweM#t=0s
FIN
Firmus et Rusticus
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Re: La Santa Inquisición en defensa de las libertades sociales
Epílogo sobre la Inquisición
“Es caso no sólo de amor patrio, sino de conciencia histórica, el deshacer esa leyenda progresista, brutalmente iniciada por los legisladores de Cádiz, que nos pintan como un pueblo de bárbaros, en que ni ciencia ni arte pudo surgir, porque todo lo ahogaba el humo de las hogueras inquisitoriales. Necesaria era toda la crasa ignorancia de las cosas españolas en que satisfechos vivían los torpes remedadores de las muecas de Voltaire para que en un documento oficial, en el dictamen de abolición del Santo Oficio, redactado, según es fama, por Muñoz Torrero, se estampasen estas palabras, padrón eterno de vergüenza para sus autores y para la grey liberal, que las hizo suyas, y todavía las repite en coro: «Cesó de escribirse en España desde que se estableció la Inquisición».
¡Desde que se estableció la Inquisición, es decir, desde los últimos años del siglo XV! ¿Y no sabían esos menguados retóricos, de cuyas desdichadas manos iba a salir la España nueva, que en el siglo XVI, inquisitorial por excelencia, España dominó a Europa aún más por el pensamiento que por la accióny no hubo ciencia ni disciplina en que no marcase su garra? [...]
La Inquisición no ponía obstáculos; ¿qué digo?, daba alas a todo esto, y hasta consentía que se publicasen libros de política llenos de las más audaces doctrinas, no sólo la de la soberanía popular, sino hasta la del tiranicidio, aquí nada peligroso, porque no entraba en la cabeza de ningún español de entonces que el poder real fuese tiránico, y siempre entendía que se trataba de los tiranos populares de la Grecia antigua. [...]
Y, sin embargo, ¡cesó de escribirse desde que se estableció la Inquisición! ¿Cesó de escribirse, cuando llegaba a su apogeo nuestra literatura clásica, que posee un teatro superior en fecundidad y en riquezas de invención a todos los del mundo; un lírico a quien nadie iguala en sencillez, sobriedad y grandeza de inspiración entre los líricos modernos, único poeta del Renacimiento que alcanzó la unión de la forma antigua y del espíritu nuevo; un novelista que será ejemplar y dechado eterno de naturalismo sano y potente; una escuela mística, en quien la lengua castellana parece lengua de ángeles? ¿Qué más, si hasta los desperdicios de los gigantes de la decadencia, de Góngora, de Quevedo o de Baltasar Gracián, valen más que todo ese siglo XVIII, que tan neciamente los menospreciaba?
Nunca se escribió más y mejor en España que en esos dos siglos de oro de la Inquisición. Que esto no lo supieran los constituyentes de Cádiz, ni lo sepan sus hijos y sus nietos, tampoco es de admirar, porque unos y otros han hecho vanagloria de no pensar, ni sentir, ni hablar en castellano. ¿Para qué han de leer nuestros libros? Más cómodo es negar su existencia."
-Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles
Epílogo sobre la Inquisición | Firmus et Rusticus
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Re: La Santa Inquisición en defensa de las libertades sociales
Cita:
Iniciado por
Hyeronimus
«Cesó de escribirse en España desde que se estableció la Inquisición».
"Nadie está libre de decir estupideces, lo malo es decirlas con énfasis.":muchagracia:
Montaigne.
Muchísimas gracias por el enlace, Hyeronimus, y gracias también al que se ocupó de escanear la monumental obra de los heterodoxos, todavía le quedan cuatro tomos, la que tengo de Espasa Calpe son siete en total.
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Re: La Santa Inquisición en defensa de las libertades sociales
Cita:
Iniciado por
Erasmus
todavía le quedan cuatro tomos, la que tengo de Espasa Calpe son siete en total.
Ahora que estoy revisando los archivos parece que no, que han incluído toda la obra en los tres volúmenes, a no ser que esté condensada.
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Re: La Santa Inquisición en defensa de las libertades sociales
Leí en el libro de Hillarie Belloc que Luis XVI era masón.
Respecto a que el absolutismo sea de origen protestante, no es cierto.
En el Imperio Romano el absolutismo del imperator (emperador) se basaba en la idea de que el emperador era hijo del dios Julio César y del dios Octavio Augusto, y que por tanto estaba legitimado por la voluntad divina. De ahí que el emperador se llamase César Augusto. Además, si el emperador era bueno y no recibía la damnatio memoriae, era aspirante a ser dios (pagano) después de muerto por medio del procedimiento de apoteosis. Esa era la mentalidad pagana. Como los romanos eran tradicionalistas (aclaración: tradicionalistas paganos), se tendía a dejar cierto poder e influencia al Senado. Con el transcurso del tiempo, los poderes del Senado fueron atribuidos o usurpados por los emperadores, lo que reforzó el absolutismo imperial.
Cuando Constantino legalizó el cristianismo, hubo un cambio. El emperador ahora se legitimaba como soberano por la voluntad de Jesucristo, a quien era él único al que rendía cuentas (en teoría). Jesucristo sustituía como deidad del imperio a Julio César y Augusto, y al Júpiter de los tiempos de Diocleciano.
Esa mentalidad absolutista pasó al Imperio Bizantino, y por medio de un enlace matrimonial de una princesa bizantina con un príncipe de la familia imperial alemana pasó a los emperadores de la Dinastía Otónica, siendo una de las causas de la Querella de las Investiduras.
Es probable que la concepción política del absolutismo monárquico europeo haya recibido influencia de las ideas luteranas acerca del estado, como autoridad superior a la autoridad eclesiástica. Pero no es claro que el protestantismo reforzase el absolutismo monárquico o estatal. Si bien el luteranismo apoyó la idea de que la autoridad estatal es superior a la de la iglesia, en el calvinismo ocurre lo contrario: es la autoridad de la iglesia (calvinista) la que está por encima de la autoridad del estado, puesto en práctica en el gobierno de Calvino en Ginebra. De hecho en Ginebra no había diferencia ni separación entre el estado y la iglesia (calvinista).
De todas maneras, el absolutismo de Luis XIV es una creación del Cardenal de Richelieu, seguramente inspirado en las ideas políticas de Jean Bodin y Nicolás Maquiavelo.
Cabe averiguar qué inspiró las ideas políticas de Jean Bodin.
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Re: La Santa Inquisición en defensa de las libertades sociales
El proceso está muy bien resumido por Elías de Tejada:
http://hispanismo.org/europa/12693-l...de-tejada.html
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Re: La Santa Inquisición en defensa de las libertades sociales
Más sobre el tema de la influencia del protestantismo en el abolutismo:
Protestantismo y Europa contra España y la Cristiandad
La Reconquista fue, también ella, una guerra civil, pues los musulmanes, aunque inicialmente invasores, vinieron a integrarse en la misma población del territorio hispánico. Había entre moros y cristianos una contradicción de orden político, institucional y cultural, pero esa guerra fue fundamentalmente una cruzada contra el infiel. A ella debió España su permanente carácter católico, que la separó del curso común de la historia europea, a pesar de la continuidad geográfica de su territorio, y por ello tuvo España el singularísimo privilegio de quedar exenta de la contaminación herética de la reforma protestante extendida por Europa y que configuró la “modernidad”. Porque “moderno” equivale a “protestante”, con todas las graves consecuencias que esto tiene para la historia europea y universal, empezando por la general entronización de la idea de “Estado”.
La separación de etapas históricas es siempre convencional, y depende del punto de vista de los historiadores, por lo que en su determinación puede presentar diferencias notables. En mi opinión, así como el fin de la Antigüedad debe fijarse en el año 700, fecha simplificada de la desaparición de la unidad mediterránea, que las invasiones germánicas no habían destruido, pero sí la expansión islámica, así también el fin de la que en el Renacimiento vino a llamarse la Edad Media no se produjo realmente, a pesar de evidentes síntomas de descomposición moral, hasta la Reforma; en este sentido, el comienzo de la Edad Moderna puede fijarse en la fecha concreta de 1517, momento de la solemne ruptura de Lutero con Roma, es decir, la ruptura de la Cristiandad que da lugar al nacimiento de Europa como entidad moral. Así, “modernidad” equivale a “protestantismo”, y todos los fenómenos que caracterizan a Europa en estos últimos cinco siglos, son todos ellos de raíz protestante: Europa es un producto de la Reforma y sigue viviendo en ella. En este sentido, España no pertenece a Europa (como traté de explicar desde mis escritos reunidos en “De la guerra y de la paz”, libro publicado en 1954), y cualquier intento europeizante presupone, entre nosotros, una desviación de la esencia de lo español; por ello mismo, la confesionalidad católica viene a ser una exigencia política, pese a las declaraciones de la Iglesia sobre la libertad religiosa, que no pueden afectar a la entidad misma del ser de España, siempre “más papista que el papa”; una confesionalidad, después de todo, no muy distinta de la de otros muchos pueblos, como los musulmanes, el Estado de Israel, la misma Inglaterra, por no hablar ya de los negativamente confesionales de signo marxista.
Entre estos fenómenos políticos derivados del Protestantismo, ninguno tan relevante como el de la aparición en Europa del “Estado”. Sin Lutero, como ya han dicho algunos, no hubiera sido posible Luis XIV, y esto es así porque el Estado, monárquico o republicano, lo mismo da, surgió de las guerras de religión, con el fin de constituir un nuevo dios, un nuevo Leviathán, dueño absoluto de los súbditos de un determinado territorio. España, en cambio, no se hizo un estado. A la Monarquía de los Austrias, la idea de Estado era totalmente extraña, y los pensadores españoles de la época reaccionaron contra la teoría “estatista” de los que ellos llamaban los “políticos” de Europa. Era lo más natural que un pueblo que se había librado de la Reforma no hubiera sentido la necesidad de constituirse en Estado. La crisis de este esencial anti-estatismo español hubo de hacer crisis desde los inicios del siglo XVIII. La Guerra de Sucesión fue también una guerra civil, pero que no logró configurar una nueva identidad para España, porque esta ya se hallaba muy sólidamente constituida por la Reconquista. Es verdad que, bajo una contradicción puramente dinástica, había algo más, de carácter moral: la dinastía que resultó vencedora, los Borbones, venían a imponer la concepción política europea de un estado absolutista, y no deja de ser sintomático que la doctrina del tiranicidio, sobre la que hemos de volver en nuestra “Perspectiva”, no inquietara para nada a los monarcas de la casa de Austria, pero sí a los soberanos borbónicos; y lo mismo con el tradicional regionalismo del todo incompatible con una concepción congruente del Estado, la misma que lleva hoy a nuestros “administrativistas” a oponerse tenazmente contra todo foralismo, pues siguen siendo fieles al “régime administratif” de los estatistas sobrevenidos con los Borbones. Pero esa idea de Estado soberano fue visceralmente rechazada por el sentimiento popular español que, si acabó por tener una general aceptación de la nueva dinastía venida de Francia, lo hizo con la misma mentalidad personalista de su antigua fidelidad a los Austrias. Sin embargo, las nuevas estructuras oficiales, en su pretensión de convertir a España en un Estado, crearon una crisis permanente de España, facilitando la entrada en ella, no ya de la herejía protestante, primera responsable de la Revolución, pero sí de esta misma, y muchas veces en sus formas más extremadas. Con esta crisis España parecía haber perdido su primera identidad lograda con la Reconquista. De ahí la melancólica historia de España desde el siglo XVIII, con la ruina de su Imperio.
Álvaro D´Ors. La violencia y el orden. 1987
Protestantismo y Europa contra España y la Cristiandad
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Re: La Santa Inquisición en defensa de las libertades sociales
El siguiente texto está tomado de la obra de Los Heterodoxos Españoles de Marcelino Menéndez y Pelayo, Libro V, Epílogo, Resistencia ortodoxa, III. La Inquisición. Supuesta persecución y opresión del saber. La lista de sabios perseguidos, de Llorente.
Al lado de las virtudes de los santos, de la espada de los reyes y de la red de conventos y universidades que mantenía vivo el espíritu teológico, lidiaba contra la herejía otro poder formidable, de que ya es hora de hablar, y con valor y sin reticencias ni ambages.
Ley forzosa del entendimiento humano en estado de salud es la intolerancia. Impónese la verdad con fuerza apodíctica a la inteligencia, y todo el que posee o cree poseer la verdad, trata de derramarla, de imponerla a los demás hombres y de apartar las nieblas del error que les ofuscan. Y sucede, por la oculta relación y armonía que Dios puso entre nuestras facultades, que a esta intolerancia fatal del entendimiento sigue la intolerancia de la voluntad, y cuando ésta es firme y entera y no se ha extinguido o marchitado el aliento viril en los pueblos, éstos combaten por una idea, a la vez que con las armas del razonamiento y de la lógica, con la espada y con la hoguera.
La llamada tolerancia es virtud fácil; digámoslo más claro: es enfermedad de épocas de escepticismo o de fe nula. El que nada cree, ni espera en nada, ni se afana y acongoja por la salvación [291] o perdición de las almas, fácilmente puede ser tolerante. Pero tal mansedumbre de carácter no depende sino de una debilidad o eunuquismo de entendimiento.
¿Cuándo fue tolerante quien abrazó con firmeza y amor y convirtió en ideal de su vida, como ahora se dice, un sistema religioso, político, filosófico y hasta literario? Dicen que la tolerancia es virtud de ahora, respondan de lo contrario los horrores que cercan siempre a la revolución moderna. Hasta las turbas demagógicas tienen el fanatismo y la intolerancia de la impiedad, porque la duda y el espíritu escéptico pueden ser un estado patológico más o menos elegante, pero reducido a escaso número de personas; jamás entrarán en el ánimo de las muchedumbres.
Si la naturaleza humana es y ha sido y eternamente será, por sus condiciones psicológicas intolerante, ¿a quién ha de sorprender y escandalizar la intolerancia española, aunque se mire la cuestión con el criterio más positivo y materialista? Enfrente de las matanzas de los anabaptistas, de las hogueras de Calvino, de Enrique VIII y de Isabel, ¿qué de extraño tiene que nosotros levantáramos las nuestras? En el siglo XVI, todo el mundo creía y todo el mundo era intolerante (2118). [292]
Pero la cuestión para los católicos es más honda, aunque parece imposible que tal cuestión exista. El que admite que la herejía es crimen gravísimo y pecado que clama al cielo y que compromete la existencia de la sociedad civil; el que rechaza el principio de la tolerancia dogmática, es decir, de la indiferencia entre la verdad y el error, tiene que aceptar forzosamente la punición espiritual y temporal de los herejes, tiene que aceptar la Inquisición. Ante todo hay que ser lógicos, como a su modo lo son los incrédulos, que miden todas las doctrinas por el mismo rasero, e, inciertos de su verdad, a ninguna consideran digna de castigo. Pero es hoy frecuente defender la Inquisición con timidez y de soslayo, con atenuaciones doctrinales, explicándola por el carácter de los tiempos, es decir, como una barbarie ya pasada, confesando los bienes que produjo, es decir, bendiciendo los frutos y maldiciendo del árbol..., pero nada más. ¿Ni cómo habían de sufrirlo los oídos de estos tiempos, que, no obstante, oyen sin escándalo ni sorpresa las leyes de estado de sitio y de consejos de guerra? ¿Cómo persuadir a nadie de que es mayor delito desgarrar el cuerpo místico de la Iglesia y levantarse contra la primera y capital de las leyes de un país, su unidad religiosa, que alzar barricadas o partidas contra tal o cual gobierno constituido?
Desengañémonos: si muchos no comprenden el fundamento jurídico de la Inquisición, no es porque él deje de ser bien claro y llano, sino por el olvido y menosprecio en que tenemos todas las obras del espíritu y el ruin y bajo modo de considerar al hombre y a la sociedad que entre nosotros prevalece. Para el economista ateo será siempre mayor criminal el contrabandista que el hereje.¿Cómo hacer entrar en tales cabezas el espíritu de vida y de fervor que animaba a la España inquisitorial? ¿Cómo hacerles entender aquella doctrina de Santo Tomás: «Es más grave corromper la fe, vida del alma, que alterar el valor de la moneda con que se provee al sustento del cuerpo»?
Y admírese, sin embargo, la prudencia y misericordia de la Iglesia, que, conforme al consejo de San Pablo, no excluye al hereje de su gremio sino después de una y otra amonestación, y ni aún entonces tiñe sus manos en sangre, sino que le entrega al poder secular, que también ha de entender en el castigo de los herejes, so pena de poner en aventura el bien temporal de la república. Desde las leyes del Código teodosiano hasta ahora, a ningún, legislador se le ocurrió la absurda idea de considerar las herejías como meras disputas de teólogos ociosos, que podían dejarse sin represión ni castigo porque en nada alteraban la paz del Estado. Pues qué, ¿hay algún sistema religioso que en su organismo y en sus consecuencias no se enlace con cuestiones políticas y sociales? El matrimonio y la constitución de la familia, [293] el origen de la sociedad y del poder, ¿no son materias que interesan igualmente al teólogo, al moralista y al político? Nunc tua res agitur, paries cum proximus ardet. Nunca se ataca el edificio religioso sin que tiemble y se cuartee el edificio social. ¡Qué ajenos estaban de pensar los reyes del siglo XVIII, cuando favorecían el desarrollo de las ideas enciclopedistas, y expulsaban a los jesuitas, y atribulaban a la Iglesia, que la revolución, por ellos neciamente fomentada, había de hundir sus tronos en el polvo!
Y hay con todo eso católicos que, aceptando el principio de represión de la herejía, maltratan a la Inquisición española. ¿Y por qué? ¿Por la pena de muerte impuesta a los herejes? Consignada estaba en todos nuestros códigos de la Edad Media, en que dicen que éramos más tolerantes. Ahí está el Fuero real mandando que quien se torne judío o moro, muera por ello e la muerte de este fecho a tal sea de fuego. Ahí están las Partidas (ley 2, tít. 6, part. 7) diciéndonos que al hereje predicador débenlo quemar en fuego, de manera que muera; y no sólo al predicador, sino al creyente, es decir, al que oiga y reciba sus enseñanzas (2119).
Imposible parece que nadie haya atacado a la Inquisición por lo que tenía de tribunal indagatorio y calificador; y, sin embargo, orador hubo en las Cortes de Cádiz que dijo muy cándidamente que hasta el nombre de Inquisición era anticonstitucional. Semejante salida haría enternecerse probablemente a aquellos patricios, que tenían su código por la obra más perfecta de la sabiduría humana; pero ¿quién no sabe, por ligera idea que tenga del Derecho Canónico, que la Iglesia, como toda [294] sociedad constituida, aunque no sea constitucional, ha usado y usa, y no puede menos de usar, los procedimientos indagatorios para descubrir y calificar el delito de herejía? Háganlo los obispos, háganlo delegados o tribunales especiales, la Inquisición, en ese sentido, ni ha dejado ni puede dejar de existir para los que viven en el gremio de la Iglesia. Se dirá que los tribunales especiales amenguaban la autoridad de los obispos. ¡Raro entusiasmo episcopal: venir a reclamar ahora lo que ellos nunca reclamaron!
No soy jurista ni voy a entrar en la cuestión de procedimientos, que ya ha sido bien tratada en las diversas apologías que se han escrito en estos últimos años (2120). Ni disputaré si la Inquisición fue tribunal exclusivamente religioso o tuvo algo de político, como Hefele y los de su escuela sostienen. Eclesiástica era su esencia, e inquisidores apostólicos, y nunca reales, se titularon sus jueces; y en su fondo, ¿quién dudará que la Inquisición española era la misma cosa que la Inquisición romana por el género de causas en que entendía y hasta por el modo de sustanciarlas? Si, a vueltas de todo esto, tomó en los accidentes un color español muy marcado, es tesis secundaria y no para discutida en este libro.
Fuente: IGLESIA REFORMADA
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Re: La Santa Inquisición en defensa de las libertades sociales
El libro regalado a Francisco por Netanyahu: una manipulación historiográfica
http://tradiciondigital.es/wp-conten...de-FE-1475.jpgPedro Berruguete (1475): "Santo Domingo presidiendo un auto de fe"
Ayer 2 de diciembre, al término de 25 minutos de encuentro en privado en el Vaticano, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu regaló a Francisco un libro escrito en español por su padre, Ben Zion Netanyahu, y cuyo título es «Los orígenes de la Inquisición en la España del siglo XV». Netanyahu explicó que «mi español es prácticamente nulo, pero mi padre, fallecido el año pasado, era historiador y conocía ese idioma».
Hubiera sido preferible que los servicios de protocolo de la Santa Sede hubieran evitado esta promoción interesada de una obra que, por su sectarismo y defectuosa interpretación, ha sido acertadamente rebatido por prestigiosos historiadores que se han ocupado del tema. Cuando la obra de Netanyahu no era noticia nos hicimos eco de esa crítica al publicar en Historia en Libertad la recesión de un libro que ahora recomendamos a nuestros lectores para contrarrestar la propaganda sionista que Netanyahu ha aprovechado para difundir con motivo de su audiencia romana. Se trata de Las razones de la Inquisición española (Una respuesta a la Leyenda Negra) , editado por Almuzara en 2009.
Su autor, Miguel Ángel García Olmo (Murcia, 1963) es doctor en Antropología y licenciado en Derecho y Filología Clásica. Como ensayista suele abordar cuestiones humanísticas de actualidad (historia, educación, artes, hecho religioso…) desde perspectivas multidisciplinares. Como traductor está especializado en latín eclesiástico, habiendo publicado en español toda la colección de visitas ad limina de los obispos cartaginenses que, desde el siglo XVI, se custodia en el Archivo Secreto Vaticano.
En la década de los noventa del pasado siglo, Benzion Netanyahu (historiador y ex político sionista, padre del actual primer ministro de Israel) publicó un alegato en el que señala el racismo antisemita como origen y motivación fundamental de la Inquisición española. Esta peregrina hipótesis retrotrae el debate historiográfico sobre el Santo Oficio a un estadio anterior al que se había logrado gracias a las más relevantes aportaciones de autores como Domínguez Ortiz, Suárez Fernández o Eliott y lo devuelve a un terreno de interpretación basado en prejuicios ideológicos no tanto en una lectura desapasionada de las fuentes para buscar en ellas la explicación de los hechos del pasado.
Quizá por eso mismo, la sugerencia tuvo una inmensa y acrítica repercusión internacional en un mundo que rehuye los análisis complejos de la realidad y prefiere concebir la historia como una proyección hacia atrás de nuestras peculiares fobias, siendo una de las más características de ellas, la cristianofobia. De ahí el éxito que tiene todo aquello que se utiliza para denigrar al cristianismo de ayer pensando en combatir al cristianismo del presente. Otros, desde las filas de la misma Iglesia prefieren romper con cualquier fidelidad o vínculo emocional hacia el pasado para subrayar que la Iglesia de nuestros días sería el resultado de la metamorfosis que convierte a una institución antaño oscurantista e intolerante en vanguardia de una nueva civilización sincretista y ecuménica.
Entre las muy autorizadas voces, que se han distanciado de la tesis sostenida por Netanyahu, se encuentra el autor de Las razones de la Inquisición española (Una respuesta a la Leyenda Negra). Comienza el autor preguntándose, lúcidamente:
¿Realmente necesitan de reivindicación sentida o dolida aquellos desdichados que sufrieron injustamente hace siglos, pero que llevan otros tantos siendo rehabilitados por filósofos, historiadores, novelistas y ahora hasta por la misma Iglesia? Y esto en un mundo como el contemporáneo plagado de horrores, en el que hay miles de damnificados por sistemas, injusticias y conflictos tremendamente crueles y a veces olvidados; o en la España democrática en la que las víctimas de nuestro terrorismo o de nuestra intolerancia han de señalarse y hacerse visibles a diario para no quedar arrumbados y preteridos (p.15).
En este contexto irrumpe el profesor Netanyahu con Los orígenes de la Inquisición (Nueva York, 1995):
Prácticamente no hay historia de la Inquisición ni obra que verse sobre algún aspecto del judaísmo español que no recoja la obligada referencia a sus planteamientos. Por lo que respecta al ámbito de la cultura española no puede dejar de señalarse que las posturas de Netanyahu han saltado a los medios de comunicación social, llegando éstos a servir de soporte mediático a tensos debates más propios de congresos especializados o de revistas científicas (p.17).
En contraste con tanto entusiasta acrítico, el gran académico español Antonio Domínguez Ortiz califica de aberrantes unas conclusiones como las de Netanyahu que vinculan la Inquisición a una maquinaria política justificada por razones religiosas, producto de unos odios sociales y racistas que los reyes utilizaron en su provecho
Para desentrañar el problema comienza García Olmo explicando la trayectoria seguida por los judíos españoles en los reinos cristianos medievales para llegar al debate fundamental: el del criptojudaísmo.
En efecto, dilucidar hasta qué punto es cierta la convicción de que los conversos españoles de los siglos XV y XVI judaizaban —argumento sostenido no sólo por los promotores de la Inquisición y buena parte del pueblo, sino también por diversas escuelas de historiadores contemporáneos, con mayor rotundidad si son judíos—, se ha convertido en piedra de toque del avance de toda investigación posterior (p.35).
Los autores (incluso judíos) que afirman la realidad judaizante otorgan amplio crédito a la razón religiosa que desde el principio dio el sistema inquisitorial de su propia existencia, por el contrario, quienes —desconfiando de las fuentes— niegan o minimizan la sustantividad del criptojudaísmo no ven en la Inquisición otra cosa que designios lucrativos o racistas.
A lo largo de una serie de páginas de densa argumentación y convincente soporte documental, procede Miguel Ángel García Olmo a analizar cuestiones como el propio origen del Santo Oficio entendido a la luz de las fuentes y la limpieza de sangre para llegar a una serie de ponderadas conclusiones en las que queda establecida la existencia de un criptojudaísmo minoritario pero preocupante y la actitud ambigua de los judíos hacia los que habían abandonado su religión: La Inquisición es caracterizada como un tribunal de la fe moderado en su represión y la América hispana como el lugar de aplicación de unos principios basados en los derechos humanos y donde se estrellaron las pretensiones estrechas ligadas a la defensa de la pureza de sangre:
Lejos de instaurar una sociedad guiada por directrices de segregación racial y de exaltación del modelo etnocéntrico, los españoles ‘inventaron’ la sociedad del Nuevo Mundo y en ella pusieron en práctica con considerable éxito la teoría de los derechos humanos que fueron alumbrando entre paso hacia adelante y hacia atrás (p.279)
El autor de esta obra, cuya lectura aprovechamos para recomendar de nuevo, sostiene que el único camino posible de hallar coherencia a la historia de la Inquisición española consiste en olvidar las cíclicas y multiformes teorías conspirativas que se han ido formulando desde el siglo XIX hasta hoy, y volver a leer los textos, testimonios y documentos históricos sin suspicacias ni imágenes preconcebidas (p.277). Un criterio con el que coincidimos plenamente y que, aplicado también a otros campos del estudio de nuestro pasado, hará que los españoles dejemos de colaborar a nuestro propio descrédito colectivo e individual.
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Título: Las razones de la Inquisición española (Una respuesta a la Leyenda Negra)
Autor: Miguel Ángel García Olmo Marcial Pons
Editorial: Almuzara, 2009
Páginas: 346
Precio: 23 euros
El libro regalado a Francisco por Netanyahu: una manipulación historiográfica | Tradición Digital
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Re: La Santa Inquisición en defensa de las libertades sociales
Antonio Caponnetto: Las mentiras sobre la inquisición
Conferencia muy interesante y documentada del Doctor Antonio Caponnetto, intelectual argentino de gran experiencia y formación sobre temas eclesiales, teológicos y filosóficos. Es necesario escucharla para ir desmontando la leyenda negra que contra la Iglesia Católica (y también contra España) ha intoxicado y sigue intoxicando a generaciones enteras tanto de cristianos como de creyentes de otras confesiones o de ninguna.
El título es “Las Mentiras sobre la Inquisición” y lo ofrecemos en exclusiva por primera vez en la red. No tiene desperdicio.
https://www.youtube.com/watch?feature=player_detailpage&v=XURMgGEprRM
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Re: La Santa Inquisición en defensa de las libertades sociales