«Hitler quiso movilizar en Berlín a los republicanos españoles»

Con «Niños feroces», Lorenzo Silva no ha querido construir una novela histórica, ni de hazañas bélicas, ni tampoco una obra en la que reproducir el devenir del tiempo

ANTONIO ASTORGA / MADRID

Día 12/10/2011



ERNESTO AGUDO



Lorenzo Silva (premios Nadal, Primavera, Algaba, creador de la serie policiaca protagonizada por los investigadores Bevlacqua y Chamorro) se tropezó por azar con la demoledora historia de «Niños feroces» (Destino). En internet descubre una esquela de una persona fallecida en 1984: «Miguel Ezquerra, teniente coronel de las Waffen-SS de Berlín». De ahí al Berlín de 1940, donde anidaban muchos españoles. A Hitler lo defendían un puñado de franceses, escandinavos, letones... Pero su guardia se tambaleaba, hacía aguas, en la zona central; el grueso de los combatientes eran ancianos, tipos desesperados... «Una imagen: avanzan treinta tanques rusos por una avenida y de repente doce desarrapados a pie con lanzagranadas, y a cuerpo limpio, comienzan a pararlos...». La gran aventura de aquellos niños de la guerra consistía en sobrevivir. Eran combatientes sin trincheras. «Existen testimonios de trabajadores españoles que estaban en las fábricas de armamento, algunos voluntarios; son los primeros emigrantes en Alemania, otros fueron forzados. Está documentado que pudo haber en Berlín trabajadores civiles, incluso republicanos. Y también existen testimonios de que, en el momento final de la Segunda Guerra Mundial, Hitler pensó en hacer una movilización general de todos los republicanos españoles, los que podían ser más de tipo anarquista o socialista. Hitler pensaba que Franco se había alineado con los burgueses, que eran los americanos y los británicos, y que realmente el único socialismo que quedaba —fuera del comunismo— era el nacionalsocialismo. Hitler lo pensó en alguno de sus delirios, y a esos republicanos españoles, gente curtida que hizo la guerra, les quiso tirar el anzuelo a ver si picaban: ochocientos tíos enfermos, sin armas, sin munición, sin carros..»
Con «Niños feroces», Lorenzo Silva no ha querido construir una novela histórica, ni de hazañas bélicas, ni tampoco una obra en la que reproducir el devenir del tiempo: «Quería ofrecer la mirada de hoy de un chaval español de veinte años, que no hace ni la mili, y que ve a aquellas personas de hace más de seis décadas como alienígenas. Ese es el principio de “Niños feroces”; luego está la caída del Muro de Berlín, que supone la derrota del comunismo realmente. Y ahí, los luchadores anticomunistas octogenarios sintieron una victoria, igual que todos los alemanes. Secretamente muchos pensaron: “Teníamos razón porque luchábamos contra el que levantó ese muro”. Estoy convencido de que lo pensaron todos los supervivientes en noviembre de 1989. Pongámonos en el pellejo de alguien que defendió Berlín, que no pudo evitar que los rusos pasaran y que tuvo que salir por piernas... Y muchos años después, de repente, ve caer el Muro, el símbolo del poder comunista. Es una victoria aplazada para esta gente, como en España lo fue para el bando republicano la Transición».
El protagonista de «Niños feroces» es un niño de la Guerra Civil, que ve cómo su mundo se hunde a su alrededor... Y la primera expedición de la División Azul, las caras de pavor de esos niños enviados a empuñar un fusil... «Hay fotos de los niños alemanes apresados por los rusos, seres de doce añitos, que impactan por su cara de derrota, de hundimiento, de miedo; el momento en el que un tirano moviliza a los niños es el justo instante en el que si le queda un gramo de dignidad debe buscar una pistola y pegarse un tiro. Hitler debió saltarse la tapa de los sesos antes de movilizar a los niños, como también lo debió hacer Gadafi antes de movilizar a los menores de dieciséis años, si le queda algo de la dignidad que él tanto blasona. A esos niños y a los chavales de veintidós se les expropió una energía con la que se dedicaron a destruir el futuro de otros y el suyo», denuncia el autor.




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