EL MARABÚ Y LA DJEMÂA
Joaquim Pedro de Oliveira Martins
Imagen de maltez.info
Por Antonio Moreno RuizHistoriador y escritor
Decía Adolf Schulten, aquel arqueólogo germánico enamorado de Tartessos, que en España pervive extraordinariamente lo arcaico. De lo arcaico en adelante se ocupó mucho Oliveira Martins, eminente polígrafo portugués, a quien tengo en estima como uno de mis historiadores de referencia. ¿Quién es capaz de dibujar historiografía en prosa poética? Pues nuestro caro lusitano, que fue definido como el historiador más artista de la península desde Menéndez Pelayo a Unamuno. História da Civilização Ibérica es un libro auténticamente delicioso. En unas doscientas cincuenta y dos páginas, Oliveira Martins nos sumerge en la historia peninsular, desde la antigüedad más remota hasta el siglo XIX que le tocó vivir. Con respecto a los iberos aporta datos curiosos, estableciendo dos figuras “histórico-étnicas” principales (Amén de similitudes craneales): El marabú y la djemâa. El marabú en tanto y en cuanto a la figura del “príncipe guerrero-sacerdotal cercano al pueblo”, alejado de los “reyes-divinidades lejanas” que se van a dar en otra amplia gama de culturas. Dice Oliveira Martins que cuando los hijos de Hispania se han visto presa de la desorganización, han acudido a sus tradiciones indígenas más primigenias cual arcano sublime, tal y como en el Medioevo nobles y plebeyos dejaban claro al monarca en las cortes de Aragón sus deberes. ¿Qué diremos del castellano “nadie es más que nadie”? Y ahí entraría la djemâa como “núcleo poblacional-político”, como germen del municipalismo más celoso. Si a esto añadimos características como una alta conciencia de libertad, una mentalidad autárquica, el culto a los antepasados o el amor irrefrenable por la lengua materna, así como el tipo de agricultura y organización socioeconómica y militar, veremos que Oliveira Martins no era un acróbata romántico, sino un buscador perspicaz y transparente que situaba estas características primordiales en el norte de África, la península ibérica y algunos puntos de la península italiana. Comprendemos que Oliveira Martins escribía en el XIX y se hacía eco de corrientes muy de su época, y hoy es más que discutible que sea irrefutable un origen norteafricano de los iberos, así como sabemos que los bereberes no proceden del tronco cultural semítico; de hecho, estos paralelismos no se van a dar en las culturas semitas. Empero, resultan esclarecedoramente fulgurantes estas evidentes reminiscencias en distintos planos, que también se verán a posteriori en la difusión del cristianismo: El paleógrafo Bischoff avistó el influjo norteafricano en la liturgia, ¿y qué decir de la influencia de San Agustín de Hipona y Cipriano de Cartago?
Los pueblos hispánicos, viendo como tantos otros pueblos del mundo en su solar el paso de distintas oleadas, han conservado ese sustrato tan arcaico como libre que Schulten y Oliveira Martins supieron ver y defender. No nos extrañe que sean prácticamente idénticas las descripciones grecolatinas sobre los celtíberos y el pavor de la Grande Armée bonapartista ante los guerrilleros españoles. La guerrilla es otra gran figura característico-atávica para Oliveira Martins. Asimismo, no nos extrañe que romanos y árabes harto coincidan en sus descripciones sobre los bereberes. Empero, los pueblos berberiscos, aun singulares, han perdido mucho de su esencia y libertad. Su tierra se vio invadida por el alfanje mahometano, alfanje que sangró al pueblo bereber para que éste luego se desangrara en la conquista de Hispania, cuando la minoritaria élite arábiga acabó desplazándolo. Fue el bereber el que ya en el siglo VIII se lanzó a luchar contra el árabe y provocó el temprano desquiciamiento de Al Andalus. Hasta en esto desbarran los alandalusistas, seguidores apocados de Américo Castro y Blas Infante. El mundo andalusí no fue ni por asomo “homogéneo árabe”, y se olvidan que fue un estado esclavista. En ciertos momentos algunos andalusíes quisieron aliñar lo bereber y lo indígena, que era el grueso popular, y fracasaron, pues el islamismo, “religión ideológica“ del kismet fatalista, asimila mal y digiere peor la realidad y la variedad; en Al Andalus los omeyas y samiyyun sirios, los almorávides y los almohades, los esclavos y guardias eslavones, los esclavos negros... Sin nexos claros, sin identidad raigal. Así, los pueblos ibéricos, levantiscos, tozudos y en no pocas ocasiones peleados entre sí, viendo su esencia y rescatando su ideal patrio al calor de la santa cruz que en comunión con la añoranza del reino visigodo de Toledo les había dado tan sacro testigo; sacando a relucir su nativo genio en las ocasiones más dificultosas: Ben Hafsun o el Cid Campeador por ejemplo. ¿Veremos aquí parecidos razonables desde lo iberocelta a lo amazigh? Es posible. La palabra “jinete” es de origen bereber, y el Inca Garcilaso nos recuerda que su tierra se conquistó a la gineta.
Los pueblos berberiscos, acaso antepasados de los nativos de las Islas Canarias, siguen desde Marruecos a los lindes egipcios sojuzgados, cuasi escondidos en áreas recónditas, llamados “bárbaros” por los árabes. Y hemos aquí que aquí no pían aquellos próceres del “anticolonialismo tercermundista”, cuando la realidad es que los nativos del África septentrional siguen invadidos y colonizados, pero no esperemos que el chavismo y adláteres suelte alharaca alguna por ello. Nos hablan con Antonio Gala e Isabel Gemio de un "islam abierto", pero lo cierto es que el islam se cierra en banda hasta contra los pueblos que le dan fe.
Con todo, urge que ante tanto falso, subvencionado, maniqueo, ridículo y estridente paraíso andalusí, rescatemos nuestro genio nativo, moldeado en la lengua y el derecho de Roma, el empuje visigodo y en la fe que mueve montañas.
RAIGAMBRE
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