Prólogo a la obra de Ernesto Giménez Caballero:
Pío Baroja, precursor español del fascismo
Estoy haciendo un libro sobre “España y Roma” que considero basamental para sentar firmemente el genio de lo español.
Nadie se había tomado el trabajo, entre nosotros, de seguir la mirada espiritual de España, a través de su historia. Y, sin embargo, había gentes que pretendían conocer las intimidades del corazón hispánico. Es como si a un corazón se le quisiese sorprender sin auscultar los ojos que ese corazón hace girar por el espacio, en busca de todo lo que busca un corazón a través de unos ojos; un amor.
¿Cual ha sido el objeto amoroso más insistente y ardiente de España a través de su historia? Ved aquí un tema central y magnífico que no se habían planteado hasta ahora los investigadores del alma española.
Nada más fácil de descubrir. Bastaba —repito— seguir el mirar alucinado de España a través de los siglos: Roma.
(Nada, sin embargo, más arduo, más delicado, más útil).
Yo me he tomado esa pena, que ha sido un gozo. Y como todas las penas o esfuerzos que con gozo se hacen, encontré mis hallazgos y revelaciones. Algunas, sensacionales. Por ejemplo, esta que voy a comunicar.
* * *
España nunca dejó de mirar —polarizada— hacia Roma. Bajo los Césares (Séneca, Lucano). Bajo el Cristianismo (Prudencio, San Isidro, Alfonso X, Berceo, Lulio). Bajo el Renacimiento (Nebrija, Encina, Gil Vicente, Garcilaso, Naharro, Guevara, Hurtado de Mendoza). Bajo la contrarreforma (Loyola, Santa Teresa, Cervantes, Quevedo, Góngora). Sólo bajo la etapa racionalista del XVIII y la liberal del XIX, España da la sensación de volver su insistente mirada, de un modo estrábico, hacia una Europa nórdica y central. Hacia París, Londres, Berlín.
Y sin embargo, España no deja de mirar —por eso— al misterio de Roma, alucinante para nuestro genio. En el siglo XVIII, aparte de otros testimonios menos interesantes, están los de Luzán y de Moratín. Y en el XIX, los de Alarcón, Castelar y Pérez Galdós. (Interesantísimo el de Pérez Galdós, quien llega a considerar al liberalismo y la Constitución en Italia como pésimos mecenas, como esterilizadores de la literatura y del arte. ¡Quién lo hubiera pensado que Pérez Galdós pensaba así!)
* * *
Pues bien: en el primer cuarto del siglo XX, la época más alejada, en la España espiritual, de toda atracción romana: la época que alcanza la máxima distanciación del foco estelar de Roma, esa ley románica se da también. Se da, con fatalidad de ley, con sistematización ingénita, con un sentido que —hoy ya— nos hace posible el afirmar el contacto de lo hispano con lo romano, como una “constante histórica”. Y se da, nada menos, que en uno de los índices espirituales, aparentemente más antirromanos, más europeizantes, más de la generación del 98: Pío Baroja.
Yo he descrito en otra parte la característica de ese primer cuarto del siglo XX español. Bajo el influjo del pangermanismo, por un lado; y de las corrientes demoliberales, por otro; “lo mediterráneo”, era algo decadente; “lo latino”, una cursilería. “Roma”, un rincón olvidado, de barbarie y de reacción.
Los índices espirituales de esa época —toda la época de anteguerra— sienten la admiración por esa cosa vaga y rústica que llamaban “Europa”. Es decir, por las civilizaciones “modernas” de lo francés, lo inglés y lo alemán.
Era el último estertor romántico de la “España moderna”. La última expresión del “romanticismo español”. Entendiendo por romanticismo, el anhelo hacia lo remoto, lo exótico, lo alógeno, lo lejano a nosotros mismos. Un romanticismo que empezó en el siglo XVIII con el “afrancesamiento”, en costumbres y en literatura. Que en el XIX tomó un sesgo político hacia lo inglés. Y en ese cuarto del siglo XX, un carácter cientifista a lo alemán.
Todos los hombres-índices de tal época se buscaban sus antecedentes rubios, sentimentales, arios, antiafricanos y antirrománicos.
Baroja fue uno de los más significativos en esa búsqueda. “¡Archieuropeo, archieuropeo!”, exclamaba en uno de sus libros, queriéndose definir. En otro libro, se complacía de que, en Valladolid, cuando estudiante, le tomasen por extranjero, al ver su pelo rojizo. Baroja se afanó, como ningún otro vasco, en indagar el fondo pagano y antirromano de su raza vasca, de la raza de Jaun de Alzate. A su perro le llamó Thor, como a un dios germánico. Y en las puertas de su casa y en las solapas de su chaqueta, se colgó una svástica, una cruz gamada, mucho antes de que Hitler la hiciese emblema del racismo alemán. Hoy esa cruz gamada es el símbolo del país vasco; aparece en insignias, banderas y guías de turismo local. Pío Baroja ha sido, sin duda, uno de sus propagandistas más fervorosos. Y ello hace que el español inocente —por muy antifascista que sea— se encuentre, al llegar al país vasco, bajo el signo del fascio, sin saber ante quien protestar. Pues el fascismo vasco es antifascista. Va contra la unidad española. Esta es una de las tantas y divertidas paradojas del fascismo español. (De “los fascismos españoles”).
¡Pío Baroja, entronizador del sagrado racismo en España, del fascismo alemán!
Pero es mucho más profunda y sustanciosa la otra paradoja del autor de “Paradox”: su exaltación del fascismo romano, esto es, del verdadero Fascismo, antes de que el propio Mussolini lo inventara. Hacia los años 1909 a 1910.
* * *
De toda la obra barojiana, hay un libro que ya desde el primer momento que lo leí —va para bastantes años— me sorprendió, me sacudió vivamente. Para mi gusto, la mejor novela de las de Baroja. Novela con un título obsesionante y misterioso; y que tendría, al cabo del tiempo, una indudable transcendencia: “César o nada”.
Esa novela planteó ante la España liberal, modernista, europeizante y parlamentaria de hace veintiocho años, nada menos que estas dos cuestiones alucinantes y sorprendentes: “el antiparlamentarismo” y “el Cesarismo” —como solución.
Esta novela, publicada primero en folletines en “El Radical”, de Lerroux (1909), es donde, mejor que en ninguna otra española, se describe el parlamentarismo desde dentro, desde un pueblo de Castilla; con sus caciques, su inmundicia, sus tradiciones, su falsedad y sus crímenes. y frente al cual, un oscuro héroe, el protagonista de la novela, lucha cara a cara, soñando en el ideal que Roma la Cesérea y Papal, la de otro español —Borja— le enseñara: ser César o nada.
Ese héroe, antes de lanzarse a la lucha política en el parlamentarismo español, había visitado Roma. Muchas cosas, arbitrarias y magníficas, vio ese héroe en Roma. No es este el momento de analizarlas todas: sino una. Una sola. La fundamental. La que forma la entraña del libro. La que forma toda su profecía. La que descubre “el genio de España” y el porvenir de toda una política futura del mundo europeo: el fascismo.
* * *
Alguien que me lea —quizá el propio Baroja— creerá que estoy hablando en broma. Deformando las cosas y tiñéndolas a mi gusto.
Pero el texto está aquí: limpio y poético, como todas las visiones certeras y lunguimirantes. Baroja (es decir, el héroe de la novela) reflexiona ante el máximo fenómeno de las relaciones de España con Roma. (Pag. 175-177, segunda edición de 1920).
“Me ha extrañado el paralelismo de la obra de César Borja y de lñigo de Loyola; lo que intentó uno en la esfera de la acción lo hizo otro en la esfera del pensamiento. Estas dos figuras españolas gemelas, las dos odiosas para la mayoría, han dado la dirección a la Iglesia; una, impulsándola al poder espiritual, Loyola; otra, al poder temporal, César Borja.
Se puede decir que España dio a la Roma de los Papas el pensamiento y la acción, como a la Roma de los Césares, le dio también, pensamiento y acción, con Séneca y Trajano”.
Baroja saca una conclusión decisiva de ese fenómeno hispánico, de esa experiencia retrospectiva. La quiere actualizar, presentir, como si respondiese a una constante histórica, a un genio nacional:
“Este brío español que en sus dos impulsos, espiritual y material, dio nuestro país a la Iglesia… debía intentar hoy en beneficio de sí mismo. La obra de España debía ser organizar el individualismo extrarreligioso”.
¿Qué entiende Baroja por “individualismo extrarreligioso”?
Pronto veremos la sorpresa:
“Somos individualistas —prosigue—. Por eso más que una organización democrática, federalista, necesitaríamos una disciplina férrea, de militares…
Planteada esa disciplina, debíamos propagarla por los países afines.
La Democracia, la República, el Socialismo, en el fondo no tienen raíz en nuestra tierra. Familias, pueblos, clases, se pueden reunir con un pacto; hombres aislados, como somos nosotros, no se reúnen más que por la disciplina.
Además, nosotros no reconocemos prestigios ni aceptamos con gusto ni rey, ni presidente, ni gran sacerdote, ni gran mago.
Lo único que nos convendría es tener un Jefe…
El Loyola del individualismo extrarreligioso es lo que necesita España.
Una filosofía fría, realista, basada sobre los hechos. Y una moral basada en la acción.” Este es, sin duda, el primero de los textos fascistas, la primera profecía fascista lanzada en la Europa de hace veinticinco años.
Baroja intuye al fascismo como’ ‘individualismo extrarreligioso”. Y señala sus más firmes características. Disciplina férrea de milicias, al frente de las cuales haya un jefe único. Es decir, un Dictador, el Héroe, el César.
A España —y países afines (sentido imperial, de expansión)— es lo que le conviene. En España no tienen raíces ni la Democracia, ni la República, ni el Socialismo.
¿Cuál ha de ser la filosofía, la doctrina de ese sistema? Una filosofía fría basada en los hechos y una moral basada en la acción. (Es decir, el estoicismo fascista).
¿En Qué antecedentes nacionales, tradicionales, íbamos a apoyar tal política, tal espíritu? Borja el César, y Loyola, el Santo, Séneca el Filósofo y Trajano el Emperador.
Hace poco —alguien eminente en Italia— comparó la figura de Mussolini, del Duce del fascismo, con un “Loyola laico”.
Baroja ya había previsto esa figura del nuevo tiempo que se avecinaba en Europa. “El Loyola del individualismo extrarreligioso es lo que necesita España”.
Es decir: el caudillo del Contrarreformismo, del Contramarxismo. En una palabra: el Fascismo. La cosa es tan evidente que no se necesita ingenio alguno para justificarla. Se justifica por sí sola, teniendo en cuenta algo de que nadie podrá dudar, ni el propio Baroja: Que el Baroja de 1910 estaba sometido a las mismas corrientes espirituales profundas que estremecían las entrañas de los mejores hombres de la época. O sean: la corriente nietzscheana, que iba a derivar al Cesarismo. (Teoría del Super-Hombre). Y la corriente soreliana, que iba a derivar al Sindicalismo heroico.
Baroja expresa en literatura hacia 1910 lo que Mussolini comienza a realizar en la acción, diez años más tarde.
Las cosas no se dan nunca arbitrariamente en la historia. Baroja, Mussolini —entre otros espíritus estremecidos de aquella época— perciben esas ondas nietzscheanas y sorelianas, de modo agudo, el día que se ponen en contacto con Roma. (Mussolini no empezó a realizarse hasta que no descubrió Roma).
Lo que en el Duce fue toda una realización, en el héroe de la novela barojiana fue todo un sueño.
El César de Baroja muere asesinado en unas elecciones. No llega a “realizarse”. Pero lo que sí realiza el héroe barojiano es el “tipo”, la “tendencia humana nueva”, “el nuevo hombre europeo” frente al “horno parlamentarius” y al “horno demo—liberalis”.
Me place extraordinariamente haber mostrado este antecedente español —precioso— del auténtico fascismo. Hay gentes en España (académicas y putrefactas) que intentan enlazar la posibilidad de un fascismo español con Cisneros y no sé quién más…
El antecedente inmediato del fascismo está en la corriente nitzscheana y soreliana: en los espíritus llamados entonces “disolventes, anarquistas y radicales”. No en los colaboradores de la Academia Española, de “El Debate”, ni de la “Correspondencia Militar”.
Mientras en España se crea que el fascismo habrá de ser algo de sacristanes, señoritos y aristócratas del viejo tiempo, el fascismo se alejará cada vez más de España.
¡Hay que ir al “Loyola extrarreligioso”!, como dijo ese buen vasco que es Pío Baroja. Inventor de la svástica racista y del Haz romano a la española en milicias férreas, con un Jefe al frente…
Con un César.
E. GIMÉNEZ CABALLERO
https://www.libreria-argentina.com.a...mas-ralea.html
Marcadores