El idioma español es tan rico de matices que, según en el lugar en el que se sitúe un adjetivo puede hacer que la palabra que es calificada con él llegue a tener significados distintos.
No es lo mismo una casa vieja que una vieja casa. En el primer lugar queremos designar que la casa a la que nos referimos se encuentra en un estado tal de degradación y deterioro físico que toda su estructura y la edificación misma amenazan ruina, como en lenguaje coloquial decimos, se cae a pedazos y es necesario derruirla para edificar otra nueva, ya que es irrecuperable.
Sin embargo una vieja casa tiene una connotación distinta. Al utilizar esa expresión nos estamos refiriendo más a los habitantes de la misma que al edificio en sí. Con ella queremos designar que los primeros que la fundaron procedían de rancia estirpe y encumbrado abolengo. Es decir no nos referimos al edificio en sí, sino más bien al linaje que fundó y mantiene la estirpe que la ha habitado desde que la familia que la inició ha venido sucediéndose a través de los años y en ocasiones de los siglos.
Igual ocurre con las expresiones: un hombre pobre y un pobre hombre.
En el primer caso denotamos que la persona a la que nos referimos está escasa de recursos económicos, se encuentra en un estado tal de carencia de bienes que, para sobrevivir, ha de recurrir a la caridad y ayuda de los demás. También en lenguaje coloquial un hombre pobre es aquél que no tiene donde caerse muerto.
En esta desventurada España, según las estadísticas, hay más de un millón de hombre pobres que junto con sus familiares o los que dependen de ellos, posiblemente alcancen los dos millones o más de seres humanos
En cambio cuado decimos un pobre hombre no nos estamos refiriendo a su capacidad económica, a su poder adquisitivo, a sus bienes propios ni al capital que pueda poseer.
Con esta expresión queremos significar que la persona a la que nos referimos es más bien un pusilánime en el sentido en que define esta palabra la R.A.E., es decir, se trata de una persona falta de ánimo y valor para tolerar las desgracias o para intentar cosas grandes. En latín pusillanimis es aquél que tiene un ánimo corto, pequeño, que no tiene grandeza de espíritu, que todo le viene grande y no se encuentra con fuerzas para hacer frente a las dificultades. Es aquél que niega con pertinacia la realidad.
También un pobre hombre es aquél que no es capaz de mantener sus convicciones y cambia de parecer cual veleta de campanario y muda el digo por el Diego a la menor contradicción.
Igualmente el que es pobre hombre se siente tan complacido, enrocado y enraizado en su mediocridad que no escucha las opiniones de los demás y considera que posee la verdad absoluta.
Asimismo designamos así a quien los demás compadecen y que pocos son los que le hacen caso, lo toman en consideración o lo quieren a su lado, salvo aquellos que se están aprovechando de él o cuentan con posiciones económico-político-laborales que las han conseguido gracias a él.
Nuestro triste España está precisamente regida por un pobre hombre. Éste, cuando sesudos y eximios hombres vaticinaron la situación que se nos venía encima y nos acechaba para devorarnos como Cronos con sus hijos, no sólo la negaba, sino que en un optimismo infundado decía que estábamos en la mejor de las situaciones posibles y mejor preparados que el resto de países para hacer frente a ella, caso de que llegase a suceder
Su falta de grandeza de espíritu le llegó a cerrar los ojos de tal forma que no fue capaz de reconocer que nos íbamos deslizando por un plano inclinado que había de llevar a la Nación a la situación en la que ahora se encuentra. Oficialmente un 21,3% de parados. Los pequeños y medianos empresarios cierran sus negocios ya que los proveedores del crédito necesario para que se mantengan no se lo proveen y están ahogándolos de tal manera que ya no pueden sobrevivir y han de dejar su modo de subsistencia y han tenido que despedir a los pocos empleados que tienen. Tampoco cobran las facturas que les adeudan los organismos oficiales, pero ellos sí tienen que abonar el IVA de las mismas aunque estén pendientes de que se las paguen y han de saldar sus deudas con sus proveedores.
Su pusilanimidad le llevó a no enfrentarse con la realidad y reconocer que tenía que hacer caso a los que le recomendaban que no siguiese por ese camino, así como a no tener el valor para acometer las medidas necesarias que habrían hecho que no estuviésemos en el lugar en el que nos encontramos.
La voz del pueblo lo rechaza. Los financieros no tienen confianza en él por las muchas veces que nos ha mentido a todos. El resto de los países no lo toman en serio (recordemos el caso de China y de otros) Sus mismos correligionarios, aunque en público digan lo contrario, se apartan de él y lo orillan. Algunos dirigentes políticos lo han disuadido de que haga acto de presencia cuando ellos se dirigen al pueblo.
En el momento actual, tras las elecciones municipales y de algunas autonomías, cuando España entera le ha dicho en las urnas que no lo quiere y el pueblo entero y algunos de su mismo partido claman porque se marche y no siga arruinando esta desventurada España, él se mantiene enrocado en su pertinaz y tozuda testarudez y sostiene que agotará la legislatura. ¿Será posible que no se de cuenta de que ya es un cadáver político?
Concluyo con parte de un soneto de Francisco Álvarez Hidalgo y digo: ¡Pobre hombre y pobre Patria!
En este caso no hay guerra, pero España sí está calcinada por el fuego de la desdicha.Déspotas vinculados al gobiernoInmolarán sus hijos en la guerra,Persiguiendo una estúpida ambiciónY extenderán la furia del infiernoA la sangrienta y calcinada tierra,Y esa será su gloria y su blasón.
Manuel Villegas Ruiz
Doctor en Filosofía y Letras (Gª e Hª)
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