No tengo duda de que los españoles tenemos un pesimismo sobre nosotros mismos que nos lastra de tal modo que esto no parece tener remedio. Sin embargo, a trancas y barrancas, seguimos sin romper España, la hemos desagarrado de mil modos, pero seguimos vivos. Yo no sé si es que el proyecto histórico universal iniciado por Fernando e Isabel es más fuerte de lo imaginado y por eso España resiste pese a los malnacidos hijos que pare, o es que esos malparidos son en realidad unos mindundis que no sirven ni para ser, lo que guste o no, son: españoles.

Para Arturo PÉREZ REVERTE la culpa de nuestros males viene de la Iglesia Católica, y así lo viene a contar en su última novela, pero yo creo que aparte de que en la Iglesia, como en cualquier otra institución en la que el hombre interviene, haya habido elementos indeseables, para mi tengo por cierto que el mal de este país es el de la envidia, y que aquí nadie cumple las leyes desde hace más de doscientos años y ¡no pasa nada! El escritor hace un canto a la libertad liberal, pero no cae en la cuenta de que esa misma libertad trufada de falsos derechos, y ese mismo liberalismo del todo vale, han sido el verdadero cáncer español, pues su conjunto ha propiciado el medio favorable a nuestros vicios y errores más dramáticos. Quizás el mayor problema de hoy está precisamente en que no vivimos en una democracia, sistema falso donde los haya y que jamás ha sido liberal, sino en una selva jurídica llamada nomocracia en la que se mueve como pez en el agua una oligarquía que todo lo manipula. Mientras tanto los demás, que somos miembros del club de los que nada pintan en este mundo, nos miramos con recelo y nos odiamos unos a otros, y en eso coincido con el autor, jaleados por la casta y por la secta de las que estamos hasta las mismas meninges.

'Sin cultura no hay futuro'

El escritor y académico novela en 'Hombres buenos' la oportunidad perdida de España

ANTONIO LUCAS Madrid Actualizado: 13/03/2015 03:31 horas

Arturo Pérez-Reverte habla de frente. Incrusta los ojos en el otro y suele desplegar una artillería verbal que deja metralla flotando a lo largo de la charla. Es un tipo forjado entre libros, mar, infiernos y camaradas. Un desobediente con lealtad, un insurgente con normas, un inquebrantable con grietas de entusiasmo.

Su última novela tiene el siglo XVIII como escenario. Y en la embocadura de ese teatro que en España fue siniestro y en Francia incendiario convoca pasiones y demonios para hablar de una amistad, de una idea de progreso, de una trama de conspiraciones y de una apuesta quebrada por sacar a España de la superchería, la intransigencia, el veneno de los altares y la intolerancia.

El artefacto se titula 'Hombres buenos'. Lo publica Alfaguara. Y es la historia de una amistad sincera en el muladar de una gran derrota. Es el Siglo de las Luces, que triunfa en París con la 'Encyclopédie' de Diderot y D'Alambert como bujía, mientras aquí sólo queda un tinglado de candelillas. Una cutrez de conspiradores. De intelectuales con meninges de sebo. Y también de hombres dispuestos al progreso convocados por la Real Academia Española y dispuestos a soportar un pronóstico de traiciones, de aventuras y de chanzas que son aquí parte del mejor galope 'revertiano'.

Dos académicos con el encargo de adquirir en París los 28 volúmenes de 'L'Encyclopédie'...

Ellos son los hombres buenos. Los que lucharon por el progreso sorteando la violencia histórica y casi genética del español, la incultura atroz de este pueblo y la vileza al relacionarnos que no se da en otros países.

Es la novela de esa España que no pudo ser.

Exacto. Al final triunfa el cerrilismo. Porque siempre hay alguien que impide que prosperen los demás. El XVIII fue un gran siglo, el que pudo hacer que España saliera del agujero. Teníamos gente culta, academias, militares que leían, marinos científicos... Y Francia era el modelo, pero con la Revolución Francesa, el regicidio de Luis XVI y la invasión napoleónica, Francia se convirtió en el enemigo.

¿Qué falló?

Lo de siempre. Nosotros. Pero es que siempre hemos sido de polos opuestos. Aquí hemos tenido una derecha vil, turbia y malintencionada alimentada en sacristías y púlpitos, pero también una izquierda (aunque esos conceptos entonces no existían) demagógica e irreal que se manifiesta plenamente en la Constitución de 1812, que es excesivamente utópica. Esos dos extremos se necesitan mutuamente, pero ninguno de ellos quiere convencer sino exterminar. Y en medio, la gente buena que intenta sobrevivir a esos hijos de puta que les intentan hacer la vida imposible.

Y debajo de todo, la religión.

No quería que este fuera un libro antirreligioso. Aunque buena parte del desastre español se lo debemos a la Iglesia católica. Cuando escarbas, en el XVIII tropiezas permanentemente con la religión. Su presencia es el gran obstáculo de la modernidad. Y eso no quita que haya creyentes extraordinarios. De hecho, quien da permiso para que en la RAE entre L'Encyclopédie fue un inquisidor. Pero la Iglesia, como institución, fue la gran enemiga de la Ilustración. A los hombres buenos los encadenó la Iglesia católica.

¿Aquel momento roto fue el principio del fracaso?

Uno de ellos, sí. Quizá el más relevante. De ahí mi melancolía, porque nunca volveremos a tener como pueblo esa ingenua esperanza. Estamos ya muy contaminados de derrotas. Nos hemos llegado a odiar tanto que no será posible reconciliarnos.

No es muy estimulante.

Pues estoy seguro de que es así. Sólo se es virgen una vez. Éramos brutos, analfabetos, violentos pero vírgenes. Y había gente buena que podía sacarnos de ese cerrilismo... Ahora ya no puede ser.

¿Dónde están hoy sus hombres buenos?
Donde siempre, aquí al lado. pero no los vemos. Esta novela es un homenaje a ellos. Pienso en algunos de los compañeros de la Academia a los que homenajeo en esta novela: Antonio Mingote, Gregorio Salvador, Antonio Colino, Francisco Ayala... Pero es verdad que son menos, se les oye menos y están anegados por una ola de mediocridad incluso dentro de la Academia. A la RAE la respeto por ellos. Yo no quería ser académico. Cuando me llamó la Academia fueron esos hombres buenos quienes me enseñaron a respetarla... En cualquier caso, es muy difícil ser hombre bueno en este país.

¿De qué sirve este libro?

Para conocer aquello y para entendernos algo mejor. Pero también para defender la cultura como lo único que nos puede hacer mejores. España volvió la espalda a la cultura hace demasiados años. Y con este Gobierno de ahora, que directamente la desprecia, pues estamos jodidos. Están negando el futuro a la gente. Sin cultura no hay futuro.



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