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Tema: La gloria literaria de Salamanca evocada en sus piedras y paisajes

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    La gloria literaria de Salamanca evocada en sus piedras y paisajes

    La gloria literaria de Salamanca evocada en sus piedras y paisajes



    PIEDRAS Y PAISAJES DE SALAMANCA


    Los que estudian las piedras en los libros, y no las piedras en las piedras, las de oro, de Salamanca, encendidas y rojas, como el sol de las llanuras, les desalientan y aturden.

    Conocen el Romancero y Zamora les da la sensación cabal. Saben de memoria el libro de Cervantes y no conciben los sueños de Don Quijote más que en las llanuras de la Mancha. Para desenterrar la vida de Isabel visitan Talavera y Medina del Campo. Estudian el alma plácida del encendido Juan de la Cruz en Fontiveros, los paisajes teresianos en Avila y en Alba de Tormes, dan con las entrañas castellanas en Burgos. Como Castilla es tierra de hombres, quiero decir, de personalidades recias y fuertes, cada pueblo tiene su héroe—guerrero ó místico—que imprimió á su pueblo el marchamo de la personalidad.

    Salamanca no es pueblo de un hombre, sino de muchos hombres; no de una generación, sino de muchas. Y Salamanca despista. Las impresiones de los ojos, cargadas de lecturas y de cronicones, no saben encararse con las piedras; la sensación que les da Salamanca no es la sensación libresca; como el sol ciega y las piedras se encienden en festival de luz, niegan su valor á Salamanca que no es pueblo austero. Echó raíces en su ambiente la sencillez bizantina, la transición de lo románico á lo gótico, pero solamente florecieron con pujanza de vida, con entusiasta brío juvenil, las góticas magnificencias.

    La vida, el arte del Renacimiento, los primores platerescos de Salamanca comienzan para el espíritu español con la fundación de su Escuela; expansión de ella es toda la ciudad, que está saturada de su ambiente. Los muros de las calles llenos están de leyendas rojas, de vítores y novatadas universitarias; los conventos, henchidos de la vieja sombra de Deza, el amigo de Colón, de Fray Luis el cantor de la Flecha asentada en las plácidas llanuras del Tormes; el espíritu ciudadano, de los rencores de los bandos que apaciguara San Juan de Sahagún, y de aquellos otros rencores mozos de las naciones estudiantiles que en la Escuela comienzan y en la Escuela se apagan.

    Distintos elementos forman la vida de la ciudad e integran su encanto. Mil literaturas tienen en la ciudad leonesa su escenario favorito. A la entrada de Salamanca, junto al puente romano, flotando en el ambiente plácido de las tenerías, de las herrerías, de las posadas, surge la sombra del mancebo Calixto, de la dulce Melibea y da la cotorrona Celestina. Y allí mismo, bajo la peña famosa que bautizara la grey estudiantil con el nombre vulgar de la tragicomedia del bachiller Rojas y Montalbán, brota graciosa la tradición. (...)

    Y muy cerca del Puente Romano y de la Peña Celestina —destruyóse el torreón glorioso—Tejares, el pueblucho vecino, arrabal de la ciudad, que también se contempla al espejo del claro río, henchido de quietud. Y el puebluco, sin embargo, es asiento de pícaros. Solamente en estas planicies abiertas al sol, abrazándose con la inmensidad del cielo, solamente en estos parajes donde no pasa nada y todas las cosas dejan su huella de eternidad, la mente es fecunda en sutilezas, escamoteos, aventuras y picardías. En el Tormes, por azares especiosos da la fantasía, nació el Lazarillo «por la cual causa tomó el sobrenombre»; pero en Tejares vieron la luz sus padres, Tomás González, ladrón corriente y moliente, y su madre Antonia Pérez, que lo pare acaso de retorno de alguna pillería por aceñas y mesones. Y Tejares es el principio del mundo para el pícaro inteligente y ducho en malas artes; Tejares es patria de hampones y de nómadas, de gente inquieta y trashumante. Del otro lado del puente se piensa y se rima, se ama y se parte á puñaladas el corazón de los bravos; del otro lado del puente, en Salamanca, los escolares de sopa boba, que comen las sobras á las puertas de los conventos entre regaños de un lego malhumorado; los segundones de casa solariega que entretienen su hambre sutilizando, retorciendo silogismos, pariendo dilemas, cantando y poniendo en limpio las liciones de los maestros, pararán en Lázaros. En Tejares, quieto y manso lugarejo, el hijo de Tomás González y de Antonia Pérez, sin filosofar, azotado por la quietud y por la fantasía, pone desde luego en práctica lo que después justificarán, entre rosarios de argucias, los letrados pobretes.

    Y junto á Tejares, lugar de la picardía, el Zurguén. Acaso pensando en sus huertos escribió la donosa condesa, de Pardo-Bazán que «Castilla, especialmente Salamanca, son la Arcadia española.» Al Zurguén van los poetas que cantan el amanecer pereciendo en el lecho hasta mediodía; los Arcades hueros que huelen, no á romero, tomillo ó cantueso, sino á estufa y á cristales, á flores de trapo, y á rosas deshojadas y mustias, de trapo también. Cantan el Zurguén los poetas artificiosos y vanos del siglo XVIII; don Juan Meléndez Valdés, admirable en sus informes forenses, que fabrica, en los ratos de ocio, pastorcillos de cartón, en una calle donde suenan constantemente los martillos de los herreros, donde los artífices bordan y labran láminas de plata, donde reinan el barullo, la canción anónima, el prosaísmo y la ciudad; Iglesias de la Casa, preocupado en salir del callejón de sus achaques, luchando á puñadas con la vida ingrata, con un temperamento pobre que no puede soportar el frescor del alba ni el recencio de la noche; Jovino, amanerado y trivial en temas campestres; Francisco Sánchez Barbero, hombre de recio temple, de gran valer de humanidades, ingenuo y descuidado versificador que cree gustar del campo porque le gusta á Horacio...

    El que sabe gozar la quietud del paisaje, el que se llena de su acústica armonía, mientras desconcierta á sus colegas á fuerza de paradojas, arbitrariedades y extraños embolismos es el muy humano, inquieto y zumbón doctor don Diego de Torres Villarroel. Las gentes le creen un mago y un brujo y él se ríe de las gentes. La plebe crédula y boba, el pueblo que oye de boca de los escolares toda suerte de fantasías y de hipérboles, rodea á don Diego de una aureola de misterio, mientras don Diego, amigo de desconcertar, de quemar troncos verdes de molleras vacías, á fuerza de calor y de vida, pasea todas las tardes por las afueras de la ciudad dorada, antes de saborear el grato soconusco. Y no pierde nunca la mocedad de su brío ni el ímpetu de la energía contenida. Aumenta su vitalidad con los años «que le iban dando fuerza, robustez, gusto y atrevimiento para desear todo linaje de enredos, discusiones y disparates.»

    Y del otro lado de Salamanca, en la ribera derecha del Tormes, la Flecha. El paisaje es aquel donde dialogaban, en preñadísimos diálogos sobre los nombres de Cristo, Sabino, Marcelo y Juliano, en la quinta agustina. A lo lejos, se esfuman las torres de la ciudad, Ias catedrales con su bosque de agujas, el cimborio macizo de las Agustinas, la flecha pretenciosa de San Juan de Sahagún, los dos centinelas de la Clerecía. Corta la monotonía del llano, con sus tierras pardas, con sus surcos derechos que parecen curvos, la línea azul de la Sierra de Béjar. El rio defiende su curso en semicírculo. El campanario de Aldearrubia, con sus casucas de adobes apretujadas; las motas blancas de las casas de los camineros; la silueta de algún gañan que canta una tonada larga á pulmón abierto para que impregne el aire y se la lleve á prisa, no son para distraer el espíritu de su unción religiosa. Solamente en aquel paraje, en tarde calurosa de junio, en mañana fresca de abril, oyendo el cantar de las aves no aprendido, oyendo las endechas aldeanas, bañándose en el río á la caída de la tarde, en que todos los ruidos de la ciudad se estrellan y agonizan, menos el tañido de alguna campanada grave que estremece la tierra, solamente allí puede olvidar el espíritu agitado las preocupaciones ciudadanas, el mundanal ruido y el fragor de los imperios que se hundieron; solamente en la Flecha, mientras el aire orea el huerto y menea los árboles con un manso ruido imperceptible para el profano, se olvida el aguijón del oro, el peso del cetro imperial y se desea un plato de tosca loza de Alba en rural mesa de pino; solamente en la Flecha puede Fray Luis calmar las violencias de su espíritu, hecho á las peleas del claustro murmurador y cominero, que no le perdona su intuición artística, su elegancia horaciana y su amistad con Martínez de Cantalapiedra.

    Sigue la huerta bien poblada de árboles, puestos sin orden ni concierto. Sigue la pequeña fuente, con su hilillo de agua fresca y cristalina. Sigue torciendo su curso el Tormes por aquella vega. Siguen los mozos sentados en la encina caída, cabe las aguas, gozando de la paz del campo y de la fresca sombra de los chopos amigos. Tornó á cantar aquella paz y aquel sosiego Gabriel y Galán. Sonó, serena y breve, la voz que pedía sementeras á los campos yermos y á los espíritus estériles.

    La musa del fraile agustino resucita inconsciente, en el poeta labrador de las pardas onduladas cuestas, de los mares de encerradas mieses y de las castas soledades hondas. Roba el poeta el secreto al llano á fuerza de arañar sus terrones, de removerlos y de solearlos. El campo que es religioso, la llanura que es templo para Gabriel y Galán, habla de eternidad y de vida.

    Pasan las ciudades, pasan los hombres, y queda la llanura fecunda, retoñando cada año, y devolviendo con prodigalidad la simiente con que el hombre la nutre. Aquella ansia de perpetuación, de retorno, de paternidad copiosa y patriarcal, ¿no se la insinuó á Galán el campo que le hizo poeta? Galán, que en viendo verde, como los pájaros y como su maestro, tiene que cantar, renueva el gesto clásico en estos tiempos de olvido y de farándula:

    La vida era solemne,
    puro y sereno el pensamiento era,
    sosegado el sentir como las brisas,
    raudo y fuerte el amor, mansas las penas,
    austeros los placeres,
    raigadas las creencias,
    sabroso el pan, reparador el sueño,
    fácil el bien y para la conciencia.

    Y el Tormes, que nos recuerda sucesivamente el desenfado del bachiller, las andanzas de Lázaro, la bobería y artificio de los árcades, la espontaneidad campesina de Gabriel y Galán, evoca, tierras abajo, los amores del cortesano Garcilaso, la frescura de Juan de la Encina y el empaque de Calderón de la Barca junto al castillo de los Duques de Alba. Allí también, á la sombra del homenaje del mismo castillo, flota el espíritu libre y simpático de Santa Teresa, la monja andariega y donairosa.

    Mirad si habla al espíritu el «sacro río» que añora Garcilaso, en sus églogas elegantes y armoniosas, compuestas para ser recitadas al oído de una dama gentil.

    JOSÉ SANCHEZ ROJAS (1912)

    Última edición por ALACRAN; 27/02/2021 a las 20:20
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    Re: La gloria literaria de Salamanca evocada en sus piedras y paisajes

    Alba de Tormes y Santa Teresa


    PAISAJES TERESIANOS


    He aquí que esta mañana me ha traído el correo un hermoso libro editado por La Lectura de Madrid: las Moradas de Teresa de Jesús. Y yo estoy en el pueblo donde murió Teresa. Un libro es el mejor amigo que puede tenerse en todas partes. Id de paseo con él, haceos acompañar por él siempre. No os hablará de caza, ni de rencillas locales, ni de amores anodinos. Poco á poco, apoderándose de vuestro espíritu, os dirá cosas nobles y bellas, os aislará de la llanura que aprieta y ahoga vuestro espíritu y os hará vivir de nuevo, emociones fuertes, perduraderas, encaramándoos al cielo, amplio y limpio, que se abraza con la llanura en un abrazo rabioso de posesión.

    Y he salido con las Moradas de paseo. No es un libro este libro de la Santa andariega y simpática. Más que una lengua que escribe, es una pluma que habla. Es la charla de Teresa una plática, natural, sencilla, desprovista de retóricos artificios, espontánea, fluida, personalísima é incorrecta. Escribe como el agua salta por los regatos, con abandono y con gracia. No es una escritora en el sentido que tiene esta palabreja en los tiempos que corren; no es la Santa una literata profesional. La literatura supone artificio y el artificio ausencia de emoción. En Teresa no hay una frase pulida ni trabajada, ni una imagen de talco, ni una metáfora manoseada y añeja. La primera palabra que se le ocurre á Teresa es la palabra mejor, y el concepto más claro y transparente el mejor de los conceptos. Luego, el público de la Santa es de monjas sencillas y de mujeres humildes. La Santa lo sabe y aspira á ser comprendida antes que admirada.

    Mientras medito en estas cosas, he salido ya del pueblo teresiano, asentado en un lecho de pizarra; á sus pies, el Tormes murmura lentamente su canción de quietud; las sierras de Béjar cortan, con una línea azul y larga, la monotonía del paisaje. La mole ingente del Castillo de los Duques, con su agrietada torre de homenaje, da sabor al pueblo de cosa rugosa y vieja. Y comienzan á voltear, presurosas y alegres, las campanas de las monjas. Hay en las campanas éstas la frescura de espíritu de la fundadora del convento; respiran alegría franca, misticismo sano, retozan, brincan, saltan aquellas notas en la placidez de la tarde con tal pureza de expresión, con tal donaire, con tan soberana gracia, que tengo para mí que Teresa habla por ellas, desde el campanario, á las almas muertas del pueblo, atadas por los afanes del vivir.

    Abro, de nuevo, este peregrino libro de las Moradas. Es un libro pulcro, ligero, de exquisita limpieza tipográfica, elegante en su sencillez encantadora. Santa Teresa no hubiera editado sus libros de otra manera. Releo unos cuantos capítulos y torno á cerrarlo. ¿Para qué más? Me hablan de la Santa estos caminos hollados por ella; estos labriegos que dicen un castellano sonoro, castizo y denso; este convento de Santa Isabel, de monjas franciscanas, pobre y limpio, con los escudos ducales en sus muros, donde la Santa reposara después de su regreso de la fatigosa jornada de Peñarandilla. Me hablan de Teresa estas campanas, y el manso murmullo del río, y las piedras blancas de la Basílica, y estos frailecillos de capa blanca y de somprero negro que gozan, como yo, de la hermosura de la tarde.

    ¡Extraordinario espíritu el de aquella mujer singular, que, achacosa y enferma, organiza una milicia al servicio de Cristo, su esposo, sufre persecuciones por la reforma de su orden, escribe libros, sostiene activa correspondencia con sus protectores y deudos y detiene, con un rasgo de humildad ó de humorismo, el golpe certero de sus adversarios formidables! Cuando es débil Teresa contra los embates de fuera, se hace firme é inexpugnable en su castillo interior. He aquí la razón de la fuerza de la Santa y de su eternidad en el tiempo: su castillo interior. La soledad la hace grande, y el exceso de vida espiritual y de contemplación la empuja á la lucha externa. Las flores de su alma se convierten en frutos de bendición.

    La acción en Teresa, como en el Santo de Asís, no es algo aparte del pensamiento, sino el pensamiento mismo, hecho carne y espíritu. El Reformador, el Héroe, el Santo, no sueñan la poesía; la trasladan en bloque á la vida, cantando himnos al sol, ganando batallas, reformando pueblos. No queriendo estos hombres retoñar en frutos de carne, se perpetúan en flores de espíritu. La fe enorme que les da fuerza, el amor que es el resorte íntimo de sus acciones, les hace padres de todos los pensamientos generosos, de todas las acciones grandes, de todos los propósitos buenos que despierten en nuestra alma al ponerla en contacto con la suya. Corazones prendidos en anhelos que valéis por cien corazones, almas de fuego que sentís en un minuto sólo una vida más rica y más intensa que mil almas en muchos años, corazón de acero de Teresa, alma de rosa de Juan de la Cruz, ¿por qué no tornáis á la tierra á inundarla de ideal y de amor?

    Otra vez vuelvo á distraerme de mis pensamientos. Un aldeano, caballero en un hermoso bruto, lanza á los aires, con voz gangosa y desengañada, un cantar lento y monótono:

    Alégrate corazón,
    aunque sea por la tarde;
    corazón que no se alegra
    no viene de buena sangre...

    Y el sol se oculta. Tiene la puesta del sol en mi Castilla una augusta majestad indescriptible. Se oculta el sol lentamente, como si gozara con el ritmo de su descenso, dejando huella de sangre en el llano. Las piedras, color de oro viejo, se tornan mates, perdiendo su brillo y su luz. El sol acaba de ocultarse y la campana de la parroquia ha dejado caer en el silencio de la vega unos tañidos profundos y tristes. Como á un conjuro, de la tierra surge un rumor de presentimiento, de fecundidad, de maternal alegría. He recogido mi libro y he vuelto al pueblo teresiano, pensando, con la Santa y con el cantar del aldeano caballero, que la alegría es un deber y que el pecado es triste y estéril.

    JOSÉ SÁNCHEZ ROJAS (1912)


    Última edición por ALACRAN; 03/03/2021 a las 14:16
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    Re: La gloria literaria de Salamanca evocada en sus piedras y paisajes

    LA LITERATURA Y SALAMANCA


    Salamanca ha estado presente desde siglos atrás en la literatura, sirviendo de escenario a numerosos episodios novelísticos.

    LA CELESTINA





    Esta historia de amor trágico tiene su escenario principal en el
    Huerto de Calixto y Melibea, sobre la Muralla, donde una estatua recuerda a la Celestina con esta inscripción: Soy una vieja como el mundo me hizo, ni mejor ni peor.
    El libro de La Celestina, de Fernando de Rojas, es una de las obras imprescindibles de la literatura española.


    EL LAZARILLO DE TORMES

    El lázaro debe su nombre a haber nacido en la ciudad del Tormes: Salamanca.

    En la novela se cuenta como el Ciego casi le abre la cabeza al Lazarillo contra el verraco que se encuentra encima del Puente Romano:

    Salimos de Salamanca, y, llegando a la puente, está a la entrada de ella un animal de piedra, que casi tiene forma de toro, y el ciego mandóme que llegase cerca del animal, y, allí puesto, me dijo:
    -Lázaro, llega el oído a este toro y oirás gran ruido dentro de él.
    Yo simplemente llegué, creyendo ser así. Y como sintió que tenía la cabeza par de la piedra, afirmó recio la mano y diome una gran calabazada en el diablo del toro, que más de tres días me duró el dolor de la cornada, y díjome:
    -Necio, aprende, que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo.

    Y rió mucho la burla.


    En la actualidad, existe una estatua que los representa a los dos a la entrada del Puente Romano.

    No se sabe quién escribió El Lazarillo de Tormes, pero es una obra maestra caracterizada por ser la precursora de la novela picaresca.


    EL LICENCIADO VIDRIERA

    Dice Cervantes en su novela, refiriéndose a la Ciudad:

    Salamanca que enhechiza la voluntad de volver a ella a todos los que de la apacibilidad de su vivienda han gustado.
    Advierte, hija mía, que estás en Salamanca,
    que es llamada en todo el mundo madre de las ciencias,
    y que de ordinario cursan en ella y habitan diez o doce mil estudiantes,
    gente moza, antojadiza, arrojada, libre aficionada, gastadora, discreta, diabólica y de buen humor.

    El Licenciado Vidriera forma parte de las famosas Novelas ejemplares de Cervantes.

    LOPE DE VEGA

    Lope de Vega fue uno de los dramaturgos más importantes del Siglo de Oro español. Se caracterizó por la abundancia de obras que dejó escritas. (Serían unas 5000 aproximadamente, de varios tipos).

    Hablaba así de Salamanca y su Universidad.

    Pero, ¿por qué me detengo
    ínclita ciudad famosa
    favorecida del cielo
    Real Universidad,
    madre de tantos ingenios
    que has dado tantos Catones
    a los Reales consejos
    del soberano Filipo,
    y a tantas grandezas dueños?
    ¡Famosa Universidad,
    Salve, luz del Evangelio,
    celebrada en todo el mundo
    con razon!


    CALDERÓN DE LA BARCA

    Bachiller por Salamanca
    también me hice luego, cuya
    bachillería es licencia
    que en mil actos me disculpa.


    VÍCTOR HUGO

    Salamanca reposa sonriente sobre sus tres colinas.
    Duerme al son de las mandolinas
    y se despierta sobresaltada por el griterío de sus estudiantes
    .


    MIGUEL DE UNAMUNO




    Es una fiesta para los ojos y para el espíritu
    ver la ciudad como poso del cielo en la tierra de las aguas del Tormes.

    Salamanca, Salamanca,
    renaciente maravilla,
    académica palanca
    de mi visión de Castilla.
    Oro en sillares de soto
    en las riberas del Tormes;
    de viejo saber remoto
    guardas recuerdos conformes.
    Hechizo salmanticense
    de pedantesca dulzura;
    gramática del Brocense,
    florón de literatura.
    ¡Ay mi Castilla latina
    con raíz gramatical,
    ay tierra que se declina
    por luz sobrenatural!


    http://www.versalamanca.com/literatura.html
    Última edición por ALACRAN; 10/05/2021 a las 18:55
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    Re: La gloria literaria de Salamanca evocada en sus piedras y paisajes

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Salamanca: esencia de España

    Revista ¿QUÉ PASA? núm 158, 7-Ene-1967

    DE RONDA POR ESPAÑA

    SALAMANCA

    Decíamos ayer que eres hermosa,
    y lo diremos hoy, mañana y siempre.

    A tus pies, el Tormes,
    juglar que se detiene
    para asir tu cintura con los brazos
    desnudos y dorados de los puentes.
    El agua no es tu espejo : es la pupila
    de un novio elemental que se enloquece
    por llenarse de ti, y de ti repleto
    fugarse hacia el misterio y poseerte.
    Los chopos son los dedos que se elevan
    Disparando a tu faz besos que hierven
    mientras el agua, por mirar tus ojos,
    se hace un ojo infinito, azul y verde.

    Catedral románica :
    redondez de vientre,
    silencio y estupor de labio en éxtasis,
    precisión de soneto y de estilete.
    A su lado, la gótica,
    como un incendio que en las nubes crece:
    catedral para el peso y para el paso
    del dogma, del amor y de los reyes.

    ¿Un tapiz suspendido de la luz,
    la luz hecha volutas y paredes,
    las paredes con brillo de epidermis,
    epidermis en flor que no envejece?
    ¡Oh! La Universidad,
    y en su sombra, las sombras refulgentes
    de Vitoria, de Cano, de Unamuno,
    fray Luis de León y sus congéneres

    ¿Y la Plaza Mayor? Lumbre hecha sílice,
    milagro de arcangélicos cinceles,
    lección de geometría a las estrellas,
    cuadrado corazón para la muerte.
    Cada piedra, un poema;
    cada hierro, un piropo; cada pliegue,
    meditación y esfuerzo de una raza
    que labrando milagros se entretiene.

    Sombra de Churriguera,
    la luna se divierte
    trocándote en la paz de los sillares
    mirada vigilante, paso tenue

    Monterrey : rey y monte
    de piedras que se gozan en hacerse
    jarrones, azucenas, mascarones,
    carcajadas de roca adolescente.
    A unos pasos, la dulce Inmaculada
    de Ribera: la luz, la flor, la nieve,
    la síntesis del mundo, el fino vuelo
    con que todas las cosas a Dios vuelven.

    San Esteban... Los pasos de Colón,
    sus preces,
    su bogar por las naves solitarias,
    con mares infinitos en la mente.
    San Esteban... Campanas doctorales
    que dictan teología a niebla y mieses,
    fachada en que gentil jardinería
    la luna y los crepúsculos aprenden.
    San Esteban... Alcázar, lecho, trono,
    arco, flecha, tridente
    de la verdad de España y de la Iglesia,
    que juntas nacen y que juntas mueren.

    La Casa de las Conchas;
    la Castilla de Dios, la trascendente,
    que camina detrás de un tiempo inédito
    con báculo de piedra y pétrea veste.

    Al fondo, los callados Arapiles,
    los dos senos de España, las dos trébedes
    para cocer la sangre de la raza
    y hacerla voluntad, bajel y flete.
    Arapiles... Los cárdenos tomillos
    son incensarios; las abejas, leves
    ángeles disfrazados; salmo, el viento ;
    las retamas, sepulcros y laureles.
    Arapiles... Wellington y Marmont
    cada aurora en tu cúspide se yerguen
    para ver cómo el sol en Salamanca
    nace en las piedras y en las piedras crece.

    Dios te besa, dorada Salamanca;
    su beso es la corona de tus sienes.

    MAXIMO GONZALEZ DEL VALLE, C. M. F.

    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
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