Barroco siciliano
Juan Manuel de Prada
En Italia, el "diferencial de la deuda" anda por las nubes, pero mis amigos sicilianos no parecen en exceso preocupados por el descalabro financiero que se cierne sobre sus cabezas.
-Si nuestros antepasados sobrevivieron a las erupciones del Etna y a los terremotos, ¿no vamos nosotros a sobrevivir a la quiebra?
Una erupción del Etna en 1669 y un terremoto en 1693 dejaron Catania, la ciudad más importante de la costa oriental siciliana, reducida a escombros; pero de aquellos escombros floreció la gloria del barroco siciliano, con muestras de arquitectura civil y religiosa que arrebatan el aliento. Por entonces, Sicilia era provincia española y no colonia, como trato de explicar en vano a un siciliano encargado de vigilar las ruinas del teatro romano de Catania; pero son trabajos de amor perdidos, porque hasta en la guía turística que manejo, escrita y publicada por españoles, se lee que "los siglos de dominación española fueron un largo período de inmovilismo y declive para la isla". Así, con un par de cojones. Y, a continuación, la guía se dedica a enumerar minuciosamente las joyas del barroco siciliano, diseminadas por doquier y supuestamente brotadas por generación espontánea, mientras el "inmovilismo" y el "declive" traídos por los españoles campan por sus fueros. Esta disposición española a asumir las mentiras más burdas propagadas por la leyenda negra sólo admite una explicación patológica.
Lo cierto es que, como provincia española, Sicilia disfrutó de su mayor esplendor, puesto a prueba por desastres naturales devastadores. En el centro de Catania, tras el terremoto de 1693, se erigió en pocos años una universidad suntuosa, diseñada por el arquitecto Vaccarini, que fue el pasmo del orbe cristiano; y, a su lado, una pléyade de templos que componen uno de los conjuntos arquitectónicos más apabullantes de la época, como cualquier visitante con las meninges no demasiado estragadas por el napalm de la leyenda negra puede comprobar paseándose por la milagrosa Via Crociferi, donde se alinean hasta media docena de iglesias barrocas de fachada portentosa, entre las que destaca la recoleta y umbrosa de San Benedetto, dedicada a la adoración eucarística. Si el visitante aún desea contemplar más prueba del "inmovilismo" y el "declive" traídos por los españoles a Sicilia, puede tomar el tren y bajarse en Acireale, una localidad vecina a Catania, también devastada por el terremoto de 1693, cuyos palacios barrocos, algunos en penoso estado de decadencia, pregonan la prosperidad de antaño; y cuya plaza central, con su imponente Duomo, su Palazzo Comunale, su Basilica dei Santi Pietro e Paolo y su vecina iglesia de San Sebastiano, con una fachada blanca y afiligranada que exorciza la noche, se basta para desmontar los tópicos más enquistados.
A mis amigos sicilianos los aflijo recordándoles que el declive y el inmovilismo se los trajeron Garibaldi y la unificación italiana. Pero ellos, muy lampedusianamente, me recuerdan que todo tiene que cambiar para que todo siga igual. Y, ante el peligro de quiebra, se encogen de hombros como sus antepasados se encogían ante los terremotos y las erupciones del Etna:
-¿Y si después de la quiebra viene otra época de esplendor barroco?
En esta confianza en la Providencia se muestran, desde luego, españolazos viejos e irreductibles.
Barroco siciliano - ABC.es
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