Clérigos politicastros
Entre los clérigos, la afición política (que al fin es ambición de poder y reino, mejor o peor disimulado) suele ser una tentación bastante frecuente. Si se consuma con una actuación política activa-oficial del clérigo en cuestión, denota una crisis de identidad sacerdotal/ministerial en peligro de inminente abandono (u ocultación interesada de la ruptura interior). Terminan siendo patéticas figuras. Pocos llegan al cinismo exitoso de un Talleyrand, pero casi todos finan sumidos en una amarga e insatisfecha desesperación.
Los magníficos ejemplares de la Historia son, también, escandalosas contrafiguras de lo que un sacerdote no debe ser. La enorme personalidad política de un Richelieu, por ejemplo, le valida para pasar al elenco de los grandes, sin embargo es lamentablemente frustrante en el legendario Cardenal la débil impronta sacerdotal, dificilmente perceptible en su biografía. Habrá siempre quien lo justifique, pero es muy problemático defender la vocación política de quien debe servir a un Reino que no es de este mundo. Cuando irrumpe en el alma de un sacerdote la seducción por el poder mundano, es que ha perdido el norte del Reino de los Cielos.
Con todo, se montan las más arteras explicaciones para justificar esta injerencia impropia; los clérigos suelen ser muy hábiles para dar razones a sus intereses abusando de lo Sagrado. Así se han argumentado pseudo-teologías que postulaban, incluso, la necesaria participación del sacerdote en la trama política. El siglo XX post-conciliar pergeñó con las tesis de J.Btª Metz y su 'teología política' más el cóctel del Mayo'68 y el omnipresente marxismo cultural, un potpourrí que parió engendros tan difíciles de desarticular como la 'teología de la liberación' que fascina al recien nombrado Prefecto de Doctrina de la Fe.
Cuando emerge - profundo Sur de la profunda Italia - en Sicilia un partido político auspiciado por un cura, se teme ver transplantado al Mediterráneo un escenario archi-conocido en Sudamérica, donde la especie del cura aspirante político es un casi tipo característico. Pero el fenómeno se ejemplifica también con casos más cercanos: En España, en los últimos dos o tres años, han sido cuatro o cinco (o más) los curas que se han presentado como candidatos para alcaldes o concejales, en las listas de algún partido o como independientes en una candidatura improvisada ad casum. Me imagino que las estadísticas de otros países europeos será similar. En Italia, donde la deshinbición politíca es más frecuente, quizá el índice de clérigos politicastros sea mayor.
Del tal reverendo siciliano, Don Felice Lupo, no sé qué esperaran sus con-sicilianos. Tampoco sé que opinará de Don Felice la Cosa Nostra, que en Sicilia no es un argumento de peli americana sino un poder de hecho y quasi derecho. Los obispos, of course, lo han desaprobado, como corresponde. Pero no me fio un pelo de los obispos, que (para estos negocios) usan recámara como los boticarios rebotica.
Italia tiene una historia político-católica muy turbia, pero muy intensa. Y muy poliédrica, muy polivalente, muy poli-taimada: Desde hace siglos, pero muy especialmente en el XIX y hasta el presente, Roma ha predicado una cosa cuando ya había algún clérigo con algún obispo en connivencia apañando lo contrario y entendiéndose por debajo del baldaquino con los poderes políticos del momento (en el momento enemigos de la Santa Sede), todo muy oficioso pero muy eficiente. La versatilidad italiana es genial.
Conque a saber lo que esconderá de profundis la trama del Don Felice ese, con su cara de mezzo-aseglarado (su poca impronta sacra).
Pero, sea lo que sea, insisto: Ambicionar esos poderes es dejar de aspirar a los carismas mejores, que no son de este mundo.
No sé si será prudente decirlo, pero yo diría en este caso - con mil reservas - que quizá valga más capo conocido que prete por conocer. Si me explico.
+T.
EX ORBE
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