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Navarra – España en los escritores navarros medievales
por FRANCISCO ELIAS DE TEJADA
1.—La cuestión en los orígenes del reino.
2.—D. Rodrigo Jiménez de Rada.
3.—Afrancesamiento cortesano e hispanismo popular (siglos XIII y XIV).
4.—La orientación cultural navarra en los siglos XIII y XIV.
5.—España-Navarra en el príncipe de Viana.
6.—Resumen.
Para RAFAEL AIZPÚN TUERO: entrañablemente
1. LA CUESTION EN LOS ORIGENES DEL REINO

El pueblo navarro es el heredero de una rama de aquellos pueblos vascones que, a los albores de la reconquista, vivían en las montañas del Pirineo occidental sin formar cuerpos políticos, organizados en tribus patriarcalmente regidas, que habitaban valles y montes cubiertos de inmensos bosques, gozando de inmemorial independencia. Hasta el siglo VIII no se habla por primera vez de los navarros; es en el capítulo XV de la Vita Caroli Magni del cronista de Carlomagno, Einhardo, describiendo la rota de Roncesvalles en 778 (1). Era una tribu vasca quese agrupaba en torno a un jefe llamado Sihiminum o Jimeno, sublevado contra el emperador según noticias del Cronicón de San Andrés de Burdeos; rebeldía que en 824 repiten Iñigo Aritza y García Jiménez, y que Ludovico Pío sofoca enviando a Pamplona fuerzas vasconas ultrapirenaicas (2).
Las causas de la formación del cuerpo político navarro como algo aparte de los demás pueblos vascones, es fácil de colegir si la comparamos con otro caso semejante y sobre el que tenemos mayores noticias: la escisión del mundo celto-suevo-galaico en los reinos de Galicia y de Portugal. Los vascos de la vertiente septentrional de los Pirineos sufrieron en mayor grado que los meridionales la influencia franca; influencia que endulzó la braveza primitiva y les hizo más asequibles al yugo de la obediencia carlomágnica; por eso, en tanto aquéllos aceptan la obediencia imperial, los de la zona del sur resisten a los francos con no menor dureza que a los musulmanes. Es una diferenciación cultural que aquí provoca el distinto grado de asimilación franca, y que en Galicia y Portugal se debió a las condiciones especiales que distinguen a las gentes de fronteras en afán diario de combate de los tranquilos ocupantes de la reposada retaguardia. La formación de dos franjas de distinta tensión espiritual y üiversa matización belicosa y cultural, da origen, lo mismo en un caso que otro, a la separación política. Tal es el proceso por donde se pasa de la tribu de los navarros al reino de Navarra.
El intermedio eslabón lo forma el antiguo reino de Pamplona, por emplear una expresión otrora en boga; reino que enhebra en la cadena de la existencia secular del único núcleo vascón que permaneció independiente a lo largo de toda la edad media, y que siempre se consideró parte de las Españas.
Ya la jerarquía eclesiástica anterior, por ser goda, había sentado el precedente de acudir a los concilios toledanos, a los cuales asisten asisten el obispo Liliolo en 589 al tercero o de la conversión; el diácono Vincomalo, en representación del prelado iruñés Atilano al decimotercero en 681, y en nombre de Marciano al décimosexto en 688; hecho que en sí no tiene mayor importancia que el de indicar una orientación religiosa, bien que entonces lo religioso poseyera notas de primacía y acarrearesecuelas en lo político y en lo cultural, adscribiendo el grupo de gentes pobladoras de la diócesis de San Fermín a un sentido hispánico total.
Que así fué lo muestra la actitud de los reyes navarros respecto a la idea del imperio hispánico, de tanta importancia allá en los días de los siglos XI y XII. Ya antes, y por el hecho de poseer la ciudad de León, los monarcas astures pretenden usar el título de «imperator», tales como Alfonso III el Magno (866-910), el «imperator legionensis» Ordoño II (914-923) y los Ramiro II (930-950) y III (965-984): y en el siglo XII Alfonso VI intitulándose «imperator totius Hispaniae».
Los reyes de Navarra acatan esta superioridad imperial leonesa en que cristaliza el sentido unitario de la civilización peninsular por encima de la dispersión política. Es Sancho III el Mayor (999-1035), el rey cuyos dominios no tienen parigual en toda la historia de Navarra, quien se inclina ante el niño Bermudo III llamándole «imperator domnus Vermudus», a quien, en el colmo de sus aspiraciones, colocaba la meta de una política ambiciosa como pocas, no en quebrar la unidad hispánica que el imperio leonés significaba, sino en suplantarle ganándole la posesión de León, que le capacitaba para darse a sí mismo el sonoro título imperial. «Propter latitudinem terrarum quas possidebat et quibus dominabatur fecit se nominari imperatorem», se lee en el capítulo XIV de la Crónica de San Juan de la Peña (3).
Pero siendo León, y más tarde Toledo, la ciudad que autorizaba el título en emperador. Sancho el Mayor fracasó por quedarse con Pamplona como centro; y así, cincuenta años más tarde Sancho Ramírez cifraba sus diplomas como rey de Pamplona y de Aragón añadiéndoles el sumiso «imperatore domino Adefonso in Legione» (4).
Tales son los hechos y es vano intento rebatirlos con planteamientos de la índole de los que formula Campión, pretendiendo oponer la tesis patrimonial al sentimiento de unidad hispánica (5), con notoria confusión entre lo cultural y lo político, nacido aquello de un sentimiento común e hijo esto de transitorías ideas sobre la propiedad privada de la corona; sin darse cuenta de que, incluso en lo político, la idea de la unidad era aspiración de todos los reyes peninsulares, que cada uno de ellos, y quien más el de Navarra, querían realizar en provecho propio.
Incluso en alguna ocasión el mismo Sancho III, no contento con intitularse rey de España en diplomas como el de una donación a San Millán el 27 de julio de 1001, habla de España como nostálgica y apetecible realidad política: «Nam postquam execrabile Hismaelitarum genus Regum Hispaniae invasit fere nullas divinae Religionis cultus veneranda loca Ecclesiarum patriae nostrae habuit» (6).
Tales son los antecedentes en el terreno de la vida política, al monumento en que comienzan a aparecer los escritores navarros medievales. Veamos ahora en el terreno estricto de nuestra investigación cual sea la opinión de cada uno de ellos.
2. D. RODRIGO JIMENEZ DE RADA

Abre el catálogo un hijo de la tierra limítrofe a Castilla, navarro de nacimiento, clérigo de profesión, arzobispo de Toledo y hombre cuya importancia en la historia peninsular se compara a la talla de un Cisneros o de un Alfonso el Sabio.
La vida de don Rodrigo deja mucho que pensar en cuanto a su adscripción al solar navarro, ya que el lazo principal no es apenas otro que el del nacimiento. Muy joven todavía pasa a estudiar a ultrapirineos, permaneciendo en Bolonia y París siete años, aproximadamente, desde 1195 a 1202; tornando luego durante cuatro a Navarra, para trasladarse a Castilla en 1206, momento a partir del cual su vida se desenvuelve, y harto activamente, en el marco de la monarquía de Alfonso VIH. Obispo, primero de Osma y desde 1208 sentado en la sede primada de Toledo, es el gran artífice de la jornada de las Navas de Tolosa, día común de gloria para todos los reinos peninsulares, incluyendo el de Navarra. Combatió allí como castellano y la actividad diplomática con que preparó aquella jornada memorable corre cual propia de un arzobispo de Toledo.
¿Cuáles son, entonces, sus contactos con Navarra?
En primer lugar, los que resultan de la misma empresa contra el árabe. Conocida es la veleidad de Sancho VII el Fuerte y sus tratos con los moros, hasta el punto de serles reprochados solemnemente por el papa Celestino III en la bula Cum in ultionem nostrorum criminum de 29 de marzo de 1196, donde ásperamente se condena la asalariada neutralidad de la política navarra y exhorta a aliarse contra los musulmanes unido a los demás «regibus hispaniarum, et specialiter castellanensi et aragonensi» (7). Evidentemente, en esa Bula no pudo tener intervención el arzobispo, entonces simple estudiante; pero sí hubo de corresponderle gran parte del éxito de mantener al navarro dentro de las líneas políticas pontificias, con una eficacia tal que siglos más tarde la musa de un poeta castellano había de nombrarlo
:
«pues non pase por olvido,
que Navarra et Aragon
et sus nobles Reyes son
gran parte del bien avido».
En segundo lugar, sus idas a Navarra, si bien no son tan importantes como da en creer Manuel Ballesteros Gaibrois (8), ya que se reducen a meras visitas a Teobaldo I con ocasión de tratos diplomáticos entre Castilla y Navarra, aunque fueran agradecidas con donaciones por el primero de los Champañas, o a cruzar el reino de vuelta de Francia para Castilla. En tercer término, las veces que se refiere a sus paisanos de nación en textos donde elogia su habilidad, rapidez, ímpetu, destreza, valentía y fe católica (9). Referencias de pasada y que no indican un particular afecto, por más que quiera ver otra cosa el P. Gorosterratzu (10).
En cuarto término, el recuerdo que del arzobispo guardan los escritores navarros medievales. El povenzal Guillermo de Anelier, versificando historia al narrar las guerras de 1276, le ha de recordar diciendo
«que fo moltz santz e jutz» (11)
Contactos todos que nada significan de manera decisiva, por lo que la respuesta a su postura debe buscarse en los frutos de pluma, en el sentido que da a sus crónicas, en la orientación general con que plantea y resuelve los problemas políticos e históricos.
Y lo que resulta es la visión de una unidad hispánica, no incompatible sino ligada a la diversidad de los reinos. Castilla, Portugal, Navarra y Aragón son independientes, pero partes de un todo superior que es algo más que la geografía o que eco histórico de lejanas latinidades: una comunidad de sentimientos, de intereses y de cultura. Sólo los que forman esos pueblos españoles tienen derecho a ocupar suelo peninsular; hijos del mismo padre, cada uno es dueño de una parte de la herencia, pero la herencia debe ser solamente patrimonio de ellos. Todo tercero que ocupe alguna parte y que se apropie tierra hispana es un usurpador y los cuatro pueblos hermanos deben unirse para expulsarle de los dominios heredados. De ahí un sentimiento de unidad hispánica compatible con la variedad multicolor de las monarquías medievales, que se traduce en hostilidad común y cerrada contra el árabe y que Gorosterratzu ha llegado a definir como «españolismo» (12). Su Crónica en el plano literario y la batalla que detuvo la ola almohade en lo militar son traducciones concretas de su visión de lo español.
En lo literario la prueba es plenamente clara porque a lo largo de su narración agrupa las cosas navarras, castellanas y aragonesas bajo el título de «cosas de España». Así por ejemplo, en el libro V, los veinte primeros capítulos nos cuentan la historia de Castilla desde Fruela y Ñuño Rasura a Fernando I (13), mientras los XXI-XXIV se refieren la de Navarra desde los orígenes de la monarquía hasta los contemporáneos días de los Teobaldos (14); volviendo en los XXV-XXVI a ocuparse de cosas castellanas (15); igualmente, el libro VI nos da seguida las historias mezcladas de Portugal, Castilla, Navarra y Aragón (16).
Tal es la idea que de lo navarro, como parte, y de lo español, como todo, tenía don Rodrigo. Hombre de dos reinos, pudo serlo porque al servir al segundo seguía enarbolando la bandera ilusionada de una Hispania mayor que a ambos abarcaba. Su doctrina tiene sabor de gesta militar contra el invasor muslímico y de elaboración cultural a la par sentida que Densada. No erró en desconocimiento de su postura el escultor del monasterio de la Huerta al definir sobre la piedra de su mausoleo la fórmula de su sentido hispánico, en las rotundas definiciones de
«Mater Navarra,
nutrix Castella,
nomen Rodericus».
3. AFRANCESAMIENTO CORTESANO E HISPANISMO POPULAR (siglos XIII y XIV)

La muerte de Sancho VII en 1234 marca los inicios de una orientación francesa. No eran esos los intentos de Sancho el Fuerte, que buscó resolver la cuestión de la sucesión a su trono disponiendo del reino a tenor de la teoría patrimonial, en un prohijamiento mutuo con Jaime I, en donde la ancianidad del navarro y la juventud del aragonés hacían a éste heredero de hecho de la corona pamplonense.
Pero a la muerte del rey Sancho la unión no se realizó en méritos a la orientación exclusivamente mediterránea que el Conqueror dió a su política. Hay dos pueblos españoles partidos en ramas norte y sur a causa de la acción política de Jaime I, enderezada a la conquista de Valencia y Baleares, dominada en absoluto por el ensueño azul de las olas del «mare nostrum» y resentida del fundado temor de que Castilla abocara para si sola la empresa de la reconquista. Esos dos pueblos son el catalán y el vasco. Quien haya leido las endechas de cadenciosa trova provenzal que son a un tiempo cortejo lírico y acompañamiento político del tratado de Corbeil, podrá darse cuenta de como Jaime I entregó a los catalanes de su tierra nativa allende los Pirineos a la codicia expansiva de los monarcas de París; y asimismo, quien medite un poco sobre los efectos de esta renuncia al trono navarro comprenderá que la repartición del solar éuscaro entre Castilla y Francia pudo ser feliz unión en torno a Navarra si se hubiera sentado bajo el solio de Pamplona un hombre con las condiciones del ganador de Valencia, a poco que le hubiesen interesado los problemas políticos de los países vascos.
Su renuncia fué, y equivalió a entregar a Navarra en brazos franceses, por la vía, entonces usual, de los enlaces dinásticos. Un conde de Champagne y de Brie, sobrino del de las Cadenas, reina en Navarra sin dejar de ser conde francés y subordinado a San Luis. Toda la vida oficial de la corte mira a París y a lo que París diga. Cuando San Luis ordene la cruzada, Teobaldo de Navarra le seguirá como fiel vasallo a su señor:
«E mandet que anes ab lui lo rei Navarr
per razon de Campayna...»
reza la explicación literal de Guillermo Anelier (17).
El sentido misionero de las cruzadas, que Teobaldo I subraya(18) y canta en encendidas estrofas henchidas de fervor mariano (19), viene encauzado por los caminos de las empresas europeas a Palestina y a Berbería, no por el canal hispánico de la reconquista y solidaridad peninsulares. ¡ Qué diferencia entre Sancho y Teobaldo, entre las Navas y África! Es apenas una generación la que ha pasado y parece que han transcurrido siglos. Tan grande fué el cambio de orientación política.
Teobaldo I es un rey con ideas y mentalidad extrañas a las del pueblo navarro que rigió. Si no bastara el conocimiento de su vida, lo dirían hasta las inclinaciones sentimentales personalísimas por las que ponía el corazón en la corte parisién (20) y sus choques con la organización jurídica del reino que en sus conflictos con la nobleza declara expresamente desconocer (21). Navarra fué a sus ojos tierra secundaria, porque, en feliz frase de un cronista, tenía en Francia «su principal assientc» (22). Hasta en el sepulcro fué extranjero, porque todos los reyes navarros sus antecesores reposaron en suelo patrio, mientras que las cenizas de este monarca trovador se guardan en la ciudad francesa de Provins.
A partir de Teobaldo I la orientación oficial de los reyes navarros mira, al norte francés. «De aquí adelante —escribe certeramente el obispo Sandoval— los reyes de Navarra, por tener en Francia tanta sangre, y Estados tan principales, olvidaron lo de España, y fueron tenidos por más franceses, que españoles» (23). Llevados de intereses ultrapirenaicos, ya no aspiran sino a ser reyes de Francia o emparentados con la casa real gala. Carlos II no sueña ya, como otrora Sancho III el Mayor, con ser emperador de España, sino que centra todos sus esfuerzos en ceñirse la corona en París, e incluso está a punto de conseguirlo.
Bien lo prueba que la actitud de los cronistas oficiales es la de subrayar ese parentesco principesco que ilusiona a los reyes navarros desde Teobaldo I a Carlos II, desde 1234 a 1387. Garci López de Roncesvalles, tesorero de Navarra, se preocupa de hacer resaltar en su Crónica el afrancesamiento de la sangre real navarra, con frases a tenor de la siguiente: «Como la noble generación, et lures criazones de los nobles reyes de Navarra Dn. Cárlos, á qui Dios perdone, et Dn. Cárlos, á qui Dios de buena vida, son descendientes por recta línea en tres partidas del rey S. Lois de Francia» (24). Texco fundamental para fijar el sentido de la Crónica, porque el anónimo extractador de la Biblioteca Nacional de Madrid repite casi literaimente «que es cosa bella de saber como el rey D. Carlos de Navarra a quien Dios perdone y don Carlos a quien Dios de buena vida, descienden por recta línea en tres partidas del rey S. Luis de Francia» (25). Mas se trata de una orientación palatina, que no trasciende de la vida oficial ni llega al pueblo. Los lazos del idioma y de la geografía se anudaban a un sentir claramente hispánico, a despecho siempre y en contra abierta muchas veces de la tendencia francófila de los reyes. Fray Prudencio de Sandoval, tan agudo y exacto siempre, concluye su observación sobre el afrancesamiento cortesano de la Navarra de los siglos XIII y XIV, apuntando como «pero ya que los reyes lo fuessen, no los que vivieron, y viven en esta tierra, que son tan finos españoles, como ios de Toledo» (26).
Y tal es lo cierto, porque la historia nos muestra la impopularidad de los monarcas gálicos, por sus maneras altaneras, su espíritu dado a las aventuras y ajeno a la quietud de vida que el gobierno del reino requería. Recordaré entre cien hechos análogos el manojo de acontecimientos con los que el espíritu nacional navarro se opone a la tendencia cortesana, sin ir más allá de los recogidos por un autor francés: la resistencia al ejército del conde Roberto de Artois, las protestas contra las usurpaciones de Felipe el Largo en 1316 y de Carlos el bello en 1322, la negativa rotunda y expresa a reconocer a Felipe de Valois en 1328 en unas cortes donde concurrieron tantos que hubieron de ser celebradas al aire libre, la decisión con que un partido poderoso reclamó la anexión a Castilla a la muerte de Enrique I en 1273 con menosprecio de los derechos de la infanta Juana, etc., etc. (27). Resistencia que en ocasiones subía hasta la violencia, como al advenimiento de Luis el Hutin en 1307, cuando hubo de hacer prender a varios caballeros principales señalados por su hostilidad a Francia, tales como Fortún Almoravid y Martín Jiménez de Aibar (28).
Hasta las postrimerías del siglo XIV no se hace navarra la casa de Evreux en la persona del pacífico Carlos III el noble, tal vez ligado a Castilla por la misma causa que empujó a sus antecesores hacia Francia: la posesión de grandes dominios en los reinos vecinos. En su testamento, otorgado a 23 de sepliembre de 1412 (29), no se transparenta la menor afinidad hacia el reino limítrofe por el norte, sino que su sonoro castellano expresa conceptos propios de aquel monarca interesado en la paz de su reino de Navarra y de sus tierras de Castilla, casi vistas desde el paradisíaco retiro de Olite, mirador tranquilo hacia las fronteras del sur.
4. LA ORIENTACION CULTURAL NAVARRA EN LOS SIGLOS XIII Y XIV

¿Cuál es la proyección espiritual correspondiente a esta tendencia política? O, en otras palabras, ¿los escritores navarros de la época convienen en creer que Navarra ha salido del mundo hispánico para ligar su suerte al destino de las Galias?
La contestación exige analizar uno por uno los monumentos de la cultura navarra en los siglos XIII y XIV, a saber: las Guerras civiles de Guillermo Anelier, la Cansós de la crozada de Guillermo de Tudela y la Crónica del obispo de Bayona Fray García de Eugui. Hagámoslo.
A) Creo ante todo que Guillermo de Anelier no es escritor navarro, en contra de la opinión de Arturo Campión (30), ceñida exclusivamente al intento, por otra parte plausible, de ensanchar la desmedrada lista de las plumas medievales de su tierra, pero en verdad inexacto, pues tanto equivaldría a considerar como navarros a cuantos de cosas de aquel reino se ocuparon. Bien es verdad que hay en la obra un colorido de detalles locales tan menudo y al pormenor que al decir de Iturralde llegaba a lo minucioso (31); aunque tal manera sea quizá hija de escasez intelectual, de pobreza de invención y mengua de fantasía (32). Sea como fuere, su autor es provenzal y vino a Navarra con las huestes de Eustaquio de Beaumarchais, tomando parte directa en las contiendas de la Navarrería y el Burgo pamploneses, objeto de su poema; y pegósele mucho de la tierra que visita, pues que en su provenzal abundan sobremanera los castellanismos (33), sin duda por el roce con la población indígena. En tal sentido, y aun no siendo Anelier un escritor navarro, es significativo averiguar a qué parte, Francia o España, adscribe el reino vascón. Para él no cabe duda: Navarra es tierra española. Cuando el prior de San Juan pasa por Roncesvalles, dice deja Francia para entrar en España (34). Los viajeros galos que trasponían los pasos pirenaicos entraban al llegar a Navarra en uno de los reinos españoles.
B) Sobre Guillermo de Tudela, autor de una larga Cansos de la crozada contr'els erejes dalbeges (35) hay hasta tres opiniones distintas: a) la de M. C. Fauriel que no cree sea su autor el dicho Guillermo de Tudela, sino algún poeta tolosano, ya que hace referencias al obispo de Toulouse Folquet como a «notre evéque» (36); b) la de Ilarregui (37) y de Toribio del Campillo, que postula la paternidad del trovador navarro (38); y c) la de Pablo Meller, para quien la Cansós fué comenzada por Guillermo de Tudela y concluida por algún otro trovador cuyo nombre no ha llegado hasta nosotros, tesis a la que se adhieren también el conde de Rodezno (39). A mi juicio, y de la mera exposición de argumentos, parece más verosímil la posición de Toribio del Campillo.
Lo mismo que la anterior poesía de Anelier, la Canción de Guillermo de Tudela es substancialmente historia. No es que salga de la lírica de amores para delinear un poema épico, sino que se trata de una narración histórica en prosa rimada y cadenciosa. Lo que no quiere decir que en ocasiones deje de asomar la vena poética, sino que el contenido es relación de sucedidos, hechos en el tiempo debidamente encadenados, historia. La poesía es lo accesorio; la médula está en decirnos en ritmos prosados lo que ocurrió durante los diez primeros años de la guerra contra los albigenses, desde el asesinato en Saint-Gilles al 1208 del legado pontificio Pierre de Châteauneuf, hasta la toma de Marmande en 1219 por Luis VIII de Francia. Desde el punto de vista que me interesa, las ideas centrales de la Cansós son:
a) Equiparación de los franceses con los cruzados antialbigenses.
Basta abrir la obra por cualquier parte; vr. gr. canto XX, pág. 34; canto XCVI, pág. 150; canto XCVII, pág. 192;etcétera, etcétera.
b) La concepción de Tolosa como un país distinto de Francia, o sea afirmación del dualismo Francia-Provenza. Recuérdese la conversación entre Pedro II de Aragón y el conde de Tolosa (40), la duplicidad de los gritos «Monfort» y «Tholoza» (41), las afirmaciones tajantes del odio Provenza a Francia de que está plagado el libro (42), el menosprecio con que dice combatirse «contra lorgolh de France» al rechazar a los cruzados (43), el gozo con que le palpita la pluma al pintarnos la ocasión en que se ven
«els provensals combattre e los frances defendre» (44),
la tristeza con que declara su pesar por la rota de Muret, donde fué destrozada la flor de la cristiandad al caer la civilización del oc:
«Tots lo mon no valg mens de ver o sapjatz
car paradis ne fo destruitz e decassatz
e totz crestianesmes aonitz e abassatz» (45).
c) Defensa de la imputación de herejes con que se cargaba a los tolosanos, en el intento oculto, pero claramente transparente, de diferenciar la cuestión religiosa de la cruzada del hecho político que era la influencia francesa en el sur de las Galias. A este respecto es curioso como, en su odio contra las huestes «francesas» del inglés Simón de Monfort, compara a los cruzados con el más odiado entre los enemigos de la Cristiandad, con el árabe, diciendo qve la crueldad y superchería desplegada por ellos en la toma de Beziers es digna de sarracenos (46), y que aun los infieles son menos dañinos que los hombres franceses. Ni el rey de Murcia «ab sa gent sarracina» sería capaz de cometer actos de tamaña crueldad y alevosía (47). A todo lo largo del poema, «les frances» quedan más por asesinos y ladrones que por soldados.
d) A cuyo respecto la intervención de Pedro II de Aragón es elogiada, no porque signifique defensa de la herejía, que el autor rechaza siempre según ya subrayó Fauriel (48), sino por lo que tiene de defensa del patriotismo provenzal, por su posición antifrancesa. A los ojos de Guillermo de Tudela, Pedro II va contra las huestes de Simón de Monfort para que los franceses no arrasen Tolosa (49), acción de ayuda a la nación provenzal por el que el poeta le ensalza llamándole
«bos reis d'Arago» (50)
y dándole el calificativo de
«mo senhel reis» (51).
Donde se ve que la simpatía del autor a los reinos españoles proviene de su formación provenzal. ¡Con qué esperanzado orgullo declara su fe en la ayuda española y pide que todos los reinos hispánicos acorran a los de Tolosa en su pugna contra el francés! (52).
e) Pero además, y esto es a mi ver un argumento claro en favor de la posición de Ilarregui y Campillo, a lo largo del poema no deja su autor de recordar las cosas españolas, de toda la ancha Hispania peninsular, con cariñosa memoranza de propias. Haré resaltar solamente dos textos: su enfervorizada alegría al contar la hazaña de las Navas de Tolosa (53), y su interés por las cosas del Occidente, refiriéndose en una comparación a circunstancias de León y Portugal, al elogiar a Guillermo del Encontre, comparando como
«certes si Portegals nil regnes de Leon
fossan en sa comanda ni en sa subjection
sin sereit capdelatz si Jeshu Crist bem don
mehls que non es en cels que son fol e bricon
qui son reis del pais e no pritz 1. boton» (54).
Resumiendo. Guillermo de Tudela, ambientado y ligado al mundo hispánico, es hijo de una cultura ajena a la peninsular del centro y occidente; forma parte de la cultura provenzai, y tal es el idioma en que expresa sus sentires y tales son los sentires expresados. No es secuela de cultura francesa, ni su nombre implica en modo alguno una influencia francesa sobre la cultura navarra; porque nada hay más opuesto a lo francés que aquel pueblo trágicamente crucificado en Muret y en Corbeil, triste caido en holocausto de la política mediterránea de Jaime I, conquistador del sur y abandonador del norte. Su lenguaje no es otro que el de los trovadores, como señala Milá y Fontanals (55); esto es, una lengua antifrancesa. Las estrofas de la Cansos, historia cubierta con un velo tejido de épicas y de elegías, es la misma de acentos encendidos de odio con que acuñaban el epitafio de la Provenza lírica y amorosa las plumas, casi hierro de espadas, de Bernardo de Rovenhac o Bonifacio de Castellana.
Para Guillermo de Tolosa, igual que para Anelier y para todos los trovadores de aquel tiempo, vr. gr. Gavandán el Viejo, Navarra es parte de España, uno de los reinos españoles. Cuando nos quiere decir que el ejército de Simón de Monfort iba precedido por guías navarros, «de roters de Navars», es aclarando que son guías españoles, «roter d'Espanha» (56). Opinión general en la Provenza. Gavandán el Viejo, al enumerar los pueblos de España, incluye a los navarros entre ellos: «Portogals, Gallixc, Castellás, Navars, Aragonés, Ferrás...» (57).
C) Fray García de Eugui, obispo de Bayona, es el eslabón principal de la cadena que arranca del arzobispo don Rodrigo y concluye en el príncipe de Viana. Todo lo que la Crónica de Garci López de Roncesvalles tiene de superficial y estrecho, es afán de saber y anchura de miras en los escritos de fray García. Su obra, manuscrita en la Biblioteca Nacional de Madrid, se titula Corónicas de los fechos que fueron fechos antigoamente en Spañia segunt se trueba porscripto en diversos libros antigos (58). En ella la idea de Navarra como uno de los reinos españoles ofrece los mismos caracteres que en Jiménez de Rada; citaré algunas muestras de como Navarra es para él una parte de lo hispánico.
A ese respecto describe «como se partieron los Regnos de navarra et de aragon et de Castiella» (59), o cuenta «la guerra del Rey don alfonso de castiella et del Rey de navarra» (60), amén de mezclar bajo el epígrafe titular de Corónicas de España las historias de Asturias y Castilla (61) con la de Navarra (62).
D) En conclusión: pese a la orientación afrancesada de la corte navarra desde 1234 a 1387, la tendencia popular y la mirada cultural consideraban al reino vascón como uno más entre los españoles; y esto, no ya sólo los escritores navarros, pero los extranjeros.
5. ESPAÑA-NAVARRA EN EL PRINCIPE DE VIANA (63).

El concepto Navarra es en el príncipe el de un reino parte de las Españas, ni más ni menos que en todo el pensamiento anterior de un pueblo. Conspiraban a ello tres causas distintas: a) la opinión común entre los suyos, ya reseñada, o navarrismo; b) su formación cultural renacentista; c) su sentido de la historia peninsular; y d) la opinión común de aquel siglo.
Veámoslas separadamente.
a) Navarrismo u opinión general del reino.
Me remito a los números anteriores,
b) Formación cultural renacentista.
Hispania como unidad cultural es idea afianzada a lo largo de la edad media, no ya meramente por la pugna árabe, sino también a causa de la pervivencia de la tesis unitaria política que inflama a los espíritus cultos con el lejano recuerdo romano-gótico. El prestigio impar de Toledo, la idea imperial del alto medievo o la solidaridad de todos los reinos peninsulares en los momentos decisivos de las oleadas islámicas, son otras tantas muestras de la vitalidad de un concepto clásico cuya eficacia saltaba a la acción diaria desde los folios apergaminados de los códices. El siglo XV, pasión aumentada por lo antiguo, no podía menos de fomentar esta idea. Y así la palabra «las Españas» suena a cada paso en las páginas escritas por mano del príncipe como tierra poblada por Tubal en las ciudades navarras de Tafalla y de Tudela (64), o como gente convertida a la fe por Sant Cernin, hecho en el cual puede «llevar tanta ventaja este regno de Navarra a los otros regno.s de España» (65).
Concepción títpicamente clásica, aunque mantenida firme a lo largo del proceso medieval, que se muestra hasta en los más ínfimos detalles; vr. gr. en la catalogación de los libros de la biblioteca del príncipe, en donde aparece uno intitulado Analogía regni Navarrae (alias histories de Spanya), cuyo nombre dice ya lo bastante a nuestro objeto (66); o cuando en el prólogo-dedicatoria de su traducción de la Etica aristotélica declara trasladarla «del latín en nuestro romance» (67).
c) La historia peninsular en el príncipe de Viana.
Seguir el planteamiento histórico de sus dos grandes antecesores en el cultivo de la disciplina histórica, el arzobispo don Rodrigo y el obispo García de Eugui era lo más indicado en el nuevo historiador; y, en efecto, así fué. Como para demostrar este hecho sería preciso citar aquí casi todas las páginas de la Crónica, me limitaré a señalar como al invadir «las Españas» los árabes, se forman, según el príncipe, tres núcleos de resistencia, uno de los cuales da origen al reino navarro (68); o como por querer Miramamolín «echar los cristianos de España», «quando el rey de Castilla e los otros reyes de España hobieron oidas estas palabras, e amenazas, ayuntáronse todos e hobieron de consejo que inviasen mensajeros al papa, e al rey de Francia, e al rey de Inglaterra, e por toda la cristiandad» (69). Como historiador Don Carlos tiene idénticas categorías mentales que las de sus predecesores coterráneos.
d) La opinión común de aquel siglo.
El cuarto factor que contribuye a fijar la posición del príncipe es la opinión común de la época. Bastará me refiera a tres casos concordantes de cada uno de los reinos limítrofes de Aragón y Castilla.
Aragón. Cuando a 3 de diciembre de 1455 pacta Juan II de Aragón con los condes de Foix el desheredamiento de nuestro don Carlos y la privación de sus derechos a las coronas paternas, la fórmula es literalmente de este tenor: «...como sea notorio en todos los regnos Despania e en otras partes, con cuanta inobediencia e ingratitud en estos tiempos pasados se es habido el príncipe don Carlos contra el dicho senior su padre...» (70).
En donde Navarra, de cuya corona se le priva, es uno de los reinos de España.
Castilla. Para los castellanos Navarra es española. Hay en la lírica de la Castilla del siglo XV un trecho consagrado a Navarra en donde se la elogia, no ya por hermana, sino por madre de las Españas todas, comparándosela al Betlem nazareno en la pequeñez y en el privilegio de sus grandes nacimientos. Es el siguiente verso, harto expresivo para nuestra inquisición, en el que Fernán Pérez de Guzmán, tras narras como Sancho Abarca hizo levantar a los moros el cerco de Pamplona, comenta que
«gran razón es que se lea
e relate por fazaña,
que si en los reinos de España
el menor Navarra sea,
es de gran gloria que vea
quien de su generacion
a Castilla et Aragon
las impere et las posea.
¡Oh tú, Betlem de Judá,
en los príncipes menor,
pero de tí el regidor
de todo Israel saldrá!
Con razón se gozará
Navarra et aurá alegría,
pues aquesta prophecía
a ella se adaptará» (71).
Que luego los realizadores de la unidad no nacieran en Navarra, sino en Sos, Madrigal y Valladolid, es cosa circunstancial que en nada altera el valor de apreciación histórica que hay en el juicio, mejor en la casi profecía, del noble castellano.
Esas cuatro corrientes contribuiían a dar a la postura del príncipe unas notas en que coincidían todos los ingredientes que se aunan en su pensamiento: el navarrismo nativo, el renacentismo del tiempo, la aproximación con los países vecinos del sur obra de las circunstancias políticas, y su misma condición de historiador. Todo conspiraba a reforzar en el príncipe esta idea hispánica, en que plasmaba como realidad vivida el mundo de sus sentimientos e ideario. Y ello sin olvidar el patriotismo navarro, su condición de rey a coronar en Pamplona, de que aquella tierra era patrimonio materno solamente. No hay quizá en todo el pensamiento español del siglo XV, o al menos son muy pocas, las páginas en que se pinte, emocionada y vibrantemente, con mesura y brío a un tiempo, el entrecruzamiento de ambos sentimientos y conceptos, del reino nativo y de la comunidad hispánica, como en las siguientes de don Carlos, casi al comienzo de su Crónica: «E tu Navarra, no consentiendo que las otras nasciones de España se igualen contigo en la antigüedad de la dignidad real, ni en el triunfo e merescimiento de fieles conquistas, ni en la antigua posesión de tu acostumbrada lealtat, ni en la original señoría de tus siempre naturales reyes e señores, por la justicia de los cuales, con muy grant esfuerzo, has sobrevencido muchos e grandes infortunios e daños...» (72).
Nótese como aquí se ayuntan la conciencia hispánica de comunidad peninsular y el sentimiento de independencia que en don Carlos era a la par afirmación de derechos a la herencia materna. El «con grant esfuerzo» pudiera sustituir al «utrimque roditur», a aquella poéetica a fuer de melancólica simbolización de sus angustias personales y patrióticas en el lema del hueso navarro en cada uno de cuyos muñones roen dos lebreles hambrientos y rapaces.
6. RESUMEN
En los escritores navarros de la edad media Navarra aparece ser uno de los reinos españoles. Rico en peculiaridades características, dotado del brillo de una antigüedad que se pierde en los obscuros albores de la reconquista, no deja por eso de sentirse miembro de las Españas.

Hay un momento de orientación ultrapirenaica, pero trátase de una tendencia dinástica, nunca de un sentimiento popular. Ni siquiera en lo cultural, porque los influjos provinientes de allende los Pirineos dimanan de la cultura provenzal, no de los focos de la Isla de Francia.
E incluso la desviación política, con ser pasajera y no calar en las entrañas populares, debióse a uno de los grandes errores de la historia nuestra: a la política de renuncia que en las cosas del mediodía galo siguió Jaime I de Aragón, tan lamentable cuanto es el origen de la desazón espiritual que una evidente escisión política produce en dos de los más típicos pueblos hispánicos: en el catalán y en el vascón.
Sea como fuere, queda por cierto que, en la literatura navarra del medievo, Navarra es uno de los pueblos españoles, con reserva de todas sus peculiaridades políticas, jurídicas y de otra índole; y que estaba en disposición espiritual de pasar a formar parte, venida la hora oportuna, de la gran monarquía total, siempre claro está fuese una monarquía federativa.


Notas
(1)JOSE MARIA DE ZUAZVAVAR: Ensayo histórico-crítico sobre la legislación do Navarra. Pamplona, viuda de Rada, II (1821), 3-4. También la completa recopilación de textos que es el artículo de ADOLF SCHULTEN acerca de Las referencias de los vascones hasta el año 810 después de J. C, en la Revista Internacional de Estudios Vascos, XVIII (1927), 225-240.
(2) ARTURO CAMPION: Nabarra en su vida histórica, 2.a ed. Pamplona, J. García, 1929, págs. 93-94.
(3) RAMON MENENDEZ PIDAL: La España del Cid. Madrid, Plutarco, 1929. págs. 118-120.
(4) Diplomas de 1081 y 1092. Vide R. MENENDEZ PIDAL: La España del Cid, 262-263.
(5)A. CAMPION: Nabarra en su vida histórica, 112.
(6)DR. PRUDENCIO DE SANDOVAL: Catálogo de los obispos, que ha tenido la Santa Iglesia de Pamplona, desde el año de ochenta, que fué el primero della el santo martyr Fermín, su natural ciudadano. Con un breve sumario de los Reyes que en tiempo de los Obispos reinaron en Navarra, dando reyes varones a las demás provinciasde España. Pamplona, Nicolás de Assiayn, 1614. Fol. 34 vto.
(7) El texto de la bula en el Boletín de la Comisión de Monumentos de Navarra, 1928, págs. 291 y 292, tomándolo del pergamino existente en la Cámara de Con.ptos, cajón 1.°, n.° 99. Sobre esta bula vide el estudio inédito de RAFAEL AIZPUN TUERO: El problema del reconocimiento del titulo de rey de Navarra a don Sancho el Fuerte por el Papa Celestino III (1944).
(8) Creo que BALLESTEROS exajera al dedicarle un capítulo entero, páginas 188-198, de su Don Rodrigo Jiménez de Rada. Barcelona, Labor, 1936. Volumen VIII de la «Colección Pro ecclesia et patria».
(9) RODERICI XIMENII DE RADA, Toletanae ecclesiae praesulis: Operapraecipua comp!ectens. Matriti, apud viduam pachini Ibarra, 1793. Vide libro V, cap. XXII, pág. 112 y libro II, cap. III, págs. 25 y 26.
(10) JAVIER GOROSTERRATZU, redentorista: Don Rodrigo Jiménez de Rada, gran estadista, escritor y prelado. Estudio documentado de su vida, de los cuarenta años de su Primacía en la Iglesia de España y de su cancillerato en Castilla; y en particular, la prueba de su asistencia al concilio IV de Letrán, tan debatido en la controversia de la venida de Santiago a España. Pamplona, viuda de T. Bescansa, 1925. Pág. 8.
(11) GUILLAUME ANELIER DE TOULOUSE: Histoire de la guerre de Navarre en 1276 et 1277. Publiée avec une traduction, une introduction et des notes par Francisque Michel. París, Imprimérie impériale, 1856. Tomo IV de la «Collection. de documents inédits sur l'histoire de France». Pág. 4.
(12)I. GOROSTERRATZU: Don Rodrigo, 359.
(13) R. JIMÉNEZ DE RADA: Opera, 97-111.
(14) R. JIMÉNEZ DE RADA: Opera, 112-115.
(15) R. JIMÉNEZ DE RADA: Opera, 115-117.
(16)R. JIMÉNEZ DE RADA: Opera, 117-147.
(17) GUILLERMO ANELIER: Histoire, cap. XII, págs. 24-26.
(18) GUILLERMO ANELIER anota el sentido misionero. D. TEOBALDO ibaporque
«...quar volia issauçar
la santa fe de Roma, que vedia baissar». (pág. 28).
(19)Vide JUAN ITURRALDE Y SUIT: Miscelánea histórica y arqueológica. Pamplona, García, 1917. En Obras, V, 20-22, dorde trae las chansons LV y LVI del rey champañés, incitando a la cruzada e invocando a la Virgen María.
(20) ANDRE FAVYN: Histoire de Navarre, conlcnent l'oricine, les vies & conquestes de ses roys, depuis leur commencement iusques á present. Ensemble ce qui c'est passé de plus remarquable durant leurs regnes en France, Espagne, et ailleurs. París, chez Laurent Sounius, Pierre Metayer et Pierre Chevalier, 1612. En I, 300-301 transcribe unas trovas de TEOBALDO I a DOÑA BLANCA, su gran amor inconseguido.
Sobre la opesía de TEOBALDO I vide las notas que diligentemente secopila el CONDE DE RODEZNO en Los Teobaldos de Navarra. Ensayo de crítica histórica. Madrid, imprenta de San Francisco de Sales, 1909, al capítulo titulado Don Teobaldo I y la porsía provenzal, págs. 118-139.
(21) Copio a este respecto el siguiente texto de LINO MUNARRIZ, bien que sin solidarizarme con su opinión sobre el intrincado problema del Fuero: «La nobleza representó al rey la violación de algunas leyes de inmemorial arraigo en Navarra, a lo que contestó D. Teobaldo con llaneza que como hombre nuevo no entendía con todo rigor las costumbres y hechos del pueblo; y en 1237 se celebró en Estella un compromiso solemne entre el rey y los caballeros compromisarios, en el cual se acordó poner en escrito las disposiciones forales del Reino...» (Resumen de la historia de Navarra. Pamplona, Nemesio Aramburu, 1912. Págs. 80-81).
(22)ESTEBAN DE GARIBAY Y ZAMALLOA: Compendio historial de las chronicas y universal historia de todos los reynos de España. Barcelona, Sebastián de Cormellas, III (1628), 198.
(23) FR. PRUDENCIO DE SANDOVAL: Catálogo, 92 vto.
(24) GARCIA LOPEZ DE RONCESVALLES: Crónica manuscrita, guardada en la biblioteca de la Academia de la Historia de Madrid, colección Traggia, tomo XX, folios 127 vto.—157.—Cita al folio 152 vto.
(25) Manuscrito anónimo sobre Algunas cosas notables de la Corónica de GarciLópez de Ronces Valles, en la Biblioteca nacional de Madrid, ms. 746, pág. 424.
FR. PRUDENC(26)IO DE SANDOBAL: Catálogo, 92 vto.
(27) G. DESDEVISES DU DEZERT: Don Carlos d'Aragon, prince de Viane. Étude sur I'Espagne du Nord au XVa siécle. París, Colin, 1899. Págs. 87-88.
(28) FR. PRUDENCIO DE SANDOVAL: Catálogo, 98.
(29) Publicado por MARIANO ARIGITA Y LASA en la Colección de documentos
inéditos para la historia de Navarra. Pamplona, imprenta provincial, I (1900) 411-436, transcribiendo documento del Archivo de Comptos, cajón 104, n.° 1.
(30) A. CAMPION: Nabarra en su vida histórica, 233.
(31) JUAN 1TURRALDE Y SUIT: Las guerras civiles de Pamplona en el siglo XIII. En el Boletín de la comisión de monumentos de Navarra, VIII (1917), 261.
(32) A este respecto recordaré que ROGELIO JOSE MONGELOS Y LANDA le juzgaba «pobrísimo de invención» en Los primeros cantores de las Navas (Boletín comisión monumentos de Navarra, IX (1912), 83).
(33) FRANCISQUE MICHEL: Introduction a la edición de 1856, pág. XXVI. Hay otra edición anterior, preparada po PABLO ILARREGUI e impresa en Pamplona, Longás y Ripa, 1847.
(34)GUILLERMO ANELIER: Guerre de Navarre, canto LXIII, pág. 178.
(35) Le editó en el tomo III de la Collection de documents inédits sur l'histoire de France el profesor parisién M. C. FAURIEL bajo el título de Histoire de la croisade contre les hérétiques albigeois écrite en vers provençaux par un poéte contemporain. París, Imprimerie royale, 1837. Según un manuscrito de la Bibliothéque Royale, fondos de La Valliére, n.° 91.
(36) M. C. FAURIEL: Introduction, pág. XIX.
(37) PABLO ILARREGUI: La lengua provenzal en Navarra. En el Boletín de la Comisión de monumentos de Navarra. XIV (1923), 234-236, y XV (1924), 9-12. El escrito está fechado en 1870.
(38) TORIBIO DEL CAMPILLO: Ensayo sobre los poemas provenzales de los siglos XII y XIII. Tesis doctoral. Madrid, imp.de M. Campo-Redondo, 1860. Páginas 93-122.
(39)TOMAS DOMINGUEZ AREVALO: Guillermo de Tudela. En De tiempos lejanos. Madrid, imprenta de San Francisco de Sales,1913. Páginas 49-68.
(40) Cansós, 46.
(41) Cansós, 276 y 356, cantos CLVI y CLXXII.
(42) Cansós, cantos CLXXXVIII, CXCV, CCI y CCXI, páginas 438, 494,
538-540 y 616.
(43) Cansós, canto CCXIV, p. 634.
(44) Cansós, canto CLVII, p. 278.
(45) Cansós, canto CXXXVII, p. 210.
(46) Cansós, canto XXI, p. 36.
(47) Cansós, canto XLVIII, p. 78.
(48) M. C. FAURIEL: Introduction, p. XLIX.
(49) Cansós, canto CXXXI, p. 198.
(50) Cansós, canto CXXXV, p. 206.
(51) Cansós, canto XXVII, p. 44.
(52) «Espanha totz essems» son sus palabras en el canto CXC.p. 458.
(53) Donde se hallaron los reyes de Castilla y de Aragón,
«lo reis dArago i fo e lo reis de Castela»
(Canto V,p. 10).
(54) Cansós, canto XXXVII, p. 62.
(55) MANUEL MILÁ Y PONTANALS: De los trovadores en España. Estudiode lengua y poesía provenzal. Barcelona, Joaquín Verdaguer, 1861. Pág. 250.
(56) Cansós, cantos LXXXIX y XCIV, págs. 140 y 148.
(57) M. MILÁ Y FONTANALS: De los trovadores, 129.
(58) Biblioteca Nacional de Madrid, Mn. 1524, de 188 folios.
(59) DR. GARCIA DE EUGUI: Corónicas, fls. 131-131 vto.
(60) DR. GARCIA DE EUGUI: Corónicas, 152 vto.
(61) DR. GARCIA DE EUGUI: Corónicas, 108 vto. 172 vto.
(62) DR. GARCIA DE EUGUI: Corónicas, 172 vto. 184.
(63) En cuanto al papel del príncipe en la historia cultural navarra vide mi trabajo sobre Las doctrinas políticas del príncipe de Viana, separata de la Revista General de legislación y jurisprudencia, noviembre de 1944. 23 páginas.
(64) Esta es materia que dió pie a una enconada discusión en el siglo XVII. Un don FRANCISCO DE ERASSO escribió un libro titulado Discursos históricos sobre la población de España, en que se prueba por !a parte, que Tubal dió principio a la población, y que la ciudad de Tafalla es de las primeras que fundó (Sevilla, Thomás López de Haro, 1682).creyendo hacer un gran servicio a su patria al demostrar que Tubal era el fundador de Tafalla y el primer poblador de Navarra, a cuyos valles entró cruzando los pasos de los Pirineos; libro que pasó sin consecuencias. Mas no así el del canónigo de la colegiata tudelense don JOSE CONCHILLOS, cuyo Propugnáculo histórico, y jurídico. Muro literario y tutelar. Tudela ilustrada y defendida. (Zaragoza, Juan de Ybar,1666) fué compuesto con el empeño de hacer de Tudela la más insigne ciudad del orbe entero, madre de Navarra, anterior con mucho a Cartago y sólo rival de la lejana Babilonia en cuanto «colonia del patriarca Tubal y primera población de España» (pág. 2). Lo que dió pie a un violento escrito del P. MORET, bajo el pseudónimo de Fabio, Sylvio, Marcelo, intitulado El bodoque contra el Propugnáculo histórico, y jurídico del licenciado Conchillos (Colonia Agripina, por Severino Clarieg, 1667), ordenado en forma de diálogo entre tres personajes llamados como el autor: Fabio, Marcelo y Silvio, y consistente en una descarnada burla de CONCHILLOS y de Tudela. Llégase a decir en él del Propugnáculo que es un cuerpo sin alma (pág. 6), útil únicamente para envolver especies o fabricar naipes (pág. 5); del carácter durísimo de la obra puede dar idea el mote con que termina, propuesto por Marcelo y aprobado por los otros dos a guisa de resumen:
«Conchillos, chillos, tu vanidad te engaña;
saber callar es la mejor hazaña» (pág. 224).
CONCHILLOS replicó bajo el pseudónimo de Jorge Alceo de Torres, «hijo de la misma ciudad de Tudela», con otro libro nombrado Desagravios del Propugnáculo de Tudela, contra el Trifante Cerbero, autor del Bodoque (Amberes, Sebastián Sterling, 1667), en cuya página 358 se jactade haber respondido a todos los argumentos de su contrincante.
(65) D. CARLOS DE VIANA: Crónica de los reyes de Navarra. Pamplona,Ochoa, 1843. Págs. 5-9, por referirme sólo al primer capítulo.
(66) G. DESDEVIZES DU DESERT: Don Carlos de Viane, 455.
(67) D. CARLOS DE VIANA: Traducción de la Etica de Aristóteles. Zaragoza,
Jorge Coci Alemán, 1509. Cita al folio a i j .
(68) D. Carlos de Viana; Crónica, 35.
(69) D. Carlos de Viana: Crónica, 112-113.
Por donde, de Pirineos abajo todos estaban amenazados, o sea, todos los reinos
de España. Las Navas de Tolosa son también, a juicio del príncipe, una empresa
total española y, por ende, también navarra.
(70) Colección de documentos inéditos para la historia de España. Madrid, imprenta
de la viuda de Calero, t. XL (1862), 543.
(71) FERNAN PEREZ DE GUZMAN: Loores de los claros varones de España. En la Antología de poetas líricos castellanos desde la formación del lenguaje hasta nuestros días, ordenada por D. MARCELINO MENENDEZ Y PELAYO. Madrid, Hernando. I (1890), 237.
(72) D. CARLOS DE VIANA: Crónica, 2. Entre otros mil datos, corroboran este juicio de DON CARLOS la afirmación de JUAN LOPEZ DE PALACIOS RUBIOS en el folio VII de su De iustitia et iure obtentionis ac retentionis regni Navarre (Salamanca, 1514), o la confesión del poco sospechoso escritor francés ANDRE FAVYN, sobje que «le royaume de Navarre est le plus ancien de tous ceux d'Espagne» (Histoire, 7). Madrid, 1944-1945.