Los biblistas
JUAN MANUEL DE PRADA
ESCRIBÍA Castellani que, «desde que Lutero aseguró a cada lector de la Biblia la asistencia del Espíritu Santo, esta persona de la Santísima Trinidad empezó a decir unas macanas espantosas». Pruebas irrisorias de este macaneo espantoso nos las brindaba aquel fray Gerundio del padre Isla, que se propuso demostrar desde el púlpito, con lenguaje florido y malabarismos mentales desquiciados, que el pueblo de Campazas era la patria del Santísimo Sacramento. Ahora que ya no quedan curas con lenguaje florido, y mucho menos curas que se suban al púlpito, tenemos ¡albricias! a Rubalcaba y Rajoy, que mantienen viva la llama del macaneo bíblico.
Los biblistas Rubalcaba y Rajoy estuvieron hace unos días lanzándose a la cabeza citas del Evangelio desde la tribuna parlamentaria. Ya nos advertía Cervantes contra quienes se las dan de «hombres leídos, eruditos y elocuentes»; y más todavía «cuando citan la Divina Escritura», para que el vulgo los tome «por unos santos Tomases». Ciertamente, es difícil confundir con el Doctor Angélico a Rubalcaba y Rajoy, que más bien parecen un par de frailes legos de los que antaño las órdenes destinaban a labores de fámulo; pero la ceguera de nuestra época propicia que la gente confunda el culo con las témporas. Empezó el intercambio de citas Rubalcaba, que trajo a la tribuna el milagro del centurión, pero cambiando la perspectiva de la frase: «Una palabra mía bastará para sanarte», dijo el andoba, y se quedó tan ancho; prueba inequívoca de que no se metió en el pellejo del centurión, sino en el del Mesías. Resulta, en verdad, misterioso que un tipo que no es capaz de meter en pretina a los menos de cien soldados de su ejecutiva, tenga ínfulas de redentor del género humano; pero no debe extrañarnos tamaña alucinación, si tiene por maestro biblista a Bono, que según aseguró en la tribuna se conoce los Evangelios al dedillo. Afirmación por completo falaz, pues si Bono los conociera recordaría que «hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados»; y no habría tenido la osadía de implantarse un felpudo capilar.
Vino luego a la tribuna Rajoy, que replicó a Rubalcaba con las palabras de Cristo ante la adúltera (tal vez confundiéndolo maliciosamente con Hollande): «Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra». Pero, a la hora de referenciar la cita, a Rajoy se le fue la olla por lo menos siete capítulos, y afirmó que estaba tomada del versículo séptimo del capítulo primero de Juan, que en realidad dice: «Éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él». De donde deducimos que lo que Rajoy veladamente pretendía decirnos es que Rubalcaba, a semejanza del Bautista, era un precursor en la tribuna del verdadero Mesías; y que, por lo tanto, el Mesías auténtico era él. Cerró el intercambio el biblista Rubalcaba, con aquel vituperio del vil metal que hizo Cristo («Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios»), luego convertido interesadamente por los politiquillos meapilas y tartufos en excusa para poder entregar sin rebozo al César todas las prerrogativas divinas, dejando para Dios el cabildeo de sacristía y, si acaso, la misa dominical. En el sentido de esta cita estuvieron ambos de acuerdo, pues siendo ambos césares y aspirando ambos a mesías, nos querían decir que todo debemos dárselo a ellos, incluido por supuesto nuestro vil metal, que ya nos lo arramplan por vía impositiva.
«¡Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen!», diríamos, si fuésemos piadosos y biblistas como ellos; pero como somos ignaros e impíos, pedimos a Dios que los castigue, por obligarle a decir tantas macanas espantosas al Espíritu Santo.
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