"No soy un completo inútil, por lo menos sirvo de mal ejemplo"
No recuerdo quien la dijo.
Penúltima lección de la Selección Española
La complacencia nunca funciona.
En todos los aspectos de la vida, alcanzar el éxito es difícil. Requiere la creatividad para ser diferente y buscar nuevas maneras, la valentía para atreverse a dar el primer paso, la pasión para caminar en solitario cuando todo está en contra y la tenacidad para levantarse de nuevo tras las caídas. También necesita de alegría para disfrutar del viaje hacia la meta deseada, que casi siempre es más gratificante que el objetivo mismo. Cuando se alcanza el éxito el mayor peligro es creérselo. El triunfo y el poder que le acompaña atraen siempre la admiración, el halago fácil y el elogio interesado. Es fácil que todo esto se suba a la cabeza y por eso en el mismo éxito puede estar la semilla del fracaso. Cuentan que los generales romanos regresaban victoriosos a Roma tras las difíciles campañas contra los bárbaros y eran recibidos en el caput mundi en loor de multitud. Para minimizar los efectos indeseados del éxito, el senado romano obligaba a las legiones a acampar a las afueras de la ciudad, en el Campo de Marte, y durante el recorrido triunfal en cuadriga por el foro colocaba un esclavo junto al general triumphator para que, sosteniendo los laureles de la victoria sobre su cabeza, le repitiera constantemente la fórmula: “Respice post te, hominem te esse memento” (“mira hacia atrás y recuerda que sólo eres un hombre”). Parece que la Selección fue complaciente en la preparación de su partido ante Holanda. El miedo y la vergüenza de una derrota humillante no se contempló jamás como una posibilidad. El equipo trocó su agresiva mentalidad de aspirante por la de líder comodón. Concibió el partido como un trámite y no como una obligación de ganar (¡de arrasar!) al rival. Mientras, Holanda preparó el partido a conciencia durante cinco meses, prologó el encuentro con falsos mensajes de abatimiento para tranquilizar a los españoles, renovó a su equipo y se garantizó la simpatía y el apoyo masivo del público. Quizás la clave fue que planteó el encuentro como una final, incluso como una venganza por la derrota en Sudáfrica: todos los resortes emocionales estaban listos para desatarse en esos 90 minutos. El día de autos el estadio fue un infierno para los españoles. La complacencia es letal. Envejece a los jóvenes, anquilosa los proyectos y aburre a todo el mundo. Su resultado es el fracaso. Por el contrario la mentalidad de aspirante mantiene la tensión, fija las pasiones en un objetivo claro y nos hace sentir vivos. Ahora toca remuntar. Sense voler ens han tornat al lloc on sempre deviem haver estat i on ens hi trobem bé: a la lluita, la tensió i el coratje. Tornem al cuadrilàter!
Som-hi Espanya!
Penúltima lección de la Selección Española «
"No soy un completo inútil, por lo menos sirvo de mal ejemplo"
No recuerdo quien la dijo.
PUEBLOS SIN ÉPICA
JUAN MANUEL DE PRADA
DECÍA Somerset Maugham que «el periodismo deportivo es la literatura de los pueblos sin épica; pero al menos, poniéndolos a escribir crónicas de fútbol, nos libera de la amargura de los malos escritores». No es magro beneficio, pues, el que el fútbol proporciona a las sociedades, si en verdad las libera de la amargura de los malos escritores, poniéndolos a escribir crónicas de fútbol; pues, como nos decía Unamuno sobre Azaña, un escritor sin lectores es la persona más temible del mundo. Tal vez si a Azaña lo hubiesen puesto a escribir crónicas de fútbol, los demócratas de antaño no se hubiesen puesto las botas a quemar conventos; y los demócratas de hogaño, deseosos de quemarlos otra vez, no añorarían tanto la Segunda República, con lo que al menos nos ahorraríamos la tabarra de las banderitas tricolores.
La eliminación de los tiquitaqueros nos ha exonerado de leer cada día tropecientas crónicas de fútbol perpetradas por malos escritores; aunque temo que la ociosidad termine despertándoles a todos la amargura, anestesiada por las vicisitudes ineptas del tiquitaca, y, viéndose de repente sin lectores como Azaña, acaben poniéndose a escribir soflamas regadas de espumarajos y anacolutos en favor de la Tercera República. Escribía Spengler en La decadencia de Occidente que, en las sociedades decadentes, la tensión espiritual es suplantada por la tensión corpórea del deporte. La tensión espiritual, que es la propia de los pueblos con épica, eleva al hombre y lo empuja a realizar hazañas gloriosas y trabajos ímprobos; y, llegada la hora de la derrota, inspira espíritu de sacrificio y santa resignación. La tensión corpórea, por el contrario, solo engendra el entusiasmo de la bravuconería y la exultación del matonismo; y, llegada la hora de la derrota, solo inspira una amalgama de derrotismo y rabia que enfanga a los pueblos en las pasiones más abyectas.
Wenceslao Fernández Flórez, en una deliciosa sátira contra el deporte titulada El sistema Pelegrín, desgranaba las bajas pasiones que alimenta el fútbol: «Al espectador no le importa nada el fútbol, aunque sostenga frenéticamente lo contrario. Ni le interesa que exista una humanidad vigorosa, ni que tal o cual individuo aislado tenga desarrollados al máximo sus bíceps o sus músculos gemelos. Tampoco le importa que el equipo más ligero, más enérgico o mejor preparado triunfe. Lo que le interesa, lo que persigue con intransigencia permanente, con avidez enfermiza, es el éxito de un cierto grupo, al que adscribe sus simpatías por razones de vecindad, de amistad o de una difusa preferencia enraizada a veces en las causas más incongruentes. El hombre enamorado quiere “porque sí”. El fanático de un equipo procede por la misma razón».
Siempre fue España un país de gentes que quieren «porque sí»; pues el español es por naturaleza hombre de querencias (y también de aversiones) inexplicables. Y el fútbol de los tiquitaqueros no ha hecho sino exagerar este rasgo, envileciéndolo fatalmente de una puerilidad que, mientras dura la fiesta, parece patriotismo; pero que realmente es la efervescencia propia de un pueblo sin épica que disimula su inanidad y poltronería de forma risible y penosa a un tiempo, mostrando mayor agitación, ansiedad más viva e inquietud más torturadora ante once maromos pegando patadas a una pelota que ante los muros ya desmoronados de su patria, que ni siquiera se molesta en mirar.
La eliminación de los tiquitaqueros es el justo castigo para un pueblo sin épica. ¡Pero que Dios nos libre de la amargura de los malos escritores que ahora se han quedado sin excusa para sus derramamientos verbales!
Histrico Opinin - ABC.es - lunes 23 de junio de 2014
Actualmente hay 1 usuarios viendo este tema. (0 miembros y 1 visitantes)
Marcadores