2 de enero de 1492: la “Reconquista” ha finalizado. El esfuerzo secular mantenido por los reinos cristianos peninsulares desde los albores del siglo VIII de nuestra era concluye con la desaparición del último reducto musulmán en la otrora Hispania romana y visigoda. Sin embargo, la batalla de la propaganda continúa, sus frutos: los mitos consagrados. Resulta difícil luchar contra los imaginarios colectivos que toman patente de corso al amparo de la política centrífuga actual. Los regímenes buscan sus legitimaciones, se trata de sustituir la conciencia española fraguada tras siglos de heroica forja frente al Islam por la idea de pertenencia a una estructura política menor, soñada e inventada por nuevos alarifes; por supuesto, los símbolos jugaran un papel significativo en la invención de la nueva identidad. Vehículo de fácil transmisión, con un papel pedagógico indiscutible y una relevancia antropológica de primer orden, no se extraerán símbolos del acervo histórico, al contrario, se creará un pasado falso difundido merced a los mensajes iconográficos.SÍMBOLOS ¿ANDALUCES?: LA IDENTIDAD FORZADA
¡Qué pequeñez de miras! Del Imperio atlántico hispánico –de Flandes o Nápoles a California, Chiloé o Filipinas– al almohade. La técnica es siempre la misma: reducir. Reducir España a “este país”, reducir el sentido universal español a la pertenencia a “nuestra tierra”, entiéndase de Sierra Morena al Estrecho de Gibraltar. Donde las columnas de Hércules señalaban el PLVS VLTRA de la intrepidez hispana se sitúa el puente con los “hermanos” magrebíes. Pobres columnas del César Carlos, de los reales de a ocho o columnarios del imperio español, jambas del yugo y el haz, situadas en un escudo creado por un iluminado con veleidades islamistas llamado Blas Infante.
El ser cultural de un pueblo supera a la lengua, geografía, economía, costumbres o religión. La identidad de una nación igualmente es más que el “espíritu de un pueblo” hegeliano. Una patria está conformada por dos fuentes de las que manan elementos de cohesión: primero un substrato espiritual, subconsciente colectivo (Jung) o histórico (Zambrano). Es decir, somos en función de lo que fuimos, somos nuestra Historia, fecunda, creadora. Nada muere del todo en la vida de los pueblos con historia, aquí se sitúa el campo de la intrahistoria (Unamuno). Una nación no es un plebiscito de todos los días (Renan), no es posible decidir por una generación, dos o treinta el destino del que quieren otorgarse libremente. No es posible invertir el pasado, sólo transmitirlo al futuro. Somos legatarios de España, no sus dueños. Las particularidades nunca legitiman la sedición, los ejes interpretativos de los pueblos aúnan voluntades históricas. España siempre ha sido una realidad, realidad histórica pues, propiedad de cientos de generaciones que han dado fuerza vital a una empresa histórica común. En segundo lugar, elementos corporales, tangibles, aprehensibles por la comunidad en el desarrollo de su vida. Manifestaciones externas y cotidianas de sensibilidad, percibidas directamente, por ello se corre el riesgo de confundir con la raíz primigenia e inconsciente de la que somos portadores, relevos de la historia y productos de Clío.
El cosmopolitismo, el internacionalismo o la globalización, por hablar en parámetros históricos secuenciados es una arrolladora de homogeneización. Las patrias identifican y muy por encima de alardes románticos que las sitúan en el país imaginario de la Libertad, son materiales, se corresponden a tu familia, a tu municipio, a tu ámbito de trabajo, a las fiestas de tu localidad, a su gastronomía, a sus ríos, a sus montañas, a su litoral, éste es el verdadero condicionante geográfico. ¡Cuánto puede decir un buen jamón para un cristiano viejo!, ¡cuánta identidad, historia y, por que no decirlo, deleite! Une más que el solar libertario, de igual modo que la hermandad colectiva barre a la fraternidad individualista o la igualdad demoliberal del capital es rechazable por sus desigualdades eufemísticas. Siempre mitos. La invasión de España por los musulmanes supuso la pérdida de la Hispania de tradición romana incluyente de toda la Península Ibérica, del reino visigodo toledano permeable a la anterior. La irrupción musulmana desde Guadalete a Granada generó la conciencia de España como elemento de unidad (Valdeón), la pervivencia del ser español por oposición al intruso. Idea transmitida que fecundó con los Reyes Católicos. Hago un receso para que Domínguez Ortiz explique esta última idea: “se puede decir que Granada fue base pasiva del Estado moderno, en cuanto a la desaparición del estado islámico que hizo aparecer el español”. ¡Qué gran maestro de historiadores! Otro mito derribado: “no se puede decir que en Granada hubiera una convivencia ideal”. Ciertamente fue Felipe V y sus decretos de Nueva Planta los que inauguraron España, una vez desprendida de sus posesiones europeas en Utrecht, pero tan cierto es como lo anterior que el camino, tortuoso, lo emprendieron los conquistadores de Granada. Es preciso recordar que el centralismo unido a la Ilustración eran sinónimos de modernización en la mente ilustrada.
En la Crónica de veinte reyes un cristiano del siglo X en diálogo con Almanzor (azote musulmán hoy con monumento propio) le decía: “Non quieras tú destruyr a España”. En el siglo XXI, ¿cuántos españoles preguntamos lo mismo? Volvamos a los símbolos.
En 1146 los almohades detentan el poder en Al Andalus, encabezando su reacción con insignias de telas blancas y verdes. El 18 de julio de 1195 las tropas de Ben Yusuf Yaqub derrotaron a los castellanos en Alarcos, colocando una bandera verdiblanca en el alminar (nuestra coronada Giralda) de la aljama de Isbylyya. En 1483, Diego Fernández de Córdoba, tercer conde de Cabra y alcaide de los Donceles, hizo prisionero a Boabdil, a cuyo ejército le fueron confiscadas 22 banderas, 18 de ellas eran verdes y blancas. Con ocasión de la revuelta de 1521 en Sevilla, se enarboló un pendón verde, uno de los que Alfonso X había capturado a los omeyas (Motín del pendón verde). Igual oportunismo y zafiedad demostró en 1642 Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina Sidonia, en la sublevación para autoproclamarse rey de Andalucía. Aprovechó la crisis hispánica de 1640. Un momento de debilidad acrecentó su “valentía”: ¿cobardía? Sí.
En 1918 la asamblea rondeña decidió la bandera verdiblanca como símbolo de Andalucía. Andalucía era una referencia geográfica equivalente a decir La Mancha como patria del Quijote. La baja Andalucía o atlántica fue reconquistada en el siglo XIII; la alta o mediterránea en el XV. Los repobladores cristianos dotaron de una nueva identidad cultural, institucional, productora o mental al territorio. Los pocos árabes venidos en la invasión acaudillaban a numerosos bereberes y, posteriormente, conversos peninsulares. Poco a poco sus descendientes quedaron constreñidos hasta ser finalmente expulsados de España a inicios del siglo XVII. Así las cosas, la Andalucía actual estaba conformada por el reino de Granada (provincias actuales de Málaga, Almería y la misma Granada), reino de Jaén o santo Reino, reino de Córdoba y reino de Sevilla (Huelva, Cádiz e Hispalis). Sin unidad política, es más, integradas orgullosamente en la corona de Castilla en expansión atlántica. Será en 1833 cuando el ministro Javier de Burgos cree las provincias y acabe con el viejo orden imperial. Blas Infante en 1918 fijó la bandera verdiblanca actual que no se institucionalizó hasta 1983. ¿De quiénes somos herederos: del itinerario señalado arriba o del águila de San Juan, o de la Bicéfala? Yo lo tengo claro, la cruz de San Andrés o de Borgoña y la rojigualda representan a nuestro pueblo, éstos son sus símbolos identitarios. A los otros, nuestro repudio absoluto.
Respecto al escudo articulado por un Hércules del que todo rastro de héroe clásico ha sido eliminado y sustituido por amaneramiento, no sigue norma heráldica alguna, la razón es bien sencilla: los escudos como los himnos son símbolos guerreros, depositarios de las glorias pasadas de los pueblos. Blas Infante rechaza esta línea, de hecho si los españoles sufrían en la Guerra de Marruecos él, ajeno al dolor popular, buscaba la tumba de Motamid. ¡Eso es unión con el pueblo! Inspirado en el de Cádiz, fue originariamente el de las juntas liberalistas (“Andalucía para sí, Por Iberia y la Humanidad”) modificándose con posterioridad al lema actual. El héroe de la Antigüedad clásica, el campeón de Occidente, tuvo que soportar que junto a los leones de una de sus pruebas que lo flanquean se introdujera la bandera como un elemento de decoración interior. Todo formaba un programa tan fantástico como increíble: la tradición grecolatina junto al Islam en una escena de mansedumbre.
El himno, cuya letra fue fijada por Infante, es un alarde más de inventiva alejada del sello de nuestra historia de larga duración, centrado en coyunturas. Una vez más resultaba vergonzante lo que a otros pueblos enorgullecía, el espíritu de conquista, la moral del guerrero (Nietzsche). La música, con origen en un himno religioso, fue compuesta y fijada por el mismo Infante y el maestro Caballero, a la sazón director de la banda municipal de Sevilla.
Sigamos con la historia. En 1919 el andalucismo abandonó el regionalismo y se encaminó al nacionalismo separatista (observable en el Manifiesto del 1 de enero y en la Asamblea de Córdoba de marzo). Línea reafirmada en 1920 que tuvo que replegarse tras el golpe de Primo de Rivera. La adversidad achicó su decisión. Con la II República, se camina de nuevo hacia el estatuto de autonomía (ya se había querido dotar a Andalucía de un estatuto inspirado en la constitución de los cantones andaluces de 1883), ahora el camino será la constitución republicana. Una semana, siempre después, de la proclamación de la República Infante entró en el Partido Republicano Federal con la finalidad de trabajar por el estatuto y una asamblea constituyente del pueblo andaluz. Se redactaron, en la Asamblea regional de Córdoba, las bases para el anteproyecto de estatuto. No se podía ser menos que otros. Entiendo que no soy más ni estoy en mejor situación por ser más estúpido que mi vecino, si de estupidez se trata prefiero ser menos que el resto, lo que equivale a ser mejor. Recientemente, con la aprobación del nuevo estatuto se ha vuelto a jugar con la estrategia de “no ser menos que”. Repito, no soy menos por ser menos estúpido que otro, al contrario. La seña de Andalucía es ser la vanguardia de España. Yo, como andaluz, me siento español de fe y de profesión. Durante el bienio negro se volvió a las Cartas Andalucistas de Infante. Con el triunfo del Frente Popular en el 36 se nombró un Consejo de Política Andalucista en Asamblea, no obstante, habrá que esperar mucho todavía. Ya hemos vistos cómo se crecían ante los obstáculos, de modo que el proyecto disgregador quedó en vía muerta hasta 1978. Establecida la Junta Pre-autonómica, la Constitución del 78 reservaba el acceso rápido a las regiones históricas o nacionalidades (artículo 151). La posibilidad de incluir a Andalucía pasaba por ratificar la iniciativa en referéndum y su aprobación por mayoría absoluta del censo electoral de cada provincia, pero el resultado adverso en Almería obligó a negociar formalmente. El referendo autonómico del 28 de febrero de 1980 arrojó el siguiente balance a favor del sí: Almería (42%); Granada (52%); Jaén (50%); Córdoba (59%); Málaga (52%); Sevilla (64%); Cádiz (55%); y Huelva (53%). He aquí el “magnífico” resultado, evidentemente cualquiera lo es si se compara con el reciente para el nuevo estatuto que proclama la “realidad nacional” andaluza en su preámbulo, retomando el manifiesto andalucista de Córdoba de 1919. El proyecto definitivo quedó aprobado el 20 de octubre de 1981. En el mismo quedó reflejada la supuesta “identidad histórica” de Andalucía. El actual Estatuto añade la idea de “ámbito geográfico diferenciado”. Ambas nociones, de contenido histórico y geográfico, no son más que producto de la arbitrariedad de los parlamentos, espacio privilegiado para las mentiras y egoísmos (Ledesma).
Finalmente, el pleno del parlamento andaluz, en sesión celebrada los días 13 y 14 de abril de 1983 aprobó la proposición no de ley 6/83 reconociendo a Infante como el Padre de la Patria Andaluza. Todo se había consumado, un pueblo, manipulado, había vuelto la espalda a su historia, a lo que José Antonio felizmente identificó como “unidad de destino en lo universal”. En enero de 1933, año en el que un grupo de jóvenes unificaban esfuerzos para recuperar la esencia cenital de España, se aprobó en Córdoba el anteproyecto de bases para el estatuto de Autonomía, pendiente de aprobación en septiembre. El documento pedía la convocatoria de una Asamblea Constituyente del Pueblo Andaluz para la proclamación y constitución del “Estado Republicano Andaluz en la Confederación Ibérica”; a su vez éste estatuto estaba basado en la constitución cantonalista de 1883 cuyo primer artículo decía: “Andalucía es soberana y autónoma”. A su vez, inspirada en la revolución cantonal del 19 de julio de 1873, cuando municipios andaluces se autoproclamaron cantones independientes libremente confederados. “En Despeñaperros, histórico e inexpugnable baluarte de la libertad, se ha enarbolado la bandera de la independencia del estado andaluz”. ¿Estamos hoy en la realización final de esta pesadilla? Mientras todo esto ocurría, los españoles combatían en Cuba, puerto Rico, Filipinas, Marruecos y finalmente en la propia España. Mientras unos derribaban otros construían una nueva España. Hoy, ¿quién va a hacer frente a este nuevo desafío disgregador? El que no esté dispuesto que dé un paso atrás y deje su puesto a otro, él llevara el símbolo de la victoria rescatado de los viejos pendones, imperiales enseñas que se nutren de la esencia de un pueblo, el español, que se niega a morir y está presto, una vez más, al combate. Así sea.
En reconocimiento a Ramiro de Maeztu y su elogio hispánico.
Jorge Chauca García.
El territorio sur peninsular no tuvo en general una identidad política protagonista y distintiva frente al resto peninsular; la única peculiaridad política de predominio y peculiaridad se la dio el califato cordobés y el reino nazarí de Granada, épocas durante las cuales esos territorios (que no coinciden exactamente con la Andalucía actual) tuvieron una identidad política aunque enemiga y contrapuesta a los demás reinos de la España cristiana. A falta de otra cosa más apropiada se agarran a la anti-historia.
Algo monstruoso, ya que por el simple hecho de plantearse semejante lamentable particularidad se sobreentiende una ruptura absoluta con la Historia de España, tomando, nada menos que el partido de sus enemigos; lo cual demuestra cómo el socialismo, mayoritario en esa zona, no escatima esfuerzos para ser consecuente con todo lo que represente inquina y odio a la historia de España; y cómo su ideal permanente es la taifa caciquil, forma política inevitable de la anti_España.
Tal como ningún buitre carroñero puede hacerse con un cadáver íntegro, y tiene que compartirlo con otros semejantes; así cada desgarrón del buitre liberal en el cadáver de España acaba formando una taifa.
Mientras España tuvo una unidad católica hasta bien entrado el siglo XIX, la identidad de esos territorios se identificaba absolutamente con la general de la España cristiana y católica habida cuenta, sobre todo, de que la recuperación de esos territorios se había hecho en una fase ya muy avanzada en el proceso de unidad penínsular, y tanto el marco político como los habitantes que la repoblaban traían asumidas ya las tesis políticas de la Baja Edad media, recogidas en los territorios, las leyes, en los monarcas, en el cristianismo y en la historia, en general, del norte cristiano pertenecientes a los siglos XIII al XVI.
Pero una vez consumada la debacle del catolicismo y de la monarquía tradicional por la revolución liberal, quedaron poco a poco los pueblos hispánicos huérfanos de identidad, y ese vacío se pretendió (y se pretende) suplir con mentiras rimbombantes y falsificaciones históricas en cada territorio por periodistas inquietos o politiquillos locales metidos a liberadores de nacionalidades oprimidas.
La ignorancia en materia histórica de las masas, los prejuicios y tópicos contra el “centralismo” y la mentira interesada hicieron el resto (no olvidemos que la historia de España, es muchísimo más enrevesada, complicada y dada a tergiversaciones que la de otros países como p.ej. Portugal).
Pero desde hace un siglo más o menos, vale todo con tal de que unos mangantes chupen del bote a costa de inventarse películas.
El ejemplo del cretinismo nacionalista “andaluz” equivaldría a algo así como si los habitantes actuales del medio-oeste norteamericano quisieran significarse a partir de una falaz identificación con los indios-pieles rojas, inventando los habitantes blancos actuales una supuesta bandera “india”, un Parlamento “indio” y jugando a sentirse sus habitantes no descendientes de europeos sino descendientes de Toro Sentado u algún otro cacique y renegando de sus antepasados europeos; todo ello con tal de significarse y reivindicarse y, en definitiva, jugar a ser algo distinto del resto (…y más monstruoso aun, que además, desde Washington, esa locura se financiara, recibiendo beneplácitos y aplausos).
En fin; se repite un fenómeno de mutación corruptora de identidad de pueblos similar al que se dio con el paso al protestantismo de las masas, en los países del Norte europeo, a partir de la conversión de su clero a un príncipe protestante; o al de la creación de la identidad portuguesa a partir de un noble ambicioso; o al de las nacionalidades sudamericanas, contrapuestas unas a otras por simple capricho de unos dirigentes locales.
No es nada nuevo que cualquier simple mentira bien vendida ha inventado o ha deshecho reinos y religiones. Ahora, ya en el apocalíptico fin de los tiempos, le llega el turno a España.
Aunque es evidente que, por la sandez implícita en sus postulados, dicho territorio eventualmente independiente, en un futuro necesariamente acabaría integrándose (o siendo una sucursal) en el reino marroquí. Que les aproveche.
Última edición por Gothico; 23/07/2007 a las 22:00
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