Creo que haría bien en preguntarle a cualquier arqueólogo, que por norma, nunca considerará como "compleja" a una sociedad antigua hasta que no encuentre algo que se le parezca a un simbolo religioso.
El pseudo-científico de Punset cree que el ateismo es la civilización. Lo peor: el Semanal lo distribuye ABC, periódico que se dice cristiano.
Los lectores preguntan a Eduardo PunsetMICHELLE FERRARA
¿Somos como los demás europeos?
Susana Milá Fernández. Correo electrónico
Cuando el país inició su apertura al exterior en la década de los 60, muchos se hacían esta pregunta: ¿qué piensan los demás de nosotros? Es el tipo de pregunta que ya no se hacían a sí mismos los países más ricos y que los propios españoles se hacen hoy mucho menos. Sorpresivamente, el interés reciente e inusitado por las dimensiones de la felicidad está respondiendo a algunas de estas preguntas con 40 años de retraso.
En ciertas dimensiones somos idénticos al resto de los países europeos. El amor desbanca a la salud y –en un año de crisis, fíjense bien– al dinero; sencillamente, reaparece la antigua sospecha de que las relaciones personales configuran la felicidad de los individuos en mucha mayor medida que otras búsquedas, como la del tentempié. En eso no somos distintos.
Salvo diferencias bien precisas –como la posesión de emociones mezcladas en los humanos–, resulta alucinante la similitud entre nuestro entramado emocional y el del resto de los animales. Basta con seguir los diálogos entretenidos e ilustrativos entre los nietos y mascotas de tierna edad. Sencillamente, son tal para cual y pueden pasarse horas jugando y comunicándose. Viven los dos en un mundo donde cuentan los detalles, las pequeñas cosas. Los conceptos gigantescos y globalizantes como el futuro, la sociedad, el destino, no cuentan ni se comprenden.
A mí siempre me ha fascinado, no obstante, un rasgo nuestro muy diferencial: el desprecio de las cosas pequeñas, a las que subvaloramos, en contra de lo sugerido por los niños y la estructura emocional del resto de los animales. En un contexto en el que los humanos no estuvimos interesados en descifrar nuestros comportamientos emocionales –los móviles del odio, la repugnancia, el miedo, la sorpresa–, sólo el resto de los mamíferos y sus predecesores, los reptiles, podían haber revelado las pautas.
Ahora bien, uno de los rasgos más sorprendentes en España es, precisamente, el desconocimiento, la aversión y hasta la crueldad con el resto de los animales; simplemente, no han interesado nunca al colectivo adulto español. A nadie se le ocurría en el pasado pensar que el entramado emocional era casi idéntico en ambos casos. Hubo que esperar a la neurología moderna para calibrar este descubrimiento.
Enfrentados con la aseveración de «Me divierto cada día con las pequeñas cosas de la vida», el porcentaje diferencial de los españoles está significativamente por debajo del promedio europeo (*). No nos atraen las cosas pequeñas. No hemos profundizado en la cultura del detalle, que se aprende saboreando la vida emocional. Hemos vivido obsesionados por las verdades absolutas y los dogmas; el todo o nada.
Siendo ésta la situación, no es extraño que también los españoles estén por debajo de los europeos cuando se les confronta con la sugerencia de «Hay un montón de razones que hacen que la vida merezca la pena». Seguimos siendo víctimas de la cultura heredada, en el sentido de que nada es comparable al paraíso que, supuestamente, nos espera después de la muerte. En su gran mayoría, los españoles no se están haciendo todavía la pregunta correcta: ¿hay vida antes de la muerte? ¿Hay razones suficientes que justifiquen la existencia?
Que nadie crea que los fogonazos de incorporación de la mujer a la libertad sexual y al trabajo han cambiado para siempre las estructuras cognitivas del país. Los cambios tecnológicos son incomparablemente más rápidos que los cambios mentales, que se caracterizan por una lentitud pasmosa. Lo siento, pero, a pesar de los gestos y el vocerío, seguimos donde estábamos. O casi.
(*) Datos del Instituto Coca-Cola de la Felicidad. Agosto, 2009.Eduardo Punset
Creo que haría bien en preguntarle a cualquier arqueólogo, que por norma, nunca considerará como "compleja" a una sociedad antigua hasta que no encuentre algo que se le parezca a un simbolo religioso.
"Donau abric a Espanya, la malmenada Espanya
que ahir abrigava el món,
i avui és com lo cedre que veu en la muntanya
descoronar son front"
A la Reina de Catalunya
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