El bípedo impune
TOMÁS CUESTA
Martes , 15-12-09
MIENTRAS algunos celebraban los funerales de la Historia en la basílica de la dialéctica, a Jean-François Revel le daba en la nariz que el supuesto cadáver aún daría guerra. «El Muro —dijo entonces con el amargo escepticismo de los que están de vuelta— cayó en Berlín, pero no en los cerebros». Y ahí sigue, tan terne (el Muro, no Revel, que hubiera preferido ahorrarse la advertencia). Si bien es cierto que la izquierda actual es un mejunje amorfo, desestructurado y huero, también es indudable que en esa aparente liviandad es donde el dogmatismo medra. Por lo demás, el juego es el de siempre, las normas similares y el objetivo idéntico: tachar de criminal al que discrepe y reducir al silencio a los herejes. No es preciso aclarar que los tiros de gracia son un anacronismo infame y no vienen a cuento. Basta, llegado el caso, con despachar una gracieta.
Aunque dé la impresión de que el totalitarismo posmoderno funciona por impulsos, al margen del rigor, a espaldas del sistema y a hurtadillas del método, los datos objetivos demuestran que el azar se subordina a la estrategia. Los verduguillos del pensamiento clónico y la conciencia-IKEA son sumamente concienzudos a la hora de elegir su presa. Todo aquel que cuestione el credo trinitario que aglutina a la secta (la superioridad moral, el monopolio de la ofensa y la exclusiva del ingenio) es susceptible de acabar en la hoguera. Mas un cazador de brujas de postín (¡ah, si el pobre McCarthy levantara la cabeza) no se anda con chiquitas ni da cuartel al menudeo. Federico no sólo es un fijo sino una fijación perversa y tiene tanta mili que ya ni pestañea. ¿Por qué no Hermann Tertsch? Perfecto, niquelado, que ni hecho ex profeso. Es listo, es elocuente, es culto, es persuasivo, es de los que sacuden con criterio... Es, en definitiva, el negativo de la derecha solícita y pastueña. ¡Marchando un sambenito de asesino en serie!
Los ínfimos inquisidores progresistas (los grandes, nos guste o no, eran gente con vuelo) han elevado las consignas a la categoría de argumentos. Sacan a relucir los ideales y le dan esquinazo a las ideas. Confeccionan prestigios a medida y miden las costillas de los desafectos. Emplean la corrección política a guisa de ganzúa y escalpelo. Apelan al escándalo si la razón les acomete. Extraen de una sospecha una sentencia. De una denuncia se deriva un linchamiento. La dictadura de la virtud —afirmará Peter Sloterdijk— desencadena un proceso paranoico que anula el debate público y desfibra el lenguaje al extirpar las diferencias. El fascismo uniforme, el espantajo de la monotonía milimétrica, retorna camuflado en los ropajes de un antifascismo bufo y dominguero. La audiencia, insaciable, abuchea a los cómicos y exige crueldad, verosimilitud, sangre y entrega. ¡El Coliseo, señoras y señores, en vivo y en directo! Cristianos extasiados, gladiadores inclementes y el caricato de costumbre que embromará a las fieras durante el intermedio.
El Muro cayó en Berlín, pero no en los cerebros. La materia gris mengua y la atalaya crece. Si el hombre, según Platón, es un bípode implume, el superhombre, que milita en la izquierda, es un bípode impune de la cruz a la fecha. O impune de hoz y coz, lo que les apetezca.
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