En la sociedad católica ya ha habido desde muy antiguo mujeres que han destacado y tenido mucho peso. Aparte de las ya mencionada, como Beatriz Galindo (maestra nada menos que de Isabel la Católica, que también era una mujer muy culta), o Dhuoda, la del Liber Manualis, cabría mencionar a Santa Hildegarda de Bingen, filósofa, música y erudita. Y no fue la única. En la Alemania Medieval destacaran también Herrada de Landsberg, autora nada menos que de una enciclopedia, y santa Gertrudis la Grande de Helfta, que destacó en teología y filosofía, junto con otras sabias mujeres como Gertrudis de Hackeborn, siendo el monasterio de Helfta un gran centro cultural de la época. Podríamos hablar de Trótula, que en la Italia medieval escribía tratados de medicina sobre las enfermedades de las mujeres y enseñaba en la universidad. También era italiana Cristina de Pizán, veneciana que ejerció la crítica literaria en Francia. Y una monja alemana, Hrosvita de Gandersheim, resucitó hacia el añor 1000 el teatro, que había caído en desuso al final del imperio romano, y demostró en sus obras teatrales poseer una gran cultura y conocimientos de matemáticas. La gran medievalista francesa Regine Pernoud desmotró en innumerables libros el papel destacado que tuvieron numerosas mujeres en aquellos tiempos, antes de que el Renacimiento y la Ilustración empezaran a hacer estragos. En nuestros Siglos de Oro, María de Zayas escribía novelas en España y Sor Juana Inés de la Cruz poemas en México. Y volviendo a la Edad Media, podríamos hablar de la abadesa de Las Huelgas, que tenía autoridad sobre gran parte de España, y no solo sobre los monasterios femeninos. El solo hecho de que existiera el amor cortés demuestra la alta estima en que se tenía a la mujer en los tiempos medievales, aunque más tarde se cayera en excesos idealizadores.
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