La sociedad política tradicional



La sociabilidad es una tendencia íntegramente natural en el hombre. Ello puede apreciarse en el impulso que determina por ley natural la formación de la primera y básica célula social: la sociedad doméstica o familiar. El amor de los humanos constituye, como es sabido, una apretada síntesis de tendencia natural, instinto y voluntad racional. Y contemplando las sociedades civiles o políticas puede verse cómo las que se han constituido orgánica e históricamente en un lento y, en cierto modo, ciego proceso de adaptación, ofrecen generalmente medios vitales y aun culturales mucho más sabios y adecuados al hombre que las organizadas racionalmente o fundadas en constituciones teóricas.


Una sociedad política- un pueblo- es siempre una estructura muy compleja, en la que se superponen elementos comunitarios y aglutinantes muy diversos, legales y organizadores, unos; consuetudinarios y tradicionales, otros. Concebirla y querer estudiarla desde un punto de vista puramente racional es caer voluntariamente en un exclusivismo y cerrar la posibilidad de comprenderla adecuadamente. Muchas veces una organización racional y uniformista ha matado los medios naturales, idóneos, de defensa y autogobierno de un pueblo, secando al propio tiempo su misma vitalidad interior.

Durante el siglo pasado se realizó sobre las estructuras sociales de la mayor parte de los pueblos algo parecido a lo que representaría el destruir todo el arbolado de un país con el propósito de sustituir la anómala distribución de campos y bosques por la regularidad geométrica de un jardín, sin pensar en la posibilidad de que sequías o lluvias torrenciales impidan en el intermedio su realización. O a lo que hubiera sido el ideal esperantista de acabar, en gracia a la unidad idiomática, con el caudal de sabiduría popular, sentido filosófico y posibilidades artísticas de las lenguas tradicionales.

Los regímenes históricos existentes en los pueblos europeos antes de la revolución eran como inmensos árboles crecidos a lo largo de los siglos sobre la realidad humana de los pueblos; entre sus ramas sostenían un mundo muy complejo y cobijaban muchas y diversas vidas que en él encontraban apoyo y refugio. Su estructura no respondía, ciertamente, a un sistema, sino que venía determinada por los impulsos de su vida pujante. La savia vital del árbol- el espíritu tradicional que aglutinaba al pueblo- cicatrizaba de continuo las muchas brechas y erosiones que a lo largo del tiempo se le hacían, sin que dejaran éstas de permanecer en su historia y en su estructura, a menudo contrahecha.

La individualidad en que siempre se realiza la naturaleza humana se refleja también en la sociedad, imponiéndole la individuación e historicidad que le son inseparables. En lo concreto no se encuentra sociedad, sin sociedades, individualizadas, diversas e históricas. La sociedad en sí es, como dijimos, algo abstracto. Toda visión que haya podido forjarse de la sociedad como un todo armónico habría de realizarse en una comunidad o federación de sociedades concretas, realmente distintas e históricamente evolucionadas. Ello es consecuencia de la individualidad del hombre en primer término, y de la necesidad natural de que cada hombre no pierda su ser individual al entrar en sociedad. Esta necesidad- en un orden natural y prescindiendo de realizaciones antinaturales como la del racionalismo político- es común también a las llamadas sociedades infrasoberanas- familia, municipio, clases diversas del pueblo- que son teológicamente autónomas y anteriores en su ser al Estado como forma resolutiva y última de la sociedad.

Rafael Gambra Ciudad
La monarquía social y representativa en el pensamiento tradicional. 1954.


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