GOD BLESS AMERICA
Multitudinaria manifestación norteamericana pro-vida: el movimiento norteamericano pro-vida es a día de hoy un formidable y admirable ejército en pie de guerra a favor del derecho a la vida del nasciturus. Es una honra que la comunidad hispana, tradicionalmente católica y residente en Estados Unidos de Norteamérica
se haya sumado a esta lucha contra los diabólicos poderes del negocio abortista.
ESTADOS UNIDOS DE NORTEAMÉRICA Y ESPAÑA: HISTORIA DE DOS PUEBLOS Y UNA AMISTAD A RECOMPONER
Llevo tiempo dándole vueltas a escribir algo sobre Estados Unidos de Norteamérica. Y la razón por la que le doy vueltas es por querer hablar de Estados Unidos de Norteamérica con ecuanimidad, sin faltar a la justicia. Y eso, como europeo que soy, siempre resulta delicado. Son muchos los prejuicios que el europeo mantiene al respecto; y esos prejuicios -como tales prejuicios- suelen ser de lo más irracional -y, por irracional, injustos.
Durante mucho tiempo, cierta tradición rencorosa nos ha llevado a mirar a Estados Unidos de Norteamérica con las ínfulas de un Marqués empobrecido que denigra al nuevo rico. Pero, ¿es eso Estados Unidos de Norteamérica? Como suele pasar, el resentimiento por cierto orgullo herido ha llevado al europeo a ser, muchas veces, injusto con el norteamericano.
Desde que se independizaron de Inglaterra, los ingleses fueron los primeros en alimentar esa generalización que hacía de sus primos recién emancipados una suerte de rebeldes que ensayaban aventureramente una organización política nueva. Más recientemente, cierta extrema derecha europeísta -de inspiración gnóstica y masonizante- también ha querido explotar los sentimientos de incomprensión que han arraigado en el europeo.
EL ORIGEN DEL ANTI-NORTEAMERICANISMO ESPAÑOL
En España, a partir del desastre de 1898, los sentimientos anti-estadounidenses brotaron con amarga inquina, como reacción natural y patriótica contra los ultrajes y ofensas (escritas y figurativas) que la prensa norteamericana nos infirió, para acizañar a su público contra el español.
Los magnates de la prensa amarilla Joseph Pulitzer (1847-1911) y William Randolph Hearst (1863-1951) emprendieron sendas campañas propagandísticas que, sin prescindir de la grosería -y sin que faltara un tinte racista- presentaron una caricatura insultante de España y de los españoles al pueblo norteamericano (instando al gobierno norteamericano a intervenir en la Guerra de Cuba). Fue con motivo de aquellas infames técnicas periodísticas como se indignó la elite intelectual española (pensemos en el furor patriota de la Generación del 98) y ésta fue la que derramó sobre el pueblo español la cascada de dicterios contra la nación norteamericana. Así fue como el rencor empapó a toda España: un rencor dirigido contra Norteamérica, una nación novata que había herido a España y que, no contenta con habernos denigrado en la prensa, nos había humillado en el Tratado de París de diciembre de 1898. (Que fue lo más parecido a lo que, décadas después, le harían los franceses a Alemania con el Tratado de Versalles de 1919).
Caricatura norteamericana donde se representa al Tío Sam
en su fantástico papel de sacamuelas del típico español hirsuto:
ejemplo ilustrativo de la propaganda ofensiva antiespañola
vomitada por los rotativos de Hearst
La herida moral que supuso la derrota sufrida por España a manos de Estados Unidos de Norteamérica, en la Guerra de 1898, se agravó con el vergonzoso Tratado de París donde la política de Práxedes Mateo Sagasta mostró su intrínseca debilidad, así como la vileza de nuestros políticos masónicos. La incipiente opinión pública española se agitaba como un león en una jaula, pero el ímpetu revanchista no podía quedar nada más que en la ridícula mueca del demagogo; el ejército español -como siempre ha pasado- había salvado el Honor de España, pero no podía salvarla de sus políticos ni prolongar un esfuerzo de guerra sin medios ni una fuerte moral de combate. Desde aquellos calamitosos resultados para el orgullo nacional del año 1898 se enquistó en España el resentimiento anti-norteamericano.
Y este resentimiento lo acusaron todos los sectores de la población española, desde los más acérrimos izquierdistas hasta los más obtusos derechistas. El rencor contra los Estados Unidos de Norteamérica nos acompañará a los españoles hasta nuestros días. Experimentará un recrudecimiento en la franja izquierdista española, una vez que finalice la Segunda Guerra Mundial y aquellos que fueron aliados contra las potencias del Eje devengan en desconfiados enemigos que se vigilen con recíprocos recelos y se hostiguen sordamente durante toda la Guerra Fría.
Los izquierdistas españoles tomarán partido a favor de la comunista Rusia (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) y los derechistas españoles (por más que Francisco Franco abrazara a Dwight David "Ike" Eisenhower) nunca podrían simpatizar del todo con los Estados Unidos de Norteamérica; pensemos que muchos veteranos españoles, supervivientes de la Guerra de 1898, todavía estaban vivos por muy viejos que fuesen y la herida no había cicatrizado. Hasta tal punto la derecha española franquista era anti-norteamericana que, como si no importara que Fidel Castro se hubiera decantado por la URSS, en el franquismo no faltaban las simpatías y tampoco los admiradores de Castro; y parecía que a los políticos españoles de aquel entonces les daba igual mantener una alianza hispano-norteamericana contra el todavía coloso comunista de la URSS. Todo esto es un asunto que no podría comprenderse sino desde el resentimiento supérstite de 1898 (véase éste vídeo, pinchando aquí, como ejemplo de lo que digo): Fidel Castro y Francisco Franco tenían algo en común, los dos eran gallegos y sabían hacerse los gallegos. Manuel Fraga Iribarne, por cierto, también era gallego.
Manuel Fraga y Fidel Castro
En los tiempos más recientes, José Luis Rodríguez Zapatero tuvo la desfachatez de no presentar respetos a la bandera norteamericana, alegando que no se levantó "ante la bandera de EE UU para protestar contra Aznar" (lo cual indica las luces de este personaje). Este episodio tuvo una reacción -totalmente natural, legítima y previsible- por parte de la política norteamericana. Esta zapaterada fue una gratuita fanfarronada, pero a la vez que indica las deficiencias personales y políticas de este siniestro personaje, revivió los más cavernarios prejuicios anti-norteamericanos del pueblo español.
LA GENERALIZACIÓN SIEMPRE ES INJUSTA Y SIMPLISTA
Creo que es la hora de superar estos prejuicios irracionales, por el bien de ambos pueblos: el norteamericano y el español. Y para ello hay que entender ciertas cosas.
-Que el pueblo norteamericano (como el pueblo español) no puede ser identificado con las políticas nefastas de sus respectivos gobiernos, mediatizados por interreses y poderes ocultos que no responden a la buena voluntad de la mayoría -por desgracia más silenciosa y pasiva de lo que nosotros quisiéramos- que forma todos los pueblos del mundo.
-Los activos y auténticos enemigos que, bajo la bandera norteamericana, han atentado a lo largo de la historia contra España no han sido los pacíficos y patriarcales norteamericanos rurales, sino los codiciosos especuladores financieros de la urbe, los protestantes que profesaban y profesan un anticatolicismo militante, que han sufragado y sufragan sendas campañas proselitistas en Hispanoamérica para atraer a los católicos hispanoamericanos; los facinerosos de la Bolsa; la masonería...
-Pero también existe un pueblo norteamericano honrado que no tiene parte en estas insidias y que hemos de saber respetar, apreciar, e incluso, en muchos casos, admirar. Y hay que admirarlo sin el extranjerismo servil de los liberales españoles. Admirarlo desde lo que somos, sabiendo lo que somos y sin querer imitarlos como monos de feria.
El pueblo norteamericano atesora grandes virtudes y Dios le ha otorgado muchos y excelentes dones. Es cierto que para encontrar esto hay que ir a la Norteamérica profunda, donde todavía existe una fuerte religiosidad, un respeto piadoso por la familia, una capacidad muy grande de empatía, una fuerza a veces ruda, pero siempre noble. Estas son las cosas que hemos de ver en el noble pueblo norteamericano. En las urbes metropolitanas norteamericanas -como en las de todo el planeta- encontraremos muchos motivos para indignarnos ante el espectáculo de tantas y tantas degradaciones; pero eso no ocurre allí por ser grandes e impersonales ciudades norteamericanas, sino por ser grandes e impersonales ciudades. No podemos identificar una nación tan colosal -simplemente considerada en su aspecto territorial- con Brooklyn o Hollywood. En las grandes ciudades podemos encontrar justos y pecadores -hasta en Sodoma había un justo. Estados Unidos de Norteamérica no puede ser reducido a esos centros urbanos descomunales, ciudades del pecado.
Estados Unidos de Norteamérica es también el Drugstore, el Honky tonk, el rancho, el ruedo, las montañas, los bosques, las praderas y los rednecks, la música country, el blues, el jazz, el sureño en la mecedora de su porche, con el rifle en el regazo, para defender a sus hijos, el negro afroamericano, grande y bonachón...
El pueblo norteamericano auténtico es el que vive las causas justas, poniendo toda la pasión de un corazón grande, con la devoción de un niño. Un pueblo con líderes capaces de poner en pie las más grandes campañas, por ejemplo, contra el aborto: pues cuando un norteamericano está convencido de la bondad de algo se adhiere sin condiciones... Y cuando se persuade del mal intrínseco de cualquier cosa, combatirá a porfía y sin cuartel.
Ante esas gentes buenas, por ese pueblo norteamericano que está a favor de las causas justas y que pugna por ellas, hemos de deponer nuestros inveterados prejuicios, reconocer sus virtudes y admirar a un pueblo que cultiva su patriotismo y que no permanece impasible ante aquellas agresiones a lo sagrado, cuando es que las reconoce; agresiones contra la vida, contra la familia, contra el bien; agresiones que proceden de poderes e intereses ocultos y perversos. De ese pueblo norteamericano, combatiente civil, hay mucho que aprender. Y por eso, podemos y queremos decir...
GOD BLESS AMERICA
ANEXO
INTERVENCIÓN ESPAÑOLA EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA NORTEAMERICANA: HAZAÑAS DEL EJÉRCITO ESPAÑOL CONTRA LOS INGLESES
Aquellas desavenencias hispano-norteamericanas referidas más arriba arrancan de la intervención militar y el conflicto bélico que instigó la prensa amarilla de Pulitzer y Hearst. Las relaciones entre Estados Unidos de Norteamérica y España no tenían antecedentes significativos de hostilidad. Todo lo contrario. Baste recordar que -aunque fuese por intereses de política internacional- España participó con Francia en la Guerra de Independencia de Norteamérica (1775-1783) a favor de los independentistas y, como era natural, contra Inglaterra.
Un historiador tan solvente como D. Hugo O´Donnell afirma, en lo concerniente al apoyo bélico de España a los colonos que pugnaban por su independencia contra Gran Bretaña, que: "Ahora se está descubriendo que cuantitativamente España contribuyó en hombres y material militar más que Francia. Yo lo sostengo. ¿Por qué no se valora? En primer lugar, porque el francés Lafayette luchó en territorio norteamericano y nosotros en territorio español de entonces. Otro factor fue que, como se trataba de súbditos rebeldes a un rey, Carlos III no quiso llegar a un acuerdo de tú a tú con el Congreso de EEUU, lo que no significa que no les ayudara. Les ayudó cuanto pudo." Esto hubiera podido ser la base de una cordial amistad como la que EE.UU. cultivó a la recíproca con Francia.
Don Bernardo de Gálvez
Carlos III declaró la guerra a los ingleses el 22 de junio de 1779, pero las hostilidades entre el ejército español contra los casacas rojas comenzaron antes en América que en Europa. Don Bernardo de Gálvez, Gobernador de la Luisiana española, invadió la Florida Occidental con menos de 2000 españoles, remontó el Mississippi y se apoderó por las armas de un fuerte a orillas del Iberbille. Tomó los fuertes ingleses de Baton-Rouge y capturó a las guarniciones británicas. Sumó a las tropas españolas a unos 500 indios chactas de La Florida y aguardó en Nueva Orleans los refuezos provenientes de La Habana, con los que tomó el fuerte de Mobile, en marzo de 1780, haciendo prisionera a toda la guarnición inglesa superviviente. En mayo de 1781 los españoles -con Gálvez herido y reforzados por el Gobernador español de Cuba, Don José Solano- hicimos capitular a la guarnición inglesa de Pensacola que quedó muy maltrecha por el recio sitio que les hicimos. Después de estas conquistas, toda La Florida quedó a nuestra merced.
LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS
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