En el segundo artículo Canals Vidal hace referencia a la nefasta influencia que tuvieron algunos tradicionalistas no legitimistas que se pasaron a las filas legitimistas llevando consigo las tácticas políticas que habían aprendido de los tradicionalistas europeos (lo que comunmente se llama lucha legal o electoral), tácticas buenas para la difusión del ideario tradicionalista pero que eran completamente inoperantes y estériles en lo que se refería al objetivo principal: la reconquista del poder político efectivo por parte del Rey legítimo, que siempre se había intentado principalmente por la vía militar (bien mediante la guerra si se podía reclutar un Ejército, o bien por la vía de una acción rápida con la colaboración de un General, como fueron los intentos fallidos de 1860 con el General Ortega y de 1936 con el General Sanjurjo).
“ En lo profundo de la sociedad española, como elemento nuclear y vertebrador de su ‘historia’ actual y futura, vive el hecho carlista, con su fuerza popular, no populista; nacional, no nacionalista; macabaica, no farisaica; tradicional, no ‘tradicionalista-romántica’; contrarrevolucionaria, no ‘conservadora de la revolución liberal’. En la más patente y ostentosa superficie de la vida política española muestra su filistea vigencia la corriente que, a partir de la sofisticación dieciochesca de las ‘clases ilustradas’, de que habló Vicente Pou, llevó del latifundismo liberal de los desamortizadores al socialista latisueldismo […] de los burócratas y financieros de la segunda revolución industrial y del Desarrollo […]. La esencia de la guerra carlista fue la defensa de la tradición. Pero los defensores de la tradición frente al liberalismo, en Cádiz, o en el trienio 1820-1823, o cuando el liberalismo se constituyó en el factor políticamente activo de la causa de Isabel II, se dieron a sí mismos, o recibieron a modo de insulto por sus adversarios, diversos nombres: realistas, absolutistas, serviles, etc. No se dieron ni recibieron el nombre de tradicionalistas.
En los escritos políticos de Balmes no se halla ni una vez mencionado el ‘tradicionalismo político’ o el ‘partido tradicionalista’; y así el término no aparece nunca en los índices de la edición crítica de las obras del P. Ignacio Casanovas. En el estudio del mismo autor sobre la vida, el tiempo y la obra de Balmes, el ‘tradicionalismo’ significa únicamente la filosofía de la escuela apologética francesa, sin una sola alusión al término en sentido político.
El término tradicionalismo, usado para designar al carlismo, es tardío. No se generaliza hasta después de 1868, al aparecer la causa carlista por primera vez en forma de partido, con el nombre de ‘católico-monárquico’, con actuación parlamentaria, prensa política y Juntas orientadas a una acción electoral, por obra de dirigentes procedentes sin excepción de los sectores ‘católicos’ de la política isabelina [Son los famosos neocatólicos. Unos se integrarán perfectamente, como Aparisi y Guijarro, pero otros, como Ramón Nocedal, traerán sus propias ideas tomadas de la táctica política tradicionalista europea].
El carlismo no fue nunca un partido al estilo liberal-parlamentario. ‘Carlismo’ no puede nombrar pues la concreción en forma de partido del ‘tradicionalismo español’. Antes al contrario ‘tradicionalismo’ fue el término empleado al asumir la causa ‘carlista’ hombres de formación política parlamentaria y de ideología y actitud típicamente imitada del ultramontanismo político europeo. Algunas veces estos hombres propugnaron de nuevo la abstención electoral, como Cándido Nocedal en algún tiempo. Pero no hay que olvidar que toda la estructuración a modo de partido de la causa ‘tradicionalista’ se deriva fundamentalmente de estos hombres. Es un interesantísimo tema de estudio histórico el de estos orígenes isabelinos –románticos– del tradicionalismo español.
Que todo ello tendía a convertirlo en un sentido sin hecho lo prueba, no obstante, que fuera de los ambientes periodísticos, universitarios o profesionalmente políticos, nadie entiende seriamente por ‘tradicionalistas’ más que a los ‘requetés’. ¿Cree alguien que hubieran podido sustituirse, como fuerza eficiente en el curso de la historia española, los navarros de la Plaza del Castillo en julio de 1936, por escritores ‘balmesianos’ u oradores ‘tradicionalistas’ ?
Partido tradicionalista, ya no carlista, fue el surgido del manifiesto de Burgos, de Ramón Nocedal, expresivo, de lo que se llamó más comúnmente ‘integrismo’. Comunión tradicionalista fue el nombre resultante de la fusión integrista-carlista en los años inmediatos a la Cruzada [Aquí volvió a ocurrir lo mismo que hemos señalado antes con los neocatólicos. Unos se integraron perfectamente, como Fal Conde, pero otros llevarían consigo aquellas tácticas políticas tradicionalistas en las que sólo se quiere difundir la doctrina pero no se busca al mismo tiempo una auténtica y efectiva reconquista del poder, y que hoy en día podemos ver bien reflejadas en los dirigentes del autodenominado partido político CTC].
Suponer que el ‘tradicionalismo’, como ideología o doctrina, existió con anterioridad al ‘carlismo’, y que se concretó accidentalmente en éste, es a la vez una inversión de sentido y un desfase cronológico más que secular”.
Marcadores