Extractos de una carta de George Villiers

Carta de George Villiers, embajador en territorio español del Gobierno británico, a su hermano Edward Villiers (13 de diciembre 1835).





Las cosas no pueden seguir otro curso que el que deben en este país. Yo no desespero, pero tampoco confío. Puede decirse que vivo en un estado de duda. Puede que España resulte ser, al final, un Fénix que renazca de sus cenizas, pero pienso si no será éste el último incendio. Será necesario mejorar antes de que se entiendan los rudimentos de la ciencia del gobierno y antes de que la sociedad comprenda y asimile las bases permanentes que son capaces de garantizarle su mejora y bienestar. Todo lo que ocurre aquí les parece bien a los que viven fuera del país, tal vez también al observador superficial de dentro; pero todo está vacío y podrido…; si se vieran las cosas entre bastidores, podría advertirse que todo es mezquino, vicioso y que la situación es desesperada.

(…) La gran masa del pueblo es honrada; pero es carlista; odia todo lo que suene a gobierno liberal -instituciones liberales, hombres liberales- porque por experiencia sabe que de una situación liberal se derivan costumbres peores que de un solo déspota. Pero en lo que tú y otros extranjeros se equivocan principalmente es en creer que el pueblo español es víctima de la tiranía o de la esclavitud. No hay en Europa un pueblo tan libre: las instituciones municipales en España son republicanas; en ningún país existe una igualdad comparable a la de aquí. El pueblo se gobierna mediante unas pocas costumbres, le importan muy poco las leyes y los reales decretos y hace lo que le apetece. No hay distinción de clases, y todo está abierto a todos. Todo lo que quiere es que se le robe menos por parte del Intendente y que el Alcalde no les fastidie; si esto lo consigue, se siente completamente dichoso.

Es un error suponer que el clero regular es perjudicial en todos los casos. Esto es cierto en las ciudades grandes, los country gentlemen españoles. Ellos alimentan, dan empleo y protegen al pueblo; son, además, la aristocracia del pobre. Todo hombre, por humilde y desgraciado que sea, puede felicitarse porque, sin ningún tipo de recomendación, tiene la posibilidad de llevar a su hijo a un convento y de que ese hijo pueda llegar un día a ser Papa. Por tanto, debería tenerse el máximo cuidado a la hora de suprimir una Orden religiosa; por perjudiciales que puedan ser, tienen gran arraigo en el país.

Hasta ahora he hablado sólo de la plebe: todo el resto -la gente de frac- está corrompido, es egoísta, ignorante, brutal y despóticamente tiránico en cuanto tiene el poder, serviles e intrigantes hasta que lo consiguen. No hay probidad ni patriotismo entre hombre y hombre, sólo se piensa en el dinero, sin que importe para nada el medio como se obtiene. Sabiendo esto como yo lo sé y como cualquiera que se tome la molestia de investigarlo lo puede saber también, puedes comprender hasta qué punto me ponen enfermo todos sus descarados alardes de valentía y patriotismo y lo poco que confío en que esté cercano el día en que lleguen a la centésima parte de lo que pretenden ser (…)

Sería muy difícil, a no ser que escribiera un libro, darte una idea clara (suponiendo que yo mismo vea claro aquí) de estado de este país, pero puedes estar seguro de que no me he quedado corto cuando te hablé de la inexistencia de deseos ni aptitud para las instituciones liberales. La masa de la nación es carlista y partidaria de un rey absoluto. La generación nueva, a la que podríamos llamar a lo francés la Joven España, está por las mejoras, por una mayor seguridad de la propiedad, por un desarrollo más activo de los recursos del país; pero preferiría que ello lo llevara a cabo un ministro fuerte e ilustrado en vez de un gobierno constitucional, porque sabe que el país no está preparado para ello, y tarde o temprano sacudirá su yugo de los que se apellidan liberales, los cuales bajo esa forma de gobierno se pondrían al frente de los negocios. Esta clase comprende a todos aquellos que figuraron en la última época constitucional, a los cuales todo el resto de españoles tiene tal aversión que sería casi imposible describirla. Estos hombres, incluyendo unos 2000 que volvieron de la emigración, han ocasionado todos los movimientos revolucionarios ocurridos últimamente, primero por medio de las sociedades secretas, y más recientemente con la ayuda de la Milicia Nacional, la cual, gracias a la desdichada indecisión con que Martínez y su gobierno actuaban, acabó por convertirse en simples proletarios armados, dispuestos siempre a promover desórdenes, dispuestos a obedecer a las Juntas o a la Inquisición con tal de que se les permitiera el pillaje, prestos a dar vivas a la libertad porque esto les hacía posible ejercer la más desenfrenada tiranía. El gobierno de Martínez y después el del conde de Toreno no cometieron durante año y medio más que errores, sin satisfacer ninguna medida eficaz para dominar a los carlistas ni poner fin a la guerra civil. Esto produjo alarma y en consecuencia descontento (lo cual nada tiene que ver con el deseo de instituciones liberales); todas las tropas fueron sacadas de las provincias, y los revoltosos se aprovecharon del descontento para constituirse a sí mismos en Juntas en uno o dos lugares. Pronto el ejemplo cundió, de forma que gente sin influencia y en absoluto digna de respeto, ayudada por la Milicia Nacional, usurpó el poder supremo e impuso la ley a la parte respetable de la comunidad. Su primer objetivo fue siempre apoderarse de todo lo de valor a que pudo echar mano y detener y apropiarse de todos los ingresos del Estado; entre tanto, la Milicia Nacional hacía declaraciones liberales contra todo el que se mostrara contrario al progreso de la libertad, y, una vez que hubieron abandonado sus puestos y cargos, exigía públicamente que se le concedieran las vacantes dejadas por aquellos (…)

Esto no merece el nombre de revolución ni es la expresión de un deseo nacional de instituciones liberales, ya que todo aquel que tiene bienes o está dotado de la más mínima inteligencia se halla postrado de rodillas ante el gobierno en petición de protección contra los Cafres, como se les llama. Las promesas de Mendizábal de mejorar las cosas y, sobre todo, su decisión de actuar con energía contra los carlistas, han creado un espíritu de resistencia y las Juntas se han visto obligadas a disolverse (…)

Cuanto más observo y conozco de este país, más seguro estoy de que no es apto para instituciones liberales y de que, aun en el caso de que existiera el deseo de ellas, sería necesario no acceder a ese deseo durante algún tiempo o mientras la nación no alcance un grado de educación determinado (…) Si a esta comunidad, tal cual es, se le concede el juicio por jurados, la libertad de prensa o cualquier otro de los desideranda de los seres racionales, equivaldría a hundirla en lo más profundo del infierno (…)