Santa locura


“(…) sólo desesperan aquellos que ven el fin más allá de toda duda. Nosotros no (…) aunque pueda parecer locura a aquéllos que se atan a falsas esperanzas. Bueno, ¡que la locura sea nuestro manto, un velo en los ojos del enemigo!”


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Los fulgores del genio deslumbran al pusilánime, los arranques de un corazón noble y animoso lo dejan pasmado. Duda de todo, es el hombre sin fe alentadora, inútil para toda empresa que suponga esfuerzo soberano, sin ideales hermosos, la tortuga que envidia al águila.

¡Un loco!, exclaman los que blasonan de discretos y los bien hallados con la apacible comodidad de un vivir sin hacer cosa y empresa de provecho. Muchos no lo entienden. Tiene que acudir a otros ilusos como él. Son histéricos, dice la gente, pobrecitos, visionarios.

¡Santa locura!¡inefable ilusión!¡visión bendita!¡Dichosos los que entienden estas palabras!. Para el hombre-masa, envuelven un absurdo. El genio se abre paso entre la muchedumbre de los pusilánimes, y los reconviene con las palabras del Redentor: “hombres de poca fe, ¿por qué dudasteis?”

EL BANDIDO REALISTA