Sostiene Pemán
JUAN MANUEL DE PRADA





Las reflexiones de Pemán conservan una vigencia aleccionadora que todo monárquico debería rumiar



PARA reflexionar sobre la muy peligrosa coyuntura en que se halla la monarquía española creo que no existe modo más atinado que ceder la palabra a José María Pemán, condenado –¡por supuesto!– al purgatorio por la cofradía de garrapatas progres y sabandijas con complejito que maneja el cotarro cultural, pero escritor grandioso y gloria máxima del diario ABC. Las reflexiones de Pemán, que fue el más acérrimo paladín de la monarquía en las circunstancias más adversas, conservan una vigencia clarividente y aleccionadora que todo monárquico consciente (dejemos aparte a cortesanos, pelotas y demás parásitos de la Institución) debería rumiar.
El 11 de diciembre de 1963, Pemán defendía en ABC la «posición arbitral» de la monarquía, afirmando que es la única forma de Estado «que puede repatriar hacia ese centro popular y justiciero que es, de verdad, la Nación, a esas especies de exiliados interiores que son tachados de revolucionarios e izquierdistas porque piensan en necesarias transformaciones; y a los tachados de derechistas e inquisitoriales porque piensan en los imperativos biológicos del orden y la tradición». Inquirido por ABC el 2 de abril de 1964 por la «configuración política del futuro», Pemán responde: «Creo que todo el dilema está planteado entre una monarquía de tipo tradicional, social y representativa, y una fórmula incógnita, indefinida e innominada que, perfílese como se perfile, tendría sustancia republicana. De esos dos términos, uno de ellos (la monarquía tradicional) tiene perfil claro y definido. El otro es vago y confuso. Tan confuso que yo incluiría en él, por definición excluyente, todo lo que “no es” monarquía tradicional, todo lo que tiene “sustancia republicana”: desde la República democrática, pasando por el “presidencialismo”, hasta la propia monarquía liberal y parlamentaria, que, entre nosotros, ya ha demostrado ser un principio de República. Sospecho que si alguien la defiende hoy en España es con intención –o al menos con riesgo grave– de que sirva de puerta y preámbulo para la República. Es la monarquía de los republicanos; y me parece lícito incluirla en el segundo término del dilema».
En Tercera del 5 de abril de 1972, Pemán alerta de los peligros de una monarquía que trate de halagar a los republicanos emboscados que «critican su cinemascope, su protocolo, su vistosidad», con el propósito de obligarla a «modernizaciones» que la desnaturalizan; y compara tales peligros con el «huracán criticista desencadenado tras el Concilio Ecuménico», saldado con «crisis de órdenes religiosas, caída vertical de vocaciones, monjas con pantalones y sacerdotes con expedientes de secularización». Para Pemán, una Monarquía «con replanteos dinásticos, forzamientos dialécticos y toisones que sí que no, como la Parrala» es igual de lastimosa que una Iglesia «con dubitaciones y perplejidades sobre sí misma, interpretaciones sexuales de la pureza o el celibato y charlas de sacristía volterianas». Y concluye: «Toda institución con siglos de ejercicio ensucia la ropa. Pero lo grave es que las dos Instituciones máximas se han puesto a lavar esa ropa sucia de cara al público. (…) Habrá que derrochar fortaleza para atravesar sin decepciones el lavadero».
Y, en fin, no debemos olvidar aquellos versos de El divino impaciente, cuando el rey de Portugal proclama ante san Francisco Javier: «Donde a Cristo se traiciona,/ en donde mengua su luz o su fe se desmorona…/ ¡No quiero tener corona/ donde no remate en cruz!». Esto es lo que Pemán sostiene sobre la monarquía; y lo que Prada, modestísimamente, suscribe.




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