Una muy sutil perfidia

Juan Manuel de Prada

Durante los recientes disturbios con trasfondo racial acaecidos en la ciudad de Baltimore, alcanzaba gran celebridad Toya Graham, una mujer negra, madre soltera y gorda como un trullo que se lió a guantazos con uno de sus hijos, por participar en las algaradas de protesta contra las violencias policiales. En unos pocos días, el vídeo del rapapolvo se había vuelto 'viral', la buena mujer era paseada por los platós televisivos y los rapsodas del lugarcomunismo aprovecharon para escribir loas encendidas, exaltando la actitud de la madre y halagando a la mucha gente que, en su fuero interno, sigue pensando que un cachete dado a tiempo hace mucho bien a los hijos, por mucho que el sistema lo castigue como 'maltrato infantil'.


Este episodio de Toya Graham nos servirá para invitar a nuestros lectores a reparar en la muy sutil perfidia del sistema, que engaña de los modos más sibilinos a las masas, despojándolas primeramente de las instituciones sociales que garantizan su dignidad natural y sus prerrogativas humanas; para después ofrecerles placebos emotivistas que las masas se tragan tan ricamente. Hace algún tiempo, describíamos en un artículo cómo el sistema, sabiendo que las tradiciones vinculan a los pueblos y los hacen inexpugnables al saqueo material y moral, se había esmerado en arrasarlas, formando de esta manera masas cretinizadas que, sin embargo, de vez en cuando sienten nostalgia de las tradiciones arrasadas; y entonces el sistema, muy taimadamente, les ofrece sucedáneos paródicos y repulsivos, para que estén amuermadas y no se les ocurra rebelarse.


El mismo proceso de destrucción y posterior falsificación de las tradiciones que describíamos en aquel artículo se sigue para privar a los pueblos de su dignidad natural y sus prerrogativas humanas. Para lo cual es preciso hacer añicos todas las instituciones sociales, que es el lugar donde los seres humanos encuentran su lugar en el mundo, empezando naturalmente por la más importante de todas ellas, que es la familia. De este modo, el sistema favorece la destrucción de la convivencia familiar, sembrando todo tipo de discordias entre las generaciones y los sexos; y una vez que la familia, convertida en un campo de Agramante, se deshace, el sistema vacía de sentido la patria potestad de los padres, que ya no es una autoridad unívoca, sino más bien un batiburrillo de opiniones a la greña, desautorizadas y contradictorias. Entonces el sistema interviene, con la excusa de asegurar el 'bienestar del menor' y demás eufemismos con los que se llena la boca socarronamente, y se encarga de brindar al hijo una educación corruptora sin que los padres puedan hacer nada por evitarlo: unos porque para entonces ya han dimitido de sus responsabilidades; otros porque, celosos de sus deberes, en el momento en que traten de impedir o dificultar la labor corruptora del sistema sobre sus hijos, pueden ser llevados a juicio (y no precisamente al de Salomón), donde les impondrán todo tipo de prescripciones, llegando incluso a privarlos de la patria potestad. A una madre que se liase a guantazos con su hijo por ser un baldragas y un bellaco, o a su hija por ser un putón verbenero, el sistema la privaría de patria potestad; y los rapsodas del lugarcomunismo la execrarían por profesar una moral reaccionaria y cruel.


Pero el mismo sistema que nos ha despojado de nuestra dignidad natural, destruyendo nuestras familias e impidiendo el ejercicio legítimo de la patria potestad, aplaude a esta Toya Graham, su emblemática tonta útil, y pone a escribir como descosidos a los rapsodas del lugarcomunismo. ¿Y saben por qué? Porque Toya Graham no pegó a su hijo por haber cometido una inmoralidad o una indecencia, sino por enfrentarse al sistema, porque aún ardía en su sangre la indignación ante la injusticia. Por eso el sistema aplaude a Toya Graham, después de haber convertido a los padres que se atreven a corregir con un cachete las conductas inmorales o indecentes de sus hijos en delincuentes; y por eso los rapsodas del lugarcomunismo afilaron sus lápices, ensalzando a la negra, gorda y madre soltera que, si viesen por la calle, mirarían con repugnancia. Y el sistema, a la vez que arrasa nuestras instituciones naturales y nuestra dignidad, alimenta con este placebo los instintos más primarios de las masas; las cuales, viendo con lagrimillas de emoción cómo Toya Graham se lía a guantazos con su hijo (¡en defensa del sistema, como buena cipaya!), olvidan que entretanto sus hijos han sido convertidos por el sistema en baldragas, bellacos y putones verbeneros a los que no pueden ni siquiera rozar un pelo. Se trata, en efecto, de una muy sutil perfidia.




Una muy sutil perfidia